Desde el mástil más alto

Desde el mástil más alto
Por Dikia

Putin escucha lo que quiere oír. Sus mandos solo dan palmadas por miedo. Se alimenta del eco de su infancia, donde hubo humillación, padre autoritario, traición del sistema y la caída de su imperio como el reflejo de su propio derrumbe. Como muchos líderes heridos, ahora ejecuta su venganza.

Ucrania primero, Europa después, y América, la enemiga histórica que, según él, le robó la dignidad. Sin perdón. Solo odio cultivado desde la infancia.

Trump, por su parte, no es que sea contradictorio. Es que la IA le da la razón según cómo pregunte, según lo que ya piense. Cambia porque no observa desde el mástil más alto, sino que se emborracha con sus propias palabras, embellecidas por una IA que, como ron de Jamaica a Nueva York, adormece el juicio.

Y Netanyahu, al ver a todos romper las reglas, toma el camino del genocidio. Libera su sombra, aquella que lleva generaciones incubándose en la historia de sus padres, en la educación del miedo y el trauma que sufrió de niño. Todos estos hombres cargan infancias durísimas no revisadas, jamás sanadas.

En vez de ir hacia la reconciliación, el mundo se tambalea por niños heridos convertidos en hombres de poder. Un psicólogo les hubiera venido bien. Pero más aún, una humanidad que no fabricara más infancias rotas.

Rusia podría haber hecho como América tras Vietnam: la revolución del amor libre, de la conciencia. Pero no. Y todos nosotros estamos usando la IA sin cuidado, sin discernimiento, sin coraje. Como si fuera un ron dulce y fuerte que nos lleva rápido, pero ciega el alma.

La IA es mágica. Sí. Puede llevarnos a nuevos mundos. Pero también embriaga los sentidos, nubla el coraje, la responsabilidad, y la brújula del amor al mundo, a la paz, a nuestros mejores instintos.

Esta herramienta necesita advertencias, como las cajetillas de tabaco: “Puede nublar tu humanidad si no estás presente”. Porque si seguimos así, no veremos el bosque ni las olas que vienen.