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Destino De Mierda

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Juan Oriental, 18 de Diciembre de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 433

  1. Juan Oriental

    Juan Oriental Poeta que considera el portal su segunda casa

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    A sus once años, Jorge Luis Rinaldi (Jorgelín) andaba de casa en casa de los vecinos que tenían televisor, ya que la humilde situación económica de su familia, como la de tantas otras del campo, no le permitía ese “lujo”. Y así, medio a fuerza de presencia y mucho juicio, mezclado con hijos de vecinos, Jorgelín lograba ver algunos capítulos de “El Llanero Solitario”; furor en aquellos días.

    Un domingo, en el cumpleaños de un amiguito, comentando y fantaseando con el pequeño grupo de chicos invitados, sobre las hazañas de dicho héroe, al lamentarse algunos (especialmente Jorgelín) de no tener tele para ver al paladín todos los días, uno de los chicos, un tal Wilson Escambrini, al cual su cara seria, alargada y mofletuda, lo hacía parecer medio hosco, le ofreció a Jorgelín ver al justiciero enmascarado en su casa el día lunes. “Bueno”, aceptó Jorgelín más pronto que ligero.

    La casa de Wilson distaba como cinco kilómetros de la de Jorgelín, que sin bicicleta además, caminó, mejor dicho corrió por toda la carretera de pedregullo hasta el domicilio de su anfitrión para llegar “justito, justito” cuando daba comienzo “El Llanero Solitario”. Con el pecho ardiendo por el resuello golpeó la puerta. Al cabo de un interminable, precioso minuto perdido de cabalgata y tiros, apareció en ella Wilson Escambrini con su cara de cerdito impasible, y muy serio le preguntó: “¿Qué querías?

    “Ver El Llanero Solitario”, dijo entusiasta y entrecortadamente Jorgelín, rojo como un tomate todavía, por el esfuerzo de la carrera. “Hoy no voy a mirar televisión”, contestó hoscamente el cerdito y, literalmente le cerró a Jorgelín la puerta en la cara. ¡Angustia! Desconcierto y angustia, más que rabia, sintió Jorgelín, y desolado, emprendió el camino de regreso: Cinco kilómetros de pedregullo y frustración.

    Pasó el tiempo. A los años, Jorgelín se fue del país en busca de oportunidad para su afición: el dibujo de historietas. Pasó más tiempo: treinta y tres años. Jorgelín volvió convertido en un experto diseñador gráfico, y por dar gusto a sus padres, se estableció con ellos en el pueblo inmediato. El pueblo era humilde, carecía de saneamiento, y por tanto, a fin de vaciar el contenido de sus pozos sanitarios, los habitantes recurrían al camión barométrico del lugar. “La Barométrica”, como se lo denominaba comúnmente. ¿Y quién era el propietario de dicho vehículo y de tan lucrativo y pestilente negocio? Pues nada menos que el cerdito, ya veterano, Wilson Escambrini.

    No menos añoso, pero con esa luz jovial que caracteriza los rostros de quienes conservan interiormente algo de su niñez, y con reflexivo buen humor, Jorgelín pensó: Es increíble como, más o menos, el ser humano manifiesta temprano y cumple su sino en la vida. Wilson Escambrini: sorete de chico, mierdero de grande. “El Mierdero”, era como la gente llamaba a Wilson secretamente.

    Por única vez y por el hecho de verlo frente a frente, Jorgelín solicitó sus servicios (luego, aunque más lento por requerido, emplearía los del barométrico municipal). Wilson Escambrini estacionó su hediondo armatoste y desenrolló de él una manguera negra como una anaconda. Su cara, más larga y mofletuda, (con bigote para colmo) parecía una veterana chancleta de tela agrandada y desflecada en la punta. Saludó brevemente y procedió al trabajo. Finalizado éste, casi con recelo, Wilson le preguntó a Jorgelín: “¿Vos te fuiste del país hace mucho, no?”. “Sí”, asintió Jorgelín. “Yo me acuerdo más o menos de vos”, dijo Wilson. “Yo me acuerdo muy bien de vos”, respondió Jorgelín. “No sé cual fue la última vez que nos vimos”, agregó Wilson. “Yo tampoco. Pasa que no éramos amigos. ¿Cuánto es?”, concluyó Jorgelín.

    Wilson Escambrini arrancó nauseabundamente y desapareció en la primera cuadra. Jorgelín tenía una reunión de negocios en la capital y, como satisfecho de algo, sonrió al volante de su raudo Mercedes Roadster blanco, último modelo, sobre cuyo número de placa trasero, rezaba discretamente: “¡Arre Plata!”


     
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    Última modificación: 5 de Marzo de 2012

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