Delirio

Te pienso y te desvaneces, te pienso y te haces humo, volutas de un cigarro imaginario que apuro en la madrugada. No me perteneces, nunca lo has hecho, pero esa es la gracia, ¿no? Que el amor sea esta quimera, un juego de espejos donde me reflejo en todas las versiones de ti que nunca serás. No se trata de un amor posible, sería demasiado sencillo, casi una afrenta. En cambio, es un amor que apenas se roza con la punta de los dedos, como quien intenta agarrar el viento.

Eres el mensaje en la botella lanzado en alta mar, un susurro que cruza océanos de silencio. Eres el perfume de una flor en un jardín que no existe, o tal vez eres el jardín y yo la flor, atrapados en dimensiones paralelas donde nunca coincidimos. Y así, mientras las manecillas del reloj marcan un tiempo que no es nuestro, me hago a la idea de que este amor imposible es en realidad el único amor perfecto.

En esta realidad alternativa a la que vuelvo cada noche, tú y yo no necesitamos palabras, ni excusas, ni promesas que se cumplan. Hay algo mejor: la certeza de que nunca sucederá, y con ello, la libertad de vivir cada instante como si fuera el último. Entonces, en algún rincón de mi mente, te beso como se besa lo eterno, con el desespero de quien sabe que la distancia es el lenguaje de los amantes imposibles.

Y cuando finalmente cierro los ojos, cuando suelto tu fantasma y dejo que te disuelvas en los primeros rayos del día, me siento como quien ha estado al borde de algo inmenso y se ha negado a saltar, porque sabe que ese vacío es la última aventura.