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DiagnÓstico

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Tiquicia Vargas, 29 de Enero de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 389

  1. Tiquicia Vargas

    Tiquicia Vargas Poeta recién llegado

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    “¿Quién sabe si se nace siendo o se aprende a ser?, en la vida solo hay dos tipos de personas, las que se cuidan a sí mismas y las que no lo hacen”.

    Una vida entera dedicada a lo mismo, sabía de sobra su precio en la calle; la vida misma se lo enseñó desde niño. Hoy hecho ya un hombre, solo podía pensar en todos los cuerpos que chocaron con el suyo en hoteles de mala fama. Tirado en su cama sabiéndose moribundo, la pregunta que no podía responderse a sí mismo lo torturaba como una puñalada, sin darle tregua alguna:

    ¿Cuál de todos sus clientes lo infectó?


    Todos se veían tan sanos, tan normales dentro de una sociedad insensible a la justicia, a la equidad o al respeto en todas sus formas; hoy, solo se ven pobrezas, injusticias, delincuencia y corrupción por todas partes. Cómo había olvidado que la desconfianza era lo único que podría protegerlo, ese olvido le costará ahora la vida.


    Años atrás, un breve resfrío que lo castigo un par de semanas marcaba la primera fase de la enfermedad, después, no volvió a sufrir ningún síntoma, se sentía como un toro en celo, fuerte, eufórico, lleno de vida; la noticia le aniquiló esa sensación de un golpe. Primero tuvo escalofríos, luego fiebre, después la neumonía hacía fiesta en su interior; todo se hizo tan vertiginoso, que la infección ya no tenía ningún reparo en mostrarse abiertamente, lo tenía carcomido casi por completo.


    Mientras el médico leía el resultado de los exámenes diagnosticando el fatal fallo, él solo conseguía acertar en una única conclusión: __¡ESTOY MUERTO!__, entretanto el médico le repetía:__ se encuentra en la tercera etapa, le aplicaremos un tratamiento para aminorar los síntomas__, extendiendo una larguísima receta llena de nombres de pastillas, el orden y los horarios en los que debía tomarlas, pero si no hay cura posible, qué importancia tendría extender más su agonía, qué sentido habría en prolongar su vida.


    Afuera del consultorio, una larga fila de pacientes esperaba su consulta; tuberculosis, toxoplasmosis, meningitis, neumonía; todos tenía algo distinto, como si los médicos se hubieran empeñado en darle un nombre diferente a cada paciente, pero todos ellos sufrirían el mismo destino, se decía a sí mismo. Moriremos sin ninguna duda. Devuelta en el cuartucho que compartía con otros cuatro compañeros de oficio, solo podía pensar en el diagnóstico médico y en la frialdad con que lo leyó el hombre de gabacha al otro lado del escritorio, recién entonces notó que usaba guantes plásticos.


    Pensó entonces en cada una de las letras que formaban el nombre de su verdugo, después de llorar por horas la decisión, llegó a su mente como la única solución posible. Unas gotas de veneno para ratas fueron suficientes; entre convulsiones y gemidos espantosos exhalaba su último aliento. Días después del entierro, la noticia se regó como una plaga entre todos sus conocidos; un error en la caligrafía había confundido su expediente con el de otro paciente.
     
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    Última modificación: 19 de Febrero de 2012

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