1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Desahogo del alma

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por ivoralgor, 28 de Febrero de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 1339

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    17 de Junio de 2008
    Mensajes:
    494
    Me gusta recibidos:
    106
    Género:
    Hombre
    Hoy me siento especialmente triste, no sé si es la aurora que llegó retrasada ó el tiempo que perduró enésimos segundos tardíos en la piel de una manantial temprano. Se oye distante el rumor del mar, las blancas arenas se disuelven en las manos rígidas de la espesa espuma; el horizonte luce cansino, desganado, pálido a contraluz. Quizá los ojos de Martha me recuerdan que jamás debí dejarla de amar, que los infortunios del alma sanan con más caricias que con tiempo. Luce desdibujado su rostro en mis recuerdos, pero los ojos están nítidos, reclamando la atención mi tristeza.

    El sol abrigaba el otoño cuando la conocí, era martes para ser exactos, el aire estaba algo frío y afanado. Sus largos cabellos castaños revoloteaban y se confundían entre los labios y el abrigo que llevaba ceñido a su delgado cuerpo. Las lágrimas de mis manos jugueteaban con la foto de Ximena, la mujer que hacía dos semanas atrás había sepultado en el panteón general. En otoño es más triste morir, duele más ó quizá duele tanto porque la amaba demasiado, ya ni sé, pero aún duele.

    Era la primera vez que flaqueaba en la calle, siempre lo hacía en la casa, en donde nadie me veía llorar con tanto dolor en el alma. Apretujaba la foto cuando sentí su tersa mano posarse sobre mi hombro izquierdo. Su aroma se impregnó en las lágrimas que corrían taciturnas en mis mejillas. Su voz me consolaba compasivamente: << Llorar desahoga el alma>>. Apreté con más fuerza la foto y dejé que el mar contenido en las pupilas se desbordara sin control. Para ese entonces sus delgados brazos ya rodeaban mi encorvada espalda. No pude articular palabra alguna para agradecerle ese gesto tan compasivo, tan amable. Terminamos sentados en la banca descolorida de la parada del autobús.

    Lo que sucedió después fueron coincidencias del destino. Nos hicimos amigos, luego cómplices y al final, amantes. Nos recorrimos toda la piel, los dolores, las amarguras, las pasiones, los silencios, en realidad todo lo inmedible. Desde luego que tuvimos nuestras diferencias y peleas, como en cualquier relación de pareja. Una de esas peleas nos abrió varias heridas. Llovía esa tarde de mayo, en la casa estaban apagadas las luces cuando entré, cosa rara; ella las encendía cuando recién llegaba de su clase de pintura. La estufa no articulaba palabra alguna, no hervía la tetera o la olla con la comida; tampoco olía a pan recién calentado, ni ese aroma tan sublime de un chocolate caliente. Dejé caer mi abrigo mojado, el paraguas escurría sin cesar. Entre tanteos logré encender las luces y todo era un agobiante silencio, había dejado de llover. Sobre la mesa del comedor yacía un cuaderno, que apenas logré distinguir a la distancia, en cuyas hojas escurría un líquido algo viscoso. Se me aceleró el corazón, el frío empezó a calar los huesos, tiritaba más por el miedo que por otra cosa. Llegué tambaleándome hasta la mesa y agarré el cuaderno que escurría en sus hojas el néctar de unos duraznos que miraban la mesa bajos los cristales rotos del frasco que los contenían. Supe en ese instante lo que había sucedido con Martha: tomó una decisión terminante. Juramos seguir nuestros caminos si alguno no estaba feliz con el otro, que no habría palabras de adiós, ni mensajes, ni cartas, ni roces, ni última noche. Esa mañana nublada me dijo a gritos que estaba harta de una vida sin amor, sin sentimientos y sueños compartidos. No le hice caso a los gritos, era otra de sus incontables crisis de existencialismo; o eso creí esa mañana.

    No la amaba como amé a Ximena, pero la amaba demasiado; se lo decían mis gestos, las risas tontas, los girasoles que le regalaba, los poemas que le recitaba los fines de semana, la foto de mi viaje a una sabana cercana, los piropos que le dejaba a un lado de la almohada, todo lo que podía hacerla feliz. Una noche me volvió a ver llorar apretujando la foto de Ximena; esa noche fingió dormirse temprano por el cansancio de la rutina diaria. Después de esa noche nada fue igual.

    Sigo esperando esa mano tersa en mi hombro izquierdo, las lágrimas de las manos se escurren en la foto de Martha. No me importa llorar esta tarde de otoño. El banco luce un color más vivaz que la última vez que estuve sentado en él, el autobús traspasa el horizonte en dirección a mí. Hoy me siento especialmente triste porque el llanto aún no desahoga mi alma.

    [video=youtube;cRt2o5MqE9E]http://www.youtube.com/watch?v=cRt2o5MqE9E[/video]
     
    #1

Comparte esta página