Día XXXII

En un abrir y cerrar de puños contra la pared, contra la vida, contra ese artefacto multiforma que hace a los seres relacionarse con cariño, con discreción sentimental, con la falsa y tonta voluntad de enlazar mentiras y realidad. En un abrir y cerrar de puños todas y cada una de las nubes se confesaron con mi soledad. Fue tan larga la lluvia, la llovizna. La menstruación del cielo me hizo creer, me hizo entender que si la pena es mía y que a si la pena me la dejo en los cabellos, el agua de arriba y su caricia manantial aliviara ese santo designio de convertir mi cuerpo en un nudo de cabeza para mi tristeza.

Odio su olvido y su misericordia. El atardecer mece recuerdos, flagelaciones emocionales se postran en la ventana. Hoy quiero ser perro y morir por un hueso con algo de carne. Pero pienso en los árboles, en la matemática de los árboles y como sus sombras nunca llegan a tapar la luz de ella. Todo lector, todo escritor tiene una ella que es cáncer, cura y demoníaca atracción por la cual perder todo un mundo y ganar una firme y generosa soledad. Mi ella es un mar y jamás la vi en el mar, y es flexible, aunque nunca se arrodillo a besarme. Pero es un mar, un mar inquieto. Y yo, yo en mi serena montaña es que estoy hechizado, maldecido, enamorado.

La tarde, anémica, desquiciada, rota en cien mil cariños de vientos que no llegan a mi alma. Destellos y más destellos en los ladridos de un perro invisible que ladra aquí debajo, en este jardín visible. No quiero nada, pero no quiero perder nada mas. No quiero que nadie venga, ni quiero que alguien se marche. Necesito una frente desnuda de malos pensamientos, arrojarle un cuchillo desde la cama tenga o no tenga una manzana en la cabeza. Necesito morder una manzana, una cola manzana. No, mentira, eso no lo necesito. Hay tantos sentimientos con forma de cristal y son tantos los cristales que ella necesita de mi para generar un sentimiento.