1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Cuando más quiero

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por ivoralgor, 19 de Mayo de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 516

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    17 de Junio de 2008
    Mensajes:
    494
    Me gusta recibidos:
    106
    Género:
    Hombre
    Conocí a Ivette en la secundaria. Los ochenta estaban dando sus últimos respiros de vida. Alaska y Dinarama sonaban en la radio. El antro de moda era Kalia. La ciudad crecía lentamente y todo era tranquilo. El primer día de clases en la secundaria fue inquietante. La noche anterior no pude dormir, estaba nervioso. A las 5:30 de la mañana salí de mi casa, en el suburbio de San Cristóbal, rumbo al paradero de camiones 66 Ibérica. El paradero estaba frente a la CFE, en la calle 59 del Centro Histórico de la Ciudad. El camión me dejó en el parque de Itzimná y caminé hasta la escuela. Los alumnos llegábamos poco a poco. Guapo, ¿quieres ser mi novio?, me dijo una niña de tez blanca de tercer grado, me gustas mucho. Bajé la mirada todo apenado. Déjalo, dijo otra niña, es un pavito. Me escabullí entre la horda de alumnos que se arremolinaba en la reja de entrada. Abrieron la reja justo diez minutos antes de las siete de la mañana. Los prefectos nos acomodaron en la plaza cívica. Después de los honores a la bandera nos fuimos a los salones de clases. Me tocó el F. Tímidamente me dirigí a la penúltima fila, del lado derecho del salón. Mis compañeros de clases parecían gallinas alborotadas. Me fui de vacaciones a Cancún, decía uno; mis papás me compraron un walkman, decía otra. Ivette se sentó en la última fila junto con Carlos. Ambos me empezaron a molestar. Dos días después ya no aguanté. Me dejas de molestar o te voy a partir la madre, grité encabronado. Ivette y Carlos se quedaron boquiabiertos. No fue mi intención molestarte, es que eres muy callado, dijo Carlos apenado, discúlpanos. Así empezó una amistad con Ivette.

    Poco a poco me convertí en el confidente de Ivette. Me contaba sus problemas, sueños y deseos. Anoche me bajó mi menstruación, dijo, me duele mucho aquí abajo. Le di un pequeño golpe hombro a hombro para distraerla y hacerla reír, cosa que conseguí. En alguna ocasión fue a casa de mis padres a buscar una tarea. Mi madre le tenía especial cariño, sabía que estaba enamorado de ella. Era de ojos muy expresivos, cabello largo, labios gruesos y cuerpo atlético. Era muy sensual. Tenía un espíritu salvaje e ingenuo a la vez. Jamás le dije lo que sentía por ella. Tuvo varios novios y me dolía verla con ellos. Finalizamos los tres años de secundaria. Ricardo era su novio en ese tiempo.

    La volví a ver en la preparatoria. Por coincidencia del destino estudiamos en la misma escuela de nuevo. Ella escogió la especialidad de Socio-Económicas y yo la de Matemáticas. Para ese entonces ya se había casado con Ricardo y vivía feliz. Aún no tenían hijos. Lo que sentía por ella se fue diluyendo con el pasar del tiempo. Hice nuevas amistades y me olvidé un tanto de lo que sentía por ella. No terminó la preparatoria. En cambio, yo empecé con la carrera de Ingeniero Civil y perdí el contacto con ella. En alguna ocasión la vi como dependienta en una tienda departamental. Hola, ¿cómo estás?, pregunté con un sonrisa franca. Estoy bien, aquí trabajando, dijo ella acomodando unos perfumes en el mostrador de cristal. Le conté que ya estaba en cuarto semestre de la carrera. Ella seguía felizmente casada y sin hijos aún. Ricardo trabaja como trailero desde hace varios años, desde que dejó la preparatoria, me comentó. Le di un beso en la mejilla y me despedí.

    No la volví a ver, ni a saber nada de ella. Mi vida había cambiado drásticamente: casado, con tres hijos, un empleo más o menos remunerado y una complexión robusta. Corrían los inicios del siglo XXI, la tecnología nos absorbía rápidamente. La ciudad había crecido mucho. A cuestas, yo tenía viajes de negocios, relaciones amorosas y una actitud proactiva. Intentando estar a la moda, abrí una cuenta en una red social. Agregué a mis compañeros de la carrera y a algunos amigos del trabajo. Así me pasaba la vida: casa-trabajo-casa. Mi esposa se esmeraba en complacerme. Adoraba a mis hijos. El tedio dejó en mí una estela de depresión. Empecé a alejarme de mi familia y me dedicaba más al trabajo. Una mañana, en la oficina, me llegó la invitación de una ex–compañera de la secundaria para unirme a un grupo de la red social. La idea me entusiasmó un poco. Me uní al grupo. Estaban organizando una fiesta de re–encuentro de ex–alumnos de la secundaria. Accedí. Tres meses después fue la cita para la fiesta. Ahí volví a ver a Ivette. Estaba radiante, más mujer, más hermosa. Nos saludamos como si el tiempo no hubiera pasado. Hace más de veinte años que no nos veíamos, dijo, estás bien cambiado. Sólo sonreí. La velada estuvo fluyendo entre remembranzas. Me fastidié de la reunión y empecé a despedirme. Ivette me preguntó si la podía llevar a su casa y accedí. Camino a su casa me platicó más de su vida. La escuché atentamente. Le conté mi situación y cómo me sentía. La confianza resurgió entre nosotros. La dejé en la puerta de su casa. Nos despedimos con un hasta luego. Por la mañana me envió un mensaje de texto al teléfono celular. Seguimos todo el día enviándonos mensajes. Las confidencias iban y venía. Me contaba que quería dejar a Ricardo, pero tenía miedo que le quitaran a sus hijos: Paola y Ricardo. Le aconsejé que fuera a una institución de gobierno para que la asesoraran y pudiera divorciarse sin mayor problema.

    Los días pasaban y los mensajes eran más frecuentes. Una tarde le confesé lo que sentía por ella en la secundaria. Por qué no me lo dijiste, escribió, me gustabas en ese entonces. Recordamos de nuevo esos días y cómo nos conocimos. Sigues enamorado de mí, escribió. Le respondí que sí, que desde que la volví a ver se encendió la llama que creía extinta. Fue el inicio de una relación amorosa entre los dos. Ahora la quería conocer como mujer, explorar su desnudez de cabo a rabo. Los años le habían sentado bien, estaba en buena forma, estaba sexy. Me excitaba. El primer encuentro sexual que tuvimos fue titubeante. Forcejamos un rato en el cuarto del motel. No quiero embarazarme, dijo, tengo miedo. La convencí de que no pasaría nada y se entregó a mis caricias. Los encuentros sexuales fueron más frecuentes. Abrazada a mi pecho me decía que se había enamorado de mí como jamás imaginó. Le daba un beso en los labios y con mis caricias la encendía de nuevo. Ricardo me está preguntando cosas, dijo una noche en el motel, quiere saber qué me pasa. Ivette cambió del todo. Ya no le interesaba estar con Ricardo, le era difícil siquiera pensar sexualmente en él. Antes me mojaba con saber que iba llegar del trabajo, lo hacíamos en cualquier lugar de la casa, me llenaba toda, dijo, ahora no aguanto estar sola con él. Le dije que no debía cambiar, que fuera más discreta con lo nuestro. No puedo ocultar que te quiero mucho y que quiero estar a tu lado, dijo entre sollozos, te amo mucho. Te como a besos porque no sé si te volveré a ver, decía antes de despedirse.

    Una noche me confesó todo lo que sentía: Sé que nunca serás mío. El destino nos separa por todo y nada. Quiero molestarme contigo, no pensar en ti, pero no puedo. Entraste a mi vida para no salir de ella. Tengo celos de la distancia y sufriendo porque lo nuestro nunca será, rabia de no tenerte cuando más quiero. Amo todo de ti. Siempre has estado a mi lado sin yo saber que me amabas desde hacía tiempo y hoy me robas la tranquilidad. Te amo y no me caso de decirlo. Por ti he hecho cosas que jamás imaginé hacer. Rompiste un vínculo con mi esposo que jamás creí que alguien rompería. Me gustan tus manos. Me sabes escuchar. Estás conmigo pero no cuando más lo necesito. Simplemente la abracé y cerré los ojos.

    Una tarde sucedió lo inevitable: nos descubrieron. Ricardo ató cabos y la había golpeado porque ya sabía que tenía querido. Unos vecinos la ayudaron para que no la siguieran golpeando. La policía se llevó a Ricardo detenido. Ivette interpuso una demanda por agresión intrafamiliar. A los tres días le dio el perdón a Ricardo. Su falta de discreción me enervó demasiado, me desilusionó. La dejé de buscar por unos meses. Ricardo empezó a buscarme por cielo, mar y tierra. Quería matarme. Las cosas empezaron a cambiar con Ivette. Ya no estaba convencido de seguir con esa relación. La amaba y ella sabía que era cuestión de tiempo para que estuviéramos juntos. Esta relación es entre tú y yo y nadie más, le dije hasta el cansancio, no lo olvides. El hecho de que Ricardo se haya enterado de lo nuestro rompía con el pacto que teníamos. Lo encuentros sexuales ya eran esporádicos. La incitaba para que sedujera de nuevo a Ricardo y se calmaran las cosas. Anoche provoqué a Ricardo para que cogiéramos, dijo, terminó rápido.

    Las aguas estaban recobrando su nivel. Iba rumbo a la oficina cuando un tráiler golpeó la parte trasera de mi camioneta Ford. La camioneta dio varias volteretas hasta quedar con las llantas hacia arriba. El accidente fue aparatoso. Me llevaron al hospital más cercano. El trailero se dio a la fuga con todo y tráiler. Perdí el brazo y la pierna del mismo lado, el derecho. Jamás supieron quien era el trailero. Sospeché de Ricardo. Maldito. Ivette se alejó definitivamente de mí: un inválido. Empecé a ser una carga para mi esposa y mis hijos. Lejos de unirnos como familia por la desgracia, nos separamos más. Entre mi histeria y mis depresiones, mi esposa se buscó a otro hombre que le dio el amor que conmigo ya no tenía. No aguanté más la situación. Esa mañana le dije a mi esposa que me llevara a Progreso, quería conocer el Puente Chocolate. Con ayuda de uno de mis cuñados me llevaron. En un momento dado me dejaron sólo. Mis hijos corrían por todo el puente y mi esposa detrás de ellos. Un tipo se le acercó a mi esposa y la tomó de la cintura y le acarició las nalgas; ella sólo reía feliz. Puta. Me paré con ayuda del barandal del puente. ¡Chinga tu puta madre!, grité y me tiré, como pude, al mar. La mirada de mi esposa estaba entre el espanto y la felicidad. Mi último pensamiento fue para Ivette: la seguía amando. Hoy me robas la vida, alcancé a decir.

    [video=youtube;Zk6DPgh-8VA]http://www.youtube.com/watch?v=Zk6DPgh-8VA[/video]
     
    #1

Comparte esta página