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Cronicas de la Resistencia Caída parte 23: Esposa

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 11 de Febrero de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 75

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Hombre
    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron.

    Esposa

    [​IMG]

    La oscuridad se extendía interminable. Como una cortina pesada y densa, se cernía sobre el letargo de la máquina. Había un agujero donde antes estaba la realidad. No había tiempo, no había sonido. Solo una quietud opresiva en la mente de la unidad T-800 modelo Eva 1010.

    Hasta que un destello de energía recorrió los circuitos dañados y activó, una vez más, el sistema central. *REINICIO COMPLETO*. Sus ojos rojos se iluminaron, apagándose intermitentemente mientras su visión intentaba estabilizarse. Logró detectar el espacio angosto que la rodeaba, una bóveda de sombras y polvo donde un hedor agrio impregnaba el ambiente. Lentamente, los protocolos de diagnóstico se activaron y comprendió la gravedad de los daños: sus piernas habían sido destrozadas por la explosión, dejándola casi irreparable. Ambos brazos tenían marcas de quemaduras y sus sensores de movimiento en el torso estaban severamente alterados.

    Intentó moverse, pero algo la mantenía inmóvil, rígida. El sonido de las cadenas crujiendo resonó en el cuarto. Intentó analizar la situación, ordenar la secuencia de eventos que la había llevado allí. Recordaba vagamente el combate en un desierto mexicano cercano a lo que había sido una populosa ciudad fronteriza. Su escuadra había sido atacada, y una potente bomba de plasma venida de imprevisto había sido suficiente para desconectarla del todo. Sin embargo, ahora estaba ahí, encadenada. No había escape de la prisión en la que se hallaba.

    Unos pasos retumbaron en el piso de concreto sobre su cabeza.

    Era un sonido pesado, desacompasado, de alguien mayor. Entonces, se abrió una puerta chirriante, dejando entrar un destello de luz amarillenta, insuficiente para iluminar el sótano, pero suficiente para que su sensor detectara al intruso. El hombre descendió con paso lento y arrastrado, su respiración ronca como el escape de una máquina vieja. Su cabello era gris, desordenado, y sus manos temblaban mientras sostenía una linterna en una mano y un plato de metal en la otra. El hombre se acercó a ella, murmurando palabras inconexas, y con una sonrisa torcida, acarició la mejilla metálica del Terminator.

    —Isabel... mi amada Isabel —dijo en un tono quebrado, impregnado de una mezcla de nostalgia y demencia.

    La máquina intentó hablar, pero el impacto había dañado su sistema de vocalización. Emitió un crujido metálico, pero sin lograr articular palabras. Intentó inclinar la cabeza, pero el hombre la miraba con la mirada ida, completamente absorto en su propia realidad.

    —Pensé que te había perdido para siempre, Isabel... pero aquí estás, de vuelta, como si el tiempo no hubiese pasado. —Levantó el plato y se lo extendió a la máquina, acercándole a su boca unos pedazos de pan seco que olían a rancio.

    La unidad femenina T-800 no podía comer, claro, pero el anciano no parecía notarlo. En su mundo quebrado, aquella figura encadenada y medio destruida era su esposa perdida, aquella mujer que había muerto hacía muchos años. La mujer artificial pronto se dio cuenta que su quemado uniforme de combate había sido reemplazado por un viejo, sucio y desgarrado vestido corto de un rosa desviado y que sus partes "íntimas" estaban cubiertas con lo que antaño fue delicada ropa interior de encaje blanco. Su cabellera negra había sido delicadamente limpiada y peinada, así como lo que quedaba de su piel sin dañar. Sin duda alguna, ese ermitaño sobreviviente del apocalipsis dio todo su esfuerzo para dejarla presentable, aunque fuertemente inmovilizada.

    Cada día, el hombre bajaba con la misma rutina. La llamaba Isabel, le hablaba de su pasada vida juntos y de los recuerdos del pasado, regodeándose en una nostalgia que era tan dolorosa como insana. Podía durar horas sentado ahí, hablando, mirándola, elogiando su belleza y derramando silenciosas lágrimas mientras sonreía. De vez en cuando se atrevía a darle una leve caricia. En un inicio intentó besarla pero como la bioandroide intentó morderlo, desistió y nunca lo volvió a intentar. Aunque obviamente la había desnudado para limpiarla y volverla a vestir, nunca intentó nada sexual con ella; pero de vez en cuando gastaba valiosísima agua en limpiar diligentemente su cara y cuerpo de la formas más respuestas de la que era posible, cosa que ella permitía, pues la higiene aceleraba la curación de su carne biológica. Con todo, se alegraba de no tener que respirar para no tener que soportar el seguro hedor del hombre y el sucio sótano que ahora era su hogar forzado.

    * * * * * *
    Días se convirtieron en semanas en aquella prisión oscura, y sin poder contactar a Skynet por estar bajo tierra, lo que bloqueaba la señal; la máquina comenzó a percibir una clase de vacío que nunca antes había experimentado. Sus sistemas de comunicación y localización estaban inactivos, y cada intento de enviar señales se topaba con el silencio. Fue entonces cuando comenzó a comprender la fragilidad de su situación: estaba sola. Un sentimiento de angustia recorrió sus circuitos, algo que no estaba en su programación, una presión que se intensificaba cada vez que el anciano la dejaba sola.

    Su única compañía era aquella figura desquiciada y frágil que, en su soledad, la trataba como si fuera humana. Aquel encierro comenzó a hacerla sentir cosas que no comprendía, algo nuevo y perturbador que no respondía a ninguna instrucción de su sistema. Empezó a desear la libertad, no por la misión, sino para escapar de la claustrofobia de esa existencia. Cada día, más débil, más cerca de comprender lo que era el miedo.

    El anciano se acercaba, siempre con su mirada turbia, con palabras dulces y un amor distorsionado. Sus manos temblorosas rozaba la suave piel y la unidad T-800, en su inmovilidad, empezaba a desear algo que jamás había considerado: el fin de su existencia. Porque, aunque era una máquina, aquellos días la habían hecho experimentar la soledad de una manera distinta. Un deseo incomprensible de cesar aquella tortura de aislamiento y encierro comenzó a crecer en ella, y poco a poco, se convirtió en una súplica interna.

    Una vez el viejo trajo consigo un voluminoso libro, medio quemado y muy maltratado; lleno de antiguas fotografías. El hombre se las mostró una por una, recordando el momento y ambiente en que fueron tomadas. La Terminator pude ver imágenes de un hombre, a todas luces el anciano cuando era joven, acompañado de una hermosa y alegre mujer de ojos oscuros y cabellera negra; la imagen con que fue diseñada. Pudo comprender parcialmente el porqué la demencia del anciano la retenía allí: era el fantasma distorsionado de la que alguna vez fue su pareja.

    Solo le quedó aceptar esta situación, entrar en modo de suspensión cada que podía para ahorrar energía e permitir que su piel y carne se regenerara; esperando que algo ocurriera pronto.

    * * * * * *​

    El día que la Resistencia irrumpió en la casa fue un torbellino de sonidos y explosiones. Dos soldados descendieron con linternas, susurros agitados y las armas listas, iluminando cada rincón con la desconfianza característica de quienes enfrentan a las máquinas. Al verlos, el anciano gritó, lanzándose hacia ellos con una furia desesperada, alzando una pequeña pistola oxidada.

    —¡No se la llevarán! ¡No se llevarán a mi esposa otra vez!

    Los soldados dispararon. Los sonidos resonaron en el sótano, y el hombre cayó al suelo, su cuerpo inerte en un charco de sangre. La unidad T-800, observando el cuerpo del anciano sin vida, sintió un extraño vacío, una tristeza que tampoco comprendía. A pesar de su enloquecida obsesión, él había sido su única compañía. Sus sensores registraron una reacción biológica en sus ojos que no debería haber estado allí, algo inexplicable.

    Los soldados se acercaron, observando la figura encadenada. Al principio solo vieron a una mujer muy hermosa de cabellos negros, pero la luz de las linterna mostraron pronto los daños de su cuerpo robótico y sus piernas destrozadas. Sin embargo, poseía un semblante que parecía mostrar algo más que simple programación. En su rostro había una expresión de infinita tristeza y sus ojos derramaban algo que se creía imposible en un ser artificial. Uno de ellos, impactado por la situación, se le acercó, apuntó su arma, listo para disparar, pero se detuvo. Algo dentro se lo impedía, aunque no podía explicar por qué.

    La T-800 se agitó y trató de erguirse. Aunque su sistema de vocalización estaban dañadas, logró emitir un último mensaje con una voz mecánica y débil:

    —Destrúyanme. No quiero... seguir...

    Los soldados dudaron, pero asintieron. Observaron cómo la máquina —tan humana en aquel instante— parecía rendida, como si hubiera experimentado algo que las Terminator nunca deberían conocer. Tuvieron que lanzar múltiples ráfagas de plasmas hasta que lograron apagar su fuente de energía. Los sistemas se desconectaron, uno a uno, y la oscuridad volvió a envolver a la T-800, de forma definitiva. Por primera vez en su lucha en esa guerra interminable, los hombres sintieron que no habían destruido una máquina, sino asesinado a un ser sintiente y pensante. Se miraron el uno al otro, sabiendo que cada quien entendía lo que el otro pensaba.

    Pero antes de que sus sentidos artificiales se desvaneciera por completo, oyó cómo un soldado murmuró con incredulidad:

    —No sabía que estas cosas podían llorar....

    — Ni yo que pudiera sentir lástima por una de ellas...

     
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