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Dentelladas

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 13 de Mayo de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 563

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Cometí un solo error, y eso me costaría un gran sufrimiento. Qué puede hacer una chica de dieciséis años cuando la razón supera a la <<calentura>>. Lo supe meses después, cuando Leopoldo dejó de hablarme y me veía con rabia, como queriéndome asesinar a dentelladas feroces, como lo hicieran los lobos salvajes al atrapar a su presa. Quizá le temía a la humedad que mojaba mi entrepierna en esa mañana calurosa, encerrados en la bodega de limpieza, Leopoldo y yo, para besarnos, como lo había visto en las películas; quizá permitirle caricias más subidas de tono, por qué no. Mi respiración empezó a agitarse lentamente. Las manos, algo torpes de él, me estrujaban bruscamente las pequeñas tetas. Un calor sofocante, que experimentaba por primera vez, me hervía la piel. Se me erizó el pubis y fue cuando sentí algo tibio que excretaba por mi sexo; sabía que no era la menstruación porque no tuve esos horribles dolores en el vientre, como siempre me pasaba. Era una sensación diferente, algo rico, un palpitar nuevo y delicioso. Su lengua hurgaba en mi boca desesperada. Su boca quería succionar mi lengua. Su aliento era tibio, sus manos quemaban mi entrepierna, más cuando uno de sus dedos, o dos, - no recuerdo bien,- rozaron por encima mis calzones. La conciencia me abandonó en esos momentos intensos. La voz de mi mamá resonó como advertencia: una señorita llega virgen al matrimonio. La respiración acelerada, el calor, la humedad que cada vez era mayor, me llevaron a estremecerme, a temblar y tambalearme como potrillo recién nacido. Se bajó los pantalones y vi su erección, - que no supe dimensionar porque no tenía idea cuando se le podía considerar chica, mediana o grande. Me dio miedo tocársela. Regresó la voz de mi mamá y lo empujé con las fuerzas que aún me quedaban. Cayó sentado, no sin antes golpearse con una cubeta y varias escobas que nos estaban vigilando con su silencio indecoroso.

    - No puedo - dije entrecortadamente.

    - ¿Cómo qué no puedes?, preguntó molesto, y sobándose las nalgas y la cabeza, al incorporarse.

    - Una señorita…-, no dejó que terminara el sermón de mi mamá.

    - ¡Chinga tu madre!

    Salió hecho una furia de la bodega. Tardé varios minutos es calmarme y salir de ahí. Fui inmediatamente al baño para limpiarme e intentar secar mis pantaletas que estaban mojadas, como si me hubiera orinado en ellas. Por suerte no había nadie en el baño, ya que era la última clase del viernes y muchos se la saltaban.

    Fui al salón y me puse la mochila sobre el hombro y me fui caminando a mi casa, que quedaba a diez cuadras de la escuela, aún con el palpitar de mi sexo y la humedad cada vez mayor. Si decirle a mi mamá nada, me fui directo a mi cuarto a buscar un cambio de ropa para meterme a bañar, porque el calor aún me quemaba la piel. Dejé que el chorro de agua fría cayera de golpe. Respiré aliviada al ya no sentir la palpitación.

    Esa noche tuve pesadillas: Leopoldo agitado me decía que me quería. Mi papá abrió la puerta de la bodega y, de lleno, la luz del sol alumbró mi vientre redondo, como si me hubiera comido una sandía entera. ¡Estaba embarazada! El << ¡Puta! >> de mi papá me hizo despertar. Estaba sudando, eran las cuatro de la mañana. Lo curioso fue que mi sexo estaba palpitando y había mojado mis calzones. No me importó que fuera de madrugada para entrar a bañarme y que la palpitación se esfumara.

    La cobardía de Leopoldo llegó a grados supremos: le dio a Meche, mi mejor amiga, un recadito para que me lo diera. Lo abrí entre feliz y desconcertada. La nota decía que ya no éramos novios y que sólo las pendejas llegan vírgenes al matrimonio. Las lágrimas empezaron a caer sin control. Meche me apretujó con cariño y me llevó al baño. No tuve el valor de contarle lo que había pasado el día anterior con Leopoldo. Los días se me hacían largos, casi eternos. Al cruzar alguna mirada con él me hacía sentir una inútil, no una mujer sino una niña de cinco años, que le teme a lo desconocido. Por las noches, para no sentirme tan sola, y herida, rozo una punta de mi almohada por encima de mis calzones y dejo que la palpitación y la humedad me pierdan en un placer sin medida.

     
    #1

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