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Cuando cae el telón

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 9 de Julio de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 491

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Hombre
    Acto primero

    Fabián

    Son tantas cosas que me pasan amiga, dije sorbiendo un poco de café. Qué te puedo decir Klarisa, lo soportas porque quieres. Deja a ese mal agradecido. No sé, lo estoy pensando. Era un martes y por fin, liberándome de varios pendientes de la casa, puede charlar con Giovanna, mi mejor amiga. Ya no soportaba tanta estupidez de mi marido, se había vuelto odioso y desconsiderado conmigo y con nuestros hijos. Siempre de mal humor, regañándolos por cualquier nimiedad, era como un cerillito con mecha corta. Yo tengo la culpa, sabes, he dejado pasar las cosas por mis hijos. Sí, me has contando lo que te hace el estúpido ese, por eso, déjalo, búscate un empleo de medio tiempo, rompe ese círculo vicioso. No lo sé, amiga, no lo sé. Esa fue la primera vez que encontré el valor para dejar a Fabián. Como todo hombre, al principio era todo amabilidad, todo amor, luego se convirtió en un patán. Lo conocí en la Facultad de Derecho, ambos queríamos trabajar en un despacho prestigioso y litigar casos penales, pero la vida nos llevó a otros parajes menos ambiciosos. Dos años después de terminar como Licenciados en Derecho, nos casamos. Vivimos momentos felices: La llegada de Fabiancito, nuestra casa, las vacaciones con la Tía Elena en la playa, el ascenso a responsable de piso de Wallmart. Como ama de casa me sentía feliz, pero lo económico me ataba a Fabián; uno de mis errores.

    Luego empezaron sus llegadas tarde a la casa, doblar turnos, Pilarcita nació algo enferma, los gritos empezaron a ser cotidianos y los pasaba por alto. Otra vez lo volvió a hacer, me zarandeó. Amiga, por qué lo permitiste. Mis lágrimas corrieron solas. Deja de llorar, Klarisa, no es tu culpa. Sí lo es y lo sabes. Ya estoy harta de todo eso. Mira, dijo Giovanna respirando hondo, tengo un amigo que te puede ayudar con un trabajo de medio tiempo. Creo que el horario sería de ocho de la mañana a dos de la tarde. No lo sé. Hazlo por ti y tus hijos. Al cabo, me convenció. El empleo era como secretaria, nada complicado. Los primeros meses fue horrible: levantarme temprano para preparar desayunos para los chicos, llevarlos a la escuela, dejar hecha la comida, lavar la ropa por las noches, barrer la casa los fines de semana, era agotador, pero me sentía feliz, llena, completa. Aquella felicidad no la compartía Fabián, siempre poniéndome trabas para ir al trabajo: ni que ganaras una millonada, si no haces nada todo el día, sólo estás sentada recibiendo llamadas y llenando formatitos. Detestable su comportamiento machista.

    Con mi salario compraba cosas para mis hijos, la casa y uno que otro gusto para mí. Empecé a frecuentar a mis antiguas amigas y nuevas que había hecho en la oficina. En esos momentos me olvidaba del desgate con Fabián, que sólo me busca por la noches para tener sexo. Es verdad, no lo niego, igual me complacía que lo hiciera, pero caímos una monotonía y sus actitudes conmigo fueron enfriando las cosas, desgraciadamente. Lo amé, sí que lo amé, pero mi integridad como mujer me dio otra perspectiva de mí y lo que necesito tener en mi vida y a Fabián ya no lo necesitaba más.


    Acto segundo

    Cristóbal

    A ella la conocí por Fernando Uriarte, un amigo que era Licenciado. Trabajaba como secretaría en sus oficinas. Tenía una sonrisa encantadora, de esas que te contagian de alegría. Con ella empecé a ver unos papeles por unos asuntos legales que tenía sobre unas demandas en mi contra. Siempre solícita y con una sonrisa franca. Empezamos con las bromitas inocentes, luego las invitaciones a un refresco, unas galletas, un pay de limón. Sin darme cuenta, nos empezamos a mandar mensajes todos los días. Nos hicimos buenos amigos, confidentes. Así como ves, no me quedo quieta, siempre buscando que hacer en la casa, yendo y viniendo por cosas de mis hijos, ir a zumba, salir con mis amigas. Creo que eso es lo que le molesta a Fabián. Además, continuó, desde que tengo el empleo está incómodo, siempre me reclama por todo. El otro día, tragó saliva, lo invité para que desayunáramos, nada especial, sólo quería estar con él. Me salió con sus cosas: ¿Con qué dinero vas a pagar? ¿Por tener dos pesos encima ya te crees millonaria? Me molestó sobre manera, en serio Cristóbal, eso me pasa por pensar en él. Qué se pudra el desgraciado. Cálmate, no tiene caso. Ya te dije, creo que se siente dolido por tu independencia porque sabe que puedes hacer lo que te propongas, no lo necesitas para salir adelante y es lo que más le duele. No lo sé, en serio, que no lo sé.

    En una de tantas pláticas me confesó lo que sentía por mí. No te dejo de pensar, estás en mi mente en cada momento, no me programo para hacerlo, dijo, juro que cuando platico contigo me humedezco, imagino cómo serán tus caricias en mi cuerpo, que tanto me harías sentir. Mira, estoy nerviosa, tiemblo. No supe que contestar en ese instante y recordó las vez que le marqué por teléfono. Recuerdas esa ocasión en que estaba en una reunión con unas vecinas. Asentí con la cabeza. Tu voz me desarmó completamente. Jugando me decías las cosas que me harías y no podía responderte; sintiéndome entre la espada y la pared. Esa sensación de peligro me excitó demasiado, con decirte que fue ese día que me hiciste sentir un orgasmo sin tocarme. Tuve una ligera sospecha ese día, pero no quise comprobarlo preguntándole a ella directamente. Esa noche no pude dormir, me sentía culpable, le estaba fallando a Fabián. Al día siguiente, recuerdas, te dije que ya no siguieras con esas cosas y me alejé de ti. Sí, lo recuerdo perfectamente. Te juro que ese fue mi propósito, no verte de nuevo, no hablarte nunca más. Todo fue en vano porque mientras más te apartaba de mi vida, más pensaba en ti, en aquel orgasmo que me hizo vibrar. No he sentido otro igual, ni con Fabián; con él casi ya es algo mecánico. Lo disfruto, pero me falta esa sensación electrizante que explota desde mi sexo y termina en mis pezones, que quedan duros, como piedras. No lo puedo evitar, cada vez que lo recuerdo me vuelvo a excitar. Ya somos dos, le confesé al cabo.


    Acto tercero

    Armando

    Regresó a mi vida aquel amor adolescente. Giovanna, ¿lo puedes creer? Armando me pidió una cita para vernos. Te lo voy a contar. Fue el primer novio que tuve en la secundaria. Lo amé como no tienes idea. En serio, amiga, no lo puedo creer. Nos separamos porque sus papás se fueron a vivir a otro lugar. Nos escribíamos cartas al principio, luego lo dejamos de hacer. En una ocasión, ya estaba saliendo con Fabián y me lo topé en una discoteca. Lo vi y me guardaba para que no me viera. No te creo. En serio; luego dio conmigo y se acercó a saludarme. Hubieras visto la cara de Fabián. Me preguntó quién era ese tipo y le conté y desde eso no lo puede ver, está celoso, creo que tiene miedo que me vaya con él. Ya me imagino la cara que puso. Bueno, regresando a la cita, le dije que no, pero me encontró porque cometí el error de decirle en qué lugar tendría un curso al que me mando mi jefe. No tienes derecho a venir, así de la nada, a presentarte frente a mí para interferir en mi vida. Lo nuestro fue y lo llevo muy dentro, como un tesoro que jamás nadie, entiéndelo bien, nadie podrá robármelo, ni mi esposo. Amiga, olía riquísimo, vestido tan elegante, sus ojos como los recordaba, aquella manía de juguetear con sus dedos el aire cuando estaba nervioso. Sentí morir. Pero qué hiciste Klarisa, dime. Descargué mi ira, dije cabizbaja, apenada. Hizo un viaje desde lejos para verme sólo treinta minutos y ver de nuevo mi mirada, que tenía la necesidad de sentirla sobre sí para volver a vivir esos momentos de antaño. Dijo que con esa mirada lo volví a cautivar, así como lo oyes, lo volví a cautivar, como si el tiempo no hubiese transcurrido, como si ayer nos hubiéramos dado el primer beso en las canchas de basquetbol de la secundaria. Pobrecito, amiga, pobrecito. No me hagas sentir más mal de lo que ahora estoy. No tenía derecho a llevarme al pasado, amiga, en un cruel presente dónde no estamos juntos. Klarisa, nena. Quería que me tragara la tierra, esconderme, huir. Saliendo del curso lo vi parado en la esquina. Estaba toda maltrecha, con la greña despeinada, sin nada de maquillaje, horrible. Sabes, amiga, detrás de los reclamos sentía algo especial, halagada, vuelta a revestir con esa coquetería de la adolescencia, volví a sentir esas mariposas en el estómago cuando me asía de la cintura al apretarme a su cuerpo delgado. ¿Cuándo pasó todo esto? Discúlpame Giovanna, pero eso sólo él y yo lo sabremos, es mejor así para todos. No podía, tenía pavor de compararlo con Cristóbal, pensé, no, es mejor dejar ese amor inocente, recordarlo de vez en cuando, pero hasta ahí.


    Acto cuarto

    Tenue latir de un corazón

    Ver a Cristóbal con su esposa era como morir mil veces, así lo viví. No podía dejar de verlo ahí sentado junto a ella, secreteándose en el parque cada fin de semana. Quería gritarle tantas cosas a esa estúpida. Me contuve, incluidas las lágrimas. Estaba atravesado en mi corazón, en mi alma, hasta en mi humedad. No podía esperar más. Le propuse, sí, le propuse, aún a sabiendas que después de eso no podría vivir sin él, ni con él, que hiciéramos el amor, se oye cursi, pero sí, hacer el amor en toda la extensión de la palabra porque estaba enamorada, demasiado enamorada.

    Me llevó a una cabaña frente al mar. La luna llena iluminaba las embarcaciones encalladas en la orilla. La brisa era tenue, el rumor del mar me erizaba todo el cuerpo. La cama estaba llena de pétalos de rosas rojas. Una vela en cada esquina de la habitación. Música suave. Un temblor en las piernas me tambaleaba. No pensaba en nada, no quería perder ninguna sensación, ni pestañar siquiera. Sus caricias me quemaban la piel. Tenía mucho miedo, un terror subcutáneo. Sus labios humedecieron mis senos, su lengua jugueteó con mis pezones que estaban durísimos. Mi respiración se hizo pasmosa, unos pequeños gemidos se escaparon de mi boca, sin remedio. Los dedos hábiles hurgaron mi cuantiosa humedad. Arqueé la espalda. Una oleada de placer me inundó. Escuché retumbar los latidos de mi corazón, parecía que había corrido un maratón. Apenas me reponía y lentamente introdujo su sexo. Arqueé de nuevo la espalda y mi corazón retumbó en mi pecho de nuevo. Empujaba con fuerza y mordía el brazo, el hombro, mis pezones. Me asía el rostro con una mano y mientras besaba hundía una y otra vez su sexo. El dolor en el pecho fue creciendo a la par del placer; una sensación indescriptible. Varias oleadas de placer se sucedieron una tras otra. Lo escuché gemir cuando terminó dentro de mí. Se tensó mi cuerpo y mi corazón entró en una calma desesperante, desacelerándose rápidamente. La respiración se me dificultaba. El dolor había desaparecido por completo dejando a su paso un cansancio atroz. No pude abrir los ojos. El rumor de mis latidos se oía lejano. Escuché entre susurros un te amo. Aferrada a sus brazos, recordé lo que mi cardiólogo me dijo: Tienes una afección coronaria desde que eras pequeña y de milagro estás viva. Lo detectaron, hace un par de años, por casualidad. Unos micros infartos se descubrieron en el electrocardiograma. Mi corazón daba brincos sobresaltados y luego se relajaba, esos brincos me daban un dolor en el pecho y me hacía respirar con dificultad. Suscribió un régimen alimenticio para disminuir la ingesta de sales, grasas y harinas. Nada de sobresaltos, ni mucha adrenalina, dijo guiñando el ojo derecho. Nadie sabía de ese padecimiento, salvo Fabián. Te amo, Cristóbal, quise decir, pero el sueño, el maldito sueño me venció y ya no pude despertar jamás.
     
    #1

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