Día XLV

Primero los vasos, ruido fuerte, luego nosotros y la mesa, otro ruido fuerte. Pero nada se ha roto, fue una danza inexacta en el lugar inexacto de la casa. Es tan absurdo y coloquial, el orden viene de arriba, pensamos lo que sentimos y en consecuencia actuamos para que el cuerpo huya del cuerpo, para que se estire y en fuga nos arrebate la memoria. Solo las caricias acarician, eso no lo entiendes porque yo acaricio con palabras, y mis palabras duelen, pesan, son mías y eso lo explica todo mal, y a veces, solo a veces hacen mucho bien.

Ningún abismo propone vastedad, salvo los ojos de Lucila cuando está a punto de dormir. Como si supiera que los espejos no la reflejan dormida, ella lanza sus sueños para que se pierdan entre mis manos. Me molesta no poder besar sus ojos cerrados, pero recolecto todo lo que piensa y anhela, luego lo adorno todo y ella no lo reconoce, porque el mundo se vuelve hermoso si ella lo mira. Ella piensa, ella existe, ella piensa con las manos y toca, y quiere por la manos, y lo quiere todo en sus manos, hoy, ayer y siempre.

Volver hacia dentro no es movernos, es sentir. El valle, las montañas del corazón, los animales que toman nuevas formas, las plantas que brillan; hay un infinito que no tiene compás y lo bailan los fantasmas, los que viven heridos y no mueren por vivir felices así. Son más las casi caídas, que las veces que del suelo nos ayudaron a levantarnos; todos saben lo que es seguir los pasos, todos se atrasan y arrastran y posponen el juego por temor a jugar. Todos, todos y yo, yo soy pragmático, yo lloro y me encierro y subo solo a mirar, a escuchar esa música de los besos reales, de la pasión uniforme, de la fiesta que es para nadie y deja sin aliento a todos. Yo subo porque la espero y porque se esperar.

Primero los vasos, luego las botellas. Esperare los aplausos y a ella para temblar de verdad.