Cuento de un seis de enero

CUENTO DE UN SEIS DE ENERO

La última vez que creí en los reyes magos mi edad oscilaba entre los seis y siete años. Me trajeron una bicicleta BMX de color azul.
En la víspera estuve muy ansioso de que pasara el día para ver los regalos. Al punto que no me podía dormir. Imaginaba un mundo de juguetes y chucherías mientras trataba de conciliar el sueño.
Creo que era cerca de la madrugada cuando escuché ruidos en la parte baja de la casa. Por curiosidad me levanté de la cama y anduve por el pasillo. Estaba oscuro. Me asomé por las escaleras -mi cuarto estaba en planta alta- y miré en dirección al arbolito de navidad… ¡Era Baltasar! Lo había visto entre las figuras del pesebre y conocía su aspecto. Era Baltasar y no llevaba puesta su corona.
Mientras lo observaba acomodar las cajas con los regalos pensé que carecía de solemnidad. Baltasar estaba en mi casa, inclinado sobre la base del arbolito, con el torso desnudo y en calzones. Me restregué los ojos. La figura de Baltasar se me hacía particularmente allegada.
A la mañana siguiente, tambaleando en la bicicleta de un lado al otro, entre medio de los porrazos que me propinaba intentando dominar la BMX, le conté a mi padre lo que había visto esa noche, que había visto a Baltasar. Me contestó que eso era imposible. Le creí