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El Ángel

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Capitán Nemo, 30 de Diciembre de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 758

  1. Capitán Nemo

    Capitán Nemo Poeta recién llegado

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    17 de Septiembre de 2011
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    Ella me dijo que caminara por ahí hasta las cinco y media, que era la hora que regresaba del trabajo. Es curioso ver todo lo que los humanos necesitan para salir a la calle. Ella tuvo que cepillarse los dientes, tomar una taza de café y cambiarse de ropa. Penélope me dio una camisa y unos jeans de Ricardo para que yo pudiera salir. Pasé toda la mañana en un mismo lugar observando la ropa de los humanos, sus peinados y sus formas de caminar, sin llegar a conclusiones relevantes. Por la tarde empecé a recorrer parques. No sé porqué yo era, junto a un vagabundo, el único que me sentaba solo. A los humanos les da miedo la soledad y hasta dicen que es mala consejera. Obviamente esos humanos temen a sus voces interiores.

    En aquella fila saliendo del paraíso cada ángel iba solo. Fuimos castigados como consecuencia de nuestra responsabilidad por las acciones, sin más influencias que nosotros mismos. Aún creo sentir mis alas amarradas y cubiertas en mi espalda, y mis manos esposadas mientras caminaba cabizbajo como la escoria del paraíso. Los que nos veían salir nos miraban con una mezcla de desagrado y prepotencia, alzando el mentón y girando muy lentamente la cabeza hacia otro lugar. Es curiosa esa sensación de ya no tener nada que perder. Todo pasó tan rápido… y descubres que eres casi otra persona que nunca pensaste ser. Tal vez esa identidad me estuvo esperando durante toda mi infinita vida, sin que yo pudiera notarla.
    El crimen me parece un concepto demasiado relativo. La justicia es el equilibrio de libertades individuales. Si a todos los ángeles se nos priva de algo por igual, aunque fuera de forma injustificada, se podría considerar justo y es criminal el que desobedezca. En otros tiempos hubiera podido analizar el caso con Dios, pero hace dos siglos que el Paraíso es una democracia y Dios tiene tanto poder real en el cielo como los reyes en España. Por supuesto, todas estas cosas nadamás las piensa un convicto, si yo no hubiera sido atrapado jamás me hubiera puesto a pensar en todo eso.
    La primera vez que vi a Penélope no pude evitar pensar que estaban mal eso de creer que los humanos son estrictamente inferiores a nosotros. Cuando me mostraron en qué consistía el trabajo de jardinería de nubes, que desmoronó esa imagen artística y suave que la palabra jardinería producía en mi mente, me pregunté si aquella profanación exquisita había valido la pena. La respuesta, por supuesto, es que sí. Con una ración de comida mínima los ángeles debíamos trabajar 12 horas al día para ganarnos la libertad. Allí conocí, reparando un cúmulo nimbus, a Alí. Él cumplía condena por la misma causa que yo.
    Alí pasaba mucho tiempo lamentándose, muy parecido a como lo hace un ser humano. Él creía que realmente estaba mal lo que había hecho. Fue inútil intentar convencerlo, para él aquel romance prohibido en Bombay era su debilidad ante las tentaciones de Lucifer. Decían las malas lenguas que Lucifer daba mejores fiestas que Dios, pero bueno… ahora nadamás tiene ese club en el sótano. La cuestión era que él parecía incapacitado de cuestionar la posición legal de algo que fuera mayor que él. Alí se defendía diciendo que si todos pensaran así, un día se legalizaría el robar o el asesinar. Yo le respondí que era cierto, pero que afortunadamente éramos el balance del universo y no todo el mundo jamás actuaría como nosotros.
    Luego de esas discusiones comenzamos nuevamente a andar por separado. Mientras mis manos hacían un trabajo duro, mi cabeza retrocedía a aquellos recuerdos por los que volvería ser castigado, de ser necesario. Ella se asustó mucho la primera vez que me vio. Yo tenía prohibido mostrarme, pero tomé prestado uno de esos aparatos que usan los ángeles mensajeros y me le aparecí en el silencio de la noche. Yo estaba vestido con una de esas ridículas cosas blancas que llevamos los ángeles, y que ella veía como ropa de dormir. Había desplegado mis alas, y la miraba callado y quieto como una gárgola. Luego del susto, tocó una de mis alas, la cual reaccionó inconscientemente en una sacudida. Nunca podré olvidar lo que pasó después.
    Desde entonces tomaba prestada ropa tendida para vestirme de una forma más humana cada vez que la iba visitar. En el trabajo de jardinería de nubes afortunadamente nos dieron al menos unos jeans más resistentes. Aquella tarde estaba decidido. Había acabado de limpiar una nube negra, dejando caer las lágrimas de aquel monstruo triste sobre La Habana. Había conseguido entre los demás reclusos una afilada daga, que guardaba receloso. Me escondí en una caverna en la nube y traté de hacer pasar mi infinita vida por delante de mis ojos antes del sacrificio.
    Por un momento me detuve. Un paño moralista envolvió mi cuerpo con la culpa que me había faltado de toda una vida. Quizás el trabajo limpiara mi conciencia y llegara a ser un ángel respetable y encajara en la sociedad del Paraíso. Mentira, era solo una excusa que mi cabeza fabricaba para acobardarme. Ser perfecto anularía mi identidad. Dicen los humanos que las imperfecciones hacen especiales y únicos a la gente, y por eso todos éramos especiales y únicos. Tomé el puñal y lo encajé con fuerza en una de mis alas. El dolor fue espantoso, pero procuré no gritar para poder concluir mi destino. Retorcí la daga y piqué hasta que el ala comenzó a desprenderse. Luego de un chasquido, sentí en mi delirio que al ala cayó, para altear en el suelo, con algunos de sus nervios aún vivos. Mi piel comenzó a perder brillo y se tornó más seca. Sentí por primera vez el peso de mi cuerpo. Ahora faltaba la otra.
    Las palabras de Penélope en mi oído llegaban a mi mente de un lugar entre recuerdos y sueños. Casi me traslado a aquel cuarto iluminado por una luna fantasma, con ella y conmigo bajo las sábanas. La tentación nunca fue mejor retribuida, lo sucio nunca fue más delicioso. Si moría en aquella caverna cortando mis alas, prefería quedar por siempre perdido en ese recuerdo, viviéndolo por siempre.
    Me levanté del suelo. Había anochecido. Corté suavemente la superficie de la segunda ala, bordeándola lenta y dolorosamente hasta llegar al hueso. Si hubiera tenido más fuerza o más valor me la hubiera arrancado como la primera. Solo se me ocurrió golpearla con las paredes para quebrarla, pero recordé que eran de nubes. Tiré el cuchillo, la agarré bien fuerte y la jalé hacia abajo salvajemente. Cayó por fin. Me retorcí en el piso rodeado de mi propia sangre, que ahora era sangre humana. Unos pasos se acercaban a la caverna, acompañados de unos gritos de mi nombre con un acento inconfundible.
    Alí casi no me reconoce. Le expliqué todo como pude. Lo último que debía hacer era escapar de aquella nube, y le rogué que me ayudara. Primero tuvo una expresión de desprecio y negación, pero luego bajó su cabeza para pensarlo. Me ayudó a levantarme y sin decir otra palabra me dijo que me aguantara. Bajamos lentamente guarecidos por la oscuridad. Le agradecí en todos los idiomas que sabía y le desee buena suerte, esperando que él me dijera lo mismo. Aún espero que me lo diga algún día.
    Penélope esa noche estaba sola en la casa. Ricardo, su hermano, se había ido a cumplir misión. La acompañaba acaso el ruido del ventilador y el sonido del tránsito noctámbulo, a veces eso era suficiente para quedar atrapada en un sueño suave y consolador. Sin embargo en ese momento no podía dormir. Sus pies quedaban al descubierto, recibiendo la mayor parte del aire fresco, mientras su cabeza se escondía entre las sábanas como un capullo de araña.
    Se levantó casi de un salto al sentir un ruido en el cuarto. Allí estaba yo… en la oscuridad, muerto de miedo y engurruñado en un rincón. Era una criatura lánguida y fantasmagórica mirándola de reojo. Dos grandes protuberancias en mi espalda aún sangraban.
    - ¿Eres tú?
    Cubrió mi cuerpo con una sábana y casi me sienta en su cama. Notó rápidamente que ya no era un ángel. Me besó más como una madre que como una amante, me dijo que me bañara y fue a buscarme algo de comer. Aunque tenía trabajo al otro día, pasamos la madrugada despiertos, hablando de cosas que el viento se lleva. Me tendría que acostumbrar. Por la mañana tendría que observar mejor a los humanos, ya que sería parte de ellos. Un miedo terrible atravesó mi mente, pues no había pensado en algo. Ahora también sería parte de otra sociedad y debía encajar en ella.
    Amaneció. Ella me dijo que caminara por ahí hasta las cinco y media, que era la hora que regresaba del trabajo. Es curioso ver todo lo que los humanos necesitan para salir a la calle. Ella tuvo que cepillarse los dientes, tomar una taza de café y cambiarse de ropa. Penélope me dio una camisa y unos jeans de Ricardo para que yo pudiera salir.
     
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