Día XLVII

Errancias, días que son toda una vida prestada, cantar en la ducha para olvidar, tener el desierto en la ciudad que te ignora y ver como en la distancia se crea un nuevo horizonte ajeno a todo. Lo que fue un para siempre se acaba, lo que es efímero nunca existió. Dejar las coordenadas atentas para que un ser con reflejos o de lindo pelo se acerque a peinarse en nuestros ojos es inútil, es en vano reconocerse en los demás.

Agitar una llama, llamar para agitar a una amiga, salir, ver diamantes en sus ojos y darte cuenta de que ahora quieres coleccionar diamantes, o salir y ver que una nube la sigue y la llora solo a ella y quieres ser una nube y quieres que el sol que guarda en el ombligo te haga desaparecer. Uno es un amarillo de otoños que vuela en el aire mientras los árboles inquietos lo intentan atrapar, vestirse de nuestro color. Al parecer la felicidad es no estar desnudos.

Otra vez, luego, mañana, volverá el éxtasis y nuestras rodillas se torcerán, la aflicción no sera ficción y como siempre el mar que resulta un vientre cubrirá la montaña hasta que ahogados y sin palabras por las crines plateadas de la pasión toda otra ciudad entera se alzará hasta el cielo.

Cuando sea por fin dueño de mis ilusiones, voy a ser un yo dispuesto a volver a nacer, un aprendiz sencillo que ya no habitará adormecido los caminos de la interferencia. Voy a mojarme de suspicacia para secarme de intolerancia y en los días como hoy que no tengo nada ni nadie en quien pensar voy a celebrar por fin mi soledad. Supondré que es muy fácil estar acompañado.