CrÓnicas de un vendedor

Ayer la vi y ella no me vio


Este último jueves resultó ser un día cansado, pesado e inesperado. Caminaba en dirección norte por el Jr. Arica y cuando llegué a la Av. Díaz Bárcenas giré hacia el lado izquierdo, pasé frente al Hotel de Turistas, continué con la caminata y no lograba contener lo que mis ojos apreciaban: la joven a la que aprecio, a la que admiro, a la que quiero.

La conseguí distinguir y alcancé a ver que entre sus manos llevaba una botella de agua, pude ver que traía puesta una prenda verde, pude ver sus pasos al caminar, pude ver sus rizos, esos rizos que me emboban y pude ver parte de su rostro.

Yo hubiera querido revelarme, acercarme y saludarla. No lo hice, no llegué. Pero mientras yo me maceraba en el caudal de estratagemas que transitaban por mi mente, una linda chica transitó igualmente por la misma acera. A ella sin duda pude verle el rostro, a ella naturalmente pude verle a los ojos.

Ella mientras cruzaba decidió obrar de la misma forma, miró mi cara y mis ojos. Todo se deslizó tan rápido, tan vaporoso y tan fascinante. Esa mirada la recuerdo perfectamente, la recuerdo por que anteriormente nos miramos, nos miramos en otro lugar, lugar en el que hice o se hacen movimientos monetarios, y movimientos monetarios se hacen en un Banco. La primera vez que intercambiamos vistazos de forma copiosa, yo hice un giro o un pago y no un retiro. Ella al parecer se hallaba en medio de unos problemitas a causa de su DNI, problemitas que al rato pudo resolver. Aquellos movimientos giratorios en el Banco fueron intensos, traspasadores y de un arremetimiento general y recíproco. No recuerdo el número total de miradas intercambiadas pero fueron buenas, memorables y apreciables.

En el instante que ella floreció en la escena y me miró, yo recordé todo aquel encuentro que tuvimos en el Banco. Y de pronto se esfumó, se desvaneció y no quise volver la mirada.
Aquel inesperado y abrasador escenario fugaz siguió su rumbo.

La primera chica a la que describí es linda, egregia y risueña. Y hubiera querido ver solamente sus pasos, sus rizos, parte de sus facciones faciales y su radiante esplendor. Pero no, no fue lo único que divisé, ella estaba acompañada de un joven más alto que ella y él traía puesta una chaqueta. Mi instinto indomable de extremo prejuicio me empujó a creer que él estaba con ella, que él formaba o quería formar parte de una actitud seductora en orientación a ella.
De forma tenue, soslayada y encubierta me invadieron sentimientos impensables: celos. Decidí no hacer caso a nada, por eso cambié de ruta y crucé a la vereda de enfrente. Ellos se fueron pero yo me quedé.

Ayer la vi y ella no me vio, ayer me vio y yo la vi. Ayer lo vi a él y él no me vio.

 

Qué escribes tío estas loco?
que mal, yo no te doy estrellitas,
te las quito.
Y no te felicito ni te mando abrazos.