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Cronicas de la Resistencia Caída parte 15: Consuelo de madre

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 23 de Enero de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 82

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron.

    Consuelo de madre

    Parte I: Memorias rotas

    El eco del silencio era ensordecedor en el oscuro refugio que se había convertido en nuestra prisión. La vida de las mujeres de "consuelo" era un ciclo interminable de desesperación y sufrimiento. Aquellas como yo, que sobrevivíamos en este mundo desolado, habíamos sido despojadas de nuestra humanidad, convertidas en objetos para satisfacer las ansias de unos soldados que, en su propia locura, buscaban alivio en la desesperanza.

    No sé cuántos días han pasado desde que la guerra arrasó con todo, desde que el cielo se cubrió de un gris plomizo, impregnado del polvo de las explosiones termonucleares. Algunas de nosotras, las que nacieron antes del Día del Juicio, recordamos vagamente lo que era ver un cielo azul, sentir el calor del sol en la piel. Pero para las que nacieron después, el mundo exterior es solo una historia contada por sus madres, un relato de lo que fue y nunca será.

    El refugio donde vivimos estaba construido en las entrañas de la tierra, un laberinto de pasillos oscuros y habitaciones pequeñas, donde la luz nunca llegaba. El aire era denso y cargado de humedad, y el hedor de la suciedad y el miedo impregnaba cada rincón. En nuestras celdas, las mujeres se agolpaban, algunas en un silencio sepulcral, otras murmurando entre sí, compartiendo fragmentos de sus historias.

    Había mujeres de todas las edades. Marta, una mujer de cabello canoso y mirada triste, había vivido los días de paz antes de la guerra. A menudo, contaba historias de cómo solía llevar a su hija al parque, cómo el canto de los pájaros llenaba el aire. Ahora, su hija no estaba, perdida en un mundo que había olvidado la compasión. Marta decía que le daba miedo recordar, pero a veces no podía evitarlo.

    Por otro lado, estaba Clara, una joven que apenas había cumplido diecisiete años. Ella nació en este refugio similar a este y nunca había visto el sol de frente. Sus ojos eran grandes y asustados, como los de un venado atrapado. Cuando le preguntaban sobre su vida, solo podía hablar de lo que había aprendido a hacer para sobrevivir. "Si no lo hago, moriré de hambre", decía con voz temblorosa, aunque su rostro delataba la angustia que sentía.

    Cada día, el miedo era un compañero constante. Vivíamos con la incertidumbre de cuándo la puerta se abriría y quién vendría a elegir a su "consoladora". Los soldados, sucios y malolientes, entraban en nuestro refugio como si fueran dueños de nuestras vidas. Su locura estaba a la vista: sus ojos desorbitados, sus cuerpos desgastados, y la risa frenética que a veces resonaba en los pasillos oscuros. Para ellos, éramos un recurso, una forma de aliviar la presión de un mundo caótico.

    No sabíamos si era de día o de noche; el tiempo se había vuelto irrelevante. La luz artificial parpadeante que iluminaba nuestro refugio nos mantenía atrapadas en una especie de limbo. A veces, la ansiedad se convertía en desesperación, y las mujeres se aferraban a las paredes, temblando ante la posibilidad de ser elegidas. Unas lloraban en silencio, otras intentaban mantenerse fuertes, pero todas compartíamos el mismo destino.

    Las noches eran las más difíciles. En la penumbra, las mujeres contaban historias para hacer más llevadero el tiempo. Historias de sus familias, de lo que solían ser y lo que deseaban ser. A menudo, las risas se convertían en sollozos cuando recordaban el calor de un abrazo, la risa de un niño, la sensación de ser amadas.

    "En mi casa, antes de la guerra, tenía un jardín", dijo Marta una noche, su voz quebrándose. "Las flores eran tan hermosas, llenas de color...". Su voz se desvaneció mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. "Ahora, todo lo que veo son sombras".

    Clara, que escuchaba atentamente, murmuró: "No entiendo cómo era el mundo antes. Todo lo que he conocido siempre es este lugar y el dolor que siento". La tristeza en su voz resonó en el aire, y todas entendimos su desesperanza.

    Una mañana, el sonido de la puerta abriéndose hizo que el corazón de todas se detuviera. Un grupo de soldados entró, sus rostros cubiertos de sudor y suciedad y sus ojos vacíos. La tensión llenó la habitación mientras las mujeres se alineaban, temerosas y ansiosas, esperando no ser elegidas.

    "Hoy es un buen día", dijo uno de ellos con una risa cruel. "Vamos a divertirnos un poco". Sus palabras eran como cuchillos, hundiéndose en nuestras almas.

    Marta fue elegida esta vez. Antes de que se la llevaran, miró a Clara y le sonrió débilmente, como si intentara transmitirle un mensaje de esperanza que no podía encontrar. "Todo estará bien", le dijo, aunque sabía que no era cierto. Las puertas se cerraron tras ellas, y el silencio se volvió ensordecedor. Pero Clara también fue elegida, al igual que Sonia, Nancy, Lidia...y aunque parezca cruel, las demás suspiramos aliviadas de no estar en su lugar.

    Las horas pasaron, y el resto de nosotras nos preguntábamos qué le estaría sucediendo. Las risas de los soldados resonaban en el pasillo, y en algún lugar, Marta y las demás estaban sufriendo. La angustia se apoderó de nosotras, y algunas comenzaron a llorar, sintiendo el peso de lo que significaba ser una "consoladora".

    Esa noche, Clara comenzó a contar una historia. "Una vez soñé que estaba en un campo lleno de flores", dijo, con los ojos llenos de lágrimas. "El cielo era azul, y el sol brillaba. Corría libre, sin miedo y sin dolor. Pero entonces, todo se oscureció, y me encontré aquí, en este lugar..."

    Su voz se quebró, y el llanto comenzó a brotar de sus labios. "No quiero vivir así. No quiero ser solo un objeto. No quiero ser usada por esos monstruos otra vez", sollozó, y el eco de su desesperanza resonó en el corazón de todas.

    Mientras Clara hablaba, pensé en lo que había perdido. En la vida que había tenido antes de la guerra, en la familia que se había desvanecido. En mi hijo, con el que sobreviví durante tanto tiempo, hasta que las máquinas atacaron el edificio donde y un grupo de supervivientes nos refugiabamos y ya no lo volví a ver. La Resistencia me encontró vagando y delirando y cuando recobre la conciencia, me di cuenta que era penetrada por un desconocido mientras una joven soldado me acariciaba con una mirada extraviada y una sonrisa torcida. Desde ese momento me han mantenido aquí, sobreviviendo a base de mendrugos y agua sucia, aunque se que esto es igual para todos. Cada día que pasaba se sentía como una condena, una cadena que me mantenía atada a un destino que no elegí.

    Cuando la puerta se abrió de nuevo, la desesperación llenó el aire. Las mujeres se miraron entre sí, compartiendo el mismo horror en sus ojos. Sabíamos que no había escapatoria, que cada día era una lucha por la supervivencia. Las voces de los soldados resonaban en el pasillo, y el ciclo de sufrimiento continuaba.

    A medida que me preparaba para enfrentar mi destino, sentí que la esperanza se desvanecía. En un mundo donde el dolor y la angustia eran la norma, donde el cielo se había perdido entre las cenizas, solo quedaba la desolación y el eco de las historias que habíamos compartido.

    Las mujeres de "consuelo" éramos sobrevivientes, pero también éramos prisioneras de un sistema que nos había despojado de nuestra humanidad. Y aunque cada una de nosotras llevaba su propia historia de horror, todas compartíamos un deseo común: encontrar la libertad que se nos había robado, aunque solo fuera en nuestros sueños.


    Parte II: Locura
    El día había comenzado como cualquier otro en la oscura y fría base de La Resistencia. A pesar de la rutina monótona y el peso del sufrimiento que me rodeaba, sentía que había algo en el aire que anunciaba un cambio. Pero nunca imaginé que ese cambio vendría de la forma más inesperada.

    Un muy joven soldado entró en la habitación, y aunque su rostro estaba cubierto de suciedad y usaba un uniforme desgastado, lo reconocí al instante. Era mi hijo, el que había perdido meses atrás en un ataque devastador de Skynet. El corazón me dio un vuelco y, sin poder contenerme, grité su nombre con toda la esperanza que me quedaba.

    Pero al mirarlo a los ojos, sentí un frío que me atravesó. Su mirada, antes llena de amor y calidez, ahora era fría y distante, como si una parte de su alma hubiera sido arrebatada. Se acercó a mí, y en su avanzar, experimenté una mezcla de alegría y desesperación.

    "¿Qué te ha pasado?" le pregunté, con la voz entrecortada. "Eres mi hijo. ¡Ayúdame, sácame de aquí!"

    Sin embargo, él no respondió. Sus labios se movieron, pero las palabras que salieron fueron dagas en mi corazón. "¿Hijo?... Esto no importa. Es la guerra. En la guerra no hay hijos ni madres, solo la voluntad de seguir vivo... y los breves placeres que puedas obtener."

    Sentí que el mundo se desvanecía a mi alrededor. La persona que una vez conocí, el chico que me había amado, parecía haber desaparecido. En lugar de la conexión que solíamos compartir, ahora había un abismo helado de dolor y sufrimiento.

    "Pero yo soy tu madre," supliqué, las lágrimas corriendo por mi rostro. "No dejes que la guerra nos separe."

    Lo miré con desesperación, pero su mirada era una mezcla de confusión y rabia, como si luchara entre dos mundos: el de la humanidad y el de la brutalidad de la guerra. En ese instante, comprendí que lo había perdido. La guerra había tomado nuestro amor y lo había reducido a cenizas.

    El empezó a despojarse del pantalón de su uniforme. Yo me paralice de horror al saber lo que significaba. Lo mire desesperada, sin poder articular palabra.

    "Luchamos contra esas endiabladas máquinas noche y día. Peleamos porque ustedes puedan seguir vivas. Merecemos un pago por nuestro sacrificio. Merecemos algo de placer"

    Se me lanzó encima con una desesperación animal, levantando mi corta y desgarrada falda. Trate de apartarlo pero era más fuerte que yo y el ansia, el odio y la rabia alimentaban su potencia. Grité cuando sentí como me penetraba, pero... ¿Quién te escucha en ese oscuro mundo subterráneo?

    Mire sus ojos enrojecidos y en vez de mi reflejo, solo encontré el espectro de la locura. Pensé en arrancarlos de las cuencas con mis uñas pero no me atreví. Aun después de todo, era mi hijo; así que, débil y vencida, lo abracé fuertemente mientras el desfogaba su sucia y desesperada lujuria en mi cuerpo.

    Mientras él se alejaba, silencioso y satisfecho; una profunda desesperación me envolvió. En un mundo donde la guerra había despojado de su humanidad a tantos, me di cuenta de que la verdadera pérdida no era solo la de mi hijo, sino también la de mi propia esperanza.

    En ese oscuro rincón de la base, donde las sombras parecían cobrar vida, me sentí cada vez más sola. Grité su nombre una vez más, pero el eco de mi voz se perdió en la inmensidad del silencio. Nadie escuchó mi lamento, nadie vino en mi ayuda.


    Parte III: Vacío

    En los días que siguieron, me encontré atrapada entre la memoria de lo que fue y la cruda realidad de lo que había perdido, sintiendo como la locura también deterioraba lentamente mi espíritu, mi alma, mi mente. Y mi hijo volvió. Rogaba a un Dios que sabía que no existía, que él escogiera a otra de las consoladoras pero no sirvió de nada, él siempre me elegía sin dudarlo. Yo tras cada encuentro, me sentía menos humana y más vacía. Ni siquiera pude volver a llorar.

    La guerra había cambiado a mi hijo, pero también había cambiado a todos a mi alrededor. La lucha por la supervivencia había erosionado los lazos que una vez unieron a la humanidad.

    Mientras miraba por los fríos y sucios , como si fueran un horizonte gris que se extendía más allá, comprendí que la guerra no solo destruía cuerpos, sino también almas. En mi corazón, una chispa de resistencia comenzó a arder. Sabía que debía luchar no solo por mí, sino también por aquellos que habían perdido más que yo.

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    Última modificación: 23 de Enero de 2025

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