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De Curazao me dijo que venía

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Évano, 17 de Septiembre de 2025 a las 8:04 AM. Respuestas: 0 | Visitas: 20

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    De Curasao me dijo que venía. Era mestizo y esperaba sentado y cabizbajo en un banco, al lado de una fuente y de la parada de autobús.

    Yo paseaba a Flai, mi amigo pequeño y peludo y dinámico de doce años. Husmeaba los arbustos que rodeaban a una morera verde y hermosa gracias al agua que correteaba hasta ella, el agua de la fuente que de vez en cuando caía de las bocas de perros y humanos sedientos en este mes de setiembre, tan caluroso como un montón de mierdas sudorosas y pegajosas.

    El viejo flaco de la isla del caribe me enseñó una carta. Señaló una dirección con su dedo.

    Era una calle pequeña, poco conocida, por lo menos por mí, que tuve que buscarla en los mapas de Google. Me daba igual pasear a Flai por un lugar u otro. Esta vez iría por donde yo quisiera. Ya estaba harto de que siempre fuéramos por donde quería el cabezón de mi perro.

    Te acompaño, le dije al delgado isleño, que está lejos y te vas a perder. No me entendió, pero sí a mi mano señalando avanzar.

    Con Flai en mi brazo derecho refunfuñando porque no quería ir por donde yo, como siempre que no paseábamos por sus recorridos de meados, empezamos la caminata.

    Te jodes. A usted no, se lo digo al perro, tuve que señalarlo porque lo de te jodes sí lo entendió el curazaleño. Joder, poco entiendes de español, pero lo de joder sí. Me reí con los ojos porque se me han caído un par de dientes claves para parecer decente. Pero no me da la gana ponerme dientes postizos. Total, no hablo con casi nadie y a Flai le da igual el careto y dentado que yo tenga.

    El viejo caribeño fumaba. Yo fumaba. El perro me ladraba cuando evidentemente yo me había pasado de largo ante un pis que podría contener rastros de celo de vete a saber qué perrita que tuviera entre ojos mi perro cabroncete.

    Yo iba hablándole al cansado viajero. Sé que no me entendía por mucho que me mirara complaciente. Qué más da, nadie te entiende aunque hable el mismo idioma, le dije.

    –Yo hablo neerlandés, papiamento, francés, inglés y un poco de portugués –sonó por fin su voz de cacahuete, al cabo de cuatro calles largas y fatigado por las prisas–. Español muy poco.

    Pues estamos arreglados, pensé para mí. Este tío vive a menos de setenta kilómetros de Venezuela y Sudamérica y sabe un montón de idiomas pero el más necesario no. Esta vez me reí para mis adentros.

    Pasamos por el campo de fútbol, por el pabellón de deportes, por el cementerio y calles que llegaban al final del pueblo, entre las quejas de Flai por ir en brazos, y entre las palabras del hombre de Curazao que lograba entender aun sin poner atención porque, desde hace años, sabe uno que de toda boca sale media verdad o mentira.

    Un viejo con tan poco equipaje para un viaje de más de doce mil kilómetros. De Curazao, isla con bases estadounidenses y frente a Venezuela, a menos de setenta kilómetros de Venezuela. Conflicto entre un señor que parece una zanahoria loca contra un camionero médium de pajaritos. Barcos hundidos y tensión en escalada. El viejo flaco caribeño salió por piernas y con miedo en los ojos y en sus años. No había mucho más que explicar. Lo de visitar a familiares, como afirmaba, era, evidentemente, una excusa.

    Llegamos a la dirección marcada en la carta. Llamé al interfono, el segundo tercera, donde ya le esperaba una familiar. Le di la mano y él me dio también las gracias. Bajé a Flai, que miró y mal ladró al viejo curazaleño por haberle jodido medio paseo matutino de su lunes de setiembre de mierda calurosa, y deambulamos por donde a Flai le dio la gana. Ahora contento, meando paredes, ruedas, árboles y aceras mientras me llevaba a ese pis que, evidentemente, yo me había saltado a pesar de sus ladridos de quejas y que, evidentemente, emanaba rastros de celo de alguna bella perrita.

    Mientras Flai disfrutaba con sus guarrerías, yo pensaba que de algo me había servido acompañar al anciano desesperado. Mi misantropía reducía su intensidad. Y mis otras cosas quizá, quizá se tomaban un descanso o, puede ser, han desaparecido para siempre. Tampoco me importa mucho. Sea lo que el futuro quiera, como el anciano flaco curazaleño cuando olfateó de cerca los problemas y se exclamó: ¡Piernas para qué os quiero!




    Gracias por leer.
     
    #1
    Última modificación: 17 de Septiembre de 2025 a las 8:12 AM
    A Medusa le gusta esto.

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