Discurso de aquel que ve borroso

Sí, sé que tras mis anteojos largos como dos caminos de cristal se esconde una mirada negra que se desvanece desde mi sombrero hasta mis zapatos. Te desagrada la sombra y el cuervo.


Párate entonces, y dibuja con crayones de colores en la pared blanca de la tarde el globo que soltaste y que no se colgó nunca de las ramas de un árbol sino de los cuernos de la luna. Traza con tu mirada de brisa fresca el sueño de tu matrimonio de burbujas y confetis. Gira libre tantas veces desafiando al viento hasta que salgan de ti los girasoles y las margaritas que aún no te he regalado. Que con tus pies se derrita el hielo que brota del asfalto y formes espirales y anillos de estaño y plata.


Mientras te hablo de monjes blancos y verdes, de Shakespeare sobre el lodo y de Baudelaire en las nubes, prende tu cigarrillo verde para que llueva sobre ellos amapolas y duendes. Si te parezco la noche, mira hacia tu estante de libros, toma el candelabro, prende tres velas y ponla en mis manos o, más bien, esparce escarcha sobre mi frente ceniza.


No me hables más de tu príncipe del norte que se me marchita el alma, y más bien háblame de las luciérnagas que desfilan en hileras sobre los rascacielos de Nueva York o de los besos de colores que plasmaste sobre los leones de piedra que aún te esperan en Londres.


Escúchame, te propongo un negocio: Yo pongo el barco de papel y tú el arroyo que corre. Mi corbata noche blanca por tus manos blancas, mi cielo violeta por tu sonrisa de nieve, mi boina de estrellas por un “te quiero” infinito. O que tal si te digo: “Eres la medialuna sobre un sofá de terciopelo azul”, o si retiro mis cristales, veo tu silueta borrosa y, frustrado y triste, exclame: “!Qué el cielo se caiga a pedazos! ya no veo tu sonrisa”.


Sé que tras mis marquitos negros se esconde una mirada negra que se derrama como tinta hasta mi sombra. Te desagrada un astro oculto tras las cortinas y un cuarto oscuro.


Saca tu álbum de fotos donde yo no estoy y déjame entrar en él como un espíritu del bosque, de modo que quede impreso en el pasado, en el presente y en el futuro, o déjame colgar un piano de tu tejado para que los gatos y las alondras fabriquen sonidos de marfil y humo.


Sigue sonriendo, sigue girando, sigue soñando perfumes y rosas blancas, y la aurora me rescatará del hastío, de la noche, de la sombra, de la flor marchita, del cuarto oscuro, de la luna que se cae sobre mis ojos y que se transforma en una mirada negra que se esconde tras unos anteojos largos y cristalinos como dos ventanas castigadas por la luz estrellada y que se desvanece como niebla desde mi sombrero hasta mis zapatos.