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El ardor de un sueño

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 29 de Julio de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 375

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Cierro los ojos y veo el azul de su vestido de tirantes ondeando en el umbral de la puerta. El sol baña delicadamente su rostro jovial. Elisa me sonríe, se ve contenta, enamorada. En la mano derecha llevo un pequeño ramo de rosas rojas. Mi barba de tres días me hace ver más viejo de lo que realmente soy. El viento está revolviendo mis cabellos que acomodo con la mano izquierda. Mila, la perra, asoma la cabeza entre las piernas de Elisa. Mueve la cola de alegría. Todo parece tan real. Mis pasos se ralentizan. De súbito, siento una punzada en el pecho. Suelto el ramo de rosas y me llevo las manos al pecho, estrujando mi camisa de cuadros blancos y rojos. Los ojos de Elisa se llenan de miedo, mejor dicho, de terror. Siempre tuve miedo de morir, lo acepto. Mila sale disparada de entre las piernas de Elisa. El dolor es muy intenso. Pongo la rodilla derecha en el piso. Mila empieza a lamerme la cara. Elisa se queda petrificada en el umbral de la puerta. Estrujo con más fuerza la camisa. El sudor baña mi frente. La brisa me hace sentir escalofríos. Aprieto los ojos con mucha fuerza. Todo me da vueltas. Pierdo el conocimiento.

    Abro los ojos y Elisa está sentada a mi izquierda. Aún lleva el vestido azul de tirantes. El doctor Fernández revisa unos papeles. Está parado frente a la cama. Los tubos de oxígeno me lastiman las fosas nasales. El doctor Fernández le dice algo a Elisa y rompe a llorar. Mi mamá entra al cuarto con rostro descompuesto, llorando. Mira al doctor y a Elisa. Intento quitarme los tubos de oxígeno. Elisa me detiene. Mi mamá aprieta los labios y saca de su bolso de mano el rosario de plata que le regaló mi abuelita en su cumpleaños. Entra una enfermera con una bandeja plateada que contiene medicamentos. Asienta la bandeja sobre la cama. Abre una caja y saca un frasco transparente. Prepara la jeringa con el medicamento y lo inyecta en el tubo del suero. Siento un ardor cuando pasa al torrente sanguíneo.

    Un sueño atroz se apodera de mi conciencia. Quiero decirle a Elisa que la amo, pero no puedo articular palabra alguna. Ya no escucho el latir de mi corazón. La oscuridad se apodera de mi conciencia. Abro los ojos. El mismo hedor de siempre. Un policía me da pequeños puntapiés en la espalda para que me levante. Hoy hay visita presidencial y todo debe estar limpio, sin basura ni escoria, dice el policía despóticamente. Nadie quiere a los vagabundos, pienso mientras recojo los cartones que me sirven de cama. Me alejo de la Catedral. Un automóvil casi me arrolla. El rechinar de los frenos me inmoviliza por unos instantes. Insulto y hago ademanes obscenos. Esa mirada la recuerdo. Los ojos cafés claros, esos ojos cándidos. Es Elisa, pero ya no es jovial como antes. Dejo de insultar y sigo mi camino. El horror en su mirada me recuerda el día que descubrieron el desfalcando que le hice a la empresa de su papá. Cómo pudiste hacernos esto, Luciano, dijo, deposité toda mi confianza en ti. Me sentenciaron a diez años de cárcel. Sólo cumplí ocho por buena conducta. Mi padre me desconoció. En la rejilla de los acusados me gritó que para él ya estaba muerto. Salí de la cárcel y en ningún lado me daban trabajo.

    Una tarde de julio, algo lluviosa, fui a la casa de Elisa para pedirle que me perdonara. Estuve gritando unos cinco minutos. Mila fue la única que salió a recibirme. Le acaricié la cabeza y me marché. Mila me siguió. Debes regresar, dije, Elisa te necesita más que yo. Le di un par de patadas para que se fuera. Aulló de dolor. Corrí unos metros y me alcanzó. Tenemos todo el cielo como techo, le dije cuando le acariciaba la cabeza. Así empezó el ardor de mi vida y el sueño cotidiano de morir en los brazos de Elisa. Mila está ladrando al carro de Elisa; quiere una simple caricia, no la olvida, y yo algo de beber, hace mucho calor.
     
    #1

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