Dionisos

Cuando se pone el sol,el joven Dionisos sale de su cueva emparrada de uvas glamurosas y contempla con sus ojos osíricos cómo la luna de talle rosáceo tiembla en el lago plateado donde solemnes copas de nenúfares se ofrecen a ser bebidas por el primer joven Narciso enamorado de su frágil y vacua imagen reflejada en el remanso del plateado líquido acuoso.Un murmullo gimiente rompe el silencio en la sacra calma de la fértil naturaleza y el dios del vino se apresta con su oído contemplativo a adivinar qué criatura osa quebrar el magno hechizo de la noche.Es una náyade de pálido semblante y ojos perlados por el rocío melancólico que cae en las manos de lustroso marfil de tal bella criatura criada en los milenarios bosques donde Sileno tiene su dulce morada.Entonces el fogoso Alíseo, con salvaje premura, se acerca radiante, cabalgando en su perfumada corola de olor a eterno jazmín, a tal ninfa desolada y, susurrándole unos versos de hiedra enramados consigue robarle una pastoral sonrisa de bienestar y complacencia.Entonces nuestro joven dios intuye que ya la gris nube del amor no correspondido por un vil sátiro se ha volatilizado y que su ahora encantador corazón de blanca azucena le pertenece a él sólo, al dichoso y embriagador de extáticos espíritus que huyen raudos de la funesta tristeza para resguardarse en el sacro aguardiente del vino consolador.