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Domingo de tragos

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 28 de Mayo de 2015. Respuestas: 2 | Visitas: 568

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    El vino burbujeaba en las copas. El sabor de las fresas se confundía con sus besos. Tengo que dejarte, me dijo Ondina. Su desnudez canela se alejaba de la cama. Abrió la puerta del baño. Arquímedes está insoportable y está controlando mis salidas, continuó, e insiste en que tenga un hijo. Dejé de oírla por el rumor del agua que caía. Me vestí lo más rápido que pude. Sabía que el sueño fortuito de un mozo había terminado. Salí del cuarto sin avisarle.

    La mañana que la conocí llevaba puesto un vestido rojo ajustado. Qué suerte tiene su esposo, pensé, ¡está buenísima! El Licenciado Rivera salió detrás de ella. Mi tío Pancho, el jardinero, salió a su encuentro. Éste es mi sobrino del que le hablé Licenciado, dijo señalándome con la mano. Bajé la mirada en señal de respeto. Vente mañana, dijo secamente, estoy apurado en estos momentos. Se subió al carro y salió deprisa.

    Me contrató como mozo de la casa y debía hacer lo que Doña Ondina, su esposa, quisiera. Los primeros días me hizo hacer de todo: mover muebles pesados, lavar la piscina, llevar a la estética a Coco y Britania - sus dos perros French Poodle -, bolear sus zapatillas. No importaba, valía la pena verla contonearse por toda la casa.

    Mis días preferidos eran los domingos cuando Ondina hacía sus “piscinadas”. Mira, Marcelo, hoy es domingo de tragos, me decía con una sonrisa jocosa, así que necesito que prepares los tragos porque ya nos hartamos de sólo tomar Caribe Cooler. Yo te voy a enseñar, dijo guiñándome el ojo, tomé un cursito hace unos meses. Luego supe que el Licenciado Rivera la mandó para que se olvidara de su obsesión de compradora compulsiva. Aprendí a preparar algunos tragos: Margaritas, Martinis, Piñas Coladas, Cubas, Vodka Tonic. Luego lo agitas así, me decía meciendo sus pechos firmes. ¿Entendiste? Asentía con la cabeza. A partir de la una de tarde, llegaban sus amigas en diminutos bikinis y cuerpos esculturales. Pasados los meses, sus amigas ya me tuteaban. Marce, por favor, un Vodka Tonic, decía una. Yo quiero un Tequila y Sangrita, decía otra. En ocasiones, al terminar la reunión, llevaba a Ondina a su recámara. No me lleves, arremetía, que no estoy borracha. Intentaba mantenerse en pie y trastabillaba. Su cuerpo olía a coco y vainilla. Intentaba, en vano, no tener una erección cuando la veía recostada en su Queen Size. Un domingo de agosto, me atreví a rozarle las piernas con las manos. Gimió levemente. Me acerqué a su sexo para sentir su aroma, que se confundía con el bronceador. Se giró dándome, en la cara, sus pequeñas y firmes nalgas. Salí de inmediato. Recordé la voz ronca del Licenciado Rivera: Si me entero que tienes algo con mi esposa, te busco y te capo. Después de ese día, evité mirarla a los ojos cuando me hablaba. Mírame a los ojos, Marcelo, me insistía. ¿Qué te pasa?, me preguntaba constantemente. Nada, señora, no es nada.

    La noche de un jueves me dijo que la llevara a casa de su mamá. Dime algo, Marcelo, inició la plática después de varios minutos en silencio. ¿Te parezco atractiva?, soltó la pregunta sin más. Creí que era una pregunta capciosa o algo parecido. La verdad, respondí titubeando, si lo es. A veces me siento fea, dijo apenada. Arquímedes ya no me acaricia como antes, continuó, ni me da regalos. Una lágrima salió sin querer y rodó por su mejilla. Olvídalo, finalizó. Esa noche no pude dormir. El Licenciado Rivera había salido de viaje de negocios y ella dormía sola en su Queen Size. Me tomé un par de Vodkas para conciliar el sueño. Veía una película erótica cuando tocaron la puerta. Dejé de acariciarme por el susto. Me incorporé y abrí la puerta. Iba a hablar cuando Ondina me lo impidió poniendo su delgado dedo en mis labios. Entró al cuarto con movimientos lentos. No me dio tiempo de apagar la televisión. Así que con eso te entretienes por las noches, susurró. Me ruboricé. Se sentó al borde de la cama. ¿Me puedo quedar un rato?, preguntó sin quitar la vista de la televisión. No te vayas, insistió, siéntate a mi lado. La bata transparente guardaba su cuerpo ataviado sólo con una tanga. Sus pezones ya estaban duros. Puse mi mano en su muslo. No dijo nada. Aspiré profundo el aroma de su cabello. Agarró mi mano y se la llevó a su sexo. Nos olvidamos de la película y nos entregamos a las caricias. Cuando salía el Licenciado Rivera de viaje me visitaba casi todos los días. Mi tío la vio salir una de esas noches. No te metas en problemas, sobrino, me sermoneó. No le hice caso.

    Ondina empezó a regalarme ropa, relojes y joyas. En los domingos de tragos ya departía con sus amigas y nos divertíamos a toda madre. Luego ella decidió que era mejor estar en un motel, con el pretexto de ir a casa de su mamá. Quiero que estés en forma, me dijo un día, yo pago el gimnasio. Todo marchaba sobre ruedas o eso pensaba. Era la envidia de otros mozos que trabajan por el vecindario. ¿Qué haces para tener todo eso?, preguntaban agarrando las pulseras, o las camisas, incluso los zapatos. Sólo dar pasión, me jactaba. Poncho, era el que más envidia me tenía. Se te va a acabar la suerte, me amenazaba constantemente. No le hacía mucho caso. De qué mueren los quemados, le respondía. El trabajaba con la Familia Iriarte desde hacía quince años y no había prosperado.

    La luz del sol me volvió a la realidad. Terminé de alinearme el uniforme. Diez minutos después salió ella. Le abrí la puerta del carro. Al entrar encendí el carro. A casa de mi madre, dijo ajustándose las medias de seda. El silencio nos acompañó todo el trayecto. Aparqué y salí para abrirle la puerta. Dio un paso y se detuvo. Lleva el carro a la casa y déjale las llaves a Jacinta, la cocinera, dijo sin voltear a verme. Estás despedido. Arquímedes ya sabe de lo nuestro. ¿Cómo se enteró?, pregunté nervioso. Pregúntale al mozo de los Iriarte, dijo iracunda y retomó su andar rumbo a la puerta de la casa. ¡Maldito Poncho!

    Llevé el carro a la casa. Antes de entrar a la cochera vi que Poncho estaba, en la puerta de los Iriarte, lavando uno de los carros. Entré a la cocina y agarré un cuchillo cebollero. Salí con el demonio por delante. Me acerqué sigilosamente. Estaba dándome la espalda. No me iré solo, le susurré al oído mientras le enterraba el cuchillo un par de veces, te vas conmigo. Un gemido apagado salió de su boca. Huí corriendo del lugar. El cuchillo lo aventé en un jardín 5 calles arriba.

    Mañana dictan mi sentencia. Es mejor estar en la cárcel, que capado.

     
    #1
  2. Jorge Lemoine y Bosshardt

    Jorge Lemoine y Bosshardt MAESTRO

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    Divinidad de letras preciosas en una obra excepcional.
     
    #2
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  3. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Alabo su presencia en mis letras.

    Saludos!!
     
    #3

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