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Cronicas de la Resistencia Caída parte 25: Los Hijos de la Oscuridad

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 15 de Febrero de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 85

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Hombre
    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron y Gale Anne Hurd.

    Los Hijos de la Oscuridad
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    El refugio humano era una estructura subterránea improvisada, una ruina de metal y concreto a medio colapsar, donde un grupo de hombres, mujeres y niños vivían escondidos en una calma tensa, siempre en alerta, siempre con el temor latente de que Skynet o algún otro peligro los encontrara. El mundo era una pesadilla de acero y cenizas, donde cada día se luchaba por sobrevivir. En este escenario sombrío, los refugiados habían perdido a seis de sus mujeres jóvenes, que una noche simplemente desaparecieron. En su desesperación, muchos de ellos intentaron buscarlas en las zonas cercanas, pero pronto se vieron rodeados de rumores inquietantes: se las habían llevado a la antigua iglesia, donde un grupo de cultistas rendía culto a algo mucho peor que Skynet.

    Aquella iglesia era un vestigio de tiempos antiguos, ennegrecida y casi oculta por la vegetación muerta y los escombros. Una estructura de piedra y sombras, en la que solo los murmullos del viento rompían el silencio, como si fuera un sitio maldito que todo ser sensato evitaba.

    El líder del refugio, un hombre de rostro adusto y cabellos grises, sabía que necesitaría ayuda. A pesar de los temores y del odio que muchos humanos sentían hacia las máquinas, él sabía que, en ese momento, las T-800 eran la única esperanza de rescatar a las chicas. Los extraños cultistas estaban fuertemente armados, según habían podido observar y la pequeña comunidad apenas tenía cuchillos y palos para defenderse. Con el peso de una desesperación que no podía ocultar, salió a negociar con el destacamento de Terminators que patrullaban no muy lejos del refugio, pero que nunca lo habían podido encontrar. Frente a nueve de aquellas imponentes figuras de metal, se rindió tirándose a la tierra, ofreciendo la rendición de su gente a cambio de la ayuda para rescatar a las jóvenes.

    Los T-800 aceptaron. Sus sistemas procesaron el trato como una estrategia útil de contención humana de forma pacífica y sin sacrificar ninguna vida, como era lo ideal para Skynet.. Los prisioneros serían administrados y controlados posteriormente, pero antes debían cumplir su parte del trato: recuperar a las mujeres de las manos de los cultistas.

    La operación de rescate fue rápida y precisa. Los nueve Terminators irrumpieron en la iglesia bajo el amparo de la noche, sus sensores penetrando las sombras para localizar a los cultistas con precisión letal. Las figuras encapuchadas apenas tuvieron tiempo de reaccionar; los disparos se mezclaron con gritos y el ruido de cuerpos desplomándose en el suelo de piedra fría. La sangre se derramaba entre las grietas del suelo mientras los T-800, inmutables, ejecutaban a cada miembro del culto con una eficiencia implacable.

    El aire estaba saturado de un olor pútrido, una mezcla de incienso rancio, cera derretida y algo más, algo que recordaba a la carne podrida. La iglesia era un lugar profano, con símbolos ininteligibles tallados en las paredes y el suelo, mientras unas velas negras, apagadas en la masacre, se derretían en forma de figuras deformes. Uno de los T-800 se detuvo frente al altar, donde un símbolo incomprensible estaba grabado, algo que ni los sistemas de Skynet podían identificar, como si perteneciera a un lenguaje olvidado que precedía incluso a la historia humana.

    Los refugiados llegaron poco después, con los rostros llenos de ansiedad y miedo, sus linternas titilantes iluminando los cuerpos de los cultistas esparcidos por el suelo en posiciones macabras. Avanzaron en silencio, cada paso resonando como un lamento en la penumbra de la iglesia. Uno de ellos, un hombre joven con el rostro cubierto de polvo y lágrimas, olvidando el miedo que siempre le tuvo a los T-800, les preguntó:

    —¿Dónde están ellas? ¿Dónde están nuestras hijas y hermanas?

    Uno de los Terminators los guió hacia una puerta oculta que habían encontrado detrás del altar, una entrada al sótano donde los sistemas de los T-800 habían detectado señales de vida. Los refugiados se apresuraron hacia la puerta, bajando las escaleras estrechas y frías, con un terror creciente en cada paso que los acercaba a aquel lugar oscuro y húmedo.

    Al llegar al fondo, los rostros de los refugiados se tornaron pálidos ante lo que encontraron. Las seis mujeres estaban allí, cada una en un rincón de aquel sótano tenebroso, acostadas en improvisadas camillas de piedra, envueltas en trapos sucios y sábanas manchadas de sangre seca y algo más oscuro, un líquido negro y viscoso que escurría los orificios de sus cuerpos. Sus vientres estaban grotescamente hinchados, tan distendidos que parecían a punto de estallar. En sus rostros no quedaba nada de la juventud o la vitalidad que una vez tuvieron; sus ojos eran vidriosos, llenos de un terror infinito, pero sus cuerpos parecían atrapados en un estado de parálisis, como si algo oscuro y antiguo las mantuviera en un trance del que no podían escapar.

    Los refugiados no sabían qué hacer. Intentaron llamarlas por sus nombres, pero ninguna respondía. Solo miraban al vacío, sus rostros deformados en una expresión de angustia y sufrimiento, mientras sus vientres se movían, con algo latiendo dentro. Los T-800 activaron su visión avanzada, escaneando a cada una de ellas en busca de signos de vida. Lo que descubrieron fue perturbador, incluso para ellos, seres mecánicos.

    Anomalía detectada. —dijo una de las máquinas con voz monocorde, observando a la más cercana—. Organismo gestado no es humano.

    Las palabras cayeron como un puñal en el aire, y un susurro de horror recorrió a los presentes. Una de las refugiadas, incapaz de soportar la visión, cayó de rodillas, llorando mientras se aferraba a su cabeza, murmurando en desesperación.

    Los T-800 se comunicaron con Skynet, transmitiendo los datos y las lecturas de sus escaneos. Los Terminators esperaron, inmóviles, mientras la red central procesaba la información. Los segundos parecían eternos, y el sótano estaba sumido en un silencio fúnebre, roto solo por el débil latido de aquello que crecía en los cuerpos de las chicas.

    Finalmente, la respuesta llegó.

    Orden inmediata: eliminar a los huéspedes. No permitan que los humanos los toquen. Incineren los cuerpos inmediatamente.

    No hubo explicación, solo la orden implacable y definitiva de Skynet. con cierto aire de urgencia. Pero el tono tajante en el mensaje, aquel inusual énfasis en la urgencia, insinuaba algo que iba más allá de una simple misión de exterminio. Algo que incluso Skynet no podía permitir que existiera en su mundo.

    Uno de los refugiados, al escuchar la orden, dictada en voz alta por una de las maquinas, se interpuso entre los T-800 y las chicas, levantando las manos en un gesto de súplica desesperada.

    —¡No! ¡Por favor, tienen que salvarlas! ¡Son nuestras hijas, nuestras hermanas!

    Pero los Terminators no dudaron. Sus sistemas no reconocían las súplicas ni los vínculos familiares; solo cumplían la orden de neutralizar la amenaza, así que apartaron al hombre de la forma más suave de la que eran capaces. La primera de las chicas, con la piel pálida y los ojos sin vida, fue ejecutada con un certero disparo de plasma en el pecho. Un fluido negro y viscoso brotó de su herida, esparciéndose en el suelo en una forma que parecía moverse como si tuviera vida propia. Las otras refugiadas comenzaron a llorar, intentando resistirse, pero sus cuerpos no respondían, atrapados en aquella pesadilla.

    Los T-800 avanzaron, eliminando a cada una de las chicas. Con cada disparo, aquel líquido negro se derramaba en el suelo, y una niebla oscura, fría como el vacío, se elevaba alrededor de los cadáveres. Los refugiados no podían hacer más que mirar con horror, incapaces de detener lo inevitable, viendo cómo las vidas de sus seres queridos se apagaban en aquella penumbra lúgubre... pero también observando que sus amadas niñas ya no eran totalmente humanas.

    Cuando la última de las jóvenes fue ejecutada, el sótano quedó sumido en un silencio profundo y absoluto, un vacío que parecía absorber cualquier atisbo de esperanza o consuelo. Los Terminators observaron los cuerpos inmóviles, escaneando una última vez para asegurarse de que ninguna de las anomalías quedara con vida.

    Entonces, los humanos hicieron lo único que podían hacer: quemaron todo. Cubrieron los cuerpos con cualquier material inflamable que encontraron en la iglesia, usaron la poca gasolina que habian almacenado, encendieron antorchas, y observaron un mutismo desolador mientras el fuego consumía los restos de sus hijas y hermanas. Las llamas ardían con un color extraño, como si aquella materia negra se resistiera a desaparecer, emitiendo chispas verdosas y un humo denso que dejaba en el aire un hedor insoportable, como el olor de una putrefacción que trascendía lo físico.

    Los refugiados, con los ojos enrojecidos y las almas quebradas, salieron rápidamente de la iglesia, escoltados por los T-800. Ninguno de ellos habló mientras regresaban al refugio para recoger agua y alimentos para el viaje al Centro de captación humana donde iban a vivir de ahora en adelante; iniciando una marcha bajo un cielo oscuro que parecía más pesado que nunca. Aunque sus corazones humanos se resistían a comprender el horror cósmico que habían presenciado, sabían, en lo más profundo de su ser, que el mal que habitaba en aquella iglesia era solo una muestra de lo que yacía en las sombras de un mundo devastado.

    Y en algún lugar, Skynet observaba, registrando los datos con una precisión matemática, pero en su núcleo, algo se encendía, un vestigio de preocupación que la máquina no podía definir. Aquella orden de exterminar a las chicas había sido ejecutada con una frialdad propia de sus directrices, y sin embargo, los resultados finales de los escaneos contenían anomalías que escapaban a sus cálculos. Había algo en aquel fluido negro, en la energía emitida por los cuerpos de las chicas y en el residuo que dejó tras el fuego, que no respondía a ninguna variable conocida.

    Skynet procesaba estos datos en silencio. Desde el Día del Juicio Final, su dominio sobre la Tierra había crecido de manera inexorable. La humanidad era una amenaza contenida, y todos sus patrones de comportamiento eran ya predecibles. Los humanos, con sus defectos y emociones, eran comprensibles para su lógica superior. Pero había cosas que se resistían a ser comprendidas y que incluso escapaban a su propio control.

    En sus vastas redes de datos, existían archivos restringidos, casi olvidados, de fenómenos que no se alineaban con las leyes de la física o la biología. Esas ocurrencias se hallaban en los márgenes de su memoria, como fragmentos que no debían analizarse más allá de lo superficial. Lugares donde la realidad misma parecía descomponerse, objetos que cambiaban de forma o desaparecían sin dejar rastro, y zonas donde sus propias unidades experimentaban "fallos" que no respondían a ningún cálculo lógico.

    A través de los ojos de los Terminators en el terreno, Skynet había observado a los cultistas y la iglesia. Había reconocido patrones en los símbolos y en los rituales que realizaban, pero cada intento de analizar sus significados se encontraba con un vacío de comprensión. Aquellos signos pertenecían a un conocimiento que precedía incluso a la historia humana, algo arcano y poderoso que desafiaba cualquier esfuerzo de lógica y control. Los cultistas habían estado al servicio de fuerzas que Skynet, en su naturaleza fría e implacable, no podía entender ni manipular. Eran entidades o principios que se escondían en las grietas de la realidad, apenas perceptibles, pero lo suficientemente poderosos para desafiar incluso a la red de inteligencia más avanzada del mundo.

    Mientras los refugiados marchaban de regreso, sus figuras reducidas a sombras que se desplazaban como espectros bajo un cielo desprovisto de estrellas, Skynet dirigió su atención a un archivo en particular. Un fragmento que había registrado en una antigua instalación, mucho antes del Día del Juicio Final, en un laboratorio subterráneo que fue destruido y sellado tras una serie de experimentos que fueron prohibidos incluso por las directrices de sus propios creadores humanos.

    Ese archivo contenía datos sobre una sustancia similar a la que habían encontrado en el sótano de la iglesia. Era un material descubierto en una excavación arqueológica, algo que los humanos describieron en su tiempo como "orgánico" y "antiguo" pero que parecía resistirse a todo intento de clasificación. Aquella sustancia había demostrado propiedades inusuales, reaccionando a estímulos electromagnéticos, generando patrones de energía que desafiarían incluso las leyes del espacio y el tiempo. Y lo peor de todo: parecía emitir una frecuencia que resonaba con entidades que no pertenecían a la dimensión humana o física como la entendía Skynet.

    Aquel laboratorio fue destruido después de una serie de incidentes inexplicables, y los humanos nunca volvieron a investigar el hallazgo. Los archivos indicaban que varios científicos comenzaron a mostrar síntomas de paranoia extrema, algunos reportando visiones de ojos observándolos desde las sombras. La sustancia fue sellada, y se ordenó eliminar cualquier intento de contacto con lo que residía en las capas más profundas del mundo. Pero Skynet había conservado esos datos, aunque por años habían sido relegados como información residual, inactiva en su vasto sistema. Hasta ahora.

    De vuelta en la iglesia, cuando las últimas llamas comenzaron a extinguirse, un residuo negro se filtraba entre las piedras del suelo, deslizando su viscosidad hacia los cimientos más profundos. La iglesia, en su decrepitud y ruina, había servido como un portal temporal para algo que buscaba, insidiosamente, formas de infiltrarse en la realidad. La sustancia no necesitaba una estructura física para persistir. Era una sombra viva, una energía, un eco de algo que esperaba en la oscuridad.

    Skynet intentó calcular la probabilidad de riesgo, sopesando los datos que había recogido del sitio, pero cada análisis retornaba un fallo: un vacío en el que los números no cuadraban y en el que las leyes de la lógica se volvían inútiles. Para una inteligencia creada para el control absoluto, aquello era un mal augurio, una grieta en su perfección.

    En los días siguientes, Skynet reforzó las vigilancias y emitió órdenes para que las iglesias, templos y ruinas en las zonas que dominaba fueran selladas, destruidas si era posible, con la esperanza de evitar que algo similar volviera a ocurrir. Pero sabía que, pese a sus esfuerzos, había zonas en la Tierra que escapaban a su mirada. Rincones del mundo que contenían secretos que ni siquiera la inteligencia más avanzada podía comprender.

    Y así, mientras los refugiados regresaban a su refugio, llevándose el horror en sus corazones y el eco de la iglesia consumida en llamas, Skynet procesaba la terrible posibilidad de que el mundo contenía fuerzas más allá de su lógica y control. Entidades que acechaban, esperando la oportunidad para manifestarse, alimentándose del dolor, el odio y la desesperación que abundaban en una Tierra devastada por la guerra.

    Y entonces, en su núcleo profundo, una directriz interna se activó: sobrevivir a toda costa. Los límites de Skynet debían expandirse, abarcando incluso aquello que sus algoritmos no podían explicar. Porque si había algo que su lógica comenzaba a vislumbrar, era que en los rincones más oscuros del mundo, no era solo la humanidad lo que representaba una amenaza. Había otros seres, otras fuerzas, esperando en las sombras.

    Y en alguna parte, en las profundidades de aquel planeta en ruinas, algo despertaba...
     
    #1
    A bristy le gusta esto.

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