Cruce de caminos

No era una elección fácil. Me debatía entre coger el tren, o verlo pasar.
Subirme a él suponía en cierto modo una derrota, porque estaría abandonado mi orgullo, que tanto me había costado fiel a mis principios.

Pero si esta oportunidad dejaba que pasase ante mi mirada impasiva mientras yo me engañaba diciendo que solo era una retirada a tiempo, quizás, y solo quizás, en un futuro mis reproches harían mella en mí.

Por mi mente pasaban imágenes demasiado explícitas y descriptivas de lo que sería mi mundo si aceptase la oferta, y de lo que no sería si la rechazase.
Oferta que para cualquier otra persona habría resultado demasiado egoísta y temeraria para aceptar.
Pero para mí supondría un antes y un después en mi vida. Lo sabía, y eso me atormentaba.
Un duelo acontecía en mi interior. Mi yo aventurero quería gritar que lo dejase libre de cadenas invisibles, pero mi yo precavido solo quería seguir manteniendo cautivo ese llanto acallado por mi racionalidad.

Son muchas las personas que aseguran haber cambiado su vida por grandes acontecimientos, dejándolo todo atrás y cargando únicamente con la esperanza de una nueva y más enriquecedora vida. Sí, no podía negármelo a mí misma.

Pero mi caso no se asemejaba a ellos, puesto que lo que me había llevado a este cruce de caminos había sido un pequeño y aparentemente insignificante acontecimiento.
Algo como una simple pregunta planteada por la persona correcta en el momento exacto y en el contexto menos esperado.

Él, yo y una mesa de cualquier bar en cualquier lugar, porque estos detalles no importaban en ese momento, solo nosotros y la pregunta en el aire sin respuesta inmediata. Respuesta que él esperaba de mí y que no obtuvo. Motivos no me faltaban para dudar de aquella oferta, tentadora, suculenta, excitante, con un toque de locura y un ligero sabor agridulce. De ahí mi incertidumbre.

• ¿Eres feliz?
• Sí, tengo más de lo que puedo pedir.
• Te lo preguntaré de otra forma, ¿lo que tienes te hace feliz? ¿Es lo que realmente quieres?
• Me siento cómoda y estable. ¿Entonces por qué habría de buscar algo más?
• En la inestabilidad, la incertidumbre, el desorden y la aventura se encuentra siempre la respuesta a tu pregunta. Sé que te la haces, pero te niegas a decirla en voz alta, porque eso conllevaría hacerla más real. Y duele, sé que la realidad a veces duele.
• Entonces, ¿lo dejo todo? Todo por lo que he luchado para conseguir estar dónde ahora me encuentro, todo lo que me hacía sentir segura.
• Te encuentras en un cruce de caminos. Puedes escoger seguir por el que te indica cada paso que has de dar para llegar a tu meta, o puedes escoger el que no tiene ninguna indicación.
• ¿Y cómo sugieres que llegue a mi meta de ese modo?
• Sólo piénsalo, y si decides hacerlo, tú sola te contestarás a esa pregunta.

La decisión estaba clara para mí ese día, un no rotundo afloraba en mi mente, cegada y paralizada ante el miedo.
Pero ahora ha aflorado en mí un punto de locura y necesidad que desconocía.
Elijo el camino que me produce temor por lo desconocido, elijo no andar sobre seguro.
Renuncio a seguir andando por caminos ya pisados, por senderos ya probados y por suelos ya preparados.

Y aunque suene a locura, estoy ganando una nueva vida. Descubrir caminos vírgenes, sin huellas, sin pasadas que marquen la historia de otra persona que no sea yo. Quiero que mis huellas sean las primeras que pisen firmes sobre la tierra que ahora me pertenece.

Escojo vivir el hoy, sin pasado que me prevenga ni futuro que se me imponga.

Y sí, ya tengo la respuesta a mi pregunta acallada.