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cuento de la mano negra

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por dffiomme, 14 de Noviembre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 2686

  1. dffiomme

    dffiomme Poeta asiduo al portal

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    Que viene la mano negra. Quien en su mas tierna infancia, en esos primeros años, no recuerda que escuchó con temor estas palabras.
    Mi imaginación infantil recuerda aún esa mano, era muy negra y velluda, cual mano de carbonero y con unas largas uñas enlutadas en sus extremos, era una mano terrible, inspiradora de miedo. Solía estar en cualquier casa, agarrada a las cortinas, con el pánico en los dedos, agazapada, a escondidas, podía estar a ras de suelo o a cualquier otra medida, y penetraba en las casas por las mínimas rendijas.
    Ahora os cuento un caso que hace tiempo sucedió, en mi infancia, con mis primas.
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    A todo niño pequeño, en tierna infancia asustaron, o bien con la mano negra, o con el viejo del saco, yo del viejo no se “na”, pero de la mano negra, de esa que en el aire flota, de ensangrentada muñeca, que se agarra a tu garganta y enfurecida te aprieta con uñas de vieja plata, que por las noches te asusta asomada en las esquinas y que se esconde en las casas al vuelo de las cortinas.
    Pues bien, de esa mano negra esto os quisiera contar; sucedió con mi familia, pasé mis primeros años rodeado por tres niñas, la mayor, la mandamás, por ello la mas temida, la segunda, la mas dulce, aunque a veces algo tontita, y la pequeña, lo alegre y también la mas bonita. Estas que os he relatado, estas tres son mis tres primas.
    Con ellas os cuento un caso que en mi casa sucedió. En una noche muy fría, cuando solo el viento silba y en las calles una luz, es difícil distinguirla, pues en las cerradas casas se reúnen las familias y se forman grandes corros al calor de la candela, mantenido en una copa que, que más que copa, es bandeja. Las noches son temerosas pues se habla de los muertos, se recuerdan a los padres, los hermanos, los abuelos, mientras que los cuatro niños agitábamos lo inquieto, corríamos por la sala gritando con la alegría que te produce la infancia, viviendo una algarabía, hasta que con voz cansada, una madre nos decía:
    -A ver si calláis un rato, pues ya me tenéis inquieta, tened “cuidao” que esos gritos llaman a la mano negra, que de las cortinas sale y a los niños se los lleva.
    En un principio, paramos, la cosa nos asustó; pero al siguiente momento, presumiendo de valor mi Loli, la mas pequeña, a su forma concluyó y, con apenas tres años, esta frase pronunció: No es cierto que hay mano negra que a mi me diera temor. Y sin el menor recato a la cortina abrazó. La niña bamboleaba graciosamente el trasero y, arrimada a la cortina, repetía con salero de una joven valentía que con melodiosa voz, cual cascabel repetía: No temo a la mano negra, que se esconde en la cortina. Mientras su graciosa estampa nos despertaba la risa. Mas de pronto entre las risas, algo extraño sucedió, pues por entre las cortinas y surgiendo a ras del suelo por la dividida tela, produciéndonos buen susto, asomó la mano negra, como la de un carbonero, que flotando amenazante iba alzándose hasta el techo.
    Todos quedamos callados, con las manos suspendidas en un aplauso postrero, instantáneo nos quedamos, como parados a un tiempo.
    Al encaje de la falda de mi prima se agarró, tirando hacia la cortina y con tan fuerte tirón, que aquella pobre chiquilla por el llanto se inundó, en ese justo momento la mano negra soltó.
    El silencio de la sala fue roto por nuestro llanto y corrimos a las madres, refugiándonos en sus brazos. Ellas después de abrazarnos, se asomaron a la calle, muy extrañadas entraron, pues en ella no había nadie.
    Tras un tiempo acumulado, que no fueron unos días, pues supusieron diez años, me enteré de esta noticia.
    Andrés era un carbonero que en nuestra calle vivía. Una noche muy lejana, cuando a su casa volvía, en una puerta encajada escuchó como decían: No temo a la mano negra que se esconde en las cortinas. Le hizo gracia aquella voz, pues era voz conocida, por ello, para asustarla, metió la mano en la casa y por entre las cortinas, agarró a la chiquilla por el vuelo de la falda. Después, con bastante prisa para no ser descubierto, se escondió en una esquina y, tras pasar un momento y bebiéndose la risa, continuó hacia su casa, pero con tanta desdicha, que el viento de una azotea arrancó la barandilla y, con un golpe certero, le cercenó aquella mano que metió por las cortinas.
    Desde entonces al carbonero, no le llamaron Andrés, pues el manco le decían y fue su negruzca mano la que al niño asustaría, llamada la mano negra, que aún existe en estos días.
     
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