Diálogo: de campo o de jardín

- ¿Por qué te empeñas en regar las amapolas?
- Porque en mi jardín quiero que reine ella sola.
- No son flores de jardinero, sino de albedrío.
- Y ¿por qué me engañan en cada pío los pajaritos?
Este tiempo he procurado tratarla con mimo.
- ¿Cómo comprender lo que los pajaritos pían
sin conocer más lengua que ésta de la tierra?
- Entre cada sol pasan los días,
y entre suspiros aparece roja.
Vecinas, florecillas del campo secas.
Entre que se mantiene ella sola,
duquesa en la vereda,
los pajaritos se posan entre todas,
pero sólo respetan a la amapola.
- Entre tanto, sólo dices que resiste,
no necesita, de especial, tu cuidado.
- ¿A qué pregunta y daña tanto?,
no es lo que yo crea que gano,
que siempre ha recibido buen trato,
¿qué mal recibe que yo le hago?,
¿qué le falta de abono en este tramo?,
si tras cada rocío de mayo,
soportando este sol mal dado,
recibe de agua un buen trago.
- No se moleste tontamente,
entre mis palabras no hay daño,
único mi propósito es hacerle ver,
pues si en tu jardín presida sola,
no será por su asenso inerte,
sino tu labor con la amapola.
- Váyase de vuelta mal enemigo,
entre sus palabras se encuentran,
no verdades, sino mala conciencia,
que viene a purificarse conmigo.
- Disculpe jardinero, no es mi intención dañar,
son silencios que amargan la luna más llena,
palabras en el aire que surcan a las entendederas,
sin embargo, nunca se llegan a pronunciar.
- Si me confunden con el judío errante,
víctima de la tormenta perfecta,
no veréis asustado agacharme,
si vienen por cuatro flancos será en defensa,
sólo bajaré para impulsarme.

(Tu mirada estudio,
cada semana suspendo,
vuelvo en cada aviso
caigo solo por un beso).