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Cronicas de la Resistencia Caída parte 12: La última tentación

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 22 de Enero de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 66

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Hombre
    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron.


    La última tentación

    Las ruinas de la ciudad se extendían como un vasto cementerio, donde el viento susurraba historias de un pasado perdido y el polvo cubría los restos de un mundo destruido. Los nuevos T-800, con sus endosqueletos de metal, patrullaban incansablemente, sus ojos rojos brillando en la penumbra como centinelas implacables. La Resistencia, liderada por Tech-Com, libraba una guerra constante contra las máquinas, una lucha desesperada por la supervivencia de la humanidad.

    Entre los guerreros de la Resistencia se encontraba Lena, una joven soldado cuya vida había sido forjada en el fuego de la guerra. Su piel estaba curtida por el sol y la batalla, y sus ojos, antes brillantes y llenos de esperanza, ahora reflejaban la desesperación de un mundo al borde del abismo. Aun con todo, era innegable su belleza, las finas líneas de su rostro enmarcado por una cabellera rubia. En medio de un combate feroz y caótico, Lena se perdió entre los escombros, separada de su unidad y rodeada de sombras amenazantes.

    Mientras deambulaba por las calles desoladas, el sonido de los disparos y las explosiones se desvaneció en la distancia, dejando un silencio inquietante a su alrededor. Lena se detuvo, su respiración agitada, mientras intentaba orientarse. Era difícil saber dónde estaba o hacia donde dirigirse en una metrópolis en ruinas, convertida en osario. Fue entonces cuando lo vio: un hombre joven, atlético y de cabello negro, que la observaba desde la entrada de un edificio derruido. Sus ojos azules eran fríos y penetrantes, como el hielo en un invierno eterno.

    Intrigada y cautelosa, Lena se acercó al extraño. "¿Quién eres?" preguntó, su voz resonando en el vacío. El hombre la miró, su expresión imperturbable. "No tengo nombre", respondió, su tono inexpresivo, casi mecánico. A ella no le importo. Sabía que muchos huérfanos de la guerra crecieron sin recibir ningún nombre, a veces los escogen ellos al crecer, a veces usaban un apodo dado por otros.

    Algo en él la inquietaba. El joven parecía tener la inmovilidad de una pantera acechando a su presa. Había algo en el que exudaba peligro, aunque no estaba siquiera armado. Sin embargo, Lena sintió una atracción inexplicable hacia él, una necesidad de olvidar, aunque fuera por un momento, el horror que la rodeaba.

    "¿Qué haces aquí?", preguntó Lena, intentando romper la barrera de indiferencia que parecía rodearlo. El joven movió la cabeza de un lado a otro. "Estoy observando", dijo simplemente, sus ojos fijos en ella.

    Lena no pudo evitar reír, un sonido extraño y amargo en la quietud del lugar. "Observando qué, ¿la destrucción?", replicó, su voz cargada de ironía. Él asintió, su mirada vacía. "Es fascinante", comentó.

    La frialdad de sus palabras la estremeció. Había algo en su presencia que no encajaba, una perfecta belleza que parecía fuera de lugar en el caos. Pero, a pesar de la inquietud que sentía, Lena no podía apartar la vista de él. El hambre y la sed le pasaba factura y la fiebre se hacía sentir, pero él parecía indiferente a todo, inmovil y silencioso como un dios, irrealmente hermoso, demasiado atrayente.

    El deseo de escapar de la realidad se convirtió en un impulso abrumador. Ese deseo se convirtió en una necesidad más personal, más biológica. Necesitaba sexo, necesitaba sentir el calor de otro ser humano, necesitaba ese placer sucio y animal que los sobrevivientes obtenían entregándose entre las ruinas. Ella había buscado esa clase de satisfacción pasajera con muchos de sus compañeros y compañeras, tratando de ignorar el mal olor y la suciedad que cada quien traía encima. Se decidió. Además el extraño era mucho más atractivo que cualquier hombre de su batallón. Lena comenzó a despojarse de su manchado y polvoso uniforme, buscando en él una conexión que la apartara del dolor y el sufrimiento. "Necesito olvidar", murmuró, acercándose completamente desnuda al joven.

    Sin embargo, él no reaccionó. Permaneció inmóvil, como una estatua, sus ojos azules observándola sin emoción. La frustración y la desesperación se apoderaron de Lena. "¿!Que no eres un hombre de verdad o que!?", gritó, su voz un eco de angustia.

    El hombre la miró, y por un instante, sus ojos parecieron brillar con una luz desconocida. "No", dijo, su voz resonando con una frialdad inhumana. "No soy un hombre. Soy un T-800, el modelo más nuevo de infiltración".

    El horror se apoderó de Lena al escuchar esas palabras. Antes de que pudiera reaccionar, él la tomó del cuello con una mano de acero y la elevó sin ningún esfuerzo, con su pálido cuerpo desnudo brillando con tonos dorados, acariciado por la luz crepuscular. La comprensión de su error la golpeó como un mazazo, y el mundo se desvaneció mientras la presión aumentaba, llevándola al borde de la oscuridad.

    En esos últimos momentos, Lena se dio cuenta de que había sido traicionada por sus propios deseos, por la necesidad de encontrar un resquicio de humanidad en un mundo que la había perdido. La máquina, con su rostro perfecto y su alma vacía, había sido su última tentación y su último error, una lección cruel de la desesperación que la guerra había sembrado en su corazón.

    Mientras la vida se escapaba de su cuerpo, un pensamiento fugaz cruzó su mente: incluso en un mundo destruido, donde las líneas entre lo humano y lo inhumano se desdibujaban, la esperanza seguía siendo un arma de doble filo, un eco de lo que una vez fue y de lo que nunca podría volver a ser.

    En la ciudad destruida, los T-800 continuaron su patrulla, sus pasos resonando en la noche, mientras la lucha entre la humanidad y las máquinas proseguía sin fin, en un ciclo eterno de horror, angustia y desesperación

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