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De los otros, no me acuerdo...

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Quinto Brena, 22 de Octubre de 2010. Respuestas: 3 | Visitas: 684

  1. Quinto Brena

    Quinto Brena Poeta adicto al portal

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    3 de Septiembre de 2010
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    Hace ya como una hora que tocan el piano en la sala. Recuerdo que fue en Diciembre la última vez que aquí se escuchó música de piano. Este año no vinieron todos, faltó el mayor y Elena, la que se fue a Canadá.
    Cuando mis hijos estaban chicos, pasábamos juntos la navidad, antes de que uno por uno se fueran de la ciudad. De eso si me acuerdo: había siempre muchos niños, gritos, regalos. Así era antes de que yo me quedara sola, como muy dentro de mí misma, escuchando solo los ruidos que llegan de atrás de las paredes. Porque esta casa está llena de ruidos y de voces de personas; voces de gente que anda aquí cerca solo para hacer males.
    De mis hijos, la mayor es con la que más platico. Cuando viene, le cuento de lo que me han hecho los de aquí. Ella me mira como distraída, diciendo que si a todo, aunque no le pregunte nada.
    El año pasado, el 4 de agosto, mataron a mi hijo menor. Recuerdo bien cómo estaba tendido en esa mesa donde lo pusieron, y cómo lo rodearon hombres vestidos de batas blancas y bocas cubiertas. Alguien dijo que lo estaban arreglando para el entierro; después de eso supe que lo que lo habían preparado para vender partes de su cuerpo. Lo limpiaron con unos líquidos que usan para que la piel se ponga blanca, y le pintaron unas letras rojas en la mano y el pie derecho.
    En el velorio no estuve; nadie me avisó donde fue. Ese día las lágrimas me salieron como si tuviera un río dentro de los ojos, de la tristeza que me dio no poder ver a mi hijo muerto antes del entierro. Yo supe hasta mucho después, que lo velaron en una de las funerarias grandes que están en el centro de la ciudad, y que lo enterraron en el cementerio de la familia, donde la sombra del arrayan que yo misma planté llega estirándose cuando todo se comienza a enrojecer con el sol de la tarde. Ese arrayan ha dado buenos frutos este año, como si a la tierra le hubiera gustado que la alimentaran con el cuerpo de mi hijo. Solo hay que sacudirlo un poco para que el pasto se llene de arrayanes gordos y amarillos.
    A mí me gusta mucho comer arrayanes; pero no me los puedo acabar yo sola, porque son muchos. Siempre llevo un puñito en una bolsa cuando escribo, y si me los acabo, solo tengo que ir al árbol y sacudirlo un poco para juntar más.
    Desde hace algunos días me dio por escribir, como hace muchos años, cuando estudiaba enfermería. Yo iba a la escuela durante el día, y después de las clases regresaba a mi cuarto y ahí me quedaba encerrada, escribiendo mis tareas, porque andar en la calle me daba miedo; siempre caminaba apurada, como sintiendo que todo lo que no podía ver detrás de mi me perseguía.
    La ciudad de México es una ciudad muy grande y llena de gente, pero nadie nunca se saluda ni tratan bien a los que son de fuera, así que los años que yo estuve allí comencé a sentir una soledad que ya nunca se me quito, aunque después pasaran muchos años.
    En Culiacán, cuando trabajaba en el hospital, tuve algunas amigas, pero después de jubilarme no las volví a ver, porque me vine a vivir a Tijuana con mi hermana Rosalía, antes de que a ella se la llevaran a vivir a California. Así que ahora estoy sola en esta casa, y no tengo mucho que hacer, solo mis tareas. Casi siempre estoy regando las plantas, y escribiendo en mi computadora.
    Desde hace tiempo yo había querido comprar una computadora. Hace unas semanas, un hombre que las vende pasó frente a mi casa. Yo le compré una muy bonita, de esas modernas que se pueden llevar para cualquier lugar, porque pesan muy poco. No sé muy bien cómo usarla, porque ya estoy vieja; aunque creo que hubiera sido igual tenerla cuando era joven, cuando vivía allá en el pueblo de Aguablanca, en la sierra de Durango. Allá ni siquiera había maquinas de escribir. Mis hermanas y yo pasábamos el tiempo pastoreando las vacas y las cabras. En los ratos libres nos íbamos al rio, o a jugar en los árboles, o al bosque a buscar fresas. Allá en la sierra, nacen fresas silvestres en invierno. Los hongos se dan en verano. Para encontrarlos, hay que buscar donde hay mucha hoja de pino y la tierra es blanda y profunda como para guardar por mucho tiempo el agua de la lluvia. Debe ser poco después de los aguaceros fuertes, cuando las nubes son grandes y todavía siguen enredadas entre los pinos después de que dejan caer suficiente agua como para mojar bien la tierra; porque los hongos se dan bien entre la hoja podrida del pino, donde el sol no puede quemarlos ni ablandarlos. A los hongos les gusta lo frio y húmedo, y si después de llover se van las nubes y llega el sol con su calor, pronto se ponen aguados como gelatina, y comienzan a oler mal y ya no son buenos para comer.
    También a mí me gustaba ir al rio con mis hermanos, y al nacimiento de los arroyos, donde el agua sale calientita de dentro de la tierra. A mi hermana Lupe le gustó siempre el agua tibia de cerca de los manantiales, pero a mis hermanos y a mí nos gustaba bañarnos en los arroyos de más abajo, junto a la cascada, donde el agua era fría. Mi mama siempre nos dijo que bañarse en agua helada pone duros los huesos; que los niños se hacen resistentes a las enfermedades. Por eso nosotros siempre que podíamos nos bañábamos en el rio, o en el agua azul del arroyo. También creo que por eso siempre fuimos resistentes a los venenos. Recuerdo que un día le pico un alacrán a mi hermano Audencio mientras estaba sembrando maíz. Dice el que no se dio cuenta cuando el alacrán se subió al mango del azadón, y que tampoco lo vio cuando le picó. Nomas sintió la punzada del piquete y la quemazón en la mano y pronto comenzó a ponerse mal. Por eso supo que fue un alacrán. El pobre estaba solo y se arrastro así sin tomar ni leche ni ajo ni nada hasta la casa, a veces recargándose en los troncos de los pinos, o sentándose en las piedras para agarrar aire; porque cuando un alacrán de esos de la sierra le pica a alguien, se pone el pecho duro como de piedra, como que el aire se queda dentro sin poder salir, nomás se siente el retumbo apurado con que el corazón comienza a moverse cuando el miedo comienza a confundirse con los pensamientos. La piel también se pone bien caliente y sudando a chorros para que el veneno se salga con el sudor. Así le paso a mi hermano, ya cuando se le comenzó a emponzoñar la sangre por todo el cuerpo, sintió el brazo y la lengua como dormidos, como que no podía respirar. Lo que dice que le ayudó fue el agua helada del arroyo. Cuando llegó, ni se quito la ropa ni nada. Se metió directo en el agua, y el resoplido del frio como que lo despertó y le regresó los ánimos de vivir.
    Así llego tambaleándose hasta la casa, y pensamos cuando lo vimos de lejos que era el primo Hilarino, que desde chico ya se emborrachaba con mi padrastro. Porque mi padrastro no quería a nadie de la familia. Solo al primo Hilarino. Decía que era igual a él, y por eso lo quería como si fuera su hijo. Pero a nadie más quería. Ni a mi madre. Hasta dijo cuando Audencio llego que nada hubiéramos perdido si se hubiera muerto, porque decía que era bueno solo para atraer la mala suerte; que nada, ni la siembra ni la venta ni la maderería funcionaba cuando Audencio andaba cerca. Pero Audencio no se murió, porque mi madre se apuró a darle un vaso de leche caliente con ajo. Solo estuvo bien atarantado por unas horas y luego ya andaba como si ningún alacrán le hubiera picado. Por eso digo que los de mi familia aguantan bien las picaduras de animales venenosos.
    Aguablanca era un pueblo chico en ese entonces. Ahora no sé como sea, no he ido desde hace muchos años. Era un pueblo bonito, pero me gustaba más antes, cuando vivía mi padre verdadero.
    Mi padrastro tampoco a mi me quería. Por eso yo estaba siempre cerca de mi madre cuando no andaba con mis hermanos.
    Cuando mi Padrastro murió, nos fuimos a vivir a los llanos. Allá en el pueblo de Aguablanca dejamos la casa, la parcela y todo lo que no nos podíamos llevar cargando o en los lomos de las tres vacas que nos quedaron. Primero volteábamos cada pocos pasos a ver la casa como sintiendo una tristeza por dejarla ahí sola; después de poco tiempo ya no pudimos verla. Las nubes se fueron adelantando cada vez más entre nosotros y la casa, hasta que ya solo se veía lo blanco de la bruma, y el tronco negro del pino que quemaron los rayos, inmóvil, como si ahí quisiera quedarse para cuidar lo que dejábamos abandonado.
    Tardamos como quince días en llegar al Once, que era donde estaban las diez hectáreas de tierra que el gobierno le dio a mi Familia. En el once duramos poco; pero ahí fuimos por primera vez a la escuela los que estábamos más chicos. A mis hermanos Audencio y Jacinto no les toco ir a la escuela, porque tuvieron que trabajar limpiando la parcela. Y hubiera sido mejor no limpiar nada, y que se hubieran puesto a estudiar para aprender a leer y escribir, porque a los seis meses, antes que comenzara la temporada buena, nos quedamos sin parcela. En los llanos del once la tierra es buena, como la que está cerca de los ríos, y casi cualquier semilla que cae allí nace bien, y da plantas fuertes que se llenan de frutos buenos para vender; pero a nosotros no nos toco vender ni un elote de las diez hectáreas que nos habían dado, porque mi madre se las vendió al Tío Benito, cuando él le hizo promesas llenas de mentiras de que le iba a pagar mucho dinero después de las primeras cosechas. La engatusó diciendo que nosotros no teníamos máquinas para sembrar o cosechar, y que si lo hacíamos así nomas sembrando y trabajando la tierra con las manos, no íbamos a terminar a tiempo para vender; que el con sus trabajadores iba a hacerla producir por montones y nos iba a pagar muy bien. Mis hermanos no estaban de acuerdo con vender. Nadie estaba de acuerdo; pero el tío Benito se aprovecho de que mi madre era buena gente para quedarse con su tierra, sin pagarle nada. Y sí. El Tío Benito tenía razón. La tierra ese año dio una buena cosecha como para que todos se quedaran con ganancias; pero él nunca nos pago nada de lo que prometió.
    Ya sin tierras, nos vinimos a la ciudad. Mi madre estuvo muy triste por meses enteros, pero se alegró cuando entramos de nuevo en la escuela. Se veía orgullosa de nosotros, que siempre anduvimos caminando con los pies descalzos llenos de tierra, al vernos vestidos de uniforme y con zapatos, todos del mismo color.
    A mis hermanos mayores nunca se les quitó la tristeza. Todas las tardes, al regresar de la construcción, se iban a sentar juntos al techo de la casa, y ahí, sin decir nada por horas, nomas hablándose con su silencio, miraban hacia afuera de la ciudad, donde estaban los sembrados, como deseando tener aunque sea una parcela pequeña para sembrar maíz como cuando estaban en la sierra. Y al ir a comer, Audencio ahora hasta se lavaba las manos. En la sierra nunca se lavó las manos para comer. Tampoco cuando estuvieron desyerbando las hectáreas del once, porque le gusta la tierra, y dice que la tierra del campo es limpia, como las semillas que produce. Fue en la ciudad donde comenzó con la costumbre de lavarse las manos. Un día me dijo que lo hacía porque la tierra de la ciudad no es buena, que las ciudades están llenas de basura y aceites que la contaminan, y por eso los arboles son chicos y la fruta débil y se pierde antes de madurar.
    [SIZE=4]En Culiacán estuve hasta que cumplí dieciocho años, después me fui a la Capital a estudiar enfermería. La vida en la Capital fue difícil; había días que no me comía ni una sola tortilla. De los años que estuve ahí la mayoría los pasé en casa de una familia de apellido Alcocer, donde trabaje como sirvienta hasta que terminé mis estudios. En esa casa no había muchos sirvientes, solo el mayordomo y una señora ya anciana, que los patrones querían bien. A mí también me daban buen trato, pero hasta ahí. Nunca tuve amigos, ni nadie se detenía a platicar conmigo, o para preguntarme cosas de mi vida. Así que cuando llegó mi hermana Julia a visitarme, y me dijo que me regresara con ella, no me lo pensé dos veces. [/SIZE]
    [FONT=Times New Roman][SIZE=4]En mi casa me recibieron con mucho gusto. Para esos días, Audencio ya tenía más de 10 vacas que fue comprando poco a poco, porque ya algunas de mis hermanas se habían casado y no tenía que seguir manteniendo a toda la familia; así que de la paga semanal guardaba un poquito, y cuando juntaba lo suficiente, le compraba una vaca a mi cuñado Eusebio, el que se casó con Magdalena. [/SIZE]
    [FONT=Times New Roman][SIZE=4]Todos decíamos que Magdalena tuvo muy buena suerte en casarse con Eusebio, porque era bien buena gente, casi como mi madre, tanto que hasta le prestó una parcela a mi hermano para que ahí cuidara sus vacas. [/SIZE]
    [FONT=Times New Roman][SIZE=4]No todas mis hermanas tuvieron tanta suerte como Magdalena; a la mayoría les tocaron maridos vividores y borrachos. A mí no me toco marido borracho. Mi esposo era maestro, y aunque no tenia tierras como Eusebio, era un hombre bueno y nunca nos faltó nada. [/SIZE]
    [FONT=Times New Roman][SIZE=4]Cuando yo me casé, era muy alta y bonita. Mis hermanos son todos altos y fuertes. Ahora a mi ya no me queda sino lo alta, porque la belleza se me escondió bajo las arrugas desde hace años. Solo me quedan los recuerdos. Siempre cuando estoy en el jardín, viendo como las plantas se alegran cuando el agua salta sobre ellas, me acuerdo de todas las cosas que me pasaron de niña y de joven, cuando vivía con mi madre y mis hermanos, y de cuando mis hijos estaban chicos. De lo que he vivido después que mis hijos crecieron, no recuerdo mucho. Muchas de las cosas que suceden estos días se me olvidan. Soy tan olvidadiza, que ni siquiera me acuerdo quien es el hombre que vino a visitarme desde ayer. Me dijo que es mi hijo menor. Pero no; el no es mi hijo. A mi hijo menor lo mataron el año pasado. [/SIZE]
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    #1
    Última modificación: 1 de Noviembre de 2010
    A Mamen y (miembro eliminado) les gusta esto.
  2. Mamen

    Mamen ADMINISTRADORA Miembro del Equipo ADMINISTRADORA Miembro del JURADO DE LA MUSA

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    17 de Diciembre de 2008
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    Género:
    Mujer
    [FONT=Times New Roman][FONT=Times New Roman][FONT=Times New Roman][FONT=Times New Roman]


    Vivencias de la vida, de su niñez y su adolescencia,
    me ha gustado mucho tu relato,
    el final, sino me equivoco...está enferma y está perdiendo la memoria?
    Memorias de su vida...y todo lo que vivió
    Un placer haber pasado, un beso:::hug:::[/font][/font][/font][/font]
     
    #2
  3. Yaneth

    Yaneth Poeta que considera el portal su segunda casa

    Se incorporó:
    5 de Marzo de 2011
    Mensajes:
    7.739
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    867
    Exquisita prosa mi querido amigo, bellos recuerdos y vivencias. saludos y estrellas. Besos con cariño.
     
    #3
  4. Guerrero de la luz

    Guerrero de la luz Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    1 de Julio de 2010
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    131
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    6
    Excelente y entretenida, te atrapa, es casí como estár frente a esta mujer escuchandola narrar sus vivencias. El final me encantó y sería bueno saber en quién pensaste o te inspiraste para escribir esta historia, ya que la protagonista es una mujer mayor. Saludos cordiales.
     
    #4

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