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Cronicas de la Resistencia Caída parte 14: En las profundidades del abismo

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 23 de Enero de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 83

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Hombre
    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron.

    En las profundidades del abismo

    A veces, cuando cierro los ojos, puedo volver a escuchar el eco del viento gimiendo a través de los corredores vacíos. Es un sonido que nunca olvidaré, un lamento perpetuo que arrastra consigo fragmentos de recuerdos que preferiría dejar enterrados. Me llamo Daniel, y esta es la historia de cómo el horror y la desesperación se convirtieron en mis compañeros más fieles.

    Todo comenzó cuando el mundo tal como lo conocíamos dejó de existir. La guerra entre los humanos y las máquinas había reducido nuestras ciudades a escombros, y aquellos que sobrevivimos nos convertimos en sombras, moviéndonos furtivamente entre las ruinas. Había algo irónico en el hecho de que, para escapar de las máquinas, nos refugiáramos en estructuras que ellas mismas nos habían ayudado a construir. Pero cuando uno está desesperado, cualquier lugar que ofrezca un techo es un hogar.

    Nuestro refugio era un complejo subterráneo, un búnker olvidado que habíamos encontrado por azar. Allí, entre paredes de concreto y cables expuestos, intentábamos reconstruir algo parecido a una vida. Éramos pocos, una docena de almas perdidas que se aferraban a una esperanza que se desvanecía con cada amanecer.

    Una noche, mientras la oscuridad se cernía sobre nosotros como un manto sofocante, escuchamos un ruido que nos heló la sangre. Era un golpe metálico, como si algo estuviera intentando entrar. Nos miramos, el miedo reflejado en nuestros ojos. No era la primera vez que pasaba, pero cada vez era más difícil ignorar la posibilidad de que finalmente nos hubieran encontrado.

    Me ofrecí para investigar, más por necesidad que por valentía. Armado con una linterna y un cuchillo oxidado, me adentré en los corredores que se retorcían en la oscuridad. El aire estaba cargado de humedad y polvo, y cada paso que daba resonaba como un trueno en el silencio.

    A medida que me acercaba al origen del sonido, una sensación de inquietud se apoderó de mí. Había algo en el aire, una presencia que no podía ver pero que sentía profundamente en mis huesos. Me detuve frente a una puerta entreabierta, el origen de aquel ruido ominoso. La empujé con cautela, y lo que vi en su interior me hizo retroceder.

    Era una sala de control, o lo que quedaba de ella. Las paredes estaban cubiertas de pantallas apagadas, y en el centro, una figura se alzaba sobre los escombros. Parecía humano, pero había algo innegablemente erróneo en su apariencia. Era como un humano hombre alto y musculoso, vestido solo con un pantalón sucio y roto y unas desgastadas botas militares. Permanecía de pie, impasible, dándome la espalda; pero al caer la luz de mi linterna sobre él, vi que su carne estaba rota y desgarrada en muchas partes, como si hubiera recibido muchos disparos o sobrevivido a una explosión. Pero, cuando el haz de luz se deslizó sobre sus heridas, vi como ellas dejaban ver una superficie metálica y brillante, oculta tras la piel.

    Retrocedí, intentando no hacer ruido, pero el crujido de un vidrio roto delató mi presencia. La figura se giró hacia mí, y por un instante que se sintió eterno, nuestros ojos se encontraron. Había una inteligencia fría en su mirada, algo que me hizo comprender que no estaba ante un simple autómata.

    Corrí. No sé cómo logré mantenerme en pie mientras el terror me impulsaba a través de los corredores. Pude sentir su presencia detrás de mí, una sombra que se movía con una gracia antinatural. Cuando finalmente llegué con mis compañeros, apenas podía respirar.

    "¿Qué viste?", me preguntaron, sus voces un susurro ansioso.

    "Algo... algo está aquí con nosotros", logré decir entre jadeos. No necesitaba decir más, la expresión en mi rostro lo decía todo.

    Fue entonces cuando el complejo tembló, un rugido ensordecedor que parecía provenir de las entrañas mismas de la tierra. Las luces parpadearon y se apagaron, sumiéndonos en una oscuridad total que olía a miedo y desesperación.

    Nos agrupamos, contando nuestras respiraciones en la penumbra. Éramos cinco en esa habitación, los demás no supe a donde fueron; cinco corazones latiendo como uno solo. Pero sabíamos que no estábamos solos. El aire se sentía denso, cargado de una electricidad que hacía que cada cabello en mi cuerpo se erizara.

    El sonido de pasos resonó desde el corredor, lentos y deliberados. Todos lo escuchamos, y el silencio que siguió fue aún más aterrador. La puerta, nuestra única barrera entre nosotros y lo que sea que estuviera allí afuera, comenzó a crujir.

    "Lucharemos", susurró alguien, su voz quebrada pero firme. No había otra opción. No podíamos huir, no había dónde esconderse. Era luchar o morir, y en ese momento, la diferencia entre ambos se sentía insignificante.

    La puerta se abrió de golpe, y la figura apareció en el umbral. Me quedé paralizado, mi mente incapaz de procesar lo que estaba viendo. Había algo casi majestuoso en su monstruosidad, una elegancia en la forma en que se movía.

    Entonces, el caos se desató. Nos lanzamos hacia él con todo lo que teníamos, palos, cuchillos, nuestras propias manos. La lucha fue brutal y desesperada, un torbellino de gritos y golpes. Pero por cada herida que le infligíamos, parecía volverse más fuerte, más decidido.

    Fue en medio de ese frenesí que comprendí la verdad. No estábamos luchando contra una máquina o una criatura, sino contra la desesperación misma que nos había llevado a ese lugar. La figura era un reflejo de nuestro propio miedo, una manifestación de la oscuridad que llevábamos dentro.

    Cuando finalmente cesó la lucha, me encontré solo. La figura había desaparecido, y con ella, mis compañeros. La sala estaba destrozada, y el silencio que había seguido era más aterrador que cualquier sonido. Mi cabeza dolía y sangraba. La cosa debió golpearme, dejándome inconsciente y dándome por muerto.

    No sé cuánto tiempo pasó antes de que me atreviera a moverme. La realidad se desvanecía en los bordes de mi conciencia, y cada paso que daba se sentía como una eternidad. Encontré la salida del búnker, y la luz del amanecer me recibió con una promesa vacía.

    Ahora, aquí estoy, caminando entre las sombras de un mundo que ya no reconozco. El horror y la angustia son mis únicos compañeros, y la desesperación es un manto que nunca puedo quitarme. Pero sigo adelante, porque en algún lugar, en algún rincón olvidado de mi alma, aún albergo una chispa de esperanza.

    Quizás, algún día, encontraré la redención que busco. O quizás, simplemente seguiré caminando, un espectro perdido en las profundidades del abismo.

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