1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Domingo de nadie, en tierra prestada

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Jose Anibal Ortiz Lozada, 13 de Abril de 2025. Respuestas: 0 | Visitas: 44

  1. Jose Anibal Ortiz Lozada

    Jose Anibal Ortiz Lozada Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    6 de Mayo de 2024
    Mensajes:
    1.077
    Me gusta recibidos:
    1.487
    Género:
    Hombre
    El domingo en el extranjero no tiene nombre. Es una página sin título que alguien dejó en blanco entre dos calendarios. Es un pan sin corteza, un café que no sabe a casa, una iglesia sin campanas en una ciudad que no reza. El idioma duerme con los ojos abiertos, colgado de las paredes donde no hay retratos tuyos, y los relojes son turistas que no preguntan la hora.

    Aquí los domingos no nacen: se despiertan con resaca de silencio, caminan descalzos sobre los charcos del alma y huelen a distancia hervida en microondas. La nostalgia tiene acento, se pronuncia con la garganta estrujada, y la soledad se sirve en platos hondos, decorada con ausencias, en una mesa que ya no recuerda tu voz.

    Afuera, el mundo se disfraza de normalidad: las parejas se besan como si no supieran del exilio de los abrazos, los perros pasean sin saber que hay países donde las manos no acarician, y el viento acarrea nombres que nunca aprendí a pronunciar sin romperme.

    Yo camino en círculos por esta ciudad prestada, recogiendo migajas de pertenencia como un mendigo de raíces. Me siento extranjero incluso en mi sombra, que ya no me sigue con fidelidad, sino con duda. Las ventanas me miran como si yo fuera el fantasma y no el huésped, y en cada reflejo me reconozco menos.

    Este domingo es un eco que no encuentra su voz, una carta sin destinatario, un poema que olvidó cómo riman los suspiros. Es la incertidumbre vestida de camisa blanca, la misma que uso para parecer que todo está bien cuando el alma tiembla de frío.

    En el extranjero, los domingos no terminan: se disuelven lentamente en la garganta del lunes, dejando el sabor metálico de lo que pudo haber sido hogar.

    A veces pienso que los domingos aquí son traducciones mal hechas de los que conocía. Como si alguien los hubiera doblado al idioma del exilio, perdiendo el tono exacto de las carcajadas, los gestos maternos, el olor a arroz recién hecho o el regaño tierno que te llama por tu nombre completo. Aquí, nadie sabe pronunciarme como tú lo hacías.

    El sol no calienta, observa. Es un testigo silente del desarraigo, un sol que no me pertenece, que no entiende mis cicatrices ni mis rezos disimulados entre dientes. Es un sol neutral, casi burocrático, que alumbra sin intención, que brilla pero no abriga.

    Los parques están llenos de familias que no me incluyen, de lenguas que no me llaman. Yo paso entre ellos como un punto y coma en una conversación ajena, deseando que alguien me subtitule, que alguien entienda que también soy domingo, aunque venga arrugado por la maleta y empapado en saudade.

    Y cuando cae la tarde, cuando los colores se disuelven como pastillas en la garganta del cielo, vuelvo a mirar la foto que cargo en la billetera: ese instante congelado donde aún éramos plural, donde el tiempo nos vestía con domingos tropicales y el horizonte sabía pronunciar mi apellido sin error.

    Aquí, todo lo que no soy se nota más los domingos. La risa se me escapa sin permiso, y en su lugar quedan pensamientos que no entiendo del todo, como esos sueños donde uno corre pero nunca llega. ¿Será eso el extranjero? ¿Un sueño lento, sin traducción posible?

    La noche cae como un telón que no promete próxima función. Y entonces, cierro los ojos, y trato de dormir abrazado a las voces que me faltan. Porque si algo he aprendido es que, en tierra ajena, uno no duerme: uno se esconde.
     
    #1

Comparte esta página