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Dos vidas, dos muertes

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Évano, 16 de Abril de 2013. Respuestas: 2 | Visitas: 530

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    —... La dejó preñada y se marchó a la Patagonia Argentina. ¡Tú fíjate lo que hizo el sinvergüenza! Y luego va el hermano de ella y hace lo mismo, preña a la hermana del fugado. Pero este sí se casa con ella. ¡Tú fíjate cómo es la vida!

    Pasé de largo mientras oía ese trozo de conversación; charla que se mezclaba con el taconeo del andar en los adoquines de cantos rodados, entre callejuelas de casas de piedra y tejados de pizarra que llevaban a la iglesia. Sabía de qué cotilleaban. En una aldea pequeña las conversaciones van montadas en norias que siempre vuelven, como un bucle que forma la identidad de cada aldea.

    Conocía bien la historia; una más de las tantísimas que se dieron en la postguerra española. Hombres de pantalones y chaquetas de pana, de boina y zapatos rudos, de miradas profundas por haberse internado en el infierno de la guerra, por haber matado y visto y sufrido torturas, deambulaban por los campos y montañas de aquella España saciada de sangre. Sus almas eran incapaces de contener más presiones, luchas e incertidumbres. Emigrar y exiliarse era para ellos como ese viento fresco y renovador que se hace indispensable cuando estás asfixiado en las nieblas de la desilusión y el no futuro. El pensar tan sólo el tener un hijo, después de todo lo pasado, era como una cárcel que te encerraría para siempre en un presente desesperanzador.

    Luego, ante las puertas de la muerte, sopesas el posible daño causado a esa mujer abandonada con su bebé. Pero es imposible hacerse una idea, porque tú mismo no quieres saberlo. Intuyes que la obligaste a emigrar a ella también, a una gran ciudad, a Madrid, posiblemente, porque de otra manera te entierran en la aldea, con los ojos, con el menosprecio, con los insultos y acusaciones de que quisiste atarlo, de que eras una fulana de cuidado que se apareaba con todo macho. Y claro, hablamos del tiempo en el que las mujeres de la España interior andaban debajo de la sotana del cura, con pañuelos negros en la cabeza y largas faldas siempre oscuras; jamás con ojos pintados, o labios, mejillas; nunca con el más mínimo color decorándolas. Eran de blancos y negros, como se ha dicho y escrito hasta la saciedad, pero no por ello menos cierto.

    Quizás imaginas, también, el inmenso esfuerzo por criar a una criatura sola, sin ayuda de nadie, sin haberte casado porque ya tenías el sambenito y ningún hombre de aquellos tiempos te quiso. Pero no aceptas que lo hiciese por haberte amado tanto que prefirió conservar el sabor de su primer y último amor: el del padre de su hija.

    No debería haber vuelto. Son demasiadas imágenes y casi todas malas. Duele todavía el hielo y la nieve acuchillando dedos de pies y manos mientras arrancabas las berzas del invierno. Duele la espalda y rememoras en tus brazos a esa azada pesada clavándose en una tierra de hierro. Los enormes haces de leña. El casi nulo divertimento, que se limitaba a un fuego en alguna cocina y la música de un acordeón mientras fumabas tabaco picado frente a las mozas sentadas, que coqueteaban para continuar con el equilibrio de la aldea ancestral. Sonríes ante el sabor de aquellas borracheras de orujo y las valentonadas adolescentes. Y en un momento se aceleran los recuerdos y vuelve la guerra, los muertos, el infierno y tu largo viaje a bordo de un barco destartalado. Luego ya te pierdes y hay un corte en tu vida, como si hubieses vivido dos. La mujer, los hijos, el trabajo... El mundo de Argentina.

    No, no tenía que haber vuelto. Todo estaba exactamente igual, como en mi memoria: los valles, el verde, el río, el frío, el viento ululante y las nieblas en los crepúsculos. Todo exacto. No, debería haberme quedado en la Patagonia. A penas me quedan meses de vida, por este cáncer que me carcome. No me duele tampoco que me critiquen en cada esquina, porque me lo tengo más que merecido. Lo que me duele es que mi hija esté de vaciones en la vieja casa de su madre (la que debí desposar y ya muerta), y no haya girado ni el rostro a mi paso, y no les haya dicho a mis nietos por ahí va vuestro abuelo. Pero lo entiendo, aunque tengo la sensación de haber muerto ya aquí, en la aldea donde nací. Ahora me queda volver a la Argentina y morir allí también. Dos veces, como la vida que tuve.
     
    #1
    Última modificación: 16 de Abril de 2013
  2. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    El fin de semana pasado ví un reportaje sobre españoles emigrando a México!
    Morir dos veces pasa a menudo creo y debe doler doble!

    Nota:Afortunadamente eres fantasmita tu no te preocupes jejeje

    Siempre es un placer leer tus escritos Sr Évano, hasta puedo visualizar la escena!
     
    #2
  3. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    No me preocupo, Ethel, porque como bien dices sóy un fantasmita, aunque tembloroso y sólo visto por ti jajajjajjajajjajja

    Gracias por pasar por esta historia real.

    Se la saluda afectuosamente, y se la anima para que escriba más.
     
    #3

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