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Despertó perezoso. Texto válido

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Asklepios, 18 de Octubre de 2025 a las 11:09 PM. Respuestas: 1 | Visitas: 14

  1. Asklepios

    Asklepios Incinerando envidias

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    Despertó perezoso, quedándose voluntariamente, durante algunos minutos, retozando en compañía de la desidia y la desgana, que no paraban de enredar con las sábanas. Justo en el momento que se decidió por abandonar la cama, de manera inconsciente se dedicó a deshacerse de los restos de un descuidado tejido, durante la noche por sus bostezos, y que éstos habían abandonado al haberse enredado en las sábanas, y con el que, desidia y desgana no paraban de trastear, hasta el punto de molestar.

    Acompañó con buena música el tiempo que dedicó a su aseo personal. Suaves ritmos de jazz llenaron el baño de equilibradas melodías que no paró de tararear. Eran casi las doce y media y no hacía demasiado calor. Se asomó a la ventana para decidir, después de consultar y comprobar qué y cómo vestían los que ya estaban en la calle, qué ropa ponerse. Pantalón vaquero, camisa lisa azul claro, chaqueta fina y lisa de cuero negro y zapatos negros; además peinado hacia atrás afirmado por un toque ligero de gomina y, cómo no, sus pequeñas gafas, -necesarias por graduadas-, de sol de tonalidad gris. Esa es la imagen a imaginar por el lector de este personaje, que no es para nada llamativa y menos aún estridente.

    Apenas era asiduo a visitar bares, aunque eso no quita que por lo que sea, esa mañana le apeteciera tomarse un algo, como, por ejemplo, unas cañas, o unos vermuts, hecho que, sin duda, decidiría en su momento. Sin ningún motivo aparente, -eso se estaba creyendo hasta él mismo-, sus pasos le llevaron a un establecimiento en concreto. Y era así, puesto que había ido dejando atrás a otros locales, -que alguna que otra vez, en el pasado jamás se negó a visitar-. Total, que entró en "El navegante", famoso en el barrio por sus raciones de calamares, gambas y demás surtido de pinchos y raciones, que ofrecían como su producto base el pescado.

    Todavía no lo sabía, todavía no era consciente del por qué haber entrado precisamente en "El navegante". Su mente, apenas llegaba, en aquellos momentos a pensar en qué pinchos tomar, darse por comido y así no tener que andar cocinando en casa y lavando los platos. Tuvo que llegar la tercera caña para que, como por arte de magia, apareciera en su cabeza el recuerdo, la figura de Palmira, su mujer preferida, su mujer deseada y amiga desde la infancia. Resulta que estudiaron educación básica juntos, en un colegio mixto y público, lo que, para aquellos años resultaba algo excepcional. Los años de instituto los distanciaron un poco, a pesar de vivir cerca el uno del otro. Después, llegaron los primeros años de universidad, años de adolescencia más o menos desbocada, -según quien-, donde volvieron a coincidir en la facultad de filosofía. Durante el día de aquel reencuentro y los siguientes, entendió que Palmira ofrecía una imagen de mujer independiente y hasta un poco osada que, al principio le hizo sentirse bastante, -cómo decirlo-, abrumado, aunque no tuvo que pasar mucho tiempo `para ver muy claro que allí pasaba algo raro, que algo había que no le convencía. Y fue entonces cuando se decidió a tomar la iniciativa. Total, no pasaron dos meses y ya era "oficial" para todos los conocidos que eran pareja. Fueron años buenos, muy buenos; felices, llenos de anécdotas, vivencias, de mutuo y paralelo madurar como personas... Pero llegaron las vacas flacas, desgraciadamente, por causas ajenas a su relación. Terminado el tercer curso de carrera, el padre de Palmira, militar de alto rango, fue destinado a Madrid, por lo que la familia al completo debía trasladarse también a la capital. No sirvieron de nada la infinidad de quejas y razones que Palmira desarrollara en defensa de lo inoportuno y adecuado que para ella era trasladarse a otra facultad. Como he dicho antes, su padre era militar, militar de alto rango... en aquellos años... No es necesario dar más explicaciones.

    Hubo muchas lágrimas, mucha tristeza, muchos planes por mantener y estar en contacto todo lo posible- y así fue durante unos meses, Pero el tiempo... Hay amigo, el tiempo...

    En resumen, que la relación acabó rompiéndose y le tocó a cada uno lamerse las heridas como mejor pudieron. Y Palmira lo hizo mucho mejor. Este es el oscuro misterio por el que nuestro enigmático personaje había acabado tomando unas cañas en "El navegante", lugar que, en su momento, fue el sitio preferido, -en aquellos lejanos y buenos tiempos-, por Palmira para tomar, los fines de semana, lo que se antojara beber, sobre todo, por las mañanas, a esa hora mágica del vermut.

    Después de aquella tercera caña, momento en el que su mente fue literalmente tomada por Palmira, aunque pidió un par de cañas más, ya no las bebió a gusto, y en cuanto las terminó, pidió la cuenta, pagó y regresó, -bastante descolocado-, a la seguridad del hogar.

    Fue mucho lo que recordó, pensó y reflexionó sobre los tiempos pasados hasta que tomó la decisión, no sabía si acertada o no, de telefonear a Palmira y saber de su vida. Mientras tecleaba el número en su celular, indeciso al ignorar si aún el número que tenía guardado en la agenda seguiría siendo válido o no, e indeciso también por si era o no adecuado hacer la llamada, se dejó llevar. El sonido de la primera señal de conexión, le sobresaltó. Estuvo a un tris de colgar, pero se contuvo. Aguantó el segundo, y también el tercero. Un ¿Dígame?, que identificó al instante como la voz de Palmira, aceleró el latir de su corazón. Aún así, dijo: “Hola, ¿Palmira?”. Palmira también reconoció aquella voz sin dudarlo, pero algo indomable recorrió su interior, obligándola a negarlo, a no poner las cosas fáciles a su viejo amor. “Si, ¿quién es?” “Soy yo. ¿No me reconoces?” Pero ella insistió: “Hola, ¿quién es?”. Resultaba aquello como un juego, pero un juego un tanto macabro, pues ambos estaban seguros de haberse reconocido al instante y, al mismo tiempo, los dos estaban negando la mayor. “Soy yo, Fidel. ¿Es que ya no te acuerdas de mí?”, dijo él, rodeando su pregunta con toda la intención por el tono justo, el tono adecuado de lástima encubierta. Se conocían tanto, a pesar del tiempo transcurrido que Palmira, viendo el juego, decidió, por qué no, seguirlo. “Ah, hola Fidel, ¿qué tal?, ¿cómo estás?” “Muy bien, ¿y tú?” Bien, bien. ¿qué te cuentas?, ¿pasa algo grave? ¿estás bien?” Esto último adornado con falsa preocupación, convencida de no pasar nada malo. “Si, sí. Estoy bien. No pasa nada. Sólo que hoy, me he acordado de ti, y sentía curiosidad, y quería saber de tu vida. ¿Dónde paras ahora?” Admitió Fidel la verdad, aceptando su derrota en aquel breve y sutil inicio de conversación. “Pues ya ves”, replicó ella, satisfecha tras salir vencedora de tan surrealista y silenciosa confrontación. “Estoy bien. No me he movido de Madrid desde que me tuve que ir. ¿Y tú?” Sigo aquí Yo no me he movido. Mañana tengo que ir a Madrid”, mintió él. ¿Te apetece quedar y vernos?”, improvisó él, dejando todo en manos de su capacidad de improvisar todo, -viaje, argumentos, excusas-. “Bueno, no sé. Así de repente, me dejas que no sé qué decir. ¿Puedo llamarte en cosa de una hora y hablamos?” “Sí, como no. Espero tu llamada entonces. Hasta luego” Adiós, te llamaré” Y colgaron. Fidel, nada más desconectar, cayó en manos del mayor de los agobios, pero no tardó en enfrentarlo y dedicarse a hacer el mejor plan posible ante el viaje que, él mismo originó y que, presumiblemente, tendría que hacer al día siguiente. “No pasa nada”, se dijo “Además, tengo muchas ganas de verla. No va a pasar nada malo por vernos de nuevo” Se entiende que los ánimos de Fidel, se recuperaron de inmediato, y a un alto nivel.

    Mientras Fidel andaba en todo esto, Palmira tenía muchas más dudas. Aquella llamada repentina e inesperada hizo huella en ella. Consultó su agenda y, aunque no tenía compromiso alguno, no dejaba de resistirse a aquella visita tan rara por inesperada y, también, en cierto modo, hasta inconveniente. Al haberse comprometido a llamar a Fidel en una hora, se tomó hasta el último minuto para llamar dando una contestación. Y contestó afirmativamente, a pesar de sus dudas. Finalmente, la cosa quedó en pasar en Madrid juntos los siguientes tres días.

    Palmira vivía en Plaza de España. Quedaron en la parada del metro a media mañana. A Fidel le tocó madrugar para poder estar allí a la hora convenida. Ella llevaba unos pocos minutos esperando, cuando Fidel subía las escaleras que daban a la plaza. Sus miradas se cruzaron y en ambos se dibujaron sinceras sonrisas por lo que veían. Y llegó el primer abrazo, los naturales y educados, - en él contenidos- besos en las mejillas. Aquel primer acercamiento retumbó, inevitablemente, en sus recuerdos. Volvieron olores, roces, caricias casi olvidadas… Fue como un espectacular trueno del que se tuvieron que reponer, cosa que los dos, por esa oculta obligación, consiguieron. Y se tomaron unas cañas; y fueron a comer, -pagó Fidel, como corresponde-; y se acercaron a casa de Palmira a dejar el equipaje de Fidel; y volvieron a la calle, y pasearon, charlaron, recordaron, y también, sin decirlo, se prohibieron hablar de puntuales temas… y así, hasta la noche, hora de regresar a casa a dormir. Ya en casa, lo de dormir fue por separado. A él le costó más que a ella, aunque también lo deseara, pero era mejor así.

    Al levantarse temprano para poder aprovechar el día, se cruzaron con esa cara que se tiene recién levantado, en el pasillo. Aquello, originó en él un brevísimo segundo de enfado por haber perdido tantos y tantos momentos como aquel, que se transformó al instante por un gozo, que a duras penas logró contener. Y qué decir de ella. En ella, la cara de él, provocó tal intensidad en su ternura que no pudo contener el impulso de besarle, cosa que hizo, pero de manera tal, que dio a entender, con absoluta claridad, y sin dar opción a ninguna otra interpretación que no fuera de ternura. Nada más. Él, se dejó besar, y también besó. No pasó más.

    Desayunaron fuera, y decidieron, al ver que había una exposición sobre los impresionistas franceses, pasar la mañana en el Museo del Prado. Fueron casi tres horas de lento caminar, de aquí para allá, disfrutando, no sólo de la apuntada exposición, si no de también, muchos otros cuadros, -todos de alto valor, no sólo económico. Por supuesto, y, sobre todo, del innegable e inmenso valor artístico que almacenaban-, que dieron paso, que facilitaron, repetidos y mutuos abrazos por la cintura, carantoñas varias, confesiones en silencio de agradecimiento por aquellos momentos tan especiales y, a la vez, también tan peligrosos por cuanto que, todavía, no había pasado más que día y medio. Ambos, cada cual, en su cabeza, no dejaban de estar en máxima alerta, de procurar contener los posibles arrebatos, algo que no dejaba de ser un sin vivir, difícilmente soportable. Era algo muy probable que afloraran en el momento más inesperado, e incluso, inadecuado, las pasiones que intentaban ser reprimidas.

    La tarde pasó, inesperadamente, dentro de una normalidad que mantuvo a los dos, más que nada, expectantes, cuando, casi sin aviso, se les echó encima la segunda y última noche. Estaba claro, los dos así lo entendían, el peligro que conllevaba ir tan temprano a casa. Nació así, sin más y en silencio, el acuerdo de dar un garbeo nocturno por la ciudad, tomar alguna copa y bailar en alguna discoteca. Fue aquel un pacto sin palabras que resultó ser, en cierto modo, su perdición. No tuvieron en cuenta las consecuencias de pasarse de frenada, cuando se decide tomar algunas copas de más, de bebidas denominadas espirituosas.

    El resultado, no tengan ninguna duda, fue el que se imaginan. Aquella noche, los muelles oxidados e infra utilizados de la cama de Palmira, pues, simplemente, trabajaron más allá de lo debido. Y lo que pasó sobre ella, no fue, para nada, ni malo o negativo, y tampoco, algo con obligación de ser criticado.

    Uno puede, dadas las circunstancias, sospechar, lejos de equivocarse, que lo peor de este caso se produciría al poco de despertarse. Pero, lo siento mucho, queridos lectores. Esta es una historia de final feliz.

    A lo largo de aquella, presumible, última mañana juntos, algo cambió radicalmente en la cabeza de nuestros protagonistas. No quiero alargarme más, por lo que, en resumidas cuentas, lo que pasó fue que no pudiendo negar que su primigenia conexión, a pesar de haber pasado tanto tiempo, los dos la entendían como aún viva, y hasta incluso, quizás con más energía, con más cuerpo y, ante todo, mucho más madura que la compartida en el pasado. A partir de aquí, todo se puede resumir en que se dedicaron en cuerpo y alma en lograr una vida en común, como así fue.

    Que envidia de pareja, que optaron por darse una nueva oportunidad, a pesar de los lógicos miedos y de las complicaciones que, sea cual sea el caso, se ha de aceptar, que se presentan a lo largo de la vida, sea de quien sea.
     
    #1
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  2. Maramin

    Maramin Moderador Global Miembro del Equipo Moderador Global Corrector/a

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    Una excelente redacción nos compartes sobre ese amor reencontrado y renovado con final feliz.

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    #2

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