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Dan´s Beauty Hotel

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por SanBlasfemo, 10 de Septiembre de 2006. Respuestas: 2 | Visitas: 1120

  1. SanBlasfemo

    SanBlasfemo Poeta asiduo al portal

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    Dan´s Beauty Hotel

    Mañana soleada de costa mediterránea. Ubicación concreta incógnita. Sol implacable cae a plomo; mediodía. Retiro acogedor franqueado por acantilado, playa privada de hotel suntuoso para gente con glamour.
    Sócrates, camisa en blanco nuclear Valentino, abierta y ceñida, pantalón Giorgio Armani claro corte clásico, cinturón Antonio Miró, zapatos Prada, mira la costa desde la terraza del bar, acodado en la baranda, se quita las gafas de sol Dolce & Gabbana y contempla como, del mar, surge una perfección enfundada en un oscuro bikini mínimo. La contempla con cierto hastío, pero, una vez puede apreciar más de cerca los rasgos de su rostro, la contundencia de su cuerpo, el garbo de su cadencia, deja fijos los ojos en ella mientras, disimuladamente y con gesto sereno, se coloca las gafas negras.
    Desconfíe si encuentra alguna chica con atuendo de mercado popular. La gente que deambula por aquí cuida su cuerpo con mimo y a golpe de billetera; nunca dentro del recinto, claro es. Dan se encarga de eso. Se puede ser modestamente agraciado, siendo así, se debe intentar mejorar y se debe, sobre todo, pagar. Pero rigurosamente se ha de tener estilo en el vestir. Estilo equivale a decir que únicamente se pueden llevar encima ropajes que, como poco, correspondan su precio con el salario mínimo interprofesional de un operario no cualificado.
    Dan, cuarenta años, diseñador de moda retirado, ha creado su paraíso personal. Para entrar en él hay que ser deslumbrantemente hermoso o asquerosamente rico. También se te permite la entrada si oscilas entre estos dos parámetros, y, de ese modo, si estás aquí quiere decir que cuanto más desagradable sea tu estructura tanto más abultada será tu cuenta corriente.
    Ella, Sophie, ya ha reparado en él, sin embargo, hace como si nada. Se dirige hacia una plataforma con ducha situada en el tramo que media entre Sócrates y la violenta espuma de la cresta de las olas que rompen contra la playa. Ella, sutilísima y con medida mímica, deja que los chorros de agua tibia arrastren partículas de sal y tierra. Al poco rato, sin exhibirse demasiado, seca con la toalla el sol que resbala por su piel. Centenares de pares de ojos, incluidos los de él, se clavan contra su aura barnizada de elegancia.
    Todo es cool. El personal de servicio —modelos que no acaban de conseguir despuntar— mañana podría desfilar en Milán, París o Londres. Pero están aquí porque merece la pena; se paga bien: propiedades inmobiliarias, joyas de diseño, trajes franceses de alta costura. La prostitución está permitida de un modo tácito; la casa no interfiere en las transacciones de sus empleados. Los encuentros se arreglan de forma directa entre solicitante y solicitado —o solicitados.
    Sócrates, ingeniero, arquitecto y empresario kuwaití, rico hasta la infamia, de inteligencia innata. Posee petroleras, tabaqueras, compañías armamentísticas así como acciones en corporaciones internacionales: Warner, Walt Disney, MacDonald —gran parte de todo ello heredado.
    All very nice. Los adinerados pagan, los bellos enseñan palmito. Existe una escala del uno al diez según la cual se ha de pagar la cuota anual. Si eres glam, efebo o lolita deseable, no abonas. Si andas en plena decadencia, llevas diez años aquí y tu papada, a pesar de las incontables operaciones, hombros, vientre ya no son lo que eran, apoquinas.
    El espectáculo ha finalizado. Se coloca la sandalia que sujeta en la mano elevando el pie hasta la altura de la férrea nalga, así, doblando la pierna por la corva. Y marcha. Su andar es fluido, como el acecho del jaguar ante la presa. Se dirige hacia la terraza del bar, de estilo clásico: Art Déco. Llama al camarero levantando un brazo a media asta. Se recuesta en una tumbona de madera, cruza las piernas. El camarero llega: ¿Qué va a tomar? Sophie se fija un instante en la tableta de chocolate Milka que el servicio lleva engarzado en el abdomen y, acto seguido, lo mira a la cara: Tomaré ron, ron añejo con hielo picado en vaso on the rocks.
    Sophie es despampanante. Ganadora de un certamen que convocaba una importante firma de cosméticos que vio el filón y la elevó a los altares. Su sex-appeal no conoce límites. Atractivo físico y seducción sexual se conjugan en ella de un modo definitivo y extático. Contemplarla directamente produce en el espíritu una cierta experiencia metafísica; los sentidos son embargados por un estremecimiento que, tras el shock inicial, produce en el observador un sentimiento de felicidad, de gozo inefable que, a los pocos segundos, se torna en un deseo irreprimible. El espíritu, como digo, queda enteramente confiscado. Sophie es una mujer de almas tomar; tiene el don de apropiarse del ánima del espectador. Su edad, indefinible; su aspecto, prototípico. Sophie es una droga afrodisíaca que puede causar la locura y la muerte en un rapto de amor hiperbólico o en un arrebatamiento genital furioso.
    Ex-agentes del FBI, la CIA y Scotland Yard, detectives solventes, mercenarios curtidos. Todo un ejército de experimentados hombres de armas y seguridad custodia el perímetro del edén. Por medio de sobornos y matones tronchalenguas se cuida muy bien que ninguna información acerca del Dan’s Beauty Hotel llegue a la opinión pública.
    Medio millar de glams retozan, orgullosos y alegres, frente a una playa inmaculada de mar claro bajo un cielo azul de postal turística retocada con PhotoQuicker 6.0. Miran el horizonte, tumbados en hamacas; no hacen nada durante horas, días, semanas, salvo mirarse entre ellos. Agua salada, arena blanca, sol, maduros play-boys bronceados cruzan la bahía en fuerabordas cubriendo sus pectorales con polos Ralph Lauren, bellezas enfundadas en creaciones Yves Saint Laurent caminan dejando tras sí estelas embriagadoras de Chanel —Christian Dios ha sido consagrado y es inmortal, su espíritu mora en cada una de las costuras de sus medias.
    Sócrates se acerca, toma asiento al lado de ella, a una distancia prudente. El camarero, que ha venido de vuelta con el ron, espera a que él pida requiriéndole con la mirada. Ah, no, nada, nada. Y dando un ligero respingo se va. Él acaba de infringir una pequeña ley no escrita, ha negado el consumo, y es justa la reprimenda del modelo-empleado: hubiese bastado con pedir un botellín de agua mineral.
    Sócrates, muy rico, muy culto, muy interesante, está dominado por su afán de fascinar. La seducción, la seducción, ése es su sacerdocio, ése es su motor; con alguna trascendente salvedad. A todos los niveles, con ambos sexos. Con el común de los mortales, hombres y mujeres sin atributos, saborea el encanto de la admiración que despierta. Es la embriaguez del narcisismo. Ante la belleza carnal, siente languidez, primero, y un apetito de posesión creciente, a continuación. Comienza la lucha: se presenta, charla, la seduce, la colma de presentes, la posee —no necesariamente en ese orden— y, después, no sabe qué más hacer con ella. Le divierten los retos, a mayor resistencia del objetivo, mayor empecinamiento.
    Funny, funny, funny. Abundantes pantallas dátiles ofrecen conexión de banda ancha a la Red: radios y canales de todo el planeta, televisión por cable y vía satélite. En el inmenso recinto, atestado de climatizadores, predominan las tiendas de tecnología de ocio y comunicación: móviles para pigmeos con cámara fotográfica y videoconferencia, potentes consolas aún por comercializar, computadoras que superan el límite tecnológico civil. Libros lúdicos, de crecimiento personal y autoayuda —únicamente best-séllers—, cedes de música comercial, videojuegos en los que uno intenta ligar virtualmente con su propio cuerpo y voz a través de videocámara y micrófono.
    Un consejo de sabios visualiza previamente la información que llega del exterior filtrando las noticias funestas que perturbarían la paz de los miembros de la comunidad. No existen las tragedias, el mundo es ajeno. Por el contrario se procesan las imágenes y existe un canal político en el que mandatarios de países enfrentados en cruentas guerras prolongadas firman armisticios y terroristas radicales son capturados y recluidos o directamente ajusticiados.
    Sophie sabe cuidarse. Piensa mucho en la imagen. Emplea el término constantemente: Imagen, es lo más importante. No va descaminada, lo que es se lo debe a su imagen. Muchos hombres darían media vida por poder morar un corto rato en su vientre. Persevera en su pretensión de arquetipo actual. Sigue las periódicas publicaciones ilustradas dirigidas a mujeres de hoy cuya temática principal es: Mujer, cuídate, tú eres lo más importante, lo que más dice de ti es tu figura, tu hombre, casa —con su exquisita decoración—, coche, reloj. Adicta a las compras, su guardarropa está atiborrado de prendas que jamás ha usado o vestirá en una única ocasión. Partidaria acérrima de las joyas, sigue al pie de la letra el dogma de Coco Chanel: Los mejores amigos de las mujeres son los diamantes.
    Dan, con sus prismáticos de tecnología militar, desde lo alto de su torreón, donde domina todo el contorno, contempla la escena divertido. Dos bellos ejemplares sin parangón en pleno cortejo. Sin embargo, algo no marcha bien. Sócrates aún no se ha mostrado cordial, sino que, inmóvil, respira muy lento mirando desencantado hacia ninguna parte.
    El Dan’s... tiene su propia religión. Se practica de forma inconsciente ya que —aún— no hay quien haya indagado en su teología. Pero es manifiesto, los directivos y Dan así lo conocen, que se ha llegado a ella de un modo natural, evolutivo, lógico. Básicamente consiste en una identificación de lo sacro con la novedad. Todo lo nuevo es bueno, y viceversa —es tabú impronunciable su antónimo. Beauty is truth.
    El hotel cuenta con una clínica en la que reputados médicos de todos los ámbitos, especialmente dietistas, fisioterapeutas y psiquiatras —denominados paterpsiques, aunque cariñosa y popularmente conocidos como “patsis”— velan por el mantenimiento de la salud de la comunidad; los últimos, con variados y coloridos cócteles de antidepresivos. Otra importante cantidad de cirujanos cumple su cometido reparando pequeñas arrugas y flacideces. Los liftings, injertos, implantes, etc. son gratis una vez dentro, como todo. Basta con pedir o extender la mano y recoger el fruto. Edgar, el experto jefe de la sección de cirugía para mascotas, goza de una gran popularidad: Sí, sí, señor mío. Lo que yo le diga. La belleza de un animal mejora la relación afectiva que mantiene con sus dueños y, eh, y también mejora, esto, mejora la comunicación con sus semejantes, por no hablar del apareamiento o el hecho de establecer su lugar en la jerarquía de su especie; sí, sí, es así.
    Sócrates se maravilla de estar vivo. Se sabe sobremanera privilegiado. Contempla el mundo cansinamente y las tragedias ya no mellan en él. Amó la vida como los niños aman sus juguetes navideños, que, primeramente, duermen con ellos y son el centro de la existencia y, luego, son desdeñados sin sentimentalismos. Sócrates sigue vivo por inercia, por mero instinto de supervivencia. Todo lo ha obtenido con un mínimo esfuerzo por su parte. Los fugaces idilios que mantiene son lo único que le aporta satisfacción. Sobre todo, el proceso de persuasión y la realización. Esto es, la seducción y el orgasmo. Al principio, es como recorrer con un coche de potencia una autopista con un contrincante digno de talla, el adversario suele quedar atrás, ¡tal es la calidad del deportivo de Sócrates!, pero en ocasiones el rival presenta batalla, adelanta, cierra el paso, parece por instantes que la carrera está perdida. Entonces Sócrates se siente motivado y pone empeño en la tarea. El final siempre es, siempre ha sido, el mismo: gana la carrera: eyacula sobre su adversario. Y una vez llegada la victoria, necesariamente, ha de buscar otro rival. Sócrates, ahora, estima triste su servidumbre.
    Qué coño le pasa a este muchacho, se pregunta Dan, furioso. Efectivamente, su comportamiento no es el habitual. Ella, ante la pasividad de él, decide tomar la iniciativa. Sabe que es lo que ha de hacer y sabe qué hacer. Sabe que es parte de la farsa y que le retribuirá pingües beneficios, sabe que, de algún modo, está predeterminada a ello. Sabe que Sócrates es el mejor partido que ahora mismo reside en el Dan’s...
    Circulan impresos que llaman a la cortesía verbal y la deferencia para con el prójimo. Como en los salones aristocráticos del antiguo régimen la conversación ha de ser armónica y sin exaltaciones. Se considera una virtud la simpatía y la capacidad de escuchar con paciencia es altamente valorada. En cambio, un exceso de locuacidad puede ser castigado con la expulsión perpetua. Son de mal gusto las disquisiciones complejas e individuales, que no aseguran una comunicación satisfactoria y placentera, en la medida que se desconoce la capacidad intelectual del receptor o los contertulios. Es norma general prescindir de la lectura si se encuentra uno acompañado. Se prefiere la conversación interesante y ligera acerca de la última colección de Calvin Klein al intercambio de recuerdos del exterior, al fin y al cabo, cementerio de horas muertas.
    Sophie, además, atiende con mimo y cuidado su maquillaje: el rimel oscuro de pestañas, la sombra para los párpados, la crema cutánea, los polvos compactos, algo de colorete, perfilador, pintura de labios. Sus escogidos perfumes de precio prohibitivo aturden el aire a su paso. Es hermosísima, sí; pero también todo este lenguaje de líneas, brillos y sombras potencia su rostro con furor desmedido. Tampoco menosprecia los demás aspectos de su anatomía. Su formidable y robusta mata de pelo sólo consiente el trato de peluqueros de renombre. O la infinitud de productos con los que previene la aparición de cualquier ínfima imperfección o trata la rigidez de sus senos. Es joven y bella, eso le basta. Se pasea dándole una bofetada al mundo mostrando su esplendor. Ha aparecido en multitud de anuncios, carteles, fotografías siempre relacionados con el mundo de la cosmética, la moda y la publicidad.
    Sócrates se siente realmente extraño, alienado, un intruso dentro de sí. Lleva más de dos minutos mirándola fijamente. Jamás había visto a nadie como ella, pero sí cientos de partes sublimes desgajadas. Ahora tiene el todo ante sus ojos. Sophie se siente un tanto turbada. Imbécil, piensa. Sus compañeras le habían hablado en multitud de ocasiones alabando sus virtudes, no entiende nada. Debe hacerlo. Teóricamente, según terceras personas, Sócrates es un amante formidable que sabe como agradecer favores.
    Tras un periodo de prueba de tres semanas los nuevos miembros son recibidos con un pequeño rito iniciático. Los neófitos son conducidos con cualquier excusa al pabellón de baile donde, por sorpresa, se les comunica que han sido aceptados con una fiesta tecno-house y se les implanta su chip personal con el que pueden acceder a todos los privilegios del hotel.
    Y justo cuando Sophie va a elogiar su vestimenta, con la palabra aún sin iniciar en la boca: Camarero, por favor, tomaré lo mismo que ella, doble, ¿comemos juntos? Ok, subo a ponerme algo, en una hora estoy aquí. Sócrates se siente decepcionado, ha accedido demasiado pronto. Cincuenta minutos más tarde, antes de entrar al comedor se topan en la puerta y se miran fijamente, de arriba abajo. Él, con las enormes manos de varón posadas en la manivela, manos masculinamente recias, como si fuese impensable imaginarlas temblar. Cabeza contundente sobre cuello resuelto de atleta, tono muscular a punto, brazos vigorosos.
    Permanecer aquí depende de ellos. Permanecer aquí significa muchas cosas. Permanecer aquí es ser guapo, adinerado y, además, significa “saber estar”. Multitud de exmiembros, envanecidos por su entrada, se comportaron de modo estúpido y fueron fulminantemente expulsados. Se consideran actos de estupidez el pensamiento crítico, el rechazo de algún valor del Dan’s..., o la protesta. El último expulsado, un modelo masculino veinteañero de bucles rubios y figura delgada hasta el extremo, fue tachado de contestatario por levantar la voz acerca de la eucensura política en los medios de comunicación del lugar y, consecuentemente, expulsado y amenazado.
    Dan también se encuentra en el comedor, ha bajado personalmente con objeto de comprobar de cerca qué no funcionaba. Al ver a la pareja sentada para comer se siente satisfecho. Mi nombre es Sócrates, ¿qué tomaras? Lo sé, pide tú. Desilusionado, dice al camarero: Tomaremos primero consomé de langostinos al curaçao. Después..., sushi de foie gras salteado con pimienta de Sicuani con chutney de pera, sobre fondo de salsa de ternera, soja y vinagre balsámico, y de postre tortitas de harina de alfortón con nuoc-mam, flambeadas y rellenas de arroz salteado.
    Sophie es consciente de su belleza, la valora porque es un instrumento que le ha conferido dinero, poder, placer. Una vez leyó en una maravillosa y atroz novela de Frédéric Beigbeder, “13’99€”, lo siguiente: Como admitía con humildad Paulina Porizkova en una entrevista: “Estoy contenta de que la gente me encuentre guapa, pero se trata únicamente de una cuestión matemática: el número de milímetros entre mis ojos y mi barbilla.” La belleza, se dice Sophie, es eso, una cuestión matemática. Se trata de una relación de armonía entre masa y volumen. También entra en juego la simetría. La preciosidad de un rostro es materia que se basa en la más o menos minuciosa reproducción de unas medidas estándar; es, por tanto, una forma mensurable en milímetros, algo meramente matemático. Sophie no ignora tampoco que este hecho es efímero como la portada de una revista de moda. Por eso en sus pocos años de carrera profesional ha amasado una fortuna considerable que sabrá perpetuar. Considera su belleza aleatoria y transitiva.
    Durante la comida no cambian palabra. Sophie tampoco trata de forzar la situación: Y pensar que este hombre es un mito entre las del gremio. Sócrates, a mitad del postre, se levanta y se marcha sin despedirse. Ella no le sigue, no necesita su generosidad y no está dispuesta a mostrar flaqueza o sumisión ante nadie. Sólo pensó que sería divertido y que además de agradable le resultaría beneficioso, pero así no: Así, no. Él, con el rostro cansado, al abandonar el restaurante camina hacia la playa con parsimonia despojándose de sus trapos. Desnudo ante el mar. Respira profundamente y comienza a adentrarse en él más y más
    y más.
    El éxito de Dan es arrollador. Ya planea la construcción de nuevos Dan’s Beauty Hotel. Sus legiones de modelos aparecen en gran número de publicaciones de moda y en publicidad.
    Welcome, welcome, welcome. Alto standing. Paraíso siglo XXI. Belleza, sexo, lujo, gastronomía minimalista, moda, ocio, tecnología, tecno-house. Un mundo liberado de la injusticia de la fealdad. Todo es cool. All very nice. Funny, funny, funny. Beauty is truth. Beauty is truth. Beauty is truth.
    welcome to paradise
     
    #1
  2. caludio

    caludio Poeta recién llegado

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    Hola Blasfemo, acabo de leer esta narración. Me gustó, sinceramente. Lo que no sé es qué pasa con Sócrates. Por un momento pensé que nunca saldría del agua. No sé...


    Saludos
     
    #2
  3. SanBlasfemo

    SanBlasfemo Poeta asiduo al portal

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    Sócrates no sale del agua, lo he suicidado, qué cabron estoy hecho!

    Se suicida por hastío. Saciado ya de todos los placeres, todo le aburre y le resbala.

    Salud!!!
     
    #3

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