Cuesta olvidar

Es difícil, pensé para mis adentros. La lluvia inundaba la ciudad. Suspiré aletargado. Mónica me abandonó, junto con nuestros dos hijos, por un tipo hace dos años. ¡Lo tiene más grande que tú! ¡Él si sabe complacer a una mujer!, me restregó en la cara antes de cerrar la puerta. ¡Maldita puta! Un dolor en el estómago me doblegó. Sentí escurrir, por las comisuras de la boca, hilos de sangre.

En el fondo sabía que ella intentó todo por mantener nuestra relación. Mis constantes fracasos la orillaron a buscar empleos emergentes: trasteadora, vendedora de línea blanca, secretaría de un buffet de abogados. Una noche la fui a buscar al buffet. Se vería radiante, más jovial. Estaba platicando. Sus ojos se llenaban de luz cuando lo miraba. Me quedé petrificado en medio de la oscuridad. Me resguardé en el quicio de una puerta que estaba cerca de mí. Sus labios se unieron en un beso tímido. Las manos del tipo al rodearon con necesidad. No resistí más. Apreté los puños y corrí hacía donde estaban. Dirigí un puñetazo al tipo, pero Mónica se interpuso. Grité iracundo un sinfín de insultos. Mónica huyó del lugar llorando. Nos liamos a golpes. Desperté en la cruz roja. Sólo recuerdo haber escupido sangre cuando recibí un puñetazo en el estómago. Después de eso mi relación con Mónica se fue a la mierda: gritos y recriminaciones todos los días.

El alcohol corría libremente por mis venas. Un trago más. El sabor de sus besos no sabe igual. ¿Se puede morir de amor?, me preguntaba a menudo. Solía ser escritor, uno mediocre; sin libros publicados de por medio. Una insana vez, escribí hace varios meses. Un cuento inconcluso. Mi trabajo se fue al demonio por mi alcoholismo. Lo sentimos, Camilo, pero estás despedido, dijo el responsable de recursos humanos, faltas mucho. Llevaba trabajando diez años en aquella empresa de desarrollo de software, era programador. ¡Eres un maricón!, recordé que me gritaba a menudo Mónica. No sabía cómo comenzar de nuevo una vida o lo que creía era una.

Tiritaba de frío. La lluvia seguía inundando la ciudad. En la bolsa del pantalón sólo tenía cien pesos, lo último que me quedaba de la liquidación que me dieron. Me enrosqué, como un ovillo, en una esquina de la casona abandonada. El rumor del coro de una canción intentó arrullarme: Como me cuesta dejar tu amor/como me cuesta. Sentía la boca llena de sangre. Escupí por instinto. Un trago más, dije, para olvidar. La sangre llenó de nuevo mi boca.

 

Narrativa con mucha atracción para mantener atado al lector de principio a fin. Interesante la propuesta. Un placer leer y dejar mi firma. Saludos.

 

Un placer que sigas mi letras.

Saludos.