1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Desconcierto

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ANAPLUCHINSKY, 30 de Enero de 2023. Respuestas: 0 | Visitas: 277

  1. ANAPLUCHINSKY

    ANAPLUCHINSKY Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    17 de Abril de 2022
    Mensajes:
    471
    Me gusta recibidos:
    576
    Género:
    Mujer
    El 29 de febrero de 2019, Hernán Maldivar, dejaba de un suspiro su corta vida.

    A sus 47 años, moría de un infarto de miocardio, cuando dormía junto a su mujer en su casa, ubicada en el barrio de Vicente López.

    Ese día nublado de febrero, la muerte no solo lo sorprendería a Hernán sino también a su familia, amigos y conocidos.

    Él estaba casado hacia más de veintidós años, con la mujer de su vida, Anita, una mujer super compañera y dulce, con quien tuvo dos hijos: Camila de veinte y Enzo de dieciocho.

    Ellos iban juntos para todos lados, eran un ejemplo de familia.

    Hernán era un médico cirujano muy conocido. Había salvado centenares de vidas, pero la muerte despiada se lo había llevado mientras todos dormían, encontrándolo indefenso y desamparado.

    Sus amigos, que eran muchos, lo amaban, y como no lo iban a hacer, si él era un tipo increíble.

    Bueno, carismático, amable, solidario, hasta dejó de respirar un 29 de febrero, para que el duelo por el aniversario de muerte se hiciera cada cuatro años.

    “Anita sepárate así Hernán queda soltero.” “Vos sí que tuviste suerte, tu marido es un amor.” “Gorda danos la receta para conseguir un tipo como Hernán.”

    Estas eran algunas de las frases con las que las amigas le demostraban a Anita, que su marido era un trofeo de hombre, diferenciándose de la suerte de ellas, esa suerte que les había mandado, según sus perspectivas, clavos oxidados disfrazados de maridos.

    Las mismas que, mientras criticaban, chequeaban obsesionadas el celular, corroborando que esos clavos no estén en línea, tratándose de clavar en algún otro agujero.

    Anita, por el contrario, siempre fue muy reservada, y si hablaba de su marido lo hacía con halagos.

    Ese 29 de febrero fue un día que nadie quisiera recordar.

    Lo velaron en una cochería muy reconocida, cercana a su domicilio, la idea era que, al finalizar el velatorio, Hernán se despidiera de su barrio, barrio que lo había visto crecer.

    Un centenar de gente concurrió a su despedida, la viuda no se movía de al lado del féretro, estaba sin consuelo.

    De vez en vez, le acariciaba la frente y envuelta en un dolor insoportable le preguntaba porque la había dejado.

    Sus hijos, destrozados, eran contenidos por familiares y amigos.

    Pasadas casi tres horas, cruzó la puerta de la sala velatoria, una mujer hermosa, vestida de negro. Su cara estaba demacrada, parecía estar desconcertada. No saludó a nadie, camino directamente hasta donde estaba el cuerpo frio de Hernán y sin pedir permiso, se lanzó hacia él y mientras lo besaba en la boca, llorando se desgarraba de dolor.

    La viuda, apoyada en una de las paredes de ese cuarto destinado al sufrimiento, al borde del desmayó, le suplicaba a su mejor amiga que le diga, que todo aquello era un sueño.

    Su grupo más cercano de amigos trataba de sacar a la mujer de la sala velatoria, mientras uno de ellos indignado, le reprochaba a gritos: “Que tipo de mierda resultaste Hernán, años de amistad y nunca me dijiste que te estabas comiendo a esta preciosura.” La viuda se tapaba los oídos, mientras sus amigos se disputaban por quien sabía mas de sus amores prohibidos.

    Las amigas de Anita, esas que en todas las reuniones destacaban a su marido, abrazadas a sus clavos cuchicheaban entre ellas en un rincón: “Viste que te dije que era un pirata” “Y era médico, que querés.” “y bueno, ahora lo va a extrañar menos.”

    Sus hijos, enojados con su padre, desaparecieron. Mientras tanto la rubia, seguía abrazada al cadáver, pero en un momento la mujer del difunto, saliendo de su estado de shock, la agarró por atrás de los pelos, trenzándose en una violenta pelea. Tal es así, que un empujón provocado por Anita, hizo que la amante caiga sobre el cajón, desestabilizándolo y haciendo que el cuerpo tieso de Hernán, rodara por el piso.

    Al ver esto, su mujer, dejó de pegarle a su rival y al grito de, “Me las vas a pagar todas, basura… tendría que haberme quedado con el infeliz de tu hermano que la tiene más grande” le dio una fuerte patada en la cabeza, mientras su suegra trataba de defender al indefendible de su hijo.

    Con tal disturbio, se hicieron presentes los responsables del lugar. Uno de ellos, lo primero que hizo fue agarrar del brazo a la mujer vestida de negro y llevarla hasta la puerta, mientras, y para el desconcierto de todos, muy enojado le dijo: “Ya te dije Angelica, muchas veces, que no te quiero ver más por acá.”

    De esta manera, Hernán, víctima de la locura de sus familiares y amigos, fue protegido, en su despedida, por una mujer enamorada de las almas de los cuerpos dormidos.
     
    #1

Comparte esta página