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El Anillo de Diamante

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Luis Fernando Tejada, 8 de Febrero de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 1715

  1. Luis Fernando Tejada

    Luis Fernando Tejada Poeta reconocido

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    EL ANILLO DE DIAMANTE

    -¡No lo haré, se que debo obedecerte, pero no lo haré!-

    Gritaba maría Magdalena.

    -¡Tienes que casarte con el marido adecuado y ese es Miguel!-


    Replicaba el padre a la hija recién salida de la adolescencia y en edad de casarse.

    Aunque lo de escogerle marido era una costumbre superada, consideraba un deber asegurarle el futuro económico a la muchacha. No iba a permitir que un don nadie le arruinara la vida, como por ejemplo Alejandro, el pretendiente que le había presentado meses atrás.


    -Hija vamos a analizar los pormenores de la situación:

    Miguel es un hombre joven, bien parecido. Lo que es más importante, inmensamente rico. Cualquier mujer daría lo que fuera por esas cualidades y tú no puedes ser la excepción-

    - Pero papá, estoy enamorada de otro hombre. Se que Alejandro es pobre pero muy trabajador. Apenas está empezando la vida laboral. Seguramente le va ir bien en un futuro-

    -Has enumerado las cualidades que no queremos para ti, pobre y trabajador. ¡Déjate de tonterías que el amor no se come!

    -No me gustan tus ironías papá-

    -No son ironías, es la cruel realidad. Una muchacha de tu clase enredada con ese habitante de las barriadas no es digerible en esta familia. Vas a tener que escoger entre él y nosotros que tanto te queremos, entiende que no buscamos sino tu bienestar-


    La muchacha llorosa se negaba a aceptar las razones del padre, que llenándose de paciencia, trataba de convencerla de la importancia del matrimonio con Miguel.

    -Además hija ¿Ese hombre, cuanto hace que se fue a buscar empleo? Mira, no ha regresado en todo este tiempo, ni siquiera te ha mandado una esquela.


    -No papá, el quedó de ahorrar para venir por mí-




    Al padre se le hizo que demeritando al sujeto no la iba a convencer tan fácilmente. Tenía que ocurrirsele rápidamente el argumento preciso que le despertara la gran ecuanimidad que la había caracterizado siempre.

    -Hija, mi amor, te voy a comentar algo que ni siquiera tu madre sabe:


    Últimamente los negocios no han marchado muy bien, estamos casi al borde de la quiebra. La fábrica y los almacenes necesitan una inyección de capital lo más pronto posible. Si no se consigue el dinero tendremos que cerrar todos los negocios y adiós a nuestras comodidades. Quizás acabe haciéndole compañía a ese tarado que te conseguiste. Perdona hija, a ese pretendiente tuyo que en mala hora conociste.

    -Pero ¿ Que tengo que ver en esos asuntos, acaso es por culpa mía que las cosas no marchen bien?


    - No es tu culpa, pero si eres la solución-


    - De que manera puedo ayudarles papá, tú sabes que soy capaz de dar hasta la vida por ustedes-


    - Lo sé hija. Miguel está dispuesto a prestarnos el capital necesario para sacar adelante los negocios, sin intereses, pero con la condición de concederle tu mano. Espera hija, se en lo que estas pensando como alternativa, los bancos no le prestan dinero a negocios quebrados, así que no me lo plantees-.


    La muchacha miró con desazón al hombre viejo sentado ante ella. Los años y las preocupaciones le habían arrebatado las fuerzas del pasado. El pobre hombre le producía, más que rabia, pesar de verlo tan impotente ante la situación.

    La duda, ante los argumentos del padre, comenzó a hacer mella en su voluntad. No se sentía capaz de rechazar la oportunidad que se le estaba presentando para sacar adelante la economía familiar. Alejandro hacía mucho que no se comunicaba, de alguna forma dejó enfriar la relación tan bonita de los primeros meses.


    Miguel, como decía el padre, era joven y bien plantado. Salió con él en dos o tres ocasiones concluyendo que era un verdadero fiasco. El dinero lo había convertido en un insufrible engreído que caminaba a diez centímetros del suelo, pero pensándolo bien, el sacrificio no iba a ser tan desagradable.


    -Padre, siendo así las cosas, a pesar de que romperé el corazón de Alejandro, me sacrificaré por ustedes. Sería incapaz de negarme a ello. No seré feliz al lado del mequetrefe de Miguel, pero lo tomaré como una penitencia, así que te autorizo para decirle que lo acepto como futuro esposo-.

    El padre soltó un hurra de alegría. La madre que escuchaba tras la puerta se apresuró a entrar. Bailando en un pie se abalanzó sobre la muchacha, que desconcertada, se dejó abrazar de sus dos progenitores.

    -Hija sonríe, seguramente te enamorarás de él. El dinero hace milagros y al contrario, cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana-.






    El diamante emitía tonalidades de luces que deslumbraban a todos los presentes. Los invitados comentaban que ese aro valía tanto como la gran propiedad en donde celebraban la fiesta de compromiso entre Miguel y María Magdalena.


    El anillo era la muestra de que la escasez no era precisamente lo que preocupaba a Miguel. El padre satisfecho, pavoneándose por toda la estancia del brazo de la orgullosa madre, mostraba en su semblante, que el dinero para levantar los negocios familiares ya estaba en su poder. A la vez Miguel miraba embelesado a la futura esposa.

    La única que no participaba de la alegría colectiva era María Magdalena, que se le veía al borde de las lágrimas. Los invitados creían que era por la felicidad que le producía la pronta boda.
    De acuerdo a todos, conformaban una pareja ideal. Ese matrimonio sería el suceso social más importante del año en la comarca.

    Pero María Magdalena solo pensaba en la pena que le causaría la boda por conveniencia al amor lejano.
    Seguramente se enteraría al día siguiente, pues hasta ese momento, debido a las diferencias de clase, los familiares o conocidos del pretendiente lejano se movían en ambientes sociales bastante diferentes, pero lo más seguro era que los periódicos publicarían la noticia del importante acontecimiento social a la mañana siguiente.





    Como se lo imaginó María Magdalena antes de casarse, la vida al lado de Miguel fue una completa tortura. No logró crearse el más mínimo sentimiento parecido al amor. La persiguió la sensación de la felicidad perdida. Pensaba en todo momento en lo que pudo haber sido y no fue.


    Alejandro solo se enteró de la boda cuando era tarde. Sabía que era inútil tratar de volver las cosas atrás. Se contentó con llorar la pena tratando de ahogarla en el licor.



    En la fiesta del segundo aniversario de bodas, se podía apreciar a una mujer de aspecto frágil. La pareja no tuvo hijos lo que los había alejado aún más. Claro, nunca habían estado cerca, ni siquiera durante el viaje de luna de miel, pero quizás una descendencia habría obrado el milagro de unirlos.

    Días después de la fiesta de celebración, del segundo aniversario de bodas, María Magdalena falleció de repente. El médico que emitió la partida de defunción no pudo explicar las causas de la muerte. Pues la difunta no mostraba síntomas identificables de la causa del deceso, a no ser que se le hiciera una autopsia, a lo que Miguel y la familia se negaron rotundamente. El médico certificó paro cardiorespiratorio.


    Miguel pidió que la enterraran con el vestido de novia, guardado como recuerdo en algún baúl, además con el valioso anillo de diamante, que le regaló el día del compromiso.


    Alejandro, enterado del deceso se apresuró a regresar para estar presente en las exequias.

    En el velorio el ataúd abierto mostraba a la más viva y bella muerta recordada en ese lugar. El anillo de diamantes resaltaba en su dedo anular como el día de la fiesta de compromiso. La familia no había permitido que se tocara el cadáver por parte de los preparadores, por lo tanto no se le había inyectado ninguna sustancia preservativa.

    El encargado de la ceremonia recomendó entonces que se le enterrara lo más pronto posible, porque ante la falta del formol, la descomposición no tardaría en llegar.


    Alejandro desconsolado decidió no acompañar a la familia para evitar problemas. Sabía que no era santo de devoción del viudo. Planeó más bien, que cuando todos se hubiesen marchado del cementerio, el iría a rendirle los respetos y a decirle postreramente a su antigua novia cuanto la había querido.


    En el camposanto todos manifestaron el profundo pesar por la perdida irreparable. La madre no se hizo presente, pues no fue capaz de ver a la hija en la última morada. El padre, con aspecto de derrota, parecía un candidato a acompañar a la muerta en ese último viaje. Alejandro cerca del lugar, estaba a la expectativa del momento en que todos se marcharan, esperando a que anocheciera, para ingresar subrepticiamente al lugar.


    Cuando el último de los dolientes se retiró, la noche comenzaba a enseñorearse del ambiente.


    Minutos antes que Alejandro, dos individuos saltaron la tapia armados de sendas palas, a continuación se dirigieron al sitio en donde fue enterrada María Magdalena, comenzando de inmediato a cavar en su tumba.


    Alejandro había seguido el camino opuesto, por lo que no se topó con los sujetos. Cuando llegó cerca al lugar, en donde fue enterrada María Magdalena, vio a dos personas sacando tierra. No entendía bien lo que pasaba por lo que no se atrevió a interrumpirlas. Eran dos contra uno. Podían utilizar las palas como arma. Francamente le dio miedo. Más bien decidió parapetarse detrás de una lápida, a la espera del desarrollo de los extraños acontecimientos.


    Pasado el tiempo, de súbito, los dos individuos dejaron caer las palas emprendiendo una veloz carrera por el mismo camino por donde habían llegado, parecían perseguidos por lebreles.

    Alejandro se acercó al lugar de la excavación asomándose tímidamente. El hueco se hallaba iluminado por un rayo de luz emitido por una linterna que dejaron abandonada en su huida los frustrados violadores de tumbas. La sorpresa fue mayúscula cuando halló sentada, dentro del féretro, a María Magdalena, llorando a moco tendido y sangrando por el dedo anular, en el cual aún lucía el anillo de compromiso.

    Reconstruyendo los hechos, resulta que los ladrones habían escuchado en el pueblo que a la difunta la iban a enterrar con un valioso diamante, entonces decidieron ir por él. Cuando desenterraron el cadáver no pudieron extraerle la valiosa joya del dedo, por lo tanto decidieron cortarlo. Como no estaban preparados para ello no encontraban con que hacerlo, por lo que trataron con el amellado filo de una de las palas. Solo consiguieron escaldarle de mala manera la piel a la difunta. De la herida causada brotó un chorro de sangre. De súbito el cadáver cobró vida provocando la estampida de los hampones.


    Repuesto de la sorpresa Alejandro se dio una explicación de lo sucedido:


    María Magdalena sufrió un ataque de catalepsia y la enterraron viva. De no ser por los ladrones seguramente habría muerto. Estos al tratar de cortarle el dedo, provocaron una hemorragia que finalmente la despertó.

    Como pudo sacó a la muchacha de la trinchera. Devolvió la tierra al hueco e hizo todo lo pertinente para dejar la tumba como estaba después del entierro.


    Posteriormente llevó a la resucitada hasta su casa. Una vez recuperada de semejante trauma, planeó con ella no informar al marido ni a la familia de lo sucedido, pues estos podrían ser un obstáculo insalvable para su felicidad.


    Era la oportunidad única para realizar los sueños de amor al lado de Alejandro. Los padres no se habían preocupado por sus sentimientos condenándola por dinero a una vida de amargura al lado de un hombre que no quería. En este momento no sentía que tenía el deber de informales de que estaba aún viva.


    Una delación de los ladrones era improbable, pues seguramente todavía continuaban con su veloz carrera, llenos del pánico, poniendo la mayor distancia entre ellos y el espectro.


    Con la venta del anillo reunieron una cantidad de dinero suficiente para instalarse lejos, donde nadie los conociera.


    FIN
     
    #1
    Última modificación: 15 de Octubre de 2011

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