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Cronicas de la Resistencia Caída parte 7: Resistencia caída

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 14 de Enero de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 81

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron.

    Resistencia caída

    El aire estaba impregnado de humo y el eco de disparos resonaba como un canto de muerte en las ruinas de la ciudad. Era un día como ningún otro, marcado por la desesperación y el terror, mientras las máquinas, implacables y frías, avanzaban con una precisión inquietante. Yo era un joven soldado de La Resistencia, uno de los pocos que aún se atrevían a enfrentarse a la máquina que había decidido aniquilar a la humanidad.

    Me encontraba atrincherado en un edificio en ruinas, el corazón latiéndome en las sienes, mientras el sonido de los endoesqueletos T-800 se acercaba cada vez más. A través de las rendijas de la pared, podía ver las sombras alargadas de los robots, sus ojos rojos brillando como faros en la oscuridad. La tensión en el aire era palpable; mis compañeros y yo nos mirábamos entre sí, sabiendo que cada momento podría ser el último.

    "¿Estás listo, Aaron?" me preguntó Daniel, su voz temblando ligeramente. Asentí, aunque la verdad era que el miedo me consumía. Sabía que la mayoría de nosotros no saldríamos de esta. La última misión había sido un desastre, y la idea de lo que pasaría con las personas que se escondían en la bodega cercana me atormentaba. Eran familias, niños, aquellos que aún tenían esperanza en un mundo que se había vuelto oscuro. Mi corazón se encogía al pensar que no podría protegerlos, que quizás nunca sabrían lo que pasó con nosotros.

    De repente, un estruendo retumbó en el aire. Un T-800 había irrumpido en nuestra posición, su forma metálica resplandecía en la penumbra como un espectro de la muerte. Sin pensarlo, apreté el gatillo de mi rifle, la bala impactó contra el metal, pero fue como golpear una pared de acero. El monstruo se volvió hacia nosotros, su mirada fría y calculadora examinando a cada uno de mis compañeros.

    "¡Fuego!" gritó Daniel, y todos dispararon. Recuerdo el retumbar de las armas, el aliento entrecortado de mis amigos, las balas rebotando sin efecto en la coraza de la máquina. Uno a uno, comenzaron a caer. Un grito desgarrador resonó cuando una de las máquinas disparó su rayo de plasma, atravesando el pecho de Mark. Su cuerpo se desplomó, y el eco de su caída se perdió en la cacofonía de la batalla.

    La niebla de la guerra me envolvía, el sudor se mezclaba con el polvo y la sangre. Miré a mi alrededor; cada vez quedábamos menos. El sonido de las máquinas se volvía cada vez más fuerte, sus voces metálicas resonaban en el aire. La desesperación se adueñaba de mí, y en mi mente solo pensaba en la bodega, en las vidas que no podría salvar.

    "¡No podemos rendirnos! ¡Luchemos!" grité, aunque mis palabras sonaban vacías. La locura se estaba apoderando de nosotros. Los disparos se hicieron más erráticos, la confusión reinaba mientras los endoesqueletos avanzaban, implacables, como sombras en la noche.

    De repente, un rayo de plasma atravesó el lugar, y todo se volvió un mar de luz y dolor. Sentí el calor abrasador, un instante de pura agonía, y luego, la oscuridad comenzó a cerrar su puño sobre mí. En un último esfuerzo, miré hacia adelante, donde uno de los T-800 se acercaba, su figura imponente y aterradora, una visión de la Parca misma.

    Los ojos rojos me miraban fijamente, y en ese instante, comprendí que era el final. La máquina, que había sido creada para destruir, se convirtió en la representación de todos mis miedos, de todas las esperanzas perdidas. En mi agonía, la confusión se apoderó de mis pensamientos, y comencé a preguntarme si alguna vez había habido un Dios, o si, en verdad, Skynet era el único que había sobrevivido.

    El mundo se desvanecía a mi alrededor. En mi mente, vi a las familias escondidas en la bodega, vi a los niños que jamás conocerían la libertad, y sentí un dolor profundo por no poder protegerlos. "Lo siento", murmuró mi corazón, mientras caía al suelo, el frío metal del T-800 acercándose, listo para completar su tarea.

    La oscuridad se apoderó de mí, y con ella, la certeza de que este sería el último eco de la humanidad, el último susurro de un mundo que había querido ser mejor. Un rayo de plasma iluminó el lugar por un instante, y en esa luz fugaz, vi el rostro del T-800, una imagen que jamás podría olvidar, un recordatorio de lo que habíamos perdido y de lo que nunca volveríamos a ser.

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