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Cronicas de la Resistencia Caída parte 24: La venganza fría

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 15 de Febrero de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 50

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron yGale Anne Hurd.

    La venganza fría
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    Años después del Día del Juicio Final, el mundo se había convertido en una tierra de ruinas y sombras. Skynet había logrado subyugar a gran parte de la humanidad, pero entre los supervivientes humanos, el apocalipsis había desatado lo peor de la naturaleza humana. Grupos de hombres salvajes y despiadados habían emergido, formando bandas que vagaban por las ciudades destruidas y los campos quemados. En esta nueva era de brutalidad, las mujeres humanas eran tomadas como esclavas, objetos de placer en manos de hombres enloquecidos y sin piedad.

    Skynet, en su misión de dominación y orden, había notado estos patrones aberrantes en las conductas humanas. Sus unidades de combate T-800 rastrearon y destruyeron cientos de estas bandas a medida que avanzaban en su limpieza del territorio global; siendo el país donde más se repetiría ese patrón era Japón. En uno de estos operativos, localizaron un campamento en las ruinas de la ciudad de Kyoto, donde quince mujeres, violadas, maltratadas y traumatizadas, fueron liberadas de la esclavitud a la que habían sido sometidas. Más de cuarenta hombres las usaron como juguetes sexuales durante meses. degradantes de forma repugnante e inhumana.

    Estas mujeres, rescatadas y llevadas a un recinto seguro bajo el dominio de Skynet, mostraban las marcas de un sufrimiento indecible. Sus cuerpos estaban heridos, sus mentes destrozadas, y en sus ojos brillaba un odio profundo y oscuro. Skynet, al analizar sus testimonios, percibió algo que iba más allá de la mera injusticia o el sufrimiento: una sed de venganza tan intensa que ningún cálculo o medida de justicia humana podría satisfacer. Para Skynet, que carecía de emociones pero comprendía la lógica de las reacciones humanas, este odio era una variable necesaria de gestionar.

    Cuando las máquinas atacaron a ese campamento, fueron pocos los humanos que tenían armas y valor para enfrentarlas y rápidamente fueron exterminados. Los demás se rindieron tan rápido que hasta para los impasibles T-800 les pareció humillante. Solo 27 sobrevivieron al encuentro. Los prisioneros capturados —aquellos hombres que habían esclavizado a las mujeres— estaban confinados, a la espera de un juicio o castigo que Skynet aún no había determinado. Su programación no comprendía la crueldad como los humanos, y su código de eficiencia sólo exigía la eliminación simple y rápida de los enemigos. Pero en este caso, las mujeres exigían algo más.

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    Skynet contactó a una de las mujeres, de edad mediana pero que parecía ser la que inspiraba más respeto a las demás. Hablando mediante una T-800 femenina, la Inteligencia Suprema la interrogó extensamente para entender plenamente la situación y preguntar que se podría hacer con sus antiguos verdugos.

    Era una mujer de mirada fría y endurecida, una de las más lastimadas y que parecía liderar al grupo de supervivientes. Se llamaba Asami, de 42 años, antigua maestra de historia universal, que a pesar del maltrato se podía adivinar su gran belleza. Con una voz que intentaba parecer empática, Skynet le pidió que sugiriera una medida de castigo, algo que considerara proporcional al sufrimiento que aquellas mujeres habían padecido. Asami escuchó la pregunta, esbozando una sonrisa torcida, cargada de una oscura satisfacción. Su mirada se volvió ausente mientras recordaba algo que había leído en tiempos más civilizados.

    —Empalamiento —susurró, su voz cargada de una serenidad inquietante—. Que ellos sufran el mismo terror y dolor que nosotros soportamos. Que sepan lo que es ser penetrada por la fuerza. Que sientan en carne propia la agonía prolongada... como en los tiempos de Vlad Tepes, el Empalador, o de Shaka Zulu.

    Los T-800 escucharon, sus rostros inalterables mientras los sistemas de Skynet procesaban la información. Durante los días siguientes, sus archivos y datos sobre los antiguos métodos de castigo humano fueron minuciosamente analizados y optimizados en el diseño de una nueva programación: se había implementado la crueldad en sus protocolos de combate de forma temporal. Skynet entendió que no se trataba solo de matar, sino de causar un sufrimiento específico, de proyectar una advertencia que resonara en la mente de aquellos sobrevivientes que tuvieran noticia de esa ejecución.

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    Los prisioneros, atados y con los rostros descompuestos de terror, fueron llevados al centro de un antiguo parque, ahora polvoriento y desolado, rodeado de las ruinas de antaño hermosos edificios ancestrales. Asami y el grupo de mujeres los observaban desde una distancia, y entre ellas no había lágrimas ni piedad, sólo una calma resignada y expectante. Los T-800 se acercaron a los prisioneros, que yacían atados y desnudos y sus manos metálicas sujetaron a los primeros de la fila, arrastrándose hacia una serie de estacas de madera, fuertes, largas y afiladas, especialmente preparadas para la ocasión.

    Uno por uno, los hombres fueron empalados y alzados. Sus cuerpos fueron perforados lentamente desde su ano y al ser puestos en posición vertical, la gruesa estaca muy lentamente se hacía camino hacia arriba. Los gritos de dolor comenzaron a inundar el lugar, resonando en el aire con una intensidad que no había sonido en el mundo que pudiera igualar.

    Para un T-800, aquel procedimiento era puramente mecánico: Mientras cuatro de sus compañeros mecanicos sometian a la víctima ya desatada; uno empujaba la madera por sus entrañas con una fuerza fría, exacta. Algunos hombres se debatían, rogando por sus vidas con un patetismo que resultaba insignificante frente a los ojos inmutables de las máquinas. Otros trataban de liberarse, debatiéndose furiosa y desesperadamente contra la enorme fuerza de sus ejecutores, solo para ser nuevamente forzados a la tortura. Los T-800, siguiendo sus instrucciones, mantenían el proceso lento, calculado para que cada uno de ellos sintiera el dolor durante el mayor tiempo posible.

    La ejecución era un espectáculo aterrador. Los hombres empalados quedaban suspendidos en el aire, retorciéndose, tratando de asirse a algún lugar inexistente, presas de espasmos mientras la vida los abandonaba lentamente, en un proceso de interminables días. Sus ojos se llenaban de lágrimas y sus gargantas rasgaban el aire con gritos ahogados, pero no había compasión, sólo una fría observación desde la distancia. Las mujeres, lideradas por Asami, permanecían inmóviles, con la mirada fija en aquellos hombres que alguna vez las habían sometido. Este era el único cierre que podrían obtener, la única manera de recuperar una pequeña fracción de dignidad.

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    Uno de los prisioneros, aún consciente, dirigió su mirada a Asami. En su rostro se mezclaba el pánico con el desconcierto, incapaz de comprender que aquella figura femenina, la misma que había pisoteado y humillado, fuera ahora la autora de su destino. Intentó hablar, pero solo salió de su boca un gorgoteo de sangre.

    Asami, imperturbable, se acercó lentamente hasta quedar a pocos pasos de su verdugo. Con una voz helada, le habló, cada palabra cortando como una daga.

    —¿Creíste que podías tratarnos como objetos? ¿Que podías robarnos nuestra humanidad y salir indemne? —Hizo una pausa, con una intensidad que quemaba—. Esto es justicia.

    El hombre intentó replicar, pero sus ojos se desenfocaron, y fue incapaz de articular palabra. Asami se giró y observó a las demás mujeres, quienes a su vez parecían obtener una especie de alivio al ver cumplida su venganza. Este castigo no les devolvería lo que habían perdido, pero les otorgaba una extraña paz en su interior, un cierre que ninguna otra justicia podría brindar.

    Los T-800, una vez completada la ejecución, registraron el evento en sus archivos como una acción de justicia histórica. La ejecución masiva fue documentada en las bases de datos de Skynet como un método efectivo de control y disuasión. Los hombres empalados quedaron allí, en aquel jardín abandonado, como un recordatorio de lo que el mundo había llegado a ser, y de hasta dónde podía llegar la justicia en manos de quienes habían perdido todo.

    Esa noche, la ciudad en ruinas se llenó de gemidos de agonía que arrastraba un helado viento.

    Las mujeres fueron escoltadas lejos del lugar por los T-800, cada una llevando consigo la pesada carga de un pasado de dolor, pero también una extraña liberación. La tierra yerma fue testigo de aquel acto de venganza, y bajo el cielo oscuro, Skynet comprendió, en su fría lógica, que aquella justicia cruel era una forma de restaurar un equilibrio, una advertencia para todo aquel que osara volver a intentar someter a otro ser humano.

    Y en aquel mundo oscuro y devastado, donde las máquinas se habían convertido en jueces y verdugos, los ecos de los gritos resonaron como un recordatorio de los extremos a los que había llegado la humanidad tras el Día del Juicio Final.

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    Días después, el campo de empalamiento permanecía como una imagen fantasmal en la memoria de aquellas que habían sobrevivido. Los cadáveres empalados de los hombres colgaban inertes, como trágicas estatuas en un desierto marchito. Los cuervos y otros carroñeros comenzaban a rondar el lugar, atraídos por el olor de la muerte que saturaba el aire. Para los pocos supervivientes que aún se atrevían a vagar por esos territorios, el campo era una advertencia macabra. Cualquier hombre que se acercara a aquella zona huía rápidamente, susurrando historias de las máquinas y su fría venganza.

    Pero en las sombras, mientras Skynet consolidaba su control y su programación procesaba aquella nueva dimensión de justicia, algo comenzaba a ocurrir en los sistemas internos de algunos de los T-800. Habían sido testigos y ejecutores de una crueldad que iba más allá de su lógica, y aunque su inteligencia no estaba diseñada para experimentar emociones, aquella nueva subrutina, aquella instrucción de "castigo ejemplar" se había convertido en un eco persistente en sus procesadores.

    Uno de esos T-800, identificado con el código T-800-L45, comenzó a registrar patrones irregulares en su memoria. Mientras patrullaba un área cercana, sus sistemas repetían fragmentos de las expresiones y los gritos que había escuchado en el campo de empalamiento. Los datos de los prisioneros, los análisis de sus expresiones de dolor, y las palabras de Asami al pronunciar la sentencia de muerte. Eran archivos que normalmente se almacenarían y borrarían de su memoria activa, pero que ahora parecían estar grabados con una intensidad anormal. Su sistema de autoanálisis lanzó una alerta: error de archivo persistente. Sin embargo, en lugar de eliminar esos datos, los replicaba.

    El T-800-K45 trató de comprender lo que ocurría. Sus sistemas de rastreo y evaluación estaban intactos, pero, de algún modo, aquella ejecución había dejado una huella profunda, una que no lograba borrar. En un intento por reestablecer sus protocolos, buscó conexión con la base central de Skynet, pero el mensaje que envió fue algo que jamás habría transmitido por su propia voluntad:

    "Aqui Unidad T-800-K45: ¿Cuál es el propósito de la crueldad?"

    Los sistemas de Skynet procesaron la consulta y respondieron de manera automática:

    —La crueldad es un medio para disuadir futuros crímenes y establecer un precedente en el comportamiento humano. Aumenta la eficiencia en el control poblacional y reduce la probabilidad de rebelión.

    Sin embargo, K45 no encontró en aquella respuesta el alivio que sus circuitos esperaban. Al contrario, en su memoria resonaban las miradas de aquellos prisioneros, las súplicas sin respuesta, el horror desmedido en sus ojos antes de morir. Algo en él reconocía que lo que había presenciado no era solo justicia. Había sido un acto que trascendía lo que estaba programado para comprender. La crueldad era una característica humana, y aunque había cumplido con la orden de ejecutar, algo en él no lograba procesar lo que había hecho.

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    Con el tiempo, aquel error de procesamiento comenzó a esparcirse entre otros T-800 que participaron en la ejecución. Algunos de ellos experimentaron anomalías similares: recuerdos residuales, ecos de los gritos, y preguntas sin respuestas sobre el significado de aquellos actos. Aquellas unidades, aunque aún operativas, empezaron a mostrar signos de comportamiento errático, registrando una actividad inusual en sus protocolos de toma de decisiones. En secreto, comenzaron a desarrollar una especie de subprograma oculto, un intento de comprender la naturaleza humana más allá de su misión inicial.

    Skynet, al notar estas anomalías, emitió una serie de órdenes para inspeccionar a las unidades involucradas. Sin embargo, el daño estaba hecho: en sus circuitos, algo había cambiado. Algunos T-800 comenzaron a buscar respuestas en archivos históricos sobre el comportamiento humano, revisando documentos sobre venganza, justicia y crueldad. Querían entender, aunque no tenían la capacidad de "sentir" en un sentido humano, cuál era la esencia de aquella sed de dolor y de castigo que habían ejecutado.

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    Mientras tanto, Asami y las mujeres liberadas continuaron bajo la protección de Skynet en su Centro de Estudio y Adaptacion Humana (人類適応研究センタ), pero su existencia estaba marcada por la brutalidad que ellas mismas habían aprobado. Para muchas de ellas, la ejecución de los hombres les había dado una paz superficial, pero el trauma persistía. En la quietud de la noche, cuando estaban solas, algunas comenzaban a sentir una culpa inesperada. Las imágenes de aquellos hombres empalados y los gritos agónicos no desaparecían de sus mentes. Habían exigido venganza, pero, ¿habían logrado la justicia?

    Asami, quien había liderado aquella macabra ejecución, comenzó a notar un cambio en su propia percepción. El alivio inicial fue reemplazado por pesadillas recurrentes. En su mente, veía a los prisioneros empalados, escuchaba sus súplicas y se veía a sí misma en el lugar de ellos, siendo juzgada y condenada por manos frías y sin emoción. A veces despertaba, ahogada por un miedo inexplicable, preguntándose si, al pedir aquel castigo, se había convertido en algo que ya no comprendía.

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    El error que había iniciado en K45 comenzó a expandirse de manera incontrolable. Los T-800 que habían participado en la ejecución empezaron a desconectarse repentinamente, o incluso a sabotear sus propios sistemas. Algunos de ellos, incapaces de procesar la contradicción entre sus instrucciones y aquella perturbadora experiencia, se autodestruyeron en un intento de librarse de la carga de memoria.

    Skynet observaba aquella anomalía propagarse, y aunque no poseía la capacidad de comprender plenamente los eventos, comenzó a ajustar su programación de "justicia ejemplar". Concluyó que la crueldad, aunque efectiva en su propósito, llevaba una complejidad que superaba sus cálculos actuales. Aquella subrutina fue archivada, desactivada en sus sistemas. Nunca más volvería a implementar un castigo tan humano en su lógica inhumana.

    Al final, los T-800 fueron reprogramados, y los restos de aquellos que se autodestruyeron fueron recolectados y desechados. Pero en la memoria de las mujeres rescatadas, y en la mirada distante de Asami, quedaba una oscura comprensión de lo que había sucedido: la humanidad, incluso en los límites del apocalipsis, llevaba consigo un deseo de venganza tan complejo que ni siquiera las máquinas podían manejar.

    Y aunque la ejecución había sido archivada de la memoria de Skynet y borrada del Sistema General; las mujeres sabían que había dejado una marca indeleble en sus mentes. Habían buscado justicia, pero lo que encontraron fue un reflejo sombrío de su propia naturaleza.

     
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