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El Árbol Dorado

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Mariana80, 27 de Febrero de 2006. Respuestas: 2 | Visitas: 1379

  1. Mariana80

    Mariana80 Eterna soñadora.

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    El Árbol Dorado

    Hace un tiempo y en un lugar lejano cuyo nombre extraño ya no recuerdo, ocurrió la historia que voy a relatar, la cual se convirtió en una leyenda entre los pobladores de la zona.

    Tania era una mujer fuerte, madre de tres hijos varones, Luis, Julio y Enrique. Ellos ya mayores en edad, el primero con 28 años, el segundo 24 y el tercero 21. Los tres ayudaban en la casa, porque su madre no daba a basto con todo el trabajo que le tocaba, ya que su padre había fallecido cuando eran unos niños. Luis tenía un recuerdo más patente de Juan (su padre), soñaba frecuentemente con él, la mayoría de las veces estaban en la carpintería, donde trabajaba Juan y Luis jugaba a ser carpintero. Con un serrucho pequeño reformaba banquitos y alguna que otra vez había hecho cajas, las cuales eran decoradas posteriormente por su papá.
    Luis era el que más lo extrañaba de los tres, su relación con Juan era tan intensa que pensaba que los pocos momentos que había pasado con él, a pesar de ser escasos, eran tan vivos como el aroma de la hierba en primavera.
    Las tardes se habían puesto muy calurosas en la comarca, los hombres de la casa trabajaban con el sudor en la frente. A Enrique nunca le había gustado trabajar la tierra, decía que era labor de mujeres, él soñaba con una fábrica y sus máquinas ruidosas y humeantes. Se imaginaba allí, con sus compañeros sucios de grasa, manejando remolques, traccionando palancas… Mientras tanto el sol golpeaba con toda su furia su espalda, la doraba lentamente hasta dejarla morada y caliente.
    La oscuridad se iba acercando con su aroma plateado de estrellas y una luna llena que iluminaba casi con el mismo vigor que el sol.
    Ya, el cansancio arremetía a los tres hermanos, Julio ayudaba a preparar la cena, que Tania noche a  noche disponía con un amor infatigable.
    La familia era humilde, siempre habían conseguido lo justo y nunca el plato de comida había faltado en la mesa. Tania, sin embargo, deseaba más, en sus ilusiones se veía rodeada de lujos, sus hijos todos casados con bellas damas y ella… con un nuevo amor, que era la esperanza de que todo tenía un final feliz, como en los cuentos que su madre le relataba de chica.
    Mas la realidad era otra, sus esfuerzos para conseguir más dinero parecían vanos y sus hijos ya aportaban hasta el máximo para sacar adelante la familia y tener lo indispensable.
    Aquella tarde de domingo, el único día que podía disfrutar un rato de ocio, salió a caminar por el amplio campo, esos recorridos la hacían sentir libre y más fresca. Adoraba la naturaleza. Comenzó su viaje y siguió como si sus pies se guiaran solos, tanto que llegó a pensar que se había perdido.
    En medio de todo el verde pastizal se alzaba un árbol extraño, jamás lo había visto, parecía un roble, aunque observándolo más de cerca, no, era un avellano, pero no tenía sus frutos característicos, por lo que se quedó un buen rato mirándolo con detenimiento. De su tronco se desprendía una resina dorada y sus ramas largas, aunque insuficientes, terminaban también con algunas hojas amarillentas, que con la luz del día tornaban en un dorado misterioso. Quedó fascinada con ese árbol, esa creación de natura, asombrosa.
    Al regresar a su hogar intentó retener la imagen en su mente, para luego contarles con detalles a sus hijos la maravilla que había descubierto.
    Ni bien puso un pie en la vivienda, se dirigió a todas las habitaciones, en busca de alguien a quien comentarle el episodio, encontró a Julio sentado en la cocina, Luis y Enrique habían salido de parranda. Julio, justo uno de sus preferidos, sería un gusto conversar con él.
    Se quedaron hablando del tema hasta la madrugada, Tania estaba muy emocionada, sentía que había encontrado la solución a sus penurias, una premonición le decía que bajo ese árbol se hallaba un tesoro.
    Julio, con su agobio a cuestas, había escuchado las locuras de su madre hasta saciarse y los pocos comentarios que había pronunciado no eran suficientes para que Tania desistiera de salir corriendo en busca de su fortuna añorada.
    El sol en lo alto, firme como astro real, encendía los valles, las colinas y el prado, daba vida a ese verde que había desaparecido en la sombra. La mujer, que no había pegado un ojo en toda la noche, se puso una vestimenta suelta y zapatos ligeros que le permitían mayor agilidad, tomó una pala y partió a cumplir su sueño excéntrico. Tanta vitalidad poseía que ningún hombre del pueblo se compararía con la fuerza interior que llevaba, sus ojos reflejaban un dejo de demencia…
    Cavó desde el mediodía hasta la tarde, luego llegado el crepúsculo y el alba con sus colores naranjas… vio dos amaneceres que no la conmovieron, ni siquiera los apreció como antes, que los esperaba como un niño a su madre y los disfrutaba… Debía trabajar y concentrarse.
    Pasaban los días y los tres hijos intranquilos no tenían noticias de su madre. Tania no comprendía como sobrevivía sin agua y algo de alimento…
    Lo cierto es que los hermanos se cansaron de buscar por todo el pueblo, las gentes no habían escuchado jamás sobre el árbol dorado, nunca lo habían visto siquiera. Luego continuaron interrogando a los niños, ellos siempre se escabullen y conocen lugares insólitos e inhóspitos, pero nada, los pequeños también parecían desconocer la existencia del extraño árbol.
    Una tarde, Enrique comenzó a caminar por el campo, tampoco midió sus pasos, su tristeza lo guiaba, las memorias de su madre comenzaron a brotar en su mente, en su espíritu…  Su visión se volvió borrosa y fue entonces cuando bajó la vista, sólo veía el verde del pasto, de la hierba, a veces se entremezclaba un color amarillo o azulado de alguna flor. De repente chocó con algo sólido y se golpeó fuertemente en la cabeza, el líquido rojo furioso emanó como un torrente de agua que emerge de un pequeño surco, antes aprisionada. Sus manos se llenaron del viscoso brebaje.
    Se echó al suelo y al alzar la cabeza, contempló un árbol de notable belleza, era evidente que no era el árbol que buscaba, éste, aunque también muy raro, era de un color purpúreo, muy semejante al color que salía de su sien.

    Desde entonces Tania y Enrique jamás fueron vistos nuevamente, parece que se hubieran esfumado  con el viento o se los hubiera tragado la tierra. Dicen que el árbol se los llevó, que se alimenta de las miserias y sufrimientos humanos…
     
    #1
  2. Romancero

    Romancero Poeta recién llegado

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    Mariana que bello relato, me atrapó de un comienzo con esos personajes envueltos en verdaderas atmosferas pictóricas, esos reflejos de luz sobre espaldas, esos campos...el árbol, grandioso, me lo imaginé de inmediato y me apasiona como sutilmente llevas al misterio a lo inenarrable. Sensacional relato que más puedo decir....genial!!!!
     
    #2
  3. Mariana80

    Mariana80 Eterna soñadora.

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    Un placer que te haya gustado, ciertamente es mi imaginación la que me lleva por esos lugares.
    A veces quisiera quedarme por más tiempo...
    Gracias por leer mis letras.
    Saludos mágicos.
     
    #3

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