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De los sueños y los mitos

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por José Ramón Muñiz, 5 de Agosto de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 355

  1. José Ramón Muñiz

    José Ramón Muñiz Poeta recién llegado

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    “DE LOS SUEÑOS Y LOS MITOS”


    La idea de que los sueños son parte de un sistema en que lo profundo de nuestro interior, nuestro mundo onírico, se comunica con los niveles conscientes, está en íntima relación con las investigaciones de un médico moravo afincado en Viena y llamado Sigmund Freud, para quien el camino propuesto por su amigo y maestro Josef Breuer fue, desde un primer momento, una especie de obertura a una ciencia nueva que pretendía un nuevo modelo de psicoanálisis. Una de las obras de Freud, no en vano, se llama “Träum Deutung” o “La interpretación de los sueños”, asunto este que no ha quedado claro en lo más mínimo. La interpretación de los sueños sigue siendo, de hecho, un asunto bastante escabroso y que queda por demostrar, dado que quienes sostienen esta idea de que los sueños son interpretables se amparan en conjeturas que no pueden ser negadas ni confirmadas. En todo caso, es significativo que los primeros psicoanalistas fuesen judíos (Breuer, Freud, Luisa Gustavovna). Y es que los judíos son un pueblo de origen oriental para el que los sueños presentan claras reminiscencias mágicas, ya que, antes incluso de “Las mil y una noches”, tenemos en la Biblia los famosos sueños del faraón y las interpretaciones de Josué. Los sueños deberían saber interpretarse, según esto, si Jeová ayuda el ingenio del intérprete, desde un punto de vista místico, pero, a los ojos de un científico, debería suponerse, entonces, que los sueños son, como el vocabulario de un idioma, un sistema compartido por quienes sueñan, y que se puede inventariar (¿sería posible un diccionario de los sueños?).

    Breuer fue el maestro de Freud, pero Freud lo fue de otros intelectuales. La que fuera amante de Nietzsche y de Paul Rèe, estuvo relacionada con el mundo del psicoanálisis, antes de ser la anciana a la que Rilke acompañó al castillo de Duino. Uno de los alumnos más prestigiosos de Freud fue Karl Gustav Jung, quien se interesó mucho por las técnicas freudianas, hasta llegar el momento en que decidió separarse de su maestro. La relación entre los maestros y los discípulos suele ser cordial hasta ese preciso instante en que los discípulos deben volar por su propio cielo, del mismo modo que un polluelo no puede quedarse siempre en el nido. Jung estaba interesado en el análisis del inconsciente y de los elementos que configuraban ese particular océano semiótico, ese mundo compartido, supraindividual, aunque no objetivo, donde una serie de miedos y tensiones reprimidas esperan a salir a la superficie, idea propuesta por Freud, pero amplificó esta idea, proponiendo que, en realidad, tras cada ser humano, existen unos símbolos oníricos, elementos básicos de su interioridad, compartidos con los demás seres humanos a través de un conjunto de arquetipos que se repiten de individuo a individuo, pero que, a su vez, son supraculturales. Estos arquetipos responden mucho menos a la cultura que presenta la superficie de las costumbres sociales (cristianismo) y apunta claramente al paganismo, a lo anterior. La existencia de estos arquetipos sería la clave de nuestros miedos interiores, de nuestro mundo sustancial inconsciente.

    Sin embargo, no es necesario diseñar una teoría de los arquetipos para comprender que, esencialmente, las civilizaciones son algo más resistente y duradero de lo que en principio se podría pensar. Por esa razón, por ejemplo, el zarismo sigue siendo una estructura propia del servilismo ruso, ya que, si en tiempos del zar todo era del zar, en tiempos posteriores al zar, los rusos, acostumbrados ya a no ser dueños de lo suyo, admitieron siempre sin mayor problema que todos los bienes fueran estatales. La estructura subyacente es algo menos pasivo de lo que creemos: Roma está latente detrás de cada nuevo imperio que surgió, y, al menos para lo que es el mundo de Occidente, pese a que hubiera imperios anteriores o más extensos, los romanos crearon las bases sobre lo que es una estructura imperial que sigue viva donde en lugar de emperadores y reyes hay presidentes del gobierno. No solamente Estados Unidos es una estructura subyacentemente imperial, sino que también responden a un modelo tan jerarquizado, sorprendentemente, las naciones ligadas al sovietismo. De esta manera, a nivel de cultura, podríamos decir que todo es tan sumamente sincrético, que la cultura europea actual es sumamente impura y remite a lo más arcaico: al odinismo.

    Los odinistas reciben ese nombre de Odín (también se habla de Wotan y de los wotanistas). Consideran que el cristianismo es algo meramente superficial, impuro, y que, por debajo, nuestro ser europeo no ha traicionado nuestro pasado ancestral, en el que están los valores de las viejas religiones. Es por eso que muchos de estos odinistas o wotanistas, algunos incluso acólitos al nacional-solcialismo (si bien no es necesario que lo sean siempre), sugieren que Jung fue el descubridor de una dimensión que, sin embargo, está más clara a niveles de antropología que a niveles de psicoanálisis. Baste pensar en la Virgen de Covadonga, en su pasado precristiano, porque la Virgen de Covadonga está menos vinculada al mundo cristiano que al anterior. En Cangas de Onís hay un megalito (concretamente un dolmen) en el interior de una iglesia, lo que es testimonio de que los primitivos pobladores anteriores a las migraciones que llegan con el hierro (indoeuropeos, muy probablemente celtas), habían levantado estructuras diversas (pinturas rupestres, megalitismo, petroglifos, Peña Tú…) que los posteriores habitantes incorporan a una religión nueva (dichas incorporaciones no son problemáticas para las conciencias politeístas). Después, está la vinculación del templo y el dolmen: la evangelización de Asturias no tuvo lugar hasta casi la época de Pelayo, siendo muy improbable que Asturias fuera cristiana ya en la época de Constantino. La Virgen de Covadonga (y también la de la Cueva en Infiesto) habría sido un tipo de ninfa, una náyade de las cuevas y los ríos, tal vez, una ondina, y quién sabe si no la habrían imaginado como una madre parturienta al modo de la Venus de Willendorf: la imagen de la madre que pare vida, la tierra regalando a los habitantes de la zona una nueva primavera, caza y prosperidad.

    La hibridación cultural de la santería nos sorprende por lo variado que vemos y detectamos en la mezcla, algo que a un hispanoamericano de los lugares donde se practica no le llama la atención. Pero nosotros no percibimos, en un continente lleno de historia, que cada vez que damos una patada a una piedra, indudablemente, aparece el pasado. De esta manera, es preciso fijarse en la mitología asturiana y ver que, hasta prácticamente nuestros días, ha podido sobrevivir porque los campesinos vivían en un estado de atraso. Y ese conjunto de credos nos hace iguales a nuestros vecinos leoneses, cántabros y gallegos, alejándonos de muchos otros pueblos peninsulares y acercándonos a otras naciones de Europa. El cuélebre, los trasgos y “les xanes”, entre otros, se mantuvieron mientras tuvieron un significado que ahora es imposible por la mundialización vigente (este es un tiempo de ordenadores que iguala las naciones y las personalidades étnicas más distintas entre sí). Es curioso que, donde está nuestro ayer, está nuestra esencia, pero quizás no es ahí donde tenga ya lugar nuestro futuro.

    Si en épocas`pretéritas la religión era el elemento central de la cultura, en la actualidad la ciencia ha permitido un desarrollo tecnológico muy distinto, de manera que estas épocas de ayer se distinguen necesariamente del tiempo actual en que, precisamente, el ser humano ha dejado atrás la fase ingenua de su conciencia. El hombre medieval era inocente como lo son los niños pequeños, capaces, qué duda cabe, de creerse todo aquello que les cuentan. La razón de Dios era central en el medievo y para Dios eran las catedrales, la adoración y los rezos, pero, al decir de Nietzsche, Dios ha muerto, cambio que, lejos de significar que hubo un tiempo en que Dios estaba vivo y que ha muerto, presenta la idea de que hubo un tiempo en que correspondía que la sociedad creyese en una fe que ya no puede ser posible. Esto quiere decir que el mundo ha cambiado, y en un mundo distinto, con conciencia positiva, no ha lugar a creencias posibles solo para la ingenuidad del infante: creer en Dios era lo más grande que tenía la cultura y se ha frivolizado, creer en Dios es como creer en el ratoncito Pérez, porque no hay un ligar para lo divino en la escala de valores del mundo actual. El hecho es que Dios ha sido reemplazado por lo mediático, además de que las televisiones y las radios no habían aparecido cuando los filósofos empezaron a hablar de la muerte de Dios.

    La cultura pagana, competencia de las ideas de la evangelización con la que entró en sincretismo, está destinada a su devaluación inmediata, en tanto que las narraciones orales mueren. Mientras habitó los campos el hombre sencillo, el campesino rústico de siempre, eran posibles los trasgos, las meigas, los diaños y los trasnos de las zonas de Asturias y Cantabria, que, lejos de ser seres del averno, eran el último resto de una religión anterior, los famosos “daimones” de Grecia, que dan su nombre al demonio identificado con el Satán bíblico de los hebreos. ¿Pero sobrevivirán los arquetipos que estas figuras representan? ¿Supone la tecnificación un cambio en el inconsciente colectivo, suponiendo que ese inconsciente colectivo exista? ¿Debemos suponer sin más que es necesario que exista ese inconsciente colectivo del que hablaba Jung? En cualquier caso, estos arquetipos no son algo corroborado y forman parte de una compleja teoría que versa sobre abstracciones que dan forma a la fantasía. Pero la ciencia, con sus errores, genera fantasías, también, y habría que preguntarse hasta qué punto Jung no sería más que un hombre capaz de mezclar la realidad con lo maravilloso, mérito por el que, por ejemplo, juzgamos a García Márquez un gran narrador. Por lo pronto, los seres ancestrales serán un aliciente más, una especie de “souvenir” que vender a los turistas, en zonas desesperadas y con una economía hundida, puesto que no han resistido a la postindustrialización.



    2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
     
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