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Desprotegidos

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Sigifredo Silva Rodríguez, 27 de Marzo de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 288

  1. Sigifredo Silva Rodríguez

    Sigifredo Silva Rodríguez Poeta adicto al portal

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    Hombre
    Un nuevo amanecer y en el horizonte el sol emprende su ascenso imponente y soberbio; el trinar de los pájaros produce alborozo en el alma dándole inmensa alegría a la vida y al ambiente, a la vez que el ruido estentóreo de los vehículos empieza a torturar el agudo y sensible tímpano de la ciudad.

    El barrio Getsemaní, ubicado en los suburbios de alguna ciudad caribeña, comienza a desadormecerse perezosamente, sus calles mugrientas y polvorientas son testigos mudos de la desesperación y el sufrimiento, que como maldición sempiterna se incrustan en la epidermis y estructura íntima de sus moradores; es un nuevo e incierto despertar.

    En el humilde hogar de los Sintierra, triste apellido de esos indefensos, los hijos de Angustias, madre soltera, proceden al inicio de su diario peregrinaje; como la casa carece de agua potable, el aseo personal lo hacen en los baños públicos que quedan a unos cientos de metros de la vivienda. Acto seguido, toman el desayuno consistente en una taza de café negro con un pedazo de pan duro y de inmediato se principia el desfile familiar. Angustias sale a laborar, como criada doméstica, en la casa de los Lavalle, familia de rancia estirpe y próspera en la región, que a base de explotación y salarios de miseria que le da a sus empleados ha acumulado una inmensa fortuna.

    En compañía de Angustias va uno de sus hijos, Modesto, niño que a sus siete años, debe trabajar en los socavones de una de las carboneras de los Lavalle pese a la enfermedad bronquial que adquirió en ella a causa de la polución que reina en el ambiente.

    Su otro hijo, Bonifacio de nueve años, trabaja en un relleno sanitario como reciclador de basuras al lado de hombres mañosos y curtidos que han abusado de él en todas las formas inimaginables y perversas.

    En casa se queda Martirios, niña de trece años, a la que un vecino aprovecha la ausencia de la madre para seducirla y a la que violó cuando ella tenía once años; inclusive, se rumora en el barrio que la hija menor de Angustias es el fruto de esa violación, pero que la familia lo ha ocultado por amenazas del violador, quien a su vez les proporciona mensualmente un cierto aporte económico por el silencio. Martirios debe hacer todos los quehaceres del hogar, entre los cuales está cuidar de su hermana menor, Socorro, de dos años, su supuesta hija.

    Así, bajo penurias, infamias y aberraciones van transcurriendo los días en la vida de este desprotegido grupo humano; subyugado por un sistema que estigmatiza, margina y obliga a que los elementos más vulnerables se sometan a trabajos indignos generalmente no acordes a sus posibilidades físicas ni mentales y muchas veces destruyendo la etapa más preciosa del ser humano, como es su infancia, haciendo de ellos futuros delincuentes y desadaptados ante el injusto ejercer de una sociedad estratificada y excluyente y donde la ley divina duerme profundamente en el triste regazo del olvido dejando en el cierre de cada amanecer la oscuro noche de la desesperanza.
     
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