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Depredador

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por JOSLER, 14 de Septiembre de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 939

  1. JOSLER

    JOSLER Poeta recién llegado

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    8 de Septiembre de 2012
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    DEPREDADOR

    I
    Eran las tres de la madrugada, un día de pleno otoño. David no podía dormir, el aire de su habitación se hacía irrespirable, gruesas gotas de sudor le cubrían la frente y la almohada parecía una esponja. Estaba excesivamente nervioso, intuía que algo desconocido para él... algo inexplicable rondaba por el bosque. No acertaba a explicarse de donde procedía esa intuición que a medida de ir transcurriendo el tiempo, se hacía más insistente y posesiva. Vivía solo. En una casa rodeada de bosque situada muy a las afueras de la ciudad. Estaba de lejos que andando a pie se tardaban unas 5 horas en llegar a las primeras casas. Prácticamente hacía vida de ermitaño, tenía un carácter algo excéntrico pero no era mala persona. Quien lo conoció nada tenía en contra suya, solo decían que era un ser solitario y que tenía alergia a las multitudes. Un poco visionario y amante de historias de extraterrestres. Disponía de un vehículo muy antiguo, con el cual se desplazaba cada dos o tres meses a la ciudad para hacer acopio de víveres y ropa. También se procuraba algún que otro capricho gastronómico. Carecía de televisor, carencia que concuerda más o menos con lo de la alergia a las multitudes. Tampoco tenía teléfono, de ningún tipo. Gozaba de buena salud. A sus 35 años nada tenía que envidiar a otra gente de su edad. Tampoco tenía problemas económicos, ya que recibió una importante herencia de cuando fallecieron sus padres hace muy pocos años. Y fue a partir de ese día cuando tomó la decisión de trasladarse a vivir en esta casa en la cual ya hace tres años que habita. Intuía que algo no iba bien, le parecía incluso que el aire silbaba de forma diferente al penetrar por las rendijas de puertas y ventanas, que de hecho, estaban muy descuidadas. De pronto, una ráfaga de viento más fuerte de lo normal abrió de golpe una de las ventanas de la habitación dejando esparcido un fuerte olor a materia en descomposición. Era una olor que se filtraba por los poros de la piel y al respirar le producía un cierto ahogo que solo al cabo de unos minutos logró aclimatarse y adaptarse a la “fuerza” a esta preocupante situación. Cerró de golpe la ventana y se fue derecho al lavabo a refrescarse la cara cuando de pronto le atacaron unas arcadas de vómito que le pareció iba a morirse. La cosa no pasó a mayores, con el estómago vacío, refrescado y con más miedo que curiosidad, cogió una linterna y se dispuso a salir fuera de la casa. Algo en su mente le avisaba que ahí fuera su vida estaría pendiente de un hilo. Pese a todo, una fuerza desconocida le empujaba a salir, se sentía atraído como si un imán tirar de él.

    II

    Era una noche sin luna, más negra que la boca de un túnel, solo las estrellas hacían que se diferenciara el cielo de la tierra. Nomás poner los pies fuera y cerrar la puerta con llave, una cegadora luz le iluminó a él y a todo el entorno. Una gran bola de fuego precedida de una larga cola incandescente se perdía en la lejanía del frondoso bosque. Parecía que en su caída, la bola de fuego, hubiera traspasado los límites de aquella exuberante masa vegetal. Hacia un viento huracanado impregnado de un fuerte olor a azufre, como si a lo lejos aquella bola de fuego hubiera incendiado parte de un monte que precisamente era terreno sulfuroso. Entre la casa y el inicio del bosque solo había unos 25 metros de césped que David mantenía en perfectas condiciones pese a la estación otoñal. Como apenas podía ver a consecuencia de la oscuridad reinante, tropezó al dirigirse hacia el bosque con algo blando, fofo y supuestamente pesado. Dirigió hacia el obstáculo su linterna, lo que le hizo dar un gran salto hacia atrás. Con la escasa luz de la linterna pudo ver a un ciervo adulto con los intestinos desparramados a su alrededor y cubierto por un enjambre de algo que parecían ser cucarachas. Erala primera vez que las veía. Eran enormes, de unos 25 centímetros de diámetro aproximadamente, casi de forma esférica. Poseían una especie de patas delanteras provistas de unas pinzas con las cuales cortaban los huesos del ciervo como si fueran de papel. De vez en cuando le llegaban unas oleadas de olor a azufre que mezclado con el pestilente olor a materia orgánica en descomposición, hacían irrespirable el aire. Todo el césped estaba sembrado de animales que seguramente huían de algo terrible que estaba ocurriendo en el bosque. De ahí venían los olores a azufre que el viento huracanado se afanaba en traer. Lo más raro eran aquellas cucarachas que a medida que iban comiendo, su cuerpo crecía rápidamente convirtiéndose en unos monstruos que lo más probable es que no fueran de este planeta. Así pensaba David... No tuvo más remedio que taparse la boca con una toalla, el aire continuaba siendo irrespirable. Linterna en mano y por compañero el miedo, empezó a adentrarse en el bosque. Al ser poco transitado, solo había dos caminos, si es que podían llamarse caminos, mejor llamarlos senderos. El que con el tiempo se había ido formando gracias a los paseos que David se daba de vez en cuando y el otro sendero quizás debido a la rutinaria incursión que los inquilinos del bosque hacían prácticamente todos los días. Era un bosque lleno de vida, tanto aves como animales de cuatro patas y no digamos toda clase de insectos y cucarachas varias, lo poblaban de forma variable y creciente, por lo visto era un ambiente muy propicio a la procreación. No había andado ni unos 100 metros, cuando algo suave, casi agradable, le rozó la espalda, con lo cual un frío intenso le invadió de pies a cabeza, se volvió de forma instintiva y le pareció ver como un pequeño volumen de humo, no más de unos dos metros de diámetro y con un espesor completamente transparente, algo azulado traspasaba todo cuanto se le ponía por delante. Desde luego, humo no era.


    III

    Al instante de sentir el leve roce de lo que por de momento le llamaremos “humo”, lanzó un grito que a él le pareció intenso y desgarrador a la vez que intentó echar a correr, pero en realidad era tanto el miedo, que de su boca solo salió un breve susurro y las piernas se negaban a dar un paso firme y rápido. Odiaba cada vez más ese bosque, sabía que el sendero que había escogido llevaba a alguna parte, pero no sabía donde Odiaba los escabrosos árboles con sus hambrientas hojas que de día devoraban la luz del sol... Deseaba regresar por donde había venido, pero tenía miedo, un miedo visceral, un frío de muerte le calaba hasta los huesos. Estaba seguro que en algún punto del camino que ya había recorrido existía un claro, un claro que cuando se hiciera de día sería iluminado por la luz solar. Lo único que deseaba era volverlo a encontrar de nuevo, pero sabía que nunca lo encontraría, a menos que retrocediera sobre sus pasos. Y, sin embargo, todo lo que podía hacer era seguir trastabillando hacia adelante esperando que el sendero no siguiese una línea totalmente recta y que se curvase en un amplio círculo para darse de narices con el esperado claro. Y si lo hacía, si volvía a hallar aquel cálido lugar iluminado por el Sol. David se prometía a si mismo que se quedaría allí para siempre. Eran las 6 de la madrugada y empezaba a clarear el día, pero en el bosque, eso como si no tuviera lugar... de momento... La ciudad más próxima distaba a unos 25 kilómetros y no les pasó inadvertida la caída del supuesto meteorito y que en esperas de próximas investigaciones, así decidieron llamarlo. El lugar donde se estrelló el objeto no identificado, era en un extremo del bosque, mejor dicho, donde ya no había más árboles ni maleza que lo identificaran como tal, el supuesto meteorito cayó casi en los límites que acotaban el bosque. No más tardar, unos sesenta minutos aproximadamente de la caída del objeto celeste, ya se personaron en el lugar todas las fuerzas del orden, policía, bomberos y gentes del pueblo cuya curiosidad les impedía volver a conciliar el sueño. Lo que ahí se vio, era un espectáculo dantesco, un enorme cráter de un kilómetro de diámetro y unos 50 metros de profundidad. Toda vegetación incluidos los árboles en un espacio de 100 metros alrededor del cráter habían desaparecido. El espero humo que salía no dejaba ver claramente el objeto que yacía en el fondo del cráter. Los hombres y la policía tuvieron gran trabajo en hacer que las gentes no se acercaran al borde del cráter, por dos motivos, los vapores sulfurosos y gases tóxicos que fluían desde el fondo del cráter podrían acarrear una muerte instantánea y la presencia de personas no preparadas podrían obstruir los trabajos de la policía y bomberos, los cuales ya se habían procurado máscaras y trajes especiales.


    IV

    A medida que transcurría el tiempo y que serían más o menos las siete de la madrugada, el humo se iba haciendo cada vez más transparente, por lo que ya se estaba intuyendo que el objeto del fondo del cráter, el cual estaba completamente rojo como si fuera una bola de fuego, aunque su forma era más bien alargada que redonda, muy parecido a un enorme puro, posiblemente se tratase de una máquina procedente del exterior de nuestra galaxia. El humo casi había desaparecido y el color rojo fuego del extraño objeto se iba apagando y mostrando la verdadera textura que más se parecía a un brillante metal acerado y sin un solo rasguño, que otra cosa. Ya empezaban a verse las primeras luces de la mañana aunque de forma muy difusa, cuando de repente se oyeron unos chirridos procedentes del fondo del cráter. La expectación estaba al máximo y podía más la curiosidad que el miedo. Bomberos, policías y hasta el ejército estaban pendientes de un hilo observando lo que ocurría a 50 metros más abajo A más de uno se le podían oír los latidos del corazón. Un poco más atrás, gentes del pueblo, que quien más quien menos, no las tenía todas consigo. La máquina en forma de puro ya totalmente en su color propio, parecía de acero, se estaba abriendo por su parte central. Primero fue una pequeña e insignificante rendija que poco a poco se fue convirtiendo en una abertura lo suficientemente ancha para que pudieran pasar objetos y personas de tamaño razonable. Cesaron los chirridos al mismo tiempo que iba aumentando la abertura que se suponía sería una puerta. Gases sulfurosos seguían emanando cada vez más con gran fluidez y cantidad. De esa recién aparecida puerta empezó a salir algo parecido a una estela de gas azulado y transparente que iba ascendiendo con extremada lentitud. Si los espectadores estaban absortos y paralizados por el miedo, es esta ocasión su estupor creció niveles insospechados. La estela azulada al llegar a lo que se creía ser su máxima expresión, empezó a tomar un tipo de forma que con un poco de imaginación se podría describir como una masa gaseosa transparente de la cual por su parte superior salían algo parecido a unas enormes tenazas y en sus partes laterales unas supuestas antenas que no dejaban de escudriñar el aire en todas direcciones posibles. En medio de las dos tenazas se abría una enorme boca provista de un sinnúmero de afilados dientes de los que babeaba un líquido de color verde, pegajoso, que unido al olor sulfuroso de los gases, producía a todos los que estaban ahí, una horrenda sensación de pánico e inseguridad a la vez que fuertes dolores de estómago precedidos de vómitos y diarreas incontenibles... Por si fuera poco, la formas transparente a medida que iba rebasando el contorno del cráter, de su boca iban saliendo pequeñas formas también transparentes, casi idénticas a su digámosle madre. Disponían de dos tenazas, boca y una ristra de dientes que aunque pequeños, causaban pavor. Llegado a este punto, hubo gran desbandada de gente, pues esas pequeñas formas transparentes a medida que iban saliendo de su cubil se lanzaban contra todo ser vivo que les saliera al paso, traspasándolo en milésimas de segundo y desintegrándose en el acto todo lo que fuera atacado por esas formas venidas quien sabe Dios de donde. Gran parte de esas pequeñas formas se dirigieron hacia el bosque en dirección a la casa de David y que es donde probablemente tendría lugar su encuentro con el protagonista de esta historia. Se contaban por miles y la nodriza no paraba de expulsar entes de esa especie que además de desintegrar todo lo que con ellas se topaban. Iban defecando, por decirlo de alguna forma, unas pequeñas cucarachas casi esféricas y provistas de unas patas delanteras en forma de afiladas tenazas que cortaban como bisturís. De cada forma gaseosa salían centenares de cucarachas que no más tocar el suelo salían rápidamente en todas direcciones. ...


    V

    ... En el cráter, la máquina transportadora cesó de repente de emitir gases y la nodriza se dirigió a toda velocidad hacia la ciudad más próxima. En estos momentos en que el reloj del campanario del pueblo daban las diez de la mañana. El sol ya estaba en su apogeo y empezaba a calentar todo lo que sus rayos acariciaban. Entretanto David, con algo de luz del día, seguía caminando unas veces y corriendo otras en dirección donde había visto caer aquella bola de fuego, mirando de no tropezar con aquella especie de escarabajos que casi acaban con él. También tenía que hacer malabarismos para esquivar unas pequeñas formas gaseosas transparentes que además de ser portadoras de esas cucarachas, desprendían un putrefacto olor a materia en descomposición que el aire llegaba hacerse irrespirable. Estaba fueran de sí, corría por instinto y con el único objeto de poner la máxima distancia entre él y las cucarachas. En la ciudad todo era caos y destrucción. La gran nodriza gaseosa hacía uso de todo su poder de aniquilación. Solo unas cuantas personas que lograron huir a tiempo se dirigieron a unas montañas próximas. Lograron así sobrevivir. Entre toda esta gente, había algunos científicos que habían llegado al saber del aterrizaje del meteorito y su primera reacción fue organizar dos equipos, uno que investigase la forma de destruir al DEPREDADOR. Así optaron por llamarle, y otro que se ocupara de instalar adecuadamente, dentro de lo posible, a toda la gente que había logrado huir. David estaba exhausto, tenía los pies cubiertos de una masa gelatinosa sanguinolenta producida por pisar a cada paso más de una cucaracha que al reventar se oía un sonoro ¡Chafk! que le hacía rechinar los dientes. Ya no le quedaba nada por vomitar, solo las tripas. Levantando por un instante la vista del suelo, le pareció ver a lo lejos lo poco que le permitía observar la extensa masa de árboles, una luz algo más fuerte de lo normal. Como seguía corriendo, pronto se le apareció toda una zona libre de árboles y maleza. Creyó que había llegado al final del bosque –se equivocaba-, era la zona que quedó arrasada por el impacto de la bola de fuego. Como el sol ya estaba alto, la ausencia de árboles hacía que la luz del sol reinara por todo el lugar. Al darse cuenta que la falta de árboles no se debía a que se hubiere terminado el bosque, siguió caminando, ya no corría, sus piernas se negaban a pesar de que su ánimo estaba todavía en muy buenas condiciones. Pero, aunque de forma muy insegura, ya presentía algo de lo que llegaría a ver (Al principio de esta historia ya se le calificaba de una persona algo visionaria y amante de historias de extraterrestres). Fue avanzando lentamente hasta darse bruces con el borde del cráter viendo muy claramente el objeto que estaba en el fondo Aunque evidentemente no sabía lo que era, su imaginación sin dudarlo ni un segundo se lo puso bastante claro en sus células cerebrales: un objeto volante no identificado procedente de otro lugar del espacio, y que aterrizó aquí como pudo haberlo hecho en otro .lugar...


    VI

    ... Pero a lo mejor no era nada de eso... pues ¿De dónde procedían aquellas cucarachas? Y ¿Aquellas más gaseosas transparentes? ... se preguntaba. Era todo un reto para su fructífera imaginación. De repente, le desapareció todo el cansancio. Se sentía como nuevo, mejor dicho, solo le quedaba un pequeño resquicio de miedo... quizás un ligero temor a lo desconocido. Entretanto en las montañas, el equipo de investigadores al frente de un reconocido científico, el Dr. John Kane, emprendió la marcha hacia donde se encontraba el cráter. Faltando un kilómetro aproximadamente para llegar, el jefe de la expedición, el Dr. Kane, gritó:

    - ¡Alto! Hay alguien ahí enfrente, al borde del cráter, posiblemente el objeto estelar ya no emana gases y es posible estar más cerca. Si no esa persona ya estaría muerta, ¡Vamos, vamos, rápido! Bajemos. A ver si podemos saber quién es y qué es lo que está haciendo. -Doctor Hamilton!¡Doctora Marion!, avancen ustedes e informen de lo que vean!

    -¡De inmediato dr. Kane! ...

    Los dos científicos prendieron fuego a la mecha que salía de un agujero de su transportador portátil y salieron despedidos literalmente como un cohete en dirección al cráter. David los vio llegar, pero aún estaban demasiado lejos y no podía distinguir claramente de qué o quiénes se trataban. Alarmado, intentó buscar algún refugio, una roca, un trozo de tronco de árbol, lo que fuera, pero no tuvo éxito. Todo estaba arrasado, así que se lo tomó con calma y se sentó en el suelo a esperar acontecimientos. Hamilton y Marion aterrizaron frente a David, pero al otro lado del cráter, casi al borde mismo. David se levantó de golpe y su curiosidad aumentó increíblemente al ver dos formas que se movían y caminaban embutidos en unos trajes muy raros llevando un casco transparente, pero la distancia era demasiada para poder distinguir los recién llegados.
    ...

    -Mira Marion, allí enfrente, una persona, y parece estar bien.

    -Si Hamilthon, la veo, hagámosle señales, por lo menos tratemos de tranquilizarle, debe de estar alucinando o por lo menos con lamente algo confusa. Le haré señales con la mano y tú Marion lanza al aire un cohete de aviso, si estuviéramos más cerca le hablaríamos por el megáfono.

    -De acuerdo Hamilton ahí va.

    El cohete dejaba una estela roja muy visible mientras Hamilton le hacía señas moviendo los brazos como si fueran aspas de molino. David ya algo más tranquilo les devolvió el “saludo” de igual forma, moviéndolos brazos y al mismo tiempo añadía unos saltos que no sabía si eran de alegría o de sorpresa.


    VII

    -Marion, mira, nos responde, ¡Vamos a su encuentro! ¿Te parece bien?

    -Ok Hamilton, lo estaba deseando, vamos.
    ...

    Por su parte, David, ya más tranquilizado y con curiosidad añadida, también se fue corriendo con dirección a los dos científicos. Ya tan solo distaban unos 75 metros aproximadamente unos de otros cuando Marion echó mano de su megáfono.
    ...

    -¡Oiga señor! Somos amigos. Científicos que venimos a investigar la llegada de este objeto. ¡No se asuste, todo irá bien! Y no se preocupe!
    ...

    David aceleró su marcha. Seguro que si aquellos momentos le pinchan, no le encuentran sangre, estaba pálido como la cera, pero la alegría no le cabía en el pecho. Por fin coincidieron. Prácticamente ambos hicieron el mismo recorrido, unos 500 metros, encontrándose en la mitad de la circunferencia del cráter. Los dos científicos al ver que David respiraba perfectamente, se quitaron los cascos, no así el traje y dándose la mano se saludaron al mismo tiempo haciendo las presentaciones (Lo que no narraré por ser ya conocidos unos y otros).
    ...
    -¿De dónde es usted señor David?- Pregunta Hamilton.

    -Tengo una casa al otro extremo del bosque, aunque no sea hora en que condiciones estará. Salí de ahí a las tres de la madrugada. Creo que es obvio decirles los motivos.

    -Evidentemente señor David. –Responde Marion- ¿Le importaría contarnos todo lo que sabe?

    -Será un placer para mí. Y David les relata todo lo sucedido desde que salió de su casa hasta el encuentro con los dos científicos. Suena en estos momentos el intercomunicador de Marion, que con sonido metálico dice:

    -¡Rápido! No pierdan tiempo y regresen. Se reciben noticias de que la masa gaseosa está arrasando ciudades enteras. Todo el mundo se está refugiando en las montañas.

    -Comprendido, regresamos de inmediato, pero antes tendrían que enviar un transportador para que podamos llevar a la persona que hemos encontrado al borde del cráter, que por cierto, ya no emite gases tóxicos y la atmósfera es respirable...


    VIII

    ... Al cabo de 15 minutos llegaron dos científicos más llevando un transportador para David, que inmediatamente le fue instalado y todos juntos emprendieron el regreso a las montañas. La prioridad en los laboratorios que se instalaron en una cueva de la montaña, fue tratar de saber con que podrían hacer frente al depredador y evidentemente derrotarlo. Hamilton y Marion aprovecharon su visita al cráter para recoger unas muestras del suelo que junto con la materia pegada a las botas de Julián, podrían servirles para empezar la laboriosa investigación. Después de infinidad de pruebas, ninguna dio resultados positivos, tanto así, que algunos ya se daban por vencidos, cuando recibieron una llamada por un intercomunicador procedente de alguna ciudad del planeta Tierra, con las siguientes informaciones:
    ...
    -¡Aquí el observatorio astronómico de Las Palomas! Hemos detectado una fuerza destructiva procedente de un depredador espacial que se alimenta atravesando con su cuerpo de masa transparente a todo lo que posee energía y respire aire NO contaminado. ...

    -Continúa el de Las Palomas: Se ha comprobado y suponemos que ustedes también, que no exista forma ni modo de eliminar ese depredador. A excepción de algo que ya era de esperar. Tomen buena nota. Se trata de lo siguiente: Ese depredador se caracteriza por alimentarse de fuentes de energía producidas por aire NO contaminado. ¡Aquí está la solución! Solo hará falta tener un poco de paciencia y dentro de muy poco tiempo, cuando todo esté ya contaminado al cien por cien, cuando el agujero de la capa de ozono sea tan grande como todo un continente, habrá llegado el día de la aniquilación del depredador, entretanto, para abreviar y llegar lo más pronto posible al feliz día, se aconseja a todo ser viviente, que: Contamine todo lo que pueda. Que todos los despojos de animales muertos, los echen a los ríos. Que en vez de electricidad, quemen bosques y todo lo que el otoño mata. Que todos los desagües vayan a parar a los ríos, y como los ríos van al mar. Que en cada ciudad del planeta se instalen cagaderos y vomitorios en las plazas públicas y se canalicen hacia los ríos. Y, por último, prohibir a todo ser viviente que defeque y vomite en su casa. Que aproveche hacerlo al aire libre.
    Si se cumplen estos requisitos, será la aniquilación del depredador que será sustituido por millones de otros depredadores, con la diferencia de que éstos serán humanos.

    Josep
     
    #1
    Última modificación por un moderador: 5 de Octubre de 2012

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