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Cuentos de Mariposa II: Besos de ectoplasma

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por Nada Vratovic, 26 de Marzo de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 774

  1. Nada Vratovic

    Nada Vratovic Poeta recién llegado

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    Mujer
    Erik había aprendido a controlar sus viajes fuera del cuerpo; a huír de los fantasmas por los que antes se dejaba arrastrar, en su dolor, en busca de algo que le hiciese olvidar el motivo por el que el peso de la carne se le hacía insoportable. Y ahora se despegaba de su consciencia en calma, sin pesadillas ni cicatrices.
    En mi busca.
    Durante un tiempo estuvimos alejados. ¿Pero qué era el adiós físico para nosotros si podíamos vernos cada noche en los mundos de la vigilia? De madrugada, cuando sólo se oían los ecos nocturnos, cuando las discotecas estaban en su cúlmen y el neón crepitaba alimentado por las horas de las brujas, yo me tendía en la cama, recién salida de la ducha, las manos sobre el vientre y completamente desnuda, sin más luz que la de las llamas temblorosas de unas pocas velas sobre el alféizar. Éstas debían encenderse con cerillas, nada de mecheros, para que el fuego absorviese la energía de la madera. De ese modo Erik podía encontrar el camino hacía mí.
    Susurraba en mis sienes en el lenguaje de lo pervertido. Su voz parecía provenir de todas partes. Poseía mis manos para hacer que recorriesen la piel que estaba tan lejos de él. Desde mi cuello, descendía por mis pechos y mis caderas, acariciaba el pubis con la punta de los dedos para despertar a mis bestias.
    Recordaba el calor de su miembro dentro de mí, cómo palpitaba a mi ritmo, cómo nos hacíamos uno una vez que nuestros sexos se sincronizaban. Y su lengua besando cada uno de mis labios hasta que todo se teñía de violeta, añil y rosa, el mundo y yo derritiéndonos a la par. Le extrañaba; nuestros rituales no me satisfacían tanto. Sin embargo, incluso desde la distancia, Erik conseguía arrancarme orgasmos que me dejaban en semi-coma durante varios minutos. Todos mis rincones quedaban atravesados por su esencia y la violencia de mi propio placer, o quizás, de la nostalgia porque ya había conseguido habituarme a tenerlo a mi lado casi todas las noches.
    Al despedirnos, proyectaba sobre mi boca un beso de ectoplasma, como el de un fantasma. Frío, incorpóreo, poco más que un escalofrío. Y, después, llegaba la consciencia del silencio. Así el recuerdo del éxtasis se desvanecía rápidamente bajo el peso de la realidad.
     
    #1

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