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Crónica de un bajamar - Volviendo a casa sin agua

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por elbosco, 23 de Agosto de 2017. Respuestas: 4 | Visitas: 645

  1. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Ayer a la noche, el nivel de mareas estaba por debajo de cero, haciendo que la mayoría de los arroyos secundarios del Delta del Paraná sean innavegables. No es algo muy habitual, pero en estos diez años viviendo en la isla ya he tenido que afrontar no pocas veces la situación de volver a casa sin agua.
    Mi familia y yo tuvimos un día de múltiples diligencias, tanto en isla como en tierra firme, y terminamos reuniéndonos en el puerto de Tigre para embarcar y regresar a casa.
    Nuestra embarcación cala no más de 35 cm, pero en estos casos, hasta eso es demasiado.
    En el amarradero municipal, la marina de acceso estaba apoyada al igual que nuestro bote en el fangoso y pestilente cauce del río Tigre. Abordamos y empujamos el bote hacia el centro del río, encendimos el motor fuera de borda y comenzamos un viaje que auguraba inconvenientes. Un kilómetro por el río Tigre y llegamos al río Luján, donde tuvimos que hacer nuestra primera apuesta, seguir la habitual ruta por el arroyo Fulminante, arroyo Gambado, arroyo San Jorge, donde está nuestra casa, o bien, seguir por el Luján, hasta el Sarmiento y encarar por el canal Buenos Aires y empalmar con el Gambado, o bien, seguir por el Sarmiento hasta la desembocadura del Gambado y desde allí subir hasta el San Jorge. La decisión fue simple, porque sabemos por experiencia que con ese nivel de marea, el Gambado se torna innavegable casi un kilómetro antes de llegar a la boca del San Jorge. Seguimos pues por el río Luján y entramos al río Sarmiento, todo en la penumbra que corresponde a estas altas horas de la noche. La noche estaba silenciosa, porque había menos embarcaciones de lo normal, sea por la hora, sea por la marea baja. Luego de un centenar de metros por el río Sarmiento, descartamos entrar por el canal Buenos Aires. Se veía a simple vista por el tipo de olas en su desembocadura que no calaba más de veinte centímetros. Seguimos por el Sarmiento, a velocidad crucero. Hacía frío y se sentía en las manos, en la cara y en toda parte descubierta del cuerpo. Mi esposa, sentada en la banda del bote, de espaldas a proa, abrazaba a mi hijo menor para abrigarlo con su cuerpo. Marco timoneaba el bote, bien concentrado y Chiara se entretenía respondiendo mensajes desde su celular.
    Yo pensaba en la noche, en el frío, en la marea baja, y me parecía todo maravilloso. En estos casos me siento como un explorador, un aventurero adentrándome en el delta del Amazonas, a punto de tomar alguna decisión que pondrá en riesgo mi integridad física. Sé que son solo fantasías, y sé perfectamente qué es lo que voy a afrontar y qué es lo que haré: Al llegar a la boca del Gambado, no podré avanzar, porque desde que el vecino que ocupa uno de los predios de la esquina edificó cabañas y construyó en la costa una playa de arena para recibir al turismo, la marejada se ocupó de desplazar la arena hasta el centro del arroyo formándose un banco que lo hace innavegable con marea baja. Sesenta metros cúbicos de arena tenía el barco que descargó en su costa, de los que al menos veinte metros cúbicos terminaron en el medio del arroyo. El problema de la arena en el río es que, a diferencia del barro, no permite que las embarcaciones varadas se deslicen con facilidad.
    Tendré que descalzarme, sacarme el pantalón, meterme al agua y tirar de la lancha no menos de treinta metros hasta que el Gambado recupere su calado.
    No más de diez minutos pasaron hasta que llegue a estar en esa situación. Empujamos la lancha ayudándonos con los remos hasta varar y procedí a desvestirme. Cualquier testigo que me hubiese visto opinaría que soy valiente y temerario. Nada de eso, ni frío tengo. Me meto en el agua como quien se sienta en el box de su puesto de trabajo y comienza a tipear.
    Con fuerza y no poca maña, arrastro el bote, que no es ni liviano ni pesado, hasta salir de la desembocadura del Gambado. Cuando el agua me llega a la rodilla, me siento en la proa de la lancha y sigo haciéndola avanzar con mi viejo remo, cual "gondoliero", empujando desde el fangoso cauce. Llegados a la boca de nuestro arroyo San Jorge, el panorama es peor de lo imaginado. Normalmente de unos quince a veinte metros de ancho, con tan poco agua, el arroyo ser redujo a tres metros, angostándose conforme sube. Estoy a casi trescientos metros de mi casa.
    Avanzamos los primeros cien metros a fuerza de pala, hasta que la lancha quedó varada. Volví a tirarme al agua y, como un buey, a tirar de la lancha con el cabo de proa. Avancé pisando y hundiéndome en el fondo del arroyo, tropezándome con troncos hundidos, ramas, hojas y limo. Nuevamente, un testigo aplaudiría mi arrojo, y se espantaría al imaginarse a sí mismo en la misma situación. Pero a mí, la situación me sigue pareciendo divertida. Imagino estar en una película de Herzog, imagino que soy Kinsky-Fitzcarraldo, remontando el Amazonas desde Manaos, o Kinsky-Aguirre, en una balsa llena de monos, lleno de incertidumbre y desconcierto. Es divertido.
    Avanzo de a poco, paso a paso, clavando mis pies en el fondo fangoso. Empujo, empujo y empujo. Cuando el bote se traba, empujo más, siempre despacio, sin desesperar. Me paso el cabo en redondo por el pecho y la espalda, me planto firme y tiro con más fuerza, siempre lentamente, sin rendirme. Cada centímetro ganado es un centímetro más cerca de casa. Mi esposa comenta algo sobre mi tenacidad y me da ánimos. Sigo tirando.
    Mis hijos están protagonizando uno de esos momentos que se convertir´en un recuerdos que atesorarán de adultos, que contarán a sus hijos y nietos. Se los digo, "no olviden estas vivencias, porque van a acompañarlos en futuras tardes de mates durante toda su vida".
    Faltan cien metros para llegar a nuestro destino, pero la lancha ya no avanzar, está clavada. Mi esposa sugiere que ella también podría bajar y seguir por el barro, para alivianar el peso. Decido sacar primero a mis hijos y llevarlos en andas, por el barro pantanoso de la costa, hasta el muelle de nuestro vecino. Me acerco al bote y cargo al más pequeño. Resulta fácil. Cada paso que doy en el barro, mis piernas se hunden casi medio metro. Lo dejo en la escalera del muelle y vuelvo por mi segundo hijo. Con él sobre mis hombros la cosa se pone peor, mis piernas se hunden hasta las rodillas y me cuesta mucho mantener el equilibrio desempantanando cada pierna para dar el siguiente paso. Pero todo es parte de la aventura y lo sigo disfrutando. Marco también lo disfruta y hace chistes. Me propone imaginar que caemos los dos al barro y nos embadurnamos por completo. Lo dejo también a él en el muelle y vuelvo por mi hija mayor, que es más pesada. Dudo de si podré caminar con ella a cuestas por el barro, pero decido probar. Saco la tabla que hace de asiento en la banda de la lancha y la apoyo en el cause del río, me paro firme sobre ella y subo a Chiara sobre mis hombros. Camino por la tabla hasta el barro: "Chiara", le digo, "voy a dar el primer paso en el barro, si ves que nos hundimos mucho, volvé a apoyarte en la tabla". Doy ese primer paso y me hundo hasta la ingle. Chiara vuelve a la tabla y yo lucho por salir atrapado en esa trampa cenagosa. Pienso en las películas de Tarzán, donde los malos que huían terminaban en las fauces de un cocodrilo, o en arenas movedizas, en las que se hundían muy de apoco, hasta la cintura, hasta el cuello, hasta la cabeza, la boca pugnando por respirar, y luego quedaban con el brazo en alto que indefectiblemente se hundía, despacio, mientras los dedos se tensionaban impotentes y rendidos. Pero yo salgo sin problemas.
    La aventura crece. Regreso a mi hija al bote, saco la tabla del asiento del fondo del río y vuelvo a tomar el cabo de proa para seguir tirando del bote. Está difícil, pero sin mis dos hijos menores la embarcación se nota más liviana. Le pido a mi mujer que se mueva hacia la proa, y la lancha se destraba. Sigo haciendo fuerza y logro llegar a treinta metros de mi muelle. La lancha vuelve a vararse. Chiara decide emular al padre. Pide permiso, se lo concedemos, se saca el pantalón y mientras acerco el bote lo más posible al barro, desembarca y, lentamente y entre risas, llega al muelle. Me pregunta si creo que alguna de sus amigas vivió algo así. "Obvio que no", le respondo. Llega al muelle y sube a la casa. Yo también camino por el barro hasta el muelle, subo un par de escalones y tiro hasta acercar la embarcación a solo tres metros de distancia. "Suficiente para mí" dice mi mujer, y arremangándose las botamangas de su calza, se lanza al fango. Tres pasos y ya está en al escalera. Juntos tiramos de la lancha y queda a un metro. Amarro y de un salto vuelvo a embarcar para bajar los bolsos que quedaron. Los descargo en el muelle y vuelvo a la lancha.
    Ya todos están en casa. Yo estoy sentado en la proa de la lancha, con los pies en el barro, descansando y pensando.
    Imagino otra vida, trabajando como arquitecto en mi propio estudio, con grandes obras y contratos. Me imagino luchando por sostenerme económicamente para mantener un nivel de confort, por tener más y mejores encargos, para conseguir más y mejor confort. Y recuerdo una de mis sentencias favorita de Jesús de Montreal, la película de Denys Arcand: "¡La vida no puede consistir en esperar la muerte lo más confortablemente posible!". Descarto mi vida imaginaria como arquitecto, y vuelvo a mi presente.
    Es invierno, son las once de la noche, el arroyo está casi seco, mi lancha está varada y mis piernas desnudas llenas de barro. A unos cuantos metros está mi casa y adentro, mi familia. Mi esposa estará preparando algo de comer, los chicos no tardarán en comenzar a discutir por alguna nimiedad y tendré que interceder para apaciguar los ánimos. Mañana me espera un día de mucho trabajo. Suspiro, trato de sonreír, doy gracias por mi vida y subo la escalera del muelle.

    ---
    Fernando M. Sassone
    (AKA PQR)
     
    #1
    Última modificación: 23 de Agosto de 2017
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  2. Maramin

    Maramin Moderador Global Miembro del Equipo Moderador Global Corrector/a

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    Excelente descripción de esta gran aventura de un cotidiano acontecer. Vívida narración que parece ser real.

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    #2
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  3. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Gracias. Y sí, real, es real, eso sin duda.

    ¡Gracias por comentar!
     
    #3
  4. libelula

    libelula Moderadora del foro Nuestro espacio. Miembro del Equipo Moderadores

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    Qué pena que estos espacios tengan tan poco comentarios, porque realmente es un relato impresionante que detallas a la perfección, que solo tu forma de ver las circunstancias adversas en positivo le dan un respiro a ese viaje de vuelta a casa por un río sin agua, pantanoso, verdaderamente agobiante, pero que tus reflexiones hacen de ese trayecto una lección de vida, de lucha. Me ha gustado mucho ese transito por la dificultad y el temple de los protagonistas. Seguro que tus hijos saldrán fortalecidos de la experiencia.
    Saludos y felicitaciones.
    Isaabel
     
    #4
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  5. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Qué bueno que lo veas así... espero que así sea, y que mis hijos se templen con cada vivencia.
    Justamente hace un rato tuve una conversación con mi hija, me decía que el mundo era muy hostil, y yo trataba de explicarle que la lucha es un desafío que vale la pena y que por más de que sea duro, a la distancia incluso adquiere cierto buen sabor.

    Agradezco tu comentario
     
    #5
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