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El amor de Miguel O. (tormentas)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Julius 12, 12 de Noviembre de 2022. Respuestas: 39 | Visitas: 3808

  1. Julius 12

    Julius 12 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    El Amor de Miguel O. - Parte 1.-

    Durante esa noche y a pesar del agotamiento, los ronquidos de Miguel O., ( como era habitual) se fueron aligerando: ya que ni bien cerraba los ojos el sueño se volvía el intenso repaso de una película muy activa, lo cual atribuía a una curiosidad, que denominaba " la filmación hiperactiva del inconsciente", como si las escenas transcurriesen en el absurdo cine personal.
    Cerca del amanecer, lo despabiló el persistente llamado del celular, que deslizó de la languidez de su mano hacia el alfombrado en su primer intento de aferrarlo en la oscuridad de la habitación. Cuando logró finalmente la comunicación, surgió la voz alegre e imperiosa de su amiga Lucy Prat:
    "¿Interrumpo hombre práctico?" Miguel O memoró los modales empecinados de su amiga.
    _ Espera Lucy, espera por favor. Dijo Miguel O. frenando un bostezo y con el tono de su voz que proseguía pesada.
    _ Sabes...preciso algo de tiempo para vestirme
    Si prometes llamarme, esperaré con gusto:- replicó Lucy ansiosa.
    _ Entonces... ¿ Hablamos después?
    Miguel O. se puso las pantuflas. Pero antes de la ducha realizó su rutina de elongaciones. La flacidez de su cintura le causaba malhumor: lo mantenía insatisfecho y molesto debido al exceso de peso que se había permitido ganar al no seguir la dieta. Tal exceso despertaba una dosis de rebelión. Para vestirse, eligió una chaqueta de abrigo. El amanecer era perturbador: Se extendía en lo alto el obscuro color plomizo. Cuando al rato el sol finalmente abrió entre las nubes, eran casi las ocho de la mañana. Ya vestido llamó a su amiga.
    _ Hola Lucy, te escucho.
    _ ¿Acaso leíste la nota que te dejo el mensajero?
    Recordó con fastidio el incidente del día anterior en la autopista Sur. La tormenta repentina cuando el vehículo acercándose por detrás avanzaba girando mediante un trompo. La maniobra, de aceleración instintiva, evitó el encontronazo: el otro vehículo (como impulsado por el extraño impulso de volar) despegó como una ballena en el océano lluvioso en forma de tirabuzón arremetiendo inmerso en el extraño y alocado remolino: con cada maniobra el conductor aterrado tragó saliva sin conseguir estabilizarse; siguió la confusión pues no quedó claro cómo consiguió esquivar el poste de luz lateral, sobre la banquina donde finalmente se incrusto en una absurda posición ladeada. Bajo la lluvia incesante parecía un bestia lastimada que terminaba por adoptar la postura contemplativa.
    Miguel O., detenido sobre la banquina a unos cien metros, descendió. Sin el paraguas apresuró el paso del tramo de la ruta hasta el Peugeot.
    El conductor, aunque demudado, no evadió su pregunta:— Mire, no superé el límite —dijo y en medio de jadeos, tal vez con intención de disculparse, agregó:— ¡Venía a 80 Km!
    El hombre que acababa de afrontar lo imprevisible, era experimentado, tenía la mirada inteligente, pero por unos momentos lo observó con ojos en extravío. Luego se calmó. ¿Lo rocé fuerte? …
    _Rompió y quedó hundido el paragolpes.
    De inmediato acordaron la denuncia para el lunes. Dijo que era el Gerente de una fábrica de alfajores que solía viajar a Mar del Plata y junto con sus datos le pasó el número del celular.
    Miguel O., llegó al garaje cerca de las diez de la noche. Caminó hasta el edificio y al no tener con qué cubrirse de la lluvia, (todo él chorreaba.) Todo él, subió al tercero derramando agua: abrió la puerta adonde arrastró los encharcados zapatos y los restregó en el felpudo, aplastando impiadosamente el sobre marrón con la desapercibida invitación de su amiga Lucy Prat, que enseguida quedó sucia, hecha añicos.

    “Continuará”
     
    #1
    Última modificación: 5 de Abril de 2025
  2. Julius 12

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    “Sigue en redacción” Pág. 2
    — Hola Lucy. Disculpa mi distracción— dijo, y explicó de modo acotado el incidente ocurrido en la autopista. Después refirió el imprevisible incidente con el sobre y la nota echado por debajo de la entrada al departamento, a lo cual ella minimizó al decir: _ Con las tormentas nunca se sabe: no tienes de qué preocuparte pues con el clima caótico no sucedió algo peor…
    — Bueno... quería justificar por qué no puedo ir a tu Reunión esta noche—
    — Oh, no Miguel. ¿Debo insistir?— A su pesar, Lucy Prat expresó esto, con un dejo de angustia.
    — No creo que sea posible— dijo él. Comenzaba el día de asueto, no había dormido lo suficiente y para esa noche se había comprometido con Julio O.: " su hermano lo esperaba, pues le llevaba buenas noticias y le traía novedades".
    Finalizó la llamada que, a ella le había generado suspenso. Sin embargo, dejó atisbos de esperanzas a su amiga al prometer que - por sí o por no -después le confirmaría. A Miguel O., le disgustaban los apremios y verificó la hora. Le urgía salir y comprar el periódico: lo leería mientras desayunaba en el Café situado a un par de cuadras. El Sol otoñal prevalecía sobre la densidad nubosa que de un momento para otro modificaba el cielo antojo, cerniéndolo repentinamente de manera singular. Con el aire ventoso, inusualmente frío vapuleándole la cara, sintió que lo reconfortaba: por otro lado, fue previsor al abrigarse.
    Mientras bebía el café doble cortado repasó los titulares: Tenía la interesante costumbre de enfrascarse en las noticias y se aplicaba a encuadrar las más significativas con una birome en rojo. Esbozaba una conclusión desagradable respecto a los sucesos. Clasificaba de maldición que sobrevivir en el planeta fuese fatídicamente bestial. No tenía sentido un Mundo alterado por toda clase de sucesos farragosos, previsiblemente crueles e indigeribles, y concluía que sería más que complejo lograr estabilizar la vida en común de las diversas comunidades, habiendo tantas situaciones violentas y ríspidas en muchas partes del planeta.
    Al finalizar revisó en el WHATSAPP: en el audio su amiga ella reiteraba vehemente lo importante de su presencia en la nueva reunión de los sábados. Con un tinte posesivo las letras prolijas del texto finalizaban: "No falles esta noche”. Él meneó la cabeza sonriendo. Al fin, apremiado, murmuró: “Bueno, amiga, está resuelto”. Y de inmediato llamó a su hermano, quien en primer lugar respondió contrariado, pero que después de prestarle atención aceptó la modificación de la visita para otro día.
    Miguel O. se enfrascó por unos minutos en los tristes momentos por los que pasaba su hermano menor sin sobreponerse; no era su caso pues él lograba sobrellevar mejor la pena por la muerte del padre de ambos. De pronto levantó la mirada: lo sorprendió la mujer luminosa, vestida con llamativa elegancia que ante la mesa lo observaba sonriendo.
    —¡Lucy Prat! ¿Qué haces aquí?— Se levantó con presteza y saludó efusivo.
    — ¿Seguro que no te molesta? ¡Pensé que te ibas a estufar…!
    — ¡Eres bienvenida! Sabes cuánto te aprecio, Lucy por favor : siéntate y acompáñame con lo que gustes.
    — Gracias, caballero— dijo ella riendo.
    — ¿Cómo diste conmigo? Empleaste más de una hora en el recorrido hasta acá…
    — Miguel, somos diferentes: vos previsible y yo para nada. Si crees que soy atrevida, toma en cuenta nuestra buena amistad. Pero ¿No es ridículo que mi nota iba a terminar por estropearse al ser pisoteada por un zapato empapado?
    (El humor de Lucy y sus modos le gustaban, sobre todo le inspiraba cariño fraterno... de buena gana iría esa noche a su Reunión).

    “Continuará”
     
    #2
    Última modificación: 18 de Abril de 2025
  3. Julius 12

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    «Sigue en redacción» Página. 3

    El comienzo de la tarde del sábado en Pilar no sería apacible. Los majestuosos rugidos del cielo, concentraron en el distrito las huellas de la creación. Las manifestaciones de la Tempestad fueron sorpresivas: el granizo, el viento huracanado, orquestaron la furiosa precipitación de la lluvia que anegó los campos ya cultivados.
    Durante ese periodo los resplandores trepidaron sin interrupciones y el vendaval causó estragos. Las viviendas afectadas a duras penas, se mantenían en pie. Los techos tornadizos, desprendidos de sus amarres, tremolaban en inciertos periplos hacia los territorios inundados y al parque de la casona de Lucy Prat no le iba mejor. El impiadoso latigazo del rayo fulminó el árbol escolta del bosquecito y las llamaradas que lo resquebrajaron, sellaron su probable final.
    En el mes de abril las inundaciones no eran pertinentes, pero con el vendaval hiperactivo, los habitantes desconcertados, a resguardo en los cobertizos lindantes, observaban sus casitas haciendo agua: adentro, los artefactos expuestos al óxido y afuera, las pertenencias a la deriva en la imprevisible riada.
    En la alcoba de la planta alta, Rob Torres dormía a gusto: había optado por desentenderse. Para Lucy Prat, la tempestad era algo personal, era una afrenta. Sin embargo, aunque el desbarajuste climático succionaba su estabilidad, aún tensa, despabiló la veta del orgullo desafiante. No aceptaba desechar las horas dedicadas a organizar la velada de esa noche; a pesar del desaliento, su esfuerzo no sería vano. Pero la desaprensión de la naturaleza alteraba su deseo. No solo la aturdía, también estaba perpleja: no lo entendía de ningún modo. Por lo tanto, obtuvo de sí misma la reacción defensiva: un brote súbito de energía cautivó el huidizo coraje. Decidió utilizar la ordalía para desafiar el agravio, sin saber que muy pronto la tempestad llegaría a su cenit. Al querer salir por el ventanal atascado, usando una herramienta, superó enseguida el obstáculo. En el balcón terraza el viento huracanado y la lluvia arreciaba. En sesgo, con saña, tal desmesura fue sobre ella, escabulléndose por los pliegues del cuello del impermeable. Pero aun a costa de su firmeza, su figura se desarticuló.

    «Continuará»
     
    #3
    Última modificación: 15 de Marzo de 2025
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    Pág. 4

    Amotinándose en su espalda, el agua fluía por cada espacio. El insaciable gorgoteo principiò acometiendo la brevedad de su cintura: luego, se escurriò por debajo de las caderas, accediendo a las partes inferiores que temblaron con aquel recorrido calándole los huesos. Los embates eran abusivos. Mantuvo sus pequeñas manos aferradas a la balaustrada hasta reaccionar de manera insólita. Con el anhelo de conjurar, extendió sus brazos con sus finos dedos hasta donde pudieron llegar y suplicó, algo atolondrada pero con humildad, al avieso firmamento.
    Pero es raramente probable que el extraordinario poder de cualquier fenómeno pueda ser reversible al designio humano. Este no predomina en tal incertidumbre, pues en su condición terrestre, desde que nace, el ser humano mantiene en el olvido cómo obtener la energía ilimitada con la cual podría doblegar el resultado.
    En aquella atmósfera enrarecida, prevalecía el destemple que resentía la calidez de sus ojos grises. Lucy Prat gemía e hipaba como una niña frustrada en su capricho. Y aunque estuviese al borde del pánico, deploraba someterse aquella potencia inherente a la Naturaleza.
    Ante las situaciones veleidosas, contradictorias, incomprensibles, en la jerga informal suele culparse a la denominada "Yeta". Vale decir: para quienes conciben la funesta intervención del destino se trata de" la mala suerte ensañada".
    La atmósfera empezó por saturar el atardecer con la humedad pegajosa. Después, en el perímetro del parque encubierto, la huidiza neblina maniobró sobre la Casona y de a poco se desvaneció en los arbustos y sectores adyacentes.
    Al sopesar el vórtice tempestuoso, pareció inevitable que el viento huracanado (como si fuesen bolos endebles del juego) arrancara de cuajo varios de los árboles vulnerables del predio. Al suponer la tormenta perdurable, la tribulación de Lucy Prat delineó el desprecio y el odio. Todo aquello la hartaba. Salió del balcón terraza y entró a la alcoba como una partícula adherida a la ráfaga penetrante. Desde el vestidor, donde se quitó la ropa empapada, desapareció en el baño. Sus escalofríos reclamaban la ducha extrema: el chorro caliente de la regadera, con un sonsonete subacuático, mimó su cuerpo aterido y ya reconfortada, casi apacible, dejó de hipar. Por un momento, había conseguido situarse en el silencio infrecuente, inusual y puro.
    Sumergida en el baño de inmersión se veía, asimismo, en el útero materno. Pero no era esa la actual Lucy Prat: precipitada en el desamparo, atrapada por los remolinos perturbadores, ella era solamente una mujer belicosa que batallaba con las fuerzas indomables y que, de repente, asumía el protagonismo indescifrable.

    "Continuará"
     
    #4
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  5. Julius 12

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    «Sigue en redacción» Pág. 5.

    Durante aquel proceso vertiginoso, precisaba retirar su espíritu en algún Templo distante, muy arriba, en la remota altitud entre los picos de las montañas. Pero después, con su mente relajada, que iba dulcificándose, interpretó los pensamientos que la reflotaban de la oquedad, cuyo origen reside en la nada potencial, en el principio de todo, en el vacío originario que atrapa la plenitud como se atrapa del revoloteo una mariposa de espléndidos colores y que, aún por un momento, logra lo substancial. Aun así no tenía otra salida que enfocarse en la resistencia. «¡Oh, sí!», exclamó exaltada. La solución es resistir: lo que consiste en sobrellevar la pena más honda; dominar el orgullo, los sinsabores y las limitaciones del corazón. ¿Cabía otra opción?
    Entonces se propuso ser valiente. No quería concebir la victimización compulsiva de la niña: era necesario sobreponerse al amago del pasado truculento; debía derrotar esas perturbaciones que terminaban afectando su estabilidad emocional para lograr desflorar el abrazo del alma creadora; la que procura el equilibrio de la mente.
    Ya no más; ya no abandonaría su espíritu a la derrota, ya no le permitiría fragmentarse como una vidriera al estallar, alentando el demonio del pánico. ¿Cuántas veces había caído en sus garras? Ella no quería más sufrir. Ese demonio era capaz de hundir de nuevo su pezuña en el corazón sensible y Ella no quería el desconsuelo de su primera juventud, de cuando fue violada y tirada en un zanjón. Pues, asimismo, vaciada de lágrimas, quedaría abatida por la desagradable sequedad de la depresión.
    Le había ocurrido cada vez que transmutaba el pasado en el reverso desafiante, amenazador y violento. Muchas veces aquella imagen desconcertante la había hipnotizado. Pero ahora, junto con el manotazo a su cara, ahuyentó aquel instante de contradictoria debilidad. Y, cuando volvía en sí, asumía, gradualmente, de nuevo su identidad, dejando la aprensión y las inquietantes exudaciones de lado, negándose a pactar con ellas. Por lo tanto, deploraba las contradicciones, desautorizaba que la abrumasen, sobre todo al precisar el rescate.
    El espejo del vestidor reflejó las alteraciones de su conciencia. Los surcos de las lágrimas en sus mejillas, profundizándose, distorsionaron la belleza de su rostro y la sumieron en otra instancia más caótica y compleja. Como Alicia en el País de las maravillas, accedería por el espejo a la dimensión diferente: aunque la magia del cuento solamente creara sucesos estrafalarios, allí la vida de hojas mustias perdía sentido. La vastedad de aquel cielo es inabarcable y se encuentra tan lejano... «¡Pero es que solo allí una existe sin resquebrajarse! ¡Solo allí la libertad se manifiesta enteramente y es propicio ser una misma!»

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  6. Julius 12

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    Pág. 6

    No dejaría pasar la oportunidad de entrar por el único portal dimensional. Sin embargo, algo se interponía. ¿Acaso era el eco enriquecedor el que repercutía como un viento fragante y también fugaz desde su interior, devolviéndole la migaja ilusoria?
    El espejo del cambiador la engañaba: no era el portal indiviso y milagroso que imantaba la dimensión reparadora. Y dio otro manotazo a su cara para rechazar aquel significado contrapuesto a sus emociones que la hacían vulnerable y afectaban a su esencia.

    Paradójicamente, la secuencia de reuniones que organizaba los sábados desde años atrás, atenuando sus carencias, hilvanaban otra historia. Fue esa la meta en los que creyó alcanzar momentos plenos. A su favor, Lucy Prat poseía habilidades sociales evolucionadas con las cuales creaba paraísos artificiales.
    Y en aquel mundo trivial, de asfixiantes amistades dando vueltas en derredor como una noria, recibiendo algunas muestras excesivas de admiración y de respeto, o, por la otra parte, el sinsabor de la frivolidad, de la extrema vulgaridad y de la grosería. Por su parte, uniendo sus manos en arranques cuasi religiosos, ella retribuía a sus dudosos devotos con aquel festín que duraba cada noche de romería; unas cuantas horas de bailes y de copas, cuya finalidad consistía en el aturdimiento fútil, en el divertimiento fácil, ¿y en el olvido feliz? ¡Cómo saberlo!
    Con la simple fórmula del pasatiempo pueril, durante las madrugadas de los domingos una parte de los invitados se desplomaban en los mullidos sillones; con sus cuerpos ahítos y despatarrados, conformaban el vulgar tropel diseminado por los rincones. Lo más parecido a un acto de generosidad circense donde, presuntamente, Lucy Prat recuperaba la confianza en sí misma. Desde unos años hasta allí, fue un hallazgo descubrir el modo de controlar la adversidad, refugiándose en el transitorio olvido, por lo cual creía superar el pasado. En realidad confiaba ciegamente en la falacia, pues muy pronto, lo ingrato resurgiría con la vertiente sádica desde la propia sombra recóndita.

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    Pág. 7

    Desde joven, la abultada inversión y la renta de que dispuso, posibilitaron los frecuentes antojos del bienestar desplegados durante cada velada. Un hecho contundente emergió de su confusión: la absoluta franqueza de que ningún éxito, ni amante alguno, lograrían volverla una mujer plena. Entonces se permitía omitir sus estados depresivos sin ahondar en si aquel anhelo de transformar su vida en un símbolo de la dependencia duraría para siempre. Entonces la felicidad - desvanecida del cauce natural-, pareció plasmarse en el símbolo de la dependencia.
    En ciertos momentos, padecer el enorme peso de las emociones licuaba absurdamente su capacidad resolutiva.
    Era necio crear la propia cárcel; también flagelarse así misma. Que desde cierto punto fuese la impotencia la que gobernase las situaciones imprevisibles, equivalía a ser un imán para las derrotas. Equivalía amedrentarse decir: «Lucy Prat, todo lo que haces es crear tu propio manicomio».
    ¿Pero de qué podría servirle comerse las uñas, mirarse el ombligo, odiar las contradicciones y no hallar la forma de contrarrestarlas? Carecer de la menor idea para superar el caos emocional provocado por la Tempestad le había originado insoportables divagaciones. Por momentos se había debatido en los persistentes temblores que la incitaron arrodillarse y a rezar con devoción. De no mediar el milagro, se frustraría la velada de esa noche. A Lucy Prat le pasaba por encima que lo sobrenatural careciera de sustento o validez: que el ansiado pase mágico se realizara «per se»; vale decir, sin la intervención humana y— tal vez— sin la intervención Divina. Que solamente hubiese sido posible gracias al antojo irrevocable de la naturaleza.
    Cuando se retocó el maquillaje (intentando borrar las huellas del llanto solidificado en los surcos de sus mejillas), cayó en la cuenta de que la circundaba el silencio del presagio. El pestillo de la ventanita del cambiador, cubierta por la espesa cortina de color añil, escamoteaba el cambio climático del exterior adonde el fragor del Sol despejaba las asustadas nubes. Por intuición decidió retroceder el pestillo y la recibió un nuevo cielo: el luminoso cielo de la Divinidad, el cielo deslumbrante que lo envuelve todo y hace felices a los habitantes de la tierra. Ella exclamó: ¡Bendito sea! ¡El Sol corrió a la Tempestad!

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    Pág. 8.

    Lucy Prat se persignó varias veces. Y ya abrumada, estalló en los sollozos que ahuyentaban su nulidad: sin embargo, al final, un brote de agilidad mental despabiló el entusiasmo.
    Los destellos benéficos del Sol de la tarde fueron el germen renovador que, repicando en la hondura de sus ilusiones, la emocionó.
    Durante el pormenorizado acto de maquillarse, sus labios susurrantes entonaron la clave del ronroneo de el himno de la dicha que salía de su boca con la rapidez de la fárfara (loc. adv. = a medio hacer o sin la última perfección), e inconsciente del pudor, entró desnuda a la alcoba. Su esbeltez intrusiva se balanceó provocativa ante al somier adonde Rob Torres, amodorrado, esperaba fumando. Él, suponiendo sin recelar, se preguntó: ¿Otra vez la faena amorosa? Pero transcurrió demasiado tiempo desde el momento propicio para lo que denominaba «faena amorosa»: las sábanas continuaron inmóviles, como extenuadas en el piso de parqué.
    Rob Torres recordó entonces el asunto de la maldita Tempestad, cuando Lucy Prat, sobresaltada, se levantó y asomó al balcón terraza a curiosear y él le dio la espalda prefiriendo adormilarse.
    Entretanto lo volvía a seducir, el abstraerse en las espirales volubles del humo del cigarrillo, que espiral ando hacia cada rincón hurgaban dispersos en la tersura color crema del techo, como si pretendiesen sobrepasarlo para escapar por un esófago enorme - que imaginó al descubierto—y que muy pronto se difundiría hacia el infinito.
    Con uno de sus brazos, en pronación, delicado y blanco, ella dijo: - Se acabó Rob, hay que trabajar: la Tempestad se amigó con la velada. ¿Entiendes?
    Para Lucy Prat, Rob Torres, con su gesto autosuficiente y el aspecto dominante "de todo lo puedo" o con sus ridículas ostentaciones de virilidad y su carácter ubicuo al rechazar el esfuerzo del trabajo y rezumando la infantilidad y demás rasgos de inmadurez que a ella le quitaban el menor atisbo de piedad, solamente era un torpe. Por el otro lado: al no regir en sus relaciones la compasión, sino la necedad del ventrílocuo, (lo cual expresaba la indecisión para cambiar de actitud respecto al amor) y al carecer de la verborragia y de la necesaria ternura, Rob Torres veía a Lucy Prat con un sentimiento falaz, como si ella fuese un objeto deseable. Lo cual además lo ataba, ligándolo como un alfeñique, sometiéndolo a rigideces e impulsándolo a obedecerla sin rebelarse, ni protestar por su autocracia y sus caprichos.
    Y aunque para ella él no fuese el amor de su vida, ni algo parecido, y al tratarlo como pelele lo usara como sirviente; (Ella deplora vivir en soledad). De modo que, al considerarlo un malgastador del precioso tiempo de la vida, a ella le servía para sus fines centrados en complementar su utilidad durante cada uno de sus pormenores (sumados a sus fastidios) que a fin de cuentas originaban la insensibilidad de una vida de alegóricas frustraciones.
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    #8
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    Pág. 10.
    Lucy Prat, sin embargo, lo escrutaba de vez en cuando con ojos lúcidos y le parecía que era de una gran tristeza para ambos que él no fuese su amor. Su alma suspiraba frustrado al deducir que ningún otro lo había llegado a ser y entonces sus ojos lucían tristes, ardían con extrañeza al recordar los años desolados, los repetidos fracasos; los impedimentos surgidos en cada relación y la carencia de amor.
    Por otra parte, Rob Torres provenía de un nivel social poco significativo, por lo cual sentía la tentación de menospreciarlo, además de experimentar por la pobreza de otro fracaso emocional, ciertamente justificado. Desde entonces, no le faltaron las ganas de flagelarlo con foscas miradas. Por su parte, ante el indisimulable menosprecio, él no tenía más remedio que resignarse. Sin embargo, Rob Torres dejaba crecer su resentimiento como una planta odiosa y decidió guardar muy bien la réplica con la finalidad de dosificarla, maquinando alguna venganza. Todos los caprichos, desaires o desplantes, de su amante eran meticulosamente apilados en un anaquel de la memoria para ponerlos en el tapete y descargarlos en el momento propicio. Pero esta vez, necesitó trastocar lo anterior, quería aprovechar la oportunidad de prevaricar, pues, sentía fascinación cuando podía ejercitar su acendrado voyerismo.
    A sus buenas formas, Lucy Prat, les adosó los implantes mamarios, reduciendo la rivalidad, del futuro, a la rivalidad de mamas. Lo mismo hizo con el natatorio del parque de la casona, adonde nadando de espaldas se mofó de los jardineros, a quienes catalogó de «Fisgones embobados con sus melones flotantes».
    Mientras proseguía en su quehacer y un tanto complaciente por ejercer tal influjo. Rob Torres especuló deleitándose con el propio fisgoneo. Pero al llegar la hora de estimar lo principal, Lucy Prat, al salir de la habitación, en un tono imperativo, exclamó: - ¡Vuelvo enseguida Rob…! ¡Mejor te levantas! ¿Escuchaste? ¡Hay mucho por hacer!

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    #9
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    Prosigue la redacción: Pág. 11

    Rob Torres brinco del somier con el propio resorte:— ¿Ahora qué bicho le picó? ¿Qué diablos quiere que yo haga después de la tarde espantosa? _ se preguntó. Se estiró farfullando, fastidiado y molesto.
    Pero cuando ella lo auscultaba con la mirada de sus ojos melosos, a él le escocía un quemante sacudón peristáltico. Y en un estado de permanente alerta se preparó para lo peor. Sospechaba que ella volvería tronando como el cielo huracanado, exigiéndole quién sabe qué disparate. Con los pelos de punta, agitado y sudando, se dispuso a salir al balcón terraza. Afuera, lucía el cielo despejado, la atmósfera brillaba con el Sol en baja y el frío insólito y pegajoso del relente empezó a humedecer la gruesa remera. Ejercitando las gruesas piernas, desentumecieron. Sus brazos se erizaron como el pellejo de una gallina. Para restaurar la natural lisura los frotó un poco. Acodado en la balaustrada, detuvo un momento su mirada en el maravilloso poniente circundado de piélagos grisáceos. Inmóviles, las plácidas Bahías oscurecerían de a poco y del otro lado, asomaría la palidez del cuarto menguante, con timidez silenciosa, casi imperceptible.
    Abajo, en la extensión del parque encharcado, aún asediado por la ventisca, distinguió la frondosidad maltratada de la arboleda.
    A un costado de la alberca, con la escalera oscilando en el hombro, a Don Juan lo apuraba quitar las ramas que chisporroteaban peligrosamente sobre el techo alquitranado de la caseta de madera. El esfuerzo llevaría cierto tiempo para obtener un buen resultado. El crepúsculo, en perenne y sutil disolución, cedía espacio a la noche. El cuidador de cara aindiada y terrosa, esculpida por la intemperie, que atravesó la Tempestad, soportándola agarrado a uno de los palenques, había aguantado a pie firme aquella balumba. Ahora se abocó a destrabar la pequeña puerta de la caseta de herramientas y del generador eléctrico. Para ello ovilló el fibroso cuerpo y fue deslizándolo por el intersticio humeante. Una vez adentro, exploraría el volcán ignoto. Ni bien desapareció, a Rob Torres lo carcomió la curiosidad. A poco, con la llave del generador ya accionada, vio que en los contornos del parque difundían resplandores fantasmagóricos —lo cual le causó un respingo—. Aquella reacción de la iluminación inesperada le pareció sin fundamento. En las limpias noches del otoño anterior, en tales distorsiones no operaban los raros efectos ópticos y, al volver a la alcoba, halló a Lucy Prat, aun sin vestirse, y en cuanto le informó del extraño efecto, entró en un ataque histérico. — ¡Tengo una historieta detrás de otra!:— dijo con ira. ¿Y por qué? Por querer eficiencia en los arreglos de mi casa. Me hartan los buenos para nada…
     
    #10
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    Julius 12 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Pág. 11.

    Rob Torres salió otra vez al balcón terraza y se dio cuenta de que Don Juan se había ocupado de solucionar el raro desperfecto. Se apuró a entrar nuevamente a la alcoba donde Lucy Prat, todavía rezongando, terminaba de vestirse contemplando los detalles en el espejo oval. Mientras ella recorría de un lado a otro la habitación, Él creyó oportuno tranquilizarla y la informó sobre el desperfecto ya resuelto. Remató su pequeño triunfo proponiéndole un podcast. Suponía acertadamente que aquel halago la derretiría y dijo impostando un tono de voz misterioso, meloso y cordial:— ¡Estás espléndida, amor; sería fantástico grabarte! después preparo una entrevista sobre tus reuniones que seguramente captarán la importancia de tu buen gusto.
    — Pero sobre todo me fascina la idea de guardar el recuerdo de mi collar cuántico.- repuso Ella con un deje de orgullo.
    Tocado con brillantes de múltiples fulgores en el grabado multifacético central, a veces opaco y extraño, a esos novedosos collares se le atribuyeron ciertos poderes; aunque muchos usuarios los consideraron un timo. Pero a Lucy Prat la apasionaba poseerlos. Y, de pronto, la llenó una oleada de placidez. Relajarse era un estado maravilloso que la disponía a la acción. En este caso, para ultimar los detalles inacabados. Principalmente, quería resolver la construcción rápida del camino barroso e intransitable desde la ruta colindante hasta el estacionamiento de la casona. Ella quería la mejor solución.
    En la grabación de Rob Torres se plasmó la figura de Lucy Prat, irradiando solvencia. El collar era el decorado que llevaba orgullosa en derredor de su largo cuello y que pendía hasta los indisimulables senos, lo cual destacaba el diseño extraño de la medalla, poco visto y reconocible. Entretanto probó el sacón de piel de nutria sobre el sedoso vestido color azul Francia. Naturalmente, serviría para usarlo en el ambiente frío del Porche durante el largo recibimiento de los invitados. Durante el festín, se lo quitaría. Ella reaparecería en todo su esplendor, ceñida por un vestido muy elegante, de marca. Recordó que solía presentarse y era recibida con beneplácito en diversos ámbitos de la clase alta y sonrió.
    Sentada en el borde del somier, masajeó sus pies. Con las medias transparentes modeló sus piernas. No vaciló en renunciar a una brillante esclava destinada a su tobillo. Luego, al calzar definitivamente los zapatos con tacones punta de aguja, observó pensativa a su amante. Pidió un cigarrillo que él encendió de inmediato.
    Bajó el tono de su voz al decir sin atisbo de ansiedad:— ¿Entendés Rob que allá abajo, enfrentarás lo que sea?_
    — Sí, amor, lo entiendo—.
    —En la caseta, Don Juan dispone de todo lo que se necesita. Enviaré las instrucciones para abrir desde el campo de mi vecino el trecho con balizado fluorescente. Quiero que mis amigos lleguen sin problemas al estacionamiento de mi casa. ¿Entendés que no quiero ver a mis invitados hundidos en el sendero apestoso, Rob? ¿Entendés…?
     
    #11
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    Pág. 13.

    — Sí, dije que lo entiendo—. En esa instancia, Rob Torres entendía que su extraordinaria motocicleta, (con la cual experimentó grandes momentos), estaba arrumbada en el estacionamiento del viejo edificio donde vivía. Por entonces era libre, manejaba sus días juveniles antojo. Salía con los compañeros de andanzas a beber la ruta. Cientos de ruidosos Kilómetros con las nueve motos que se detenían en los paradores donde tomaban litros y más litros de café con grapa, y que lanzaban risotadas en los baños festejando otra nueva hazaña. Eso significaba reírse del destino. ¡Esas experiencias inolvidables fueron lo mejor de la vida!
    — Mientras te pones el equipo de protección, me aseguro de que el vecino colabore— dijo Lucy Prat, que luego de aplastar la colilla del cigarrillo en el cenicero tornasolado sobre la mesa de luz, decidió cambiar sus medias. Estas eran de color piel y más sedosas que las anteriores. Por fin estuvo lista. Muy suelta de cuerpo, con el resonante taconeo, desapareció por la escalera.
    A Rob Torres, de aquella actitud soberbiamente ordenancista de la veleidosa Lucy Prat, lo inquietaban sus contrastes estigmatizadores. A veces lo invalidaba la sensación de caer derrotado y de que en cualquier momento se le volaría la cabeza. Aunque lo hubiese intentado en los momentos amorosos, advertía que le estaba vedado por algún motivo inexplicable no podía entender de ningún modo a Lucy Prat: más aún: en el trato habitual, (llevaban poco más de tres meses de convivencia), ella no vaciló en menoscabarlo y a él le costaba aceptar el influjo que ejercía y trato desaprensivo que lo maniataba. Lucy era la amante desaprensiva y desagradable, notoriamente incapaz de valorar sus esfuerzos amorosos, y se dijo:«¿Cómo puede ser tan dulce en el momento del amor y tan horrible después.?»
    Ese bocado difícil de digerir lo anonadó. Reconocía que tal poder lo derivaba hacia disyuntivas enardecedoras.
    Además, ella no solo estereotipaba la relación, también la exasperaba. Cada vez se trataba de contrariarlo, y Rob Torres, experimentando desilusión y desolación, le parecía que no había otra salida que rebelarse o someterse con la constante sumisión de una calabaza.
    Cuando se rebelaba encontraba que del predominio anterior sobresalía algo concreto: Lucy Prat solo pensaba en sí misma y él temía su arrogancia. Y lo más grave, a su parecer, era la terrible conclusión de que, llegando a cierto extremo, Lucy Prat no tendría ningún empacho en incinerarlo.

    «Continuará»
     
    #12
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    Pág. 14

    Por lo tanto, Rob Torres, creyéndose circunstancial y efímero, quedó atrapado en la propia celada. Sin embargo, primero quedó atrapado en la compulsión celosa. Mientras paraba la oreja al agitado murmullo y a la risa descarada de Lucy Prat encerrada en el vestidor, captó que parloteaba en el teléfono celular con el vecino guaso y a él le dio un ataque de compulsión celosa. Su amante se divertía, siendo amable con ese asqueroso que codiciaba su hembra. La actitud sustantiva que le provocaba reticencia y zozobra era la exasperante ambigüedad que le vedaba la posibilidad de entregarse a ella sin tapujos y entonces caer en el amor. ¿Pero por qué ella no lo amaba?

    Luego, en la sala de la planta baja, Lucy Prat se ocupó del orden, escrutando el mobiliario, los techos y las paredes, luego los pisos que brillaban oliendo a flores. Verificó la prolijidad de los sillones y demás y en la amplia cocina, a la que accedía por la abertura del vaivén bien lubricado, pormenorizó las provisiones para el lunch en los estantes y en una de las heladeras. Las bebidas reposaban en bodegas lustradas y en anaqueles de reserva. El resto de las bebidas enfriaban en la doble heladera, destinadas a la preparación de los cócteles y para los brindis con Champán. Todo el ámbito, según su criterio ordenancista, lucía a su gusto, es decir, perfecto y las demás tareas se cumplían a rajatabla. Tenía la certeza de que el personal contratado— compuesto por tres mujeres maduras—, rendía a su capricho y habiendo finalizado todas las labores, aguardaban el visto bueno de la dueña de casa.
    Una vez arreglado el pago, en un aparte, Lucy Prat entregó a la encargada, el recado para Don Juan. Cuando las tres se disponían a salir, Lucy Prat las detuvo para recomendar se presentaran a primera hora del domingo. Todas recordaban que, hasta allí, nunca había sido fácil reordenar el chiquero que las circundaría después de la juerga. Los rezagados, ya finalizada la ruidosa velada, saturados de alcohol, se dispersaban en los sillones diseminados por las habitaciones para huéspedes y en la sala principal, donde se echaban a roncar como burros serranos.
    Al salir las tres mujeres apuraba la noche. De la Tempestad casi no quedaban rastros. Una de ellas retrocedió, marchaba eludiendo los grandes charcos hasta que llegó al sitio donde contactó con el cuidador a quien entregó el recado. Las otras, enfrascadas en el chismorreo, volteaban para comprobar si la compañera, detrás de ellas, apuraba el paso. Ya juntas, siguieron el camino entre el espacio de arbolados que desembocaba en la tranca de salida. Se encaminaron con destreza por la estrechez irregular de las veredas, todavía fangosas, iluminadas a trechos. Y con la protección de sus pilotines y las botas para la lluvia llegaron prontamente hasta sus humildes casas.
     
    #13
    Última modificación: 4 de Agosto de 2024
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    Pág. 15

    Al incursionar por el fondo del Parque de la casona, bien equipado y protegido por el uniforme y las botas de goma, Rob Torres llegó a la caseta resoplando. Su estado, era de penosa tribulación. Allí, esperó a Don Juan, quien iba y venía con las alforjas parcialmente cargadas: en ellas portaba los equipos fluorescentes, las sogas y las herramientas. El cuidador, avezado en todo terreno, no cejaba en los rudos trabajos. Entre ambos, debían sincronizar las indicaciones para llevar a cabo la tarea de señalizar el ancho tramo (destinado a los vehículos llegados desde la ruta principal) que abarcaría, desde la precaria calle colindante a la casona, hasta el desvío al terreno del vecino de Lucy Prat.
    Por fin, entraron al denso predio del vecino - que duplicaba el terreno de Lucy Prat-, cuando el reloj de Don Juan marcó las 8.30.
    Alumbrados por las linternas ajustadas a las frentes, comenzaron por clasificar los riesgos. La idea de Don Juan era segura y práctica. En el primer sector del terreno, junto al duro alambrado, prestarían atención a las trampas de lodo anegadizo diseminadas para merodeadores en posiciones estratégicas del terreno, que al estar disimuladas por un grupo de arbustos y ramas al descuido ocultaban el peligro. En el primero de ellos, de profundidad considerable, Rob Torres (todavía sumido en su conflicto amoroso) fue donde se enterró con sus botas. La linterna saltó de su frente, por cuál quedó desenfocado, mientras un tirón aterrador lo hundía rápidamente en el barro licuado hasta más arriba de la cintura. El susto y la impericia dispersaron la sensatez. Movía los brazos con aspaviento, retorcía la parte alta del cuerpo como un tirabuzón y, de a poco, la bestia umbría, anulando todos sus esfuerzos para desencajar, lo tragaba como el "Tyrannusauros rex".
    La retumbante orden de Don Juan lo paralizó:" ¡Torres pare!"
    Con habilidad envidiable de inmediato enrolló la soga triangulando un extremo, que circundó la fibrosa espalda. Girando la cintura, estiró con las manos nudosas el lazo que bailoteó por encima de Rob Torres, quien lo miraba demudado. La cuerda silbó sobre su cabeza con precisión.
    Don Juan incrustó los talones apenas salientes de las botas en la roca asomada sobre el terreno más firme. Ajustó enseguida el extremo anillado y una vez que por inercia la soga se deslizó a través de los hombros de Rob Torres, logró la tensión en derredor del pecho, aprisionándolo. Enseguida empezó el demoledor forcejeo. Don Juan recogía de a poco, cedía otro tanto y ganaba al avanzar con aquel esfuerzo de sostener el arrastre hacia la parte sólida del terreno. Rob Torres, cerca del borde, manoteó el pastizal asegurando la salida y una vez de espaldas en el césped mojado, jadeó y tosió roncamente. Con su rostro encendido, bebió de la cantimplora y escupió con asco algo de lodo. Los vahídos lo obligaban a erguirse despacio. Don Juan, además de inmutable, era un formidable baqueano, pero él era un torpe enfurecido por la torpeza.

    "Continuará"
     
    #14
    Última modificación: 7 de Enero de 2024
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    "Sigue la redacción". Pág. 16

    No resultó difícil crear la circunvalación desde el asfalto secundario hasta el estacionamiento de la casona de Lucy Prat. Primero, tenían la autorización para abrir la tranquera de la entrada y coordinar el curvado del camino hasta el alambrado, previamente enrollado y atado sobre sí mismo, que al extenderlo y ya afirmado en los postes provisorios, liberaría la circunvalación o el pasaje provisorio y al mismo tiempo que eludiendo el sector de las trampas cenagosas, conectaría, sin mayor dificultad ambos terrenos. De inmediato, insertaron a cada tanto las puntas rígidas de las largas marcas fluorescentes perfectamente alineadas, lo cual facilitaba la mejor perspectiva para el ancho del camino y la suficiente visibilidad a los conductores de los vehículos visitantes, que en poco tiempo transitarían hacia la casona que se destacaba por la iluminación que le prestaba el brillo destacado en la lechosa blancura.
    Enfrascados en el trabajo, Rob Torres de repente sintió un castañeteo en los dientes y el impulso del miedo lo invadió a causa de un Dogo infiltrado que gruñía al olisquear en sus botas todavía malolientes. Don Juan, conocedor de la bravura de esos poderosos animales, ladrando desaforados en el perímetro que los aislaba, trató de tranquilizar a su eventual compañero. Explicó que el mañoso animal, que acosaba sus botas, de alguna manera había logrado escabullirse del canil, lo cual suscitaba los reclamos del resto. Pero Rob Torres no atinaba a evitar la aprensión y el solo ver al Dogo olisqueando, dislocaba su cordura. Por fin, de algún lugar del enorme predio oyeron el agudo silbido del dueño, un silbido extraño, casi inhumano, y el Dogo dejó de seguirlo para alejarse con toda rapidez.
    Aunque hubiese desaparecido aquel supuesto peligro, Rob Torres se sentía de capa caída. Era un Hércules avergonzado, un basquetbolista que no emboca al aro. ¿Para qué le servía ahora haberse destacado en ese deporte? ¿Para qué le servía hacer punta en los comunes desafíos de sus amigos con las poderosas motos en las carreteras? Cuando perdió su equilibrio mental en aquel sucio pantano se había asustado como un perejil inexperto y eso le rondaba... Había hecho un papelón ante la recia estampa del viejo cuidador, un gaucho curtido, vencedor en las lides planteadas por la dureza de la vida en el campo. Y él, un cultor del músculo, ni siquiera había podido evitar ser el hazmerreír de sí mismo... Tampoco de Lucy Prat. Y pensando agobiado en el comportamiento de su amante, se preguntó:"¿Por qué se burla de mí incitando al ventrudo criador de sapos brasileros con desparpajo, sin importarle si provoca esos celos disparadores de mis formidables rabietas?"
    Rob Torres, por cobardía, sintió la crucifixión, padeció los tormentos: tuvo aquel ataque de la exasperación incontrolable.
    "Continuará"
     
    #15
    Última modificación: 21 de Julio de 2024
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    «Sigue la redacción» Pág. 17

    Durante los días del verano, el Polaco. —Para Rob Torres:«el Patán»—, merodeaba en la linde de la piscina del parque, donde ellos se regocijaban adorando al Sol. Lucy Prat no tenía ningún empacho en mostrar sus dones. Pues el exhibicionismo era una moneda de valor y conseguía que al vecino se le hiciera agua, en la boca. Después del atardecer, justificándose con una absurdidad, salía en dirección a la finca del recio vecino, y dejaba a Rob Torres tragando maníes luego de hacer footing en un trayecto del parque.
    «Ir a tomar el té con el guaso, infatigable bebedor cervecero.» «Ir a la casa de aquel fanfarrón que alardeaba de la gran inversión en los renacuajos». Que dicho sea: en la visita de Rob Torres por primera y única vez. Aquel proceso de vida primitiva le causó urticaria y debió usar una excusa para retirarse y, al salir, masculló frenético el juramento de nunca más volver.

    «Continúa Parte 2-" Página 18.
     
    #16
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    «Sigue la redacción» Parte 2.- Página 18

    «Solo la fuerza del amor es invencible.»

    El penúltimo automóvil que dejó el macadán, pasando por el desvío, fue el de Miguel O., quien al bajar se fijó en los ya estacionados, tan embarrados como el suyo.
    Cruzando el parque miraba que los focos rutilaban sobre el blanco lechoso de la Casona y desde el porche, a las parejas que, al avanzar en dirección a la anfitriona, adoptaban la rara marcha del balanceo parsimonioso de los pingüinos.
    Los invitados, un tanto inquietos entre los trechos de la larga filas, por costumbre aceptaban esperar y como anticipada alegrîa para esa noche, superponían el constante rumoreo de las carcajadas que, ciertamente, se debía al impaciente deseo de ser felices, que reflejaban sus rostros encendidos ante la perspectiva de tal factotum.
    Antes de ascender al porche y sumarse a la fila, Miguel O., apreció algunos cambios en el cielo estrellado: la luna circundada por el extraño mandala, de sutil aspecto y brillante solidez y en conjunto con las flechas de abril, que vertiginosas surcaban el abovedado Universo, le parecieron anticipar, con la impronta de un sello, algo sugestivo algo inesperado, que ocurriría en el transcurso de la noche.
    Luego de la bienvenida, las parejas, aguardando la inquieta banalidad del inicio, quedaban arrobados y en silencio al contemplar la decoración del conjunto: las satinadas lámparas de pie junto a los varios sillones de cuero; los cuadros abstractos conjugando con los representantes de las grandes corrientes y estilos, colgando en las paredes empapeladas, hasta rodear la cabecera por detrás de la enorme mesa central repleta de manjares, completando la fastuosidad ante los ojos admirativos de quienes recorrían la enorme sala.
    Mientras esperaba en la extensa fila, observó de soslayo una pareja habitué de las reuniones. Podría decirse que cierto virtuosismo de su amiga ejerciendo de anfitriona consistía en estrechar lazos perdurables con los invitados. La sofisticada señorita ahora se encontraba en su lugar, acompañada por un hombre elegante y bien parecido, quien, a su vez, frecuentaba las reuniones con una belleza diferente y cada una, plagiando el estilo de las antecesoras (a las que el esnob denomina mis socias). Lucy Prat esperaba con expectación, como si fuera el nuevo capítulo de algún culebrón televisivo. Esta noche, el atildado esnob, manipulando la tonalidad de un minué, dijo en voz baja: ¡Wau, Lucy!, sin duda eres una mujer prodigiosa. ¿Te animas a ser mi nueva socia?

    Página 18 bis.
    Y Lucy Prat cayó en atenta gracia cuando el bien humorado esnob recitó: «Ho il piacere di presintarti alla mìa nuova campagna, Tatiana, una giovane donna di belleza pasionale e gusto squisito» ( Lucy Prat, besó las mejillas de la seductora italiana, ufanándose del nivel alcanzado en su velada) y el esnob agregó:— «Ho spagiato durante il viaggo, il prestiggio deituoi incontri è esmmirato impidi.»
    Miguel O., apreciaba los modales rebuscados del esnob que, sin embargo, no afectaban su pericia en la conversación. Por otra parte, la actitud firme en el trato, delataba su predominio sobre cada «socia». Cuando fruncía el ceño, ellas captaban la orden«preconcebida y vibrante» durante cada entrecruzamiento de las miradas.
    La «socia» de turno, esperaba con anhelosa mudez, la invitase a bailar. Por derivación, la chismografía friccionaba en el ambiente. Por caso: si la socia de esa noche se dirigía hacia la barra por un vaso con agua, su porte les derretía la vista reavivando a los codazos sus libidos y el fervor de la expectación. Del andar sinuoso (sortilegio ondulante por el sendero del jardín de los cerezos), emanaba la fragante intensidad de la joven durante el calculado circuito del retorno.
    Tales peculiaridades provocaban en los mirones explosivas ansias y absurdas náuseas de interminables cuchicheos. Cada «socia» conseguía precipitar la atención y el embeleso. Todas ellas, conjugadas y multiplicadas en el tiempo, en tales exhibiciones obviamente carecían de rivales.

    «Continuará»
     
    #17
    Última modificación: 30 de Junio de 2024
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    Pág. 19

    Miguel O., no creía en el apego al moralismo; tampoco en dictaminar si la conducta del esnob con sus «socias» era inescrupulosa. Aunque las usara como fetiches, aunque hubiesen sido condicionadas por la relación íntima, serían siempre funcionales a la escala del idéntico valor humano, donde nadie es más o es menos: por lo tanto, posee el derecho inalienable a decidir.
    Poco después— todavía en el Porche—, vio a la prima de Lucy, Marcela Prat, aprestándose a entrar. El joven, de ojos amotinados que le hablaba y le daba risitas, tal era su manía, estaba a su lado sin apartarle la mano.
    Acorde con la última confidencia de su amiga, la actual Marcela Prat prosperaba en la disipación. Mediante la incesante actividad del celular, magnetizaba a los proactivos en los burdeles, redirigiéndolos a su departamento adecuado para atenderlos. Lucy Prat dijo todo eso lagrimeando y desconsoladamente.
    Para Ella, la llegada de su amigo a la reunión, fue alentadora, e íntimamente le significaba un triunfo. Después de la bienvenida, siguieron cambiando impresiones al acceder a la sala adonde las parejas ya agrupadas ensayaban pasos con ritmo de cumbia, la cual, recién empezaba a difundirse. Abruptamente, cesó la música. El animado grupo de bailarines, manipulando expresiones de desamparo, miraban a Rob Torres manejando los controles del equipo de sonido situado en el extremo de la barra y se desinflaron. Tan evidente eran su menoscabo e indiferencia, como notable fue la frialdad que nadie entendía. Con el aire circunspecto, y de desprecio, parecía burlarse de los bailarines, quienes se obstinaban en reclamarle. Rob Torres, los veía como escoria y permanecería impasible, bebiendo el cóctel recién preparado. En realidad, no mostraba interés en complacerlos pasando música, mediante la colaboración obligada; ni tampoco quería extenderse en explicaciones ni justificar con muestras de simpatía la arbitrariedad de su gesto.


    Página. 20
    Lucy Prat, dispuesta a intervenir, lo miró iracunda. Precisamente, dirigiéndose a él de inmediato, quiso corregir la situación incómoda y sin preámbulos dijo:— ¿Qué demonios pasa? ¿Por qué la escena de nene caprichoso?
    — ¿Es mi culpa, Lucy? No, no lo es. Prometiste comunicarte con la Empresa, como otras veces: ¿no es así?
    — No puedo creer tu estupidez sabiendo el mal día que tuvimos para concretar todo.
    — Pero, ¿Pensaste en mí? ¿Acaso soy también el Disc Jockey? Tengo que atender los pedidos a troche y moche, hasta la madrugada, ¿no? ¿No es suficiente con que siempre me haga cargo de la barra?
    — Está bien. Pierdo el tiempo con vos. Llamaré a la empresa y vendrán en un rato.
    Pero el encargado, (probablemente haciendo reverencias del tipo oriental), reiteró unas mil disculpas por la absoluta imposibilidad de solucionar el engorro, pues a esa hora el personal se ocupaba de los equipos de sonidos en los variados festines de la noche. Por otra parte, Ella volvía a encontrarse en el mismo aprieto.

    «Continuará»
     
    #18
    Última modificación: 26 de Marzo de 2024
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    Pág. 21

    ¿Y adónde quedaba su presuntuoso ascenso en la escala social?
    Lucy Prat pareció desorientada. Miguel O., había estado atento a la escena percibiendo la irresolución de su amiga. Mientras ella permanecía ensimismada, se le acercó y dijo: - «¿Permites que ayude Lucy?»
    — Sí, sí: gracias Miguel.
    —¡La solución podría ser simple si intentas confiar en alguno de los invitados, explicando lo que pasa!
    — Claro — respondió y acudió a su mente la joven arrebatada y dinámica que denominaba:«torbellino espectacular», y dijo:— ¡Lidia, sí…! - Enfocó y fue hacia la joven bien humorada, abstraída en una charla untuosa con su pareja:— ¡Hola, Lidia querida, disculpa! ¿Podemos hablar?
    — Claro Lucy. ¿Aquí?— repuso.
    — No, ¿me acompañas, por favor?
    Atravesaron la puerta, vaivén de la cocina. Bastaba con saludar a las cocineras ajetreadas en más preparativos y con salir al patio: entonces la condujo hacia la puerta trasera. En el amplio lugar iluminado, que lindaba con la cocina, había una mesa con patas curvadas - como de perro salchicha sin cabeza—, con un mantel muy blanco en la superficie, cubierto de cuencos decorativos de Palma y un Jarrón de terracota en el centro repleto de profusas y llamativas flores. Algo similar con las sillas hindúes aportaba a la singularidad del conjunto. Lidia tenía manos llamativas que lucía en todos sus gestos, fuesen o no triunfales. Y Lucy, aunque ansiosa, usando su aplomo, empezó en cuanto se sentaron:
    — ¡Lidia, me encuentro en un aprieto con el baile de esta noche! —dijo en forma prerrogativa— y aquel tono lastimero de repente se volvió afónico— «Llamé a la Empresa habitual, pero se niegan rotundamente a venir. Quiero decir: nos quedamos sin la parte musical porque no hay quien la atienda»
    Lidia, sonriendo ampliamente, dijo: - Ya entiendo. ¡Lo haré como lo hago en casa! ¿Qué te parece? ¿Sabes: haré lo mejor?
    Hacer lo mejor quería decir «desatar el ciclón de la energía», la espeluznante recreación: los movimientos ondulatorios y frenéticos en el gran piso lustroso que parecía apropiado para el ajedrez, la definición mediante el caos en los compases de la música ultramoderna, dramática y liberada, extraída del salvajismo rítmico…


    Página 22
    Ni bien se desató la música «cacofónica», muchas de las parejas sentadas durante la primera parte del desborde, aplaudieron a rabiar y de inmediato se sumaron al despliegue. Era aquel el momento propicio de los precursores, el glorioso despegue de los revolucionarios, el balanceo descalabrado de los entusiastas centelleando en oleadas, plegándose al fervoroso movimiento del extremo rítmico. Los cuerpos se encontraban en un elegante vestido del cimbrado, movimiento que desaforaba las muestras entusiasmadas del público disperso y bullente: sin duda, aquellos jóvenes que parecían surgir de las alturas saturaron el ambiente mediante las imponentes fuerzas totalizadoras. Obviamente, como gimnastas impetuosos del compás, consumados en el frenesí de bailar, superaron sus propias aspiraciones. El inconveniente para los invitados se basaba en que, al no poder rivalizar con esos atletas de la desmesura, se sintieron menoscabados, frustados, melancólicos, alicaídos y, de a ratos, tentados se acercaban al desahogo en la fastuosa mesa; donde con dentaduras que parecìan afiladas arrasaban con los manjares: era un modo extraño de arriesgar la súbita explosión del maltratado aparato digestivo; sin embargo, experimentaban en sus cuerpos, algo que tenía sentido, algo que creían lograr con el mayor gusto en semejante comilona: el mayor disfrute sin remordimientos ni complicaciones…

    «Continuará»
     
    #19
    Última modificación: 22 de Julio de 2024
  20. Julius 12

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    «Prosigue la redacción» Pág. 23

    Miguel O., reflexionó en el descaro - en la actitud prosaica- de Marcela Prat, pues daba la nota al intentar competir con el grupo de consumados bailarines, quienes motivados y guiados por Lidia, exhibían los consumados movimientos en la amplitud notable de la pista. Por su lado, ella pretendía imponérseles con los provocativos vaivenes sensuales, acompasados con el anodino ritmo de sus caderas, lo cual al principio, sorprendió a los espectadores, quienes advirtieron, que aquellos artilugios instándolos a la ovación, eran meras exageraciones; representando la chabacanería y la insulsez, con el afán ulterior de la fascinación sensual ficticia, meramente espectacular.
    En un aparte con Lucy Prat, a quien avergonzaban los aportes exhibicionistas de Marcela Prat, Miguel O. preguntó: - ¿Por qué la dejas entrar, si ya la has visto tantas veces tirando manteca al techo?
    Lucy Prat inmediatamente entristeció. Él observó su mirada perdida en el vacío: dubitativa: destilando extrañeza, casi con miedo, repuso: "Lo cierto es que, aunque de parte de nuestra madre, Marcela es mi hermana menor y de ningún modo podría negarle la entrada.»
    Miguel O., la miró en silencio.
    Conteniendo un suspiro, ella agregó: - Tal vez es esta la única ocasión en que lo digo: "creo que el pasado es mejor, quede donde está.»
    Miguel O. comprendió. Mientras ella se apagaba en la especie de nostalgia por aquel pecado empecinadamente encubierto (de aquel pasado desconocido, hasta entonces en tinieblas para él), y comprendió que no le correspondía atar cabos. Pero habida cuenta de que a su amiga la situación continuaba horrorizándola, entendía por derivación, la otra forma: Marcela Prat nunca sería una intrusa, pues Lucy Prat, por nada en el mundo, aceptaría despolarizar el lazo consanguíneo que las ligaba.
    Cuando Ludían, que entró por el porche con expresión dubitativa: buscó con la mirada a Lucy Prat, la crisis la crisis anterior había pasado. Después del largo trayecto desde las sierras de córdoba, llegó a Buenos Aires, a primera hora de la mañana, en su pequeño automóvil blanco. Luego se enfrascó hasta el mediodía del sábado acomodando los enseres personales en el placar de la habitación del hotel y en la correcciones del borrador de poemas.
    Las horas siguientes, mientras descansó, fueron sucediendo ( junto con el fuerte viento del día tormentoso.) Al partir rumbo a Pilar, anochecía: después de las 11.30, entró en la oscuridad del último tramo: aquel recorrido por el trazado de la ruta secundaria presentó a su mirada el sesgo fantasmal estremecedor que puso sus pelos de punta. No obstante, mientras atravesaba el barrial con el pequeño coche, las señales fluorescentes la orientaron de manera segura hacia el iluminado estacionamiento, ya repleto. Por entonces el festín se acercaba al apogeo de la medianoche. En el porche desierto, todavía inquieta, tomó una bocanada de buen ánimo y entró a la sala. Casi nadie reparó en ella, así que adentrándose casi inadvertida en la sala de movimientos diversos y constantes se adecuó al rumor generalizado y a las constantes carcajadas: todo aunado a la confusión que proyectaban la persistencia de los bailarines, quienes no cejaban de contorsionarse impelidos desde los parlantes hacia los oscuros límites estigmatizadores de la extraña música.








    Pág.24
    Por fin, Lidia logró tomar cartas en el asunto y de acuerdo con la reiterada señal de Lucy Prat; por unos momentos apagó el equipo de sonido. Las parejas que bailaban furiosamente, entregados al ritmo violento, quedaron paralizados, mudos, viéndolas en expectante suspenso.
    Lucy Prat, enterada desde la mañana de la agradable visita, la recibió emocionada; luego del saludo (con un beso en cada mejilla), dijo con exagerada simpatía: —¡ te esperaba querida Ludían! Dispuesta a presentarla, tomándole delicadamente el brazo, con gran afecto la acercó al fluctuante micrófono: —¡Amigos! ¡Por favor escuchen!— retumbó su voz. Pero de súbito el incesante rumoreo imposibilitaba llegar a todos y como si sus manos, al moverse apaciguadoras, los aquietase, aguzando todos sus sentidos, insistió: —¡Escuchen, escuchen, amigos! ¡Cumpliendo con el compromiso de visitarme, hoy, esta noche, acaba de llegar procedente de Córdoba mi amiga Ludían, por lo que pido un aplauso para ella! (la interrumpió el vocerío sumado a los silbidos discordantes), - ¡Por favor, amigos… les pido, les pido que me dejen continuar! Por favor, me gustaría que reciban a mi querida amiga, de manera fraternal, Ella no es para nada una persona sin educación. Ustedes tienen la suerte de estar, ahora, ante una poeta consumada… ¡Lo cual es un honor! ¡Sí, y sobre todo es un honor que esté ahora con nosotros! (Estas expresiones enérgicas, motivaron, a pesar del desgano, aplausos). Lucy Prat continuó con empecinamiento:¡Creo, amigos! Creo que debemos recibirla como a una persona especial para conocer, aunque vivamos en una época donde no se admire el esfuerzo, «ese esfuerzo de la voluntad superadora»: esa expresión sin conveniencias personales… No el exitismo, la paparruchada, el lamentable atolondramiento y la tontería a la que nos hemos habituado…

    «Continuará»
     
    #20
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    «Prosigue la redacción» Pág. 25

    Pero el festejo aún persistía; los invitados proseguían inquietos, famélicos y sedientos. Aquel desaforado apetito de placer, aquellas ganas locas de consumir sin medida, ocurría porque en sus estómagos elásticos cabía mucha comida. Además, en especial los sedientos, en apretujada formación asediaban la barra, donde Rob Torres, marchando con la eficacia de una máquina expendedora; sonreía autosuficiente y con beneplácito sazonaba la innata soberbia, con el derroche de eficiencia y la pizca del triunfalismo (durante aquel derrame de vigor inagotable), respondiendo a cada pedido con la eficacia de una máquina expendedora. Era aquel su insignificante reino: era aquel su triunfo egocéntrico que estimulaba mediante la propia e inagotable ingesta de los cócteles de frutilla. En la foja del largo periodo de servicio, había adquirido cierta habilidad meteórica, de manera que era los más parecido a un barman en su dominio, con la yapa de haberse adaptado notoriamente aquel ambiente, atendiendo el servicio con modales exagerados, habitualmente atentos al acoso de los bebedores.
    Era notorio que el ambiente rebosara de contradicciones y de superficialidades: Solía gestarse, una especie de atmósfera hirviente de deseos ciegos, una forma de trama de alguna manera justificada que, al despuntar la madrugada, iba creando el extraño desfile de lo inconfesado. Cada joven pareja enfocaba el amor a su conveniencia; las que congeniaban con alguna de las otras, esperaban el momento propicio. Podía observarse a cada tanto, una pareja yendo detrás de otra, e impacientes de compartir intimidad, entraban en alguna de las habitaciones de huéspedes recién desocupada mientras otras salían por el porche a explorar (a pesar del frío), la densidad del exterior arbolado como si tornadas en mariposas de la oscuridad con la única finalidad de lo que les venía en gana. Si así lo deseaban, jugaban a las escondidas y a los pellizcos. Sin embargo, los deslices amorosos desembocaban en la quietud sospechosa de la frondosidad, adonde los maliciosos buscadores del placer se intercambiaban para conseguir rápidos e insólitos momentos de la dicha.

    «Continuará»
     
    #21
    Última modificación: 26 de Julio de 2024
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    Pág. 26

    Una de las bajadas del barullo, se produjo durante la presentación de Ludían, que al considerar el desorden preexistente, indudablemente resultó apresurada. ¿Qué sentido habría tenido aplaudir a una poeta oriunda de Córdoba, sin conocer todavía su trayectoria? Ciertamente, Ludían era reconocida en los concursos literarios de Argentina dedicados a la Literatura; por ejemplo: en Rio cuart0, lugar de residencia del renombrado Juez y escritor Juan Filloy), también en la Feria del libro de S.A.D.E., donde obtuvo premios por poemas editados de sus obras.
    Ellos, por su parte, con poca o ninguna preparación en los géneros literarios, y además sin haber analizado sus trabajos de poesías y viéndola por primera vez, era natural la considerasen inasequible. Incluso la jerga que usó Lucy Prat y , el desorden en los términos que empleó durante la presentación: a quienes les prestaban atención les pareció ridículo pretender admiración. Y de ningún modo consiguió resultados viables... lo cual a Lucy Prat la desilusionó.
    Luego de que los oyentes volvieron a la pista de baile, dominando su frustración, Lucy Prat condujo a la poeta hasta el lugar privado, detrás del patio trasero a la cocina, colindante con el Jardín. Allí, conversaron y tomaron el Té.
    Lucy Prat dijo sonriente: - Intenté llamarte hoy temprano cuando viajé a la Capital y vi a Miguel en el café…
    — ¿A quién te refieres?… ¿ Acaso lo conozco de las Sierras ?
    — No vino nunca a las reuniones de Córdoba. Pero pronto lo conocerás. Te puedo adelantar que Miguel O. es el amigo más valioso y sorprendente (con el que cuento…) créeme va para años que lo trato y te diré: desde entonces es para mí la persona más confiable. Muchos sábados, ( por mi insistencia...- reconozco que soy pesada-) él acude a las reuniones, tal cual, en las temporadas de vacaciones, los hacías vos los fines de semana en las reuniones en mi casa de las Sierras… Bueno los papeles se invirtieron y esta vez recibí una sorpresa: Ludían me sentí muy feliz de verte esta noche... ¿Ahora, dime cómo estás? ¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez que nos vimos? ¿Recuerdas?...¡Sabes? Te agradezco el mensaje de hoy por la mañana. Me dije: ¡qué suerte, mi amiga cordobesa se acuerda de mí y vendrá a la reunión!
    Para Ludían ir de Lucy Prat tenía un significado decisivo: ella la había vinculado con la editorial bonaerense. Sus buenos oficios fueron el nexo adecuado para la aceptación de sus libros de poemas. La editorial estaba interesada en fusionar ambos en una sola edición y luego avanzar en ultimar detalles para presentarlos.
    — Deseo agradecer que hayas hecho el contacto con la editorial para adelantar en la edición de mis libros, Lucy.
    — Lo hice porque te aprecio y creo en tu valores literarios: ya sabes, pienso que tu poesía es fascinante y mereces ser reconocida. Cuando releo y analizo algunos poemas me parecen una maravilla.
    — Eres generosa- repuso Ludían sonriendo-: Lucy, hago lo que siento, pero prefiero aprender mucho más.- dijo cohibida.
    — ¡ Vamos amiga! Vales mucho... Pero, quiero preguntar: ¿ Te animas a conocer a mi amigo Miguel O.?
    (Lucy Prat, había puesto a resguardo, la finalidad ulterior que perseguía con el recurso de la presentación.)
    — No lo he visto, todavía. ¿Acaso lo crucé y no reparé en él?
    —Si fuera así, no lo hubieses pasado por alto ni desapercibido…— repuso enigmática.
     
    #22
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    «Prosigue la redacción» Pág. 27

    — ¿Sabes Ludían? Tengo libros de poemas de Blanca Buda. Ella, es muy estimada en Escobar. Uno de ellos titulado «Reino Transparente» que pertenece a la Colección: La Magia y los Poetas. Me gustaría regalarte uno…
    — Gracias, amiga, me encanta la sugestión que suele sugerirse en algunos poemas.
    — No olvidaré de obsequiártelo —dijo y agregó de manera ambigua: si me permites, me gustaría que conozcas a Miguel… ¿Sí? Ludían, abstraída, reparó apenas lo suficiente para asentir y Lucy Prat agregó: - Bien; vuelvo en unos minutos y vendré con él…
    Más allá del patio iluminado se proyectaba un rayo de luz sobre el césped, el que, un poco más al fondo, alcanzaba a restallar sobre el brillo peculiar de los arbustos.
    Mientras aguardaba indecisamente (tal vez molesta por alguna inquietud) a Lucy Prat, Ludían dio unos pasos por la gramilla que fulgía alfombrando el sector y al mismo tiempo contrastante, desplazaba la penumbra, merodeó un rato entre los tilos aromados; y después, al elevar la mirada, se fascinó con el despliegue de las estrellas plasmadas, asombrosas en su habitual lejanía mientras la oscuridad iba diluyéndose contra el cielo de la madrugada: ella era asidua a esa forma de contemplación y por consiguiente también era frecuente la nostalgia -- aunque mucho más vívida— en las sierras que, además de seducirla, provocaba el placer de aspirar con cierta fruición el aire fresco aunando los aromas fuertes que inundaban la extensa atmósfera de la vegetación serrana.
    En esos momentos, en la sala, continuaba desplegándose el alboroto: también aquel persistente sonsonete rítmico que polarizaba el entusiasmo infatigable de los bailarines. Pero ella, estaba ajena, sentía en aquellos momentos la vida llenándola intensamente: en esos instantes la seducía, la tonificaba, y sobre todo la colmaba, la íntima contemplación de la noche brillante. Feliz y ensoñada, volvió al patio acurrucarse en el sillón de mimbre. Entonces desfiló por su mente, en la inesperada sensación de distancia, la propia e incesante actividad en su trabajo de la Compañía de Seguros de Villa María. La central de Buenos Aires había reclamado con urgencia suplir una vacante. Le ofrecieron un salario superior y el cargo acorde con el que ejercía en la ciudad cordobesa. Ella lo consideró como una prueba y los directivos coincidieron, que dada su antigüedad y su eficiencia, era la persona indicada.
    De pronto cerró los ojos y por unos minutos quedó adormilada. El corto sueño la sustrajo a un episodio de su infancia, en la época en que Tía Lala, todavía joven, se hizo cargo de ella. Tía Lala, como su mamá, era generosa de corazón y sublime de espíritu.
    Ella era una niña preguntona: quería saber todo y entonces Tía Lala decía cosas reconfortantes. Con delicadeza contestaba pormenorizadamente sus incesantes preguntas. Entonces Ludían escuchaba su voz apacible y desechaba los temores. Tía Lala le explicaba, respondía incansable a cada una de sus inquietudes.
    Recordó que su mamá y su papá cierta vez— mientras ella dormía— se acercaron, le hablaron como otras veces, suavemente al oído: luego se despidieron con un beso que ella retuvo como un sello inolvidable en la frente: ellos fueron a un viaje, un viaje impensado: ella solía preguntar a la Tía Lala cuándo volverían de ese viaje y la Tía Lala, explicaba con resignación y dulzura (mientras tomaban el Té), que ellos no podían volver porque estaban en el Paraíso lejano. «Es como un paseo en el que pueden contemplar un hermoso lago o también visitar la playa y asistir a la dominante y singular fuerza del mar: al acercarse para ver una gran ola que apenas se distingue de las siguientes, se las verá estallar una tras otra, asediando con sus peculiares movimientos en vaivén las rocas oscuras y brillantes hasta que cambian sus ondulaciones, se repliegan y aquietan y después de volverse mansas en la gigantesca superficie se reitera de un modo constante la veloz y eterna absorción de la arena…»
    _ ¿Sabes pequeña, hijita, ¿qué es el mar?
    _ ¡No lo sé! ¡Vos si lo sabés, Tía!
    _ Sí, estuve algunos años cerca del mar, y es hermoso… Mucha gente vive cerca del mar y me gustaría llevarte para que veas cómo es…
    --¿Mamá y Papá están en el paraíso, junto al mar y esas olas fuertes que dices?— preguntó la pequeña Ludían con temblor en su vocecita.
    _ ¡Hijita, no tengas miedo, ellos están bien!
    _ ¿Tía puedo verlos cuando vuelvan del Paraíso?
    _ Lo sabrás en el momento que crezcas Ludían— Dijo Tía Lala. Y ella se tranquilizó porque su Tía la amaba y la protegía.
     
    #23
    Última modificación: 24 de Julio de 2024
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    «Prosigue la redacción» Pág. 28

    Lucy Prat, presa del repentino dolor de cabeza, hurgaba con la mirada en el grupo desmesurado de parejas, cuya prepotencia y con modales confianzudos, sacudían rítmicamente las palmas y los pies, exigiendo con burlas exasperantes retomar el descalabrado registro musical. De por sí, eran intenciones descabelladas (o cuando menos intenciones ruidosamente absurdas), las músicas decadentes, discordantes, de entonación estrafalaria, terminaban malogrando el mejor nivel ya alcanzado bajo la batuta de Lidia.
    Por otra parte, Lucy, atrapada en la ansiedad, machacaba insistente en las incesante búsqueda de socorro: revisaba toda la casa los accesos exteriores sin hallar aún a su amigo Miguel O., pero, al mismo tiempo, (anticipando la propia depresión y el posible ataque de pánico), sentía en su aturullada cabeza el acecho del vacío metafísico inexpugnable, donde nunca se acaba de atrapar la nada. En algún instante, se esforzó para que prevaleciera su lucidez; en esa forma, tal vez lograse dominar aquel irritante malestar aquellas sensaciones de quedar desposeída "vacía de aquello que no es" y con las ganas de escapar, que solo atenuaría - como otras veces —, dopándose con pastillas, que para su desesperación, no podía recordar adonde las guardó en la anterior reunión.
    Rob Torres, sobrepasado de copas, preferiría ignorarla, no le costaba desentenderse y escapar de las complicaciones. Eso era para él una costumbre saludable. Entonces proseguía con la ejecución de sus malabarismos al atender los cargosos pedidos de los bebedores compulsivos, de quienes no vacilaba en burlarse, pues yendo y viniendo con estúpida insensatez, reclamaban pataleando y con berrinches el inmediato servicio de las bebidas.
    Lucy Prat, entretanto, trataba de dominar el dolor de cabeza, que se volvió agudo y tenaz. Al reconocer la imposibilidad de continuar, subió a su habitación donde hallaría, finalmente, el estabilizador del ánimo e ingeriría la dosis apropiada para entrar en el sopor acostumbrado. Lo extraño era que al ser derribada por el sueño súbitamente demoledor: -- se generó la instancia donde los objetos de la habitación giraban ante su estrabismo y al desmaño para ir enseguida sobre su cuerpo, para maniatarla y donde por cierto tiempo, yacía aterrorizada, aplastada contra la cama por el absurdo y caprichoso peso de los objetos que, durante cierto tiempo y por encima le causaban asco y repugnancia—.

    «Continuará»
     
    #24
    Última modificación: 24 de Julio de 2024
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    «Prosigue la redacción» Pág. 29

    Al bajar de su habitación, el dolor de repente se esfumó de sus sienes, lanzándola otra vez al nuevo episodio de la realidad, lo cual pareció suceder como por encanto: entonces retomó por completo la personalidad reconocible. Se había propuesto hallar a su amigo y, en tal consigna, su búsqueda de ningún modo resultaría infructuosa.
    Miguel O., en el porche, se abstraía en la medida de Whisky que bebía con lentitud y con el cigarrillo que al final sería expelido de sus dedos indecisos, sin encender. Solo las pequeñas estrellas que parecieron desvanecer al avanzar el alba habían sido su compañía durante un buen rato: la serena contemplación del Universo resultaba un agradable lenitivo, el sedante apropiado para las dudas todavía pendientes. En primer lugar, una especie de sin sentido anulaba la posibilidad de desapegarse. Y de aquel inquietante desfile de preocupaciones, sobresalió la actitud rebelde de su hermano menor, quien un día tras otro afrontaba el declive anímico y la común adversidad: igual que todos los seres humanos de todas partes, cada día debïan afrontar las vicisitudes de la vida. Pero la preocupación principal puntualizaba el descenso de la vitalidad emocional que experimentaba Julio O., desde la muerte del Padre. ¿Por qué aquella muerte buscada? ¿Aquella cuesta abajo despreciando la vida maravillosa? Aquella desaparición, por mano propia, había desencajado la serenidad anímica de Julio O., que padecía un vértigo insoportable. Un fatal derrumbe en el pozo depresivo que lo condujo a la vulgar degradación, al proceso amoral de vagar sin rumbo y sin certeza. Algo frágil que hizo trizas la memoria de su alma y que desde ese instante lo hizo temerario. Con arrogancia, de repente menospreció lo negativo que podía sucederle. En la especie de horrorosa vaguedad, con aquel punto final que dio su padre a la existencia, el hijo menor anulaba las propias reacciones; despojándose de mecanismos protectores, abrazaba la indefensión y la permanente discontinuidad vital: apenas capacitado para soportar toda situación de vida, desembocó en el desamparo del abismo frío y opaco, de las sombras y los fastidios espesos, como el desliz de un tobogán sin limitaciones, rompiendo con la sensatez para abandonar las ganas de vivir en el existir por existir.
    Lucy Prat - al entrar al Porche - le vio terminar su Whisky.
    — ¡Miguel! ¿Interrumpo?
    — Hola, Lucy. El bochinche de allí, adentro, terminó conmigo. -- repuso forzando una respuesta amable.
    — Eres mi amigo y no me engañas. De modo que debo entender que esos chiflados te pusieran los pelos de punta. — dijo ella atribuyendo la reacción de su amigo a una idea presupuesta.
    Ambos rieron y él agregó: - Realmente, no me faltaron ganas de irme, pero te conozco y sé que no te hubieras alegrado.
    — Eso es muy cierto. Y, como eres un caballero. Pero ahora estoy mucho mejor, pues, podré cumplir mi íntimo compromiso con Ludían y contigo.
    — Supongo que aludes a tu amiga cordobesa. Y aunque en el recibimiento no hubo mayor entusiasmo de mi parte, obtuve una excelente impresión; me agradó saber esa referencia de que se trata de una consumada poeta.
    — Sí. Ludían es bien reconocida en lugares reputados de su provincia, especialmente en el círculo literario de Cosquín y de otros lugares de la serranía que se ocupan de la literatura, sobre todo en la capital de Córdoba: me di cuenta de que no me equivoqué al creer que serías quien mejor la valorarías…
    «Continuará»
     
    #25
    Última modificación: 2 de Marzo de 2025
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    "La redacción continúa" - pág. 30

    Ludían, esperó a Lucy y a su amigo, (que llegarían de un momento a otro) inquietamente; sin embargo, una sugestión positiva, le sugirió que su natural reserva era lo más apropiado. Por lo tanto, sus inseguridades- estaba segura- de que no excluían se explayara ante ellos con su natural inclinación a la amabilidad y a la cortesía.
    En cuanto llegaron, fue Lucy Prat quien no conseguía manejar el repentino prurito de ansiedad en la presentación formal: pero, curiosamente, se le ocurrió una fórmula infalible al ocuparse de fomentar una coalición transitoria, vale decir que se diluyera per se. Por otra parte, Ludían, en oposición a lo esperado, al estrechar la firme mano de Miguel O., sintió la desconocida presión de un alud, que la debilitaba con la rapidez del relámpago, y a duras penas y con monosílabos logró responder entrecortadamente a sus preguntas; en lo cual coincidió con él, quien así mismo, con idéntica prontitud quedó atrapado en el contagio de sensaciones extrañas que no le dejaban claro que más decir o cómo proseguir. Por lo cual optó por callar cediendo la palabra a Lucy, siempre al acecho del menor detalle.
    —Bueno, ¿les parece conveniente un brindis?— inquirió, tratando de infundir un aire de alegría sin parecer residual.
    Ludían y Miguel O., que cruzaron miradas haciendo el mejor esfuerzo por comprenderse, aceptaron rozar sus copas que tintinearon con el cristal. Lucy se encaminaba a romper con aquellos resquemores y timideces de las sensaciones inseguras. Al observar que de repente sus amigos se animaban en una charla más extensa, se excusó, prometiendo volver lo antes posible.
    —Lucy quería a toda costa, nos conociéramos… Dijo él aliviado y menos reticente.
    — Sí, eso me pareciò. Dijo Ludían observándole con renovado interés.
    — Es curioso… ¿Y si usted o Yo tuviésemos ya otro compromiso?
    — No parece acertado hacer suposiciones— repuso Ludían— ¿Usted cree que Lucy desconocería ese aspecto?
    _ Realmente no. Me parece que Ella sabe bastante bien cómo nos desenvolvemos en nuestras vidas - hizo un gesto como de desagrado-: ¿a usted no le molesta?
    _ Ahora reparo en el punto - dijo ella un poco azorada— ¡Qué curioso! Si no lo menciona lo pasaba por alto. ¿Acaso la considera una persona controladora?
    _ Tal vez, en alguna medida. Pero, más bien, me parece que obedece a pequeñas compulsiones que no encubren lo intencional.
    _ Mi postura es la misma respecto a ella: no quisiera desconfiar de las intenciones de Lucy. Desde hace bastante, me sobran pruebas de su lealtad: lo cual aprecio.
    Coincidieron en esta afirmación y también respecto a otra cosa surgida espontáneamente en el ámbito de la sala, Miguel O., en alerta, dijo que le llegaba un cambio musical importante…
    _ Sí, mientras hablábamos, también percibí un fondo de melodías —. Repuso Ludían
    _¿Le gusta danzar?— preguntó Miguel O.,
    _ Sí _.

    Página 31.

    El incesante espacio bailable, hasta allí desorbitado, entró en paréntesis. La atmósfera relajada duraría en promedio 20 minutos. Entretanto, algunas parejas cuchicheaban; por momentos, exacerbados por el abuso de bebidas alcohólicas, hablaban sin ton ni son; exhalaban humaredas, desbordadas por el brote de angustioso nerviosismo. A través del descontrol en el consumo de cigarros evidenciaban la confusión, el desasosiego y el anhelo de evasión. En concreto la fórmula consistía en echar con grandes suspiros el humo de la droga a la cara de unos y de otros: con amagues bruscos y malintencionados pretendiendo el desempeño malevolente y a la vez acentuando las fallas descontroladas del comportamiento desafiante de las convenciones, delatando la degeneración de las capacidades cognitivas; todo lo cual mostraría absurdas figuritas de pandilleros de pacotilla en un reinando de patanes, exhibidores de la estrechez y de la decadencia.
    Todo lo cual llamó la atención de Ludían y Miguel O., ambos integrados al grupo discreto y menos heterogéneo, con el cual se habían identificado desde el comienzo.
    En ese momento escucharon y bailaron algunos tangos tradicionales (entre ellos las milongas), después, mostraron lo más moderno de Astor Piazzolla. Quienes gustaban de ese estilo, ensayaban modalidades sorprendentes y agradables, que compartían con inclinación a socializar. Poco después comenzarían las voces románticas de boleros, de toda época, reconocibles en su mayoría: Ludían y Miguel O., tremolaron en los momentos agradables, entre murmullos y pequeños avances; y, de a poco, fueron sellando un pacto presentido. Se generó un balanceo agradable que los enlazaba al flujo de la música. Miguel O., la miraba con sus ojos oscuros, penetrantes, y comprendió que al ahondar en sus ojos celestes develaba como en un claro manantial el espíritu de Ludían que, desde allí, le sería reconocible cada vez, para siempre. Sin embargo, por momentos una y otro vacilaban; aun en la naturalidad al bailar, había cierta indecisión y continuaron examinándose, reconociéndose con curiosidad: gradualmente la mirada de ella se despojó de precauciones, con los ojos abiertos a la seducción se amalgamaron en el deslizamiento natural y la sensación del enamoramiento. Él, por un momento, se sintió desfallecer y como taladrado por una broca. El repentino estado feliz obligó a su cuerpo a vibrar con intensidad: había entrado en el trance, de una experiencia insospechada, vívida como nunca antes, semejante a la plenitud dichosa.

    «Continuará»
     
    #26
    Última modificación: 22 de Julio de 2024
  27. Julius 12

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    «Redacción prosigue» Pág. 32

    Luego de aclarar suavemente, desde el cielo desprendieron oriflamas, estandartes luminiscentes que de a poco desvanecía en la inmensidad. Mientras Ludían y Miguel O., disfrutaron del baile (sobre todo durante las últimas piezas musicales), los sedujo de modo irremediable el anhelo de intimar y optaron por salir al porche de manera inevitable, ya destemplado por la bajada climática. Él la rodeó con sus brazos sosteniéndola de un modo cada vez más intenso e iluminador, que envolvió a ambos en sensaciones extremadas y palpitantes. Había comenzado el sentido de la permanencia urgiendo a la sensibilidad extrema: se cobijaron muy a gusto en las novedosas sensaciones placenteras, y si bien él no usaba el asedio, con ternura vencía por momentos la renuencia d ella a ser estrechada y en cada beso conseguía intimar un poco más y que fluyese en ella el sentimiento y el ardor que echaba su cabeza hacia atrás, aletargándola, envolviéndola en la peculiar intimidad. Entonces, con aquel sabor renovando en su espíritu, ella se dio un respiro y susurró de prisa:— Por favor, Miguel, ¿Me llevas hasta al estacionamiento a buscar mi abrigo?-
    — Sí, querida, pero tendremos que girar por ese costado y pronto llegaremos al final de la casona. Seguramente allí lo estacionaste —repuso Miguel O., y al mismo tiempo advertía que la inesperada tibieza, que venía irradiando, de pronto se ahuyentaba de Ludían, pues con el escaso abrigo comenzaba a tiritar.
    En el Porche— a esa hora— el frío se tornó intenso. Miguel O., intentó ayudar y para atenuarlo ofreció su saco. En el estacionamiento persistía el blanco lechoso de la casona: y con el pequeño auto a la vista, ella se apresuró a sacar su abrigo. Su rostro, un poco pálido, empezaba a recobrarse al acelerar sus movimientos: agradecida, devolvió el saco y ambos rieron al comparar el ambiente calefaccionado con el destemple del porche, merced a la agresividad de la intemperie. Miguel O., intentó
    distraerla aduciendo su torpeza al bailar, pero ella sonreía minimizando los supuestos defectos de los pasos, tal vez un poco vastos.
    Ya en ambos, obraba la impronta seductora con la que asimilaron el preámbulo de las experiencias más estimulantes. Además, ella precisó un recuerdo imprevisto: estaba segura de haber visto a Miguel O., en cierta ocasión, cruzando una importante avenida de la ciudad de Córdoba y a cada instante se intensificaba el suceso rememorado de aquella mañana de verano cuando lo vio venir hacia ella cruzándola: reconocía su figura que ahora le parecía inconfundible y, sin embargo,
    no precisaba que él reparase en ella nada más que segundos; en cambio, Ludían tuvo la certeza de haberse vuelto dos veces para observarlo hasta que al pasar el semáforo lo perdió de vista entre el gentío.





    Pág.33
    Volvieron a la estancia donde algunos, pornógrafos, dirigían las búsquedas desorientadas, buscando proseguir activos de alguna manera.
    Lucy Prat, se había serenado; permanecía atenta, aunque con discreción, a los movimientos esporádicos de los más rebeldes y descolocados, pero en realidad los que daban la nota: eran los habituales disconformes y buscapleitos.
    También vio a Ludían volver a la sala con Miguel O., comunicativos y sonrientes y le agradó que sus dos amigos se encauzaran hacia un objetivo que ella consideraba principal.
    Se acercaba las seis y empezó a refulgir el alba; curiosamente, muchos de los que salieron al Porche aguardarían tiritando la plenitud del sol. Entretanto, en el interior, los grupos de bailarines deshilados por el cansancio, menguados por la agitación de la noche y otras exacerbaciones, se echaban en los sillones, lanzando bostezos. Un grupo de rezongones se habían anquilosado en los rincones y parecían más discretos, pero en realidad estaban agotados. Otros, ya desatados de escrúpulos, se dedicaban a gruñir en su selva, lanzaban soserías de esa clase: risas torpes, voces dispares, gemidos y todo lo que resumía la hartura. Un muchacho pasado de copas se transformó en la figura discordante. Con el cabello y las ideas igual de enmarañadas, sin zapatos, se metió en uno de los baños femeninos. Al salir, avanzó inciertamente desbraguetado. Abrumado por el sueño, había extraviado su sitio e interrogativo, iba de un lado a otro de la sala, hasta que de pura casualidad dio con el sillón donde volvió a derrumbarse. Otros moscardones, con sesgo de aprovechadores, caían sobre las mujeres indefensas que roncaban, intentando toquetear en sus intimidades; sin embargo, ni aun dormidas, ellas perdían el hilo perspicaz; sin vacilaciones entraban en franca rebelión aplicando cachetadas rotundas y eficaces, que ponían límites a los babosos groseros.

    «Continuará»
     
    #27
    Última modificación: 26 de Marzo de 2025
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    «Prosigue la redacción» Pág. 34

    De manera previsible, pero imprevisible para quienes roncaban despatarrados y con ropas desperdigadas, Lucy Prat, ofuscada, soliviantada e irritable, a causa de las demostraciones procaces, unidas a la ranciedad de los drogadictos: esos inexcusables patanes de antecedentes dudosos... Intentaba recrear en las mentes aturdidas por los inacabables excesos de la noche, algo de espiritualidad, el aire renovador, una pizca o algún matiz de la pureza basado en el singular escenario infantil de antaño, cuando el pequeño grupo se solazaba teatralizando en el improvisado escenario y los inocentes espectadores, aquellas invenciones mágicas abstraídas de las historias inventadas e inolvidables y ahora tan distantes... Y ya que no podía olvidar la amplitud de aquel valle y del vergel, ensalzado por los legendarios instrumentos:«la Pianola, las Flautas, los Timbales y las trompetas; los Bombos y platillos», y los relevantes sonidos «que emocionaron los corazones de esa época» Sin embargo, nada de este escenario podía caber en los helados corazones de los actuales hombres y mujeres, ni quitar ciertas confusiones, evaporándolas hacia el feliz olvido; dado que en las formas actuales del mundo moderno eran incapaces de provocar una pizca de pureza espiritual; incapaces de dedicar al transitorio paso por la vida una labor constructiva destinada a mejorar, aunque fuese un poco sus mentes aturulladas y ahítas de copas, antes de retornar a la saturación del fastidio diario… Empero o, sin embargo, tal vez aquella ideación fuese otra repetición del sueño vano…
    Por otro lado, ya la naturaleza hacia su eterno aporte, al empoderar la fuerza tan vital del sol: que únicamente resultaba negativo para los vampiros, quienes escapaban aterrados hacia los oscuros vehículos, lo cual producía carambolas al resto de aturdidos por demás, (se trataba de algunos jóvenes que con aire socarrón batían panderetas), y además para todo aquel grupo que saludaba a los manotazos gritando a coro:-¡Chao, Adioses!, ¡Pronto nos veremos más!
    Y como un rengo desfile de tartamudos, que no conocían más que el desastre y no sabían otra cosa que escapar en medio del barullo y el desorden y de los bocinazos, abandonando todo lo anterior, algo así: (algo parecido), al recuerdo del olvido…
    Penosamente, Lucy Prat miró triste aquel despliegue estrambótico de sus invitados que se hacían agua al irse y se descargaban detrás de los árboles, y que, dicho sea, no alcanzaban a innovar las anteriores despedidas… Entonces, paliando su gran tristeza, llenaron sus ojos lágrimas resignadas.
    A Ludían y Miguel O., desde el Porche, (ya entablada por extenso la charla ansiada por Lucy Prat), no les extrañó la desorbitada partida de los invitados, a quienes también habían observado de un modo resignado y fatalista. Por otra parte, la estupenda mañana ya modificaba la calidez del sitio que se volvía agradable, del todo placentero. Mientras ambos planificaban despedirse de Lucy Prat. (¿Optarían por ir cada uno en su vehículo, por diversos caminos?) Sobre todo Ludían dio señales de cansancio, de cierto agobio en su mirada, que se apagaba y tornaba indecisa. Sin embargo, Lucy pareció restituir su vitalidad; enseguida, estuvo con ellos y con aire lozano, les ofreció su casa para esparcimiento y descanso, de manera de alcanzar un día placentero y agradable. Inesperada invitación que Ellos agradecieron, pero que debían evaluar y, por el momento, no sabían qué responder.
    — ¡Realmente te lo agradecemos! —repuso Ludían desconcertada, pero prefirió callar, pues había observado a Miguel O., quien, al menos desde el principio, no quiso opinar.
    — ¿Qué ocurre Miguel?
    — No esperaba causar molestias, Lucy. Por otra parte, al parecer Ludían se siente más obligada que dispuesta.
    — Entiendo: pero naturalmente primero desayunaremos… Mi insistencia no debe sorprenderlos: ambos son mis amigos, pero no tengo intención de coartarlos, ustedes están libres para decidir…
    Sin embargo, en esos momentos llegaba el personal de servicio y dio las indicaciones para ese preparativo, un sector adecuado de la cocina o del patio trasero quedaba a elección de Ludían y de Miguel O., para desayunarse antes de partir.

    «Continuará»
     
    #28
    Última modificación: 28 de Marzo de 2024
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    Prosigue la redacción«» Pág. 35 - Parte Tercera-
    «Y se aproximaba el delicioso momento de entrar en la blancura de la habitación con trazos de seda».

    Desde que Miguel O., diferenció que la figura esbelta de Ludían radiaba desde sus ojos hacia él (lo fascinó la autenticidad de su bello porte, lo cual no requería confirmación estética o lógica), sintió en el impulso irresistible la vertiginosa sensación del amor, esa bella e inmensa confusión, apenas explicable. En verdad se sentía exaltado por el amor que sentía y por ende renovado e integro.
    También Ludían- al dejar de lado la sensación altivez- concordó con la impresión similar del arrobo, y al dejar de lado el instante del ingrato recuerdo de su juventud (a causa de la audaz declaración de amor del profesor de la secundaria), empezó a persistir en su corazón retumbando, la flamante y vertiginosa emoción que la cohibía hasta enrojecer, tal era su pudor.
    Poco después, Ludían y Miguel O., (habiendo ya deliberado), acordaron volver a la Capital con el auto de Miguel O, quien, con mucho tacto, insistió en llevarla.
    Posteriormente, Ludían solicitaría a Lucy Prat le permitiera dejar a su pequeño automóvil en el estacionamiento, estableciendo la precondición de la fecha para retirarlo. Una vez resuelto lo anterior, ya en el viaje hacia C.A.B.A. prefirieron conversar animadamente, pero, la música de Yakuro persistió una larga parte del trayecto y se mantuvieron mayormente en silencio, enfrascados y felices de estar unidos.
    —Lucy me dijo que viniste por razones laborales.— dijo Miguel O. En cierto momento .— ¿Tenés fecha para comenzar? Pero antes de responder ella se sonrìò como una jovencita que por cualquier motivo se ruboriza, a lo cual èl restò importancia.
    — Sí: mañana comienza mi tarea en la central de aseguradora. — Él avistaba los labios pulposos y recordaba su apaciguada respiración cuando bailaron y empezaron a ocurrir especies de curiosidades e inequívocos:— roce de labios en las mejillas, nada significativos en apariencia—, que exacerbaban las intrigantes sensaciones del uno por el otro.
    —¿Conocías Buenos Aires?
    Ella asintió: inconscientemente dibujó con sus labios un lirio sonrosado y dijo después de esbozar algunas sonrisas. «Como cabría decir de muchas ciudades del mundo, es sabido que Buenos Aires es una ciudad dimensional importante y está superpoblada— dijo—, pero no puedo afirmar que me gustaría vivir acá…» y agregó: - Solo es una apreciación limitada y ocasional; por el momento me cuesta definir Buenos Aires a la que aprecio polifacética. Por ejemplo: no alcanzaría la definición de culturalmente avanzada… Advierto otras facetas que al superponerlas en épocas aproximan la clarificación tanto de su estilo como de su identidad …
    — Permíteme aclarar que no era mi intención indagar y ponerte en aprietos…
    — Entiendo, gracias, pero no me molesta tu pregunta. El año pasado estuve la segunda semana de enero, residí aquí, algún tiempo, por la invitación inexcusable de Lucy. Como sabes Ella es visceral y sabiendo de mi participación en“los versos que maderan” (una edición local de mi provincia en la que participan varios poetas oriundos de la serranía de diversas épocas), cuyo material consideró importante, al sumarlos a mis últimos trabajos editados… se puso a la complicada tarea de hacerlos trascender y casi de inmediato me avisó que había conseguido conectarme con dos editoriales de Buenos Aires quienes les intereso mis trabajos. De allí surgió la idea de unificarlos... unirlos en un solo tomo. Pero ahora este comentario, tal vez no viene al caso… Más bien debería centrarme en definir mis impresiones respecto a esta Ciudad magnífica e imprevisible, pero que a la vez me asusta…
    Miguel O., quedó sorprendido y mirándose uno a otro con tímida fascinación, por un momento callaron.








    Página 36

    Miguel O., al sentir la cercanía de ella y su luminosidad coincidente, no dudo de que serían amantes: también la intuición de ella percibió la amorosa instancia. Lo natural de aquel proceso amoroso era la cohesión en la idéntica vibración emocional. El hechizo destellando en sus miradas procuraba la sensación de lo predestinado y aun fluctuando en aprensiones, doblegó el pánico y fue afirmándose. Aunque la certeza de permanecer unidos, fuese un vínculo aleatorio, en sus espíritus libres el sentimiento amoroso proseguiría identificándolos con el ideal de la plenitud y solo estarían atentos a ese anhelo.
    Esa noche, durante el chapoteo en la bañera, los sentidos enajenados ansiaron el momento de la consumación. Después del episodio del clímax, él se sintió desconcertado; alzándola, y envuelta en la toalla, la condujo al dormitorio, donde volvió a imponérsele el momento de alto voltaje del orgasmo, denominado, «Pequeña muerte» (por el cual Ludían quedó como en desmayo y a él lo inquieto volver a percibir la similitud entre el éxtasis y la agonía.)
    Al recostarla, lo azoraba esa repentina entrega del agotamiento al sueño plácido: y durante su recuperación, ella entrecerró los párpados: al distenderse, sus mejillas recompusieron la sonrosada tonalidad. Se movió levemente y musitó «Te amo» y él se tranquilizó.
    Más allá de complacer los sentidos, la intimidad implicaba la prodigiosa escalada del amor. Sin embargo, Miguel O., supuso que por detrás de la aparente mesura, Ludían podría estar afectada por un estigma, empero, al reconocer su ignorancia, o su ineptitud en aquel «suceso inesperado», debió acallar sus dudas.
    Esa madrugada a Ludían le volvió el sueño recurrente. A través del sendero del bosque que desembocaba en el ancho cruce, en marcha acompasada, descendía la pareja de ancianos tomados de las manos. En la prieta línea de los labios esbozaban la pacífica sonrisa, constante. En cuanto a cruzar el sendero, muy pronto desviaron por el opuesto y entraron por la curva: muy pronto se perdieron de vista… Era como si se encaminaran hacia una dimensión donde el tiempo difiere de algún modo: tal vez de algún modo potencial se dirigían hacia una dimensión diferente…

    «Continuará»
     
    #29
    Última modificación: 30 de Julio de 2024
  30. Julius 12

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    «Prosigue en redacción» Pág. 37
    Ese día durmieron abrazados hasta el atardecer del domingo, en el Departamento de Miguel O.

    Decaía el domingo: Ella abrió unos ojos inmensos ni bien se desperezó. Luego fue a la cocina donde preparó el servicio de té que llevó enseguida al living, todavía en penumbras.
    Espero a Miguel O., advirtiendo que el crepúsculo cerraba el atardecer. Le causaba gracia haberse puesto las pantuflas que le parecían enormes como borceguíes y la bata de su amado, que al no ceñir al cuerpo menudo dejaba libres sus formas armoniosas, blancas y al trasluz: nacaradas.
    —¿No es asombroso que estés aquí?— dijo él, observándola atareada con el servicio: luego encendió la lámpara de pie. Con la iluminación artificial dándole de frente, entornó los ojos asombrosamente expresivos en dulzura. Al servir otra ronda de té sobre la pequeña mesa, se desplegó su cabellera evolucionando sobre sus hombros. El contraste con el rostro oval, terso, rosado, y su sonrisa resplandecía con los cumplidos. Sin embargo, Miguel O., en algunos instantes, parecía sumirse: algo lo distraía de tal manera que dejaba de apreciar la belleza de Ludían.
    Otra forma de inesperada apreciación; no obstante insustituible, se presentó al rememorar la pregunta de Lucy Prat de antes de partir: —Miguel, ¿qué te pareció mi linda poeta?
    _ No solamente me impresionó conocerla…, fue mucho más; no solo es encantadora, es mucho más…_ dijo y enmudeció. Más tarde, pensó en algo que parecía desconcertante: Ludían le causaba la sensación de una luz reveladora emergida de sombras enquistadas. Se trataba para él de la emoción del amor, fluyendo de un modo singular, que le hacía elaborar un pensamiento consabido, con el matiz novedoso, y pensó: «Me deslumbró la irradiación de su mirada deslumbrante». Después experimentó la sensación de un acuerdo perdurable en la manera delicada y maravillosa del virtuosismo, acuerdo por el cual ya no podría quitar de sí la idea de concebir el estado del amor como el sentimiento liberador, absoluto y esencial.
    Luego de la tormenta pasional que arrasó con las emociones de ambos hasta la madrugada del lunes,
    ya en su puesto laboral: y todavía inmersos en los rastros de la plenitud amorosa, Ludían se cohibió, pues le hubiese gustado sentirse serena y reaccionando con mayor cordura. Pero, no había caso, no lograba pulsear con la fuerza de sus emociones:su corazón acumulaba los latidos del enjambre alborotado. En algunos instantes de su entrega a Miguel O., se desorientó; la asombraba la reacción inesperada, descubriendo la propia vulnerabilidad. No obstante, durante la fogosa experiencia pasional se había sentido insólitamente complacida al descubrir que el sentimiento amoroso, encendía al unísono su materialidad y su espíritu. Ella sintió hondamente que descubría el misterio, revistiendo su vida con un maravilloso sentido, y en los aleteos febriles de su sangre, tuvo la impresión de ser agraciada. Precisamente la inundó la bella necesidad de los seres sublimes, que es la gracia de la bendición.
    «Continuará».
     
    #30
    Última modificación: 21 de Marzo de 2024

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