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El asesinato escondido

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Mefisto, 11 de Febrero de 2010. Respuestas: 1 | Visitas: 623

  1. Mefisto

    Mefisto Poeta recién llegado

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    11 de Febrero de 2010
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    Asesinato escondido.

    Capítulo I.


    Me encontraba yo, solo, con una chaqueta negra, por la noche, andando por una calle lúgubre. La red de farolas, estaban apagadas en tres manzanas circundantes. Aunque alucinados, mis ojos, estaban ya acostumbrados al valle de sombras, de figuras y de formas que me acechaban. Ellos me ayudaban a no tropezar con los obstáculos de escalones y bordillos, por los cuales, en un cuadrado limitado como una celda, emanaban árboles plantados.
    Pasaban pocos coches a mi izquierda, un cuenta gotas de par de luces que primero pasaban a traves del silencio, para luego romperlo alejandose con el roce del neumático con el asfalto. Estaba extremadamente nervioso. Cada coche resultaba ser una amenaza, un punzón retorciendose en mi corazón; tenía la respiracíon agitada, me movía con gestos bruscos pero mantenía un paso moderado. - Sí, lo admito, había hecho algo despreciable, violento, dantesco. Ni siquiera sé bien como ha ocurrido, ni con quien, veo borrosos mis pensamientos del por qué, y creo que ha sido en defensa propia, pero lo reconozco, sí, lo he hecho, he matado a alguien.

    Regresaba a mi casa con excesiva angustia buscando unas bolsas de basura grande. Rápido llegué y entré, no me entretuve, agarré el paquete de bolsas de la cocina, y me dispuse a ir al lugar... A esa zona donde yacía el cadáver frío y amoratado. Era la primera vez que veía uno, aunque de espaldas y... ¡ joder !, ¡ lo había creado yo, a un muerto más entre los vivos !, pero... no tenía otra salida, había sido supervivencia, ¡ yo no quería hacerlo !, yo no quería esto.
    Al salir de mi casa, iba un poco más tranquilo, pero solo un poco. Perfectamente sabía, que, cuando alguien hace algo extravagante, su cara, su alma, está chillando al aire, su energía irradia anomalía, por eso, yo trataba de hacerme el chico normal, común, como hay que ser y como es casi todo el mundo.
    La oscuridad de la noche y de la calle, corrían a mi favor, trataba de evitar esos sitios que suele frecuentar la gente, y que, contraria a mi voluntad, se abordaban en mi camino, en mi trayectoria, por lo tanto, tuve que dar pequeños rodeos para llegar a ese lugar maldito.

    Iba por una hilera ensombrecida de altos árboles, las casas y los seres dormían en la noche serena y silenciosa. Mis sentidos estaban tan agudizados, que hasta escuchaba a mi sombra, veía pasos acercarse, y sentía calor en una noche tan gélida. Tan solo me faltaba doblar una esquina para llegar, cuando, ahora a mi derecha, un coche de policía venía de frente con su paso lento que lo caracteriza. En esta ocasión, en vez de un punzón, me dieron con un martillo puntiagudo en el pecho. En ese suceso tan crítico, solo pude mirar hacia delante. La mirada periférica contemplaba el panorama sin fijar la vista en ninguna zona en concreto, puse el paquete de bolsas en la mano izquierda para taparlas, y a esperar que pasara... Cuando el coche hubo pasado sin ningún contratiempo, escondí las bolsas debajo de mi ropa. Finalmente, doblé la esquina que ahora me parecía super gótica, entré en el parque abandonado, un parque casi en ruinas donde solo se habitaba momentaneamente, para que los perros hicieran sus necesidades por el día. Era el sitio más cercano y seguro para no levantar sospecha, y así poder pasar desapercibido. Al llegar al cadáver, quizás por pena o por miedo, hacia él o hacia mí, no quise mirarlo. Lo envolví, lo metí rápido dentro de las bolsas negras de basura grande, utilicé 4 o 5 por si alguna se rompía. Ahora venía lo más difícil de todo, transportar el cuerpo y a mí con él, a la playa, un lugar un poco lejos de donde me encontraba. Pretendía robar una barquilla, meterme en el mar, y remar media madrugada hacia el fondo con todas mis fuerzas; luego, tirar los restos inmortales atados a varias rocas, y volver como si nada hubiera pasado, como si nada pudiera arruinar la vida que todavía me quedaba. Sé que era egoísta, injusto, ¡ pero qué podía hacer ya !, además, había sido por supervivencia.

    Tenía pensado el trayecto, cerca se encontraba un arroyo hondo portegido por elevados muros que desembocaba en el mar, si conseguía llegar hasta el arroyo, con un poco de suerte podría llevar la carga sin ningún problema. Lo que hice, fué esconder el fiambre en unos contenedores a un cuarto del camino, antes me aseguré. Fuí andando rápido, más rápido que antes a inspeccionar la zona para ver que no había moros en la costa, algún transeúnte demasiado curioso que sospechara más de la cuenta, al no ver nadie, regresé veloz y silencioso cual felino dando pequeños saltos. Ya con la carga sobre mí, no tenía tiempo que perder, y corrí, corrí cuanto me dejaron mis piernas sin doblarse. Había superado la mitad de todo el recorrido, ahora solo me faltaba otro tramo sencillo doblando una esquina psicodélica. Se trataba de una tenebrosa calle estrecha, que terminaba en un cruce, con una carretera en una dirección, árboles metidos en celdas, y una serpiente de coches aparcados paralelos a un dragón de casas matas. Mi plan era el siguiente, si pasaba algún coche, podía esconderme detras de la serpiente; si venía algún caminante nocturno, lo vería de lejos, y podría esconder el cadáver debajo de un coche. La opción más peligrosa, sería, que a estas horas de la madrugada, saliera alguien de su casa, de esas casas bélicas, con escamas por tejados, chimeneas y esquinas elaboradas, que me parecían dragones en las tinieblas; y me descubriera así, infraganti, con la mirada llena de terror, disfrazado de ese papanoel que le trae regalos a Lucifer. A decir verdad, no sé lo que pasaría, ni como actuaría, era parecido al juego de la ruleta rusa, la angustia que no el frío, hacía vibrar mi cuerpo.
    La entrada del arroyo, se encontraba al final de la calle, en el cruce, en un pequeño puente tanto de tamaño como de edad; podría descender al abismo por allí, hacia la mayor soledad en la penumbra de lo desconocido y vertiginoso. Miré hacia el fondo de la calle, del trayecto, a lo lejos para ver si percibía algún tipo de movimiento sospechoso, me involucrara aquello a mí, en el sospechoso, me inculcara una imagen sospechosa, descubriera la mala responsabilidad que va encontra de la vida, y se albergaba en mi identidad, pero... habia sido por supervivencia... .
    Jugandomela al azar, puesto que no sé lo que sucedería, respiré hondo como para tirar una falta. Alcé con fuerza el saco de plástico negro, y eché a correr lo más rápido posible pero intentando hacer el menor ruido, como si llevara en lo alto un explosivo delicado, grande y peligroso. Cuando hube recorrido la mitad del camino, un coche por mi espalda, se apareció con ese paso lento; ese coche blanco, con algo escrito sobre la chapa sin brillo, opaca como el blanco perla. Mi conciencia se acongojó tanto, que se ralentizó; me había parado en seco, y había puesto el cuerpo cubierto en el suelo, me volví hacia una casa, disimulando para hacer como si estuviera cerrando la cancela del infierno, dandole la espalda al carro del diablo. Notaba las venas en mis sienes semejantes a un percutor, uno, dos, tres. Caían gotas frías por el relieve de mi frente como si fuera caliza. Cerré los ojos fuertemente mientras trasteaba la cancela al rojo vivo, deseando con la mayor fuerza y desesperación, que el demonio no se parara, que ese foco que debiera inficionar mi vida por romper las leyes convencionales, pasara de largo sin más. Podía escuchar el rugido del motor, pero yo sabía que era el aliento de Mefistófeles pasando con la temible parsimonia de un castigo, un castigo eterno para mi alma, aquel que me subcionaría la vitalidad, una impotencia en bruto. Derrepente se paró, y me dijo. - Buenas noches caballero. - Buenas noches si consigo cerrar esta verja del diablo. - Le contesté. - Bueno, ande con cuidado, el apagón no se arreglará hasta mañana, lo dicho, vaya con cuidado... - Me dijo, yo ni siquiera les contesté. Notaba que iba llegando la primavera, los nubarrones cumplían su clico, y el coche se fué alejando en la oscuridad más oscura, granate y malévola. Podía volver a respirar una misera parte más tranquilo. Esperé unos segundos, seis, siete, para volver a volver a empezar. Cogí el peso que cultivaba ahora odio en mi jardín, odio hacia mí que yo mismo estaba regando, y como para secar esa espinosa planta, solo podía deshacerme lo antes posible del explosivo peligroso, me apresuré a llegar pronto al vorágine que desembocaba en el arroyo empedrado, seco, y a la vez con emisiones frescas en su ambiente. Me adentré como pude, había algunos árboles finos, muchas plantas herbáceas, y un espectro a paso rápido pero con carga, que, atravesaba el tubo casi natural para llegar a la playa.

    En el abismo había mayor tranquilidad que en la ciudad, caminaba y caminaba solo, con miedo, con una tristeza inmensa, notando presencias en la espalda. A veces deliraba creer que el cuerpo había resucitado, que me hablaba, pero la monótona caminata entre las piedras, me hablaba en forma de ideas, y me decía que no me preocupara, que había que salir adelante mirando siempre hacia el futuro. Me decía que tendría una carrera afectada por unos instantes, unos instantes caóticos, pero podría ordenarla con perseverancia, salir de esos momentos de tensión, adrenalina, que no sabes ni siquiera bien lo que ha pasado. Doble o nada, sangre por sangre. Es cierto aquello que leí, el hombre, es un lobo para el hombre.



    Asesinato escondido. Capítulo II.



    Continuaba errando por la negra noche como alma en pena que tenía que llevar consigo un bártulo pesado, un grotesco equipaje. La noche era oscura, (permítanme la redundancia) las más oscura que recuerdo. Creo saber, que las estrellas titilaban, sin embargo, aquella vez, no eran de ningún interés. Podía apreciar continuamente figuras amenazadoras, al igual que cuando eres niño y tienes la luz apagada antes de dormir. Caminaba sin pausa, a veces, del cansancio,se me nublaba de ensoñación la conciencia, pero al rato, me daba un espasmos y permanecía con mi paso semejante a una tortura. Había estado horas soportando una carga de unos setenta quilos, caminando lo suficiente para estar desorientado, quizás 6 horas, quizás 3, no lo podía saber, también perdía la noción del tiempo. Me dolían mucho las piernas y los pies de andar por las piedras. Tenía en la boca tal sequedad, que parecía estar compuesta de escamas, era agobiante. El hombro que soportaba la carga, estaba ya dormido o muerto, tampoco me importaba mucho, ya casi no notaba el peso de la víctima, pero si la herida en mis entrañas que provocaba como si tal cosa, fuera una espada clavada de arriba abajo por la espalda, la cual, yo la sujetaba presionando para que no saliera, por lo menos de momento. Pero aún así, tenía que seguir caminando. Al igual que Jesucristo con la cruz acuestas, miraba hacia el suelo con la cara desencajada arrastrandome casi erguido con una joroba descomunal.
    - Tengo que seguir, tengo que seguir, tengo que seguir. - Me repetía una y otra vez mientras mi paso se ladeaba dando tambaleos. Estaba exahusto. "¿Es que nunca se va a terminar este maldito arroyo?". Dije con un pusilánime grito. Entonces me paré de forma rebelde, puse el cuerpo en el suelo, y, respirando, ví caer una hoja rompiendo el inmutable susurro insonoro entre los árboles del lado izquierdo. Seguido, dí un paso hacia la derecha y metí sin querer el fino zapato en un charco pequeño; pude sentir el frío del agua ascender por mi cuerpo como una corriente eléctrica, cuando por el horizonte, al sur, me estaba dando cuenta que se acercaban cabalgando triunfantes los primeros rayos de la claridad azul. El sol, de este a oeste, comenzaba a salir, estaba apareciendo el alba y mis ojos achinados me molestaban. Estuve algo ensimismado por el paisaje, pero al poco sentí peligro.

    Rápido me puse en acción, corrí hacia esos árboles para arrancarles algunas ramas y hacer en un extremo, pegado a la pared del muro, un escaso agujero entre las piedras medianas. La circunstancia era la siguiente: de día, la luz aumentaría considerablemente la probabilidad de ser visto con el cuerpo. Aquella escena sería un hallazgo maldito hacia mi persona, y hacia los demás, ya lo sabeis, pero sobretodo era hacia mi. A contrarreloj, hice la tarea de esconder el cuerpo para poder volver a tiempo. Volver a mi casa no demasiado tarde, no estar en el lugar adecuado, mediante el cual, eres descubierto con las manos en la masa; que no hay marcha atras, vamos. Como cuando la montaña rusa va a caer empicado. (Es parecido a imaginarte, que estas tirando de una vasta masa de realidad, con un hilo muy fino, de la tela de una araña que, por no romperse, al poco se estira hasta ponerse muy tenso, arrastrandote a un agujero muy negro, muy denso, y con mucho miedo. Pero que sin embargo, son fantasmas del pensamiento.). Encima, con todo esto, también tenía que hacer vida normal para no levantar sospecha. - ¡ Qué martirio !.

    En seguida había terminado de poner las últimas ramas sobre el cuerpo, como enseguida me veía caminando de vuelta, hacia mi hogar, hacia la cueva. Como ya dije, no podía levantar sospecha, pero en realidad, sospecha habitaba en mi sede del alma. Tendría que hacer algo para poner a otro en su lugar. Decidí regresar a mi casa, era un martes y tenía que actuar con normalidad; seguir la rutina de todos. La mía en particular, era ir al trabajo por la mañana en una gestoría, comer en cualquier parte, para luego irme por la tarde al centro de formación, a través del cual, me especializaba en un oficio asociado a las virtudes de mis sueños. Al atardecer en verano, y a la noche en invierno, regresaba a eso de las nueve, nueve y media a mi casa. Estaba obligado a mi rutina sin derecho alguno. Podía ser un contigente tipo de vida, no obstante, mi voluntad ya se había adaptado a las circunstancias rutinarias de esa vida. Otra forma de sustento para soportar el ritmo de esta sociedad capitalista. Además, en aquellos frágiles momentos de cristal, cada acción era irrefutable, cualquier paso en falso sería condenatorio. Sin el peso encima cual camello, me pude sentir hábil, veloz, ligero. Empecé a correr de regreso, aprovechando que la gente aún estaría durmiendo. Un breve estallido de alivio.

    Había tardado bastante menos a mi regreso. Ya estaba llegando a casa, con prisa, nervioso todavía. Me quedaba un largo y estrecho castigo que pasar al día siguiente, estaba obligado a ser otro, insoportable, con el gusano dentro, y el cadáver a la intemperie. Tenía que sufrir de incertidumbre. No me quedaba otra cosa. Al entrar en casa me sentí un poco mejor, pero era una sensación engañosa. Comí algo tragando sin saliva, miré la hora y me metí en la cama cambiandome de calcetines. Casi no podía dormir, era contrario a mi deseo, entonces, decidí relajarme respirando hondo, notaba mis pensamientos saltando sin parar buscandome las cosquillas. A veces me respondía a mi mismo, era una conversación con don nadie, o con Dios como le dicen algunos. No podía explicarmelo, y aún así, pudiendo, no quedaba satisfecho nunca. Por eso traté de apagar el motor, ese run-run en zig-zag por el espacio vibratorio, ruidoso, pero me costaba mucho. Al rato, muy cansado, se distrajo en algo mi atención, y creo recordar que dormí el plazo de dos horas para ir a trabajar, pero no estoy seguro.

    Si puedes hacerte una idea de como me encontraba yendo a trabajar, será parecido a nervioso, angustioso, con el corazón encogido por la incertidumbre. No sabía lo que iba a ocurrir, ni como iba a reaccionar. Cuando llegué, todo se encontraba con normalidad, en orden, cada persona en su zona realizando su labor. Saludaba a la gente como todos los días, aunque forzaba más la sonrisa para cubrir huellas. Al llegar a mi mesa, solo quería trabajar, fundirme entre informes y la pantalla del ordenador, pero los compañeros, con la naturalidad de siempre, me hablaban, me miraban, me tocaban. Yo, sin embargo, trataba de evadirme con respuestas cortas intentando no ser demasiado antipático. Resoplaba y me quejaba de todo el trabajo que tenía, eso servía de escusa para esconder mi anormalidad. Los peores momentos llegaron en el descanso, solíamos ir a tomar un café, un chocolate, un tentempié a la cafeteria más cercana donde charlábamos. Yo me encontraba ausente, cuando hablaba con alguien, me dolían los ojos, me brillaban un poco; los ojos hablaban en su lengua sincera, pero yo los contenía con tensión, estuve mas callado que de costumbre, lo cual, me ponía más nervioso. Estaba yo mirando hacia fuera, ocultandome, cuando derrepente, mis compañeros empezaron a hablar de alguien que había desaparecido, alguien conocido por todos, no dijeron su nombre, tan solo dijeron que había desaparecido ayer, por la noche, que no regresó a su casa y no sabían nada de él. Hablaban como si lo conocieran de siempre, como si fuera de nuestra misma onda. Yo empeoraba por momentos, estaba crítico, sudando, con un calor intenso, me sentía identificado, y ni siquiera sabía a quien había matado, pero tenía que ser él. Tapaba mi estatus con el blanco de los ojos esquivos, no podía soportar el caos que sufría cuando hacía esclarecer mi persona, al hablarme alguien, al cruzarnos las miradas, no podía descubrir a esa persona en el fondo angustiada, asesina, haciendo parecer algo que no era. El día, tanto en el trabajo, como en el centro de formación, lo pasé igual de mal, con el agua al cuello siempre, tan solo me relajaba un poco centrandome en las letras y en los números que no podía ni leer, es más, en todo el día no conseguí hacer nada, mi mente siempre en otra parte, partida en dos, con la simbiosis de mi cuerpo bloqueada, estaba perdiendo mi carnet de identidad natural. - ¡ Qué martirio !.





    Asesinato escondido. Capítulo III.




    Los trozos de autoestima que aún me quedaban, precipitaban como un barco hundiendose hacia el fondo de mis lágrimas salinas. Finalmente, se fué terminando la jornada. Primero había visto el Sol ensimismado, aparecer azul, más tarde, a medida que pasaba el día, se fué aclarando hasta pasar a un naranja fogoso, que acabaría en un rojo radiante al atardecer, por la manera de incidir los rayos en las partículas contaminantes de la atmósfera. La noche deseada estaba callendo otra vez sobre esta parte del planeta, mi parte. La estaba esperando con agonía, quería acabar con esto de una vez por todas. Regresé a casa, cogí algunas cuerdas, y me senté en mi sillón preferido para planear lo que iba a hacer, paso por paso. Así también esperaba a que la noche fuera más solitaria, más tenebrosa. A la hora precisa, me dirigí con cautela al lugar del arroyo donde se encontraba el asesinato escondido. No tenía mucho tiempo, ahora más cuerdo que la vez anterior, supe que me quedaba un tramo corto de arroyo, donde desembocaría en el mar mediterráneo. Allí dejaría al asesinado por cuarta vez escondido, iría a coger prestada una de esas barquillas pequeñas que se utilizan más bien poco, y menos en este periodo del año. Más tarde, regresaría a la desembocadura por mar, y allí, corriendo subiría el cuerpo abordo, alejandonos de la costa, remando todo lo fuerte y eficaz que pudiera hacia el fondo del abismo marítimo que se iba a transformar en tumba.

    Ese era mi plan, y de hecho así lo hice, conseguí hacer el trabajo sin problemas, y ya me dirigía hacia lo hondo, la niebla se hacía más espesa, el silencio me aterrorizaba, y las nebulosas junto con las estrellas se dejaban ver en la inmensa oscuridad del universo. Había marea muerta, remando era principiante, novato, así que no podía perder la concentración para que fuera fluido el ejercicio, cuando al rato de estar remando, empecé a escuchar un gran ruido acercandose, un gran motor acechandome, el guardacostas que seguramente me había descubierto. Rápido paré la barquilla sobre las ondulaciones del agua, metí los remos y me tumbé al lado del saco negro; el ruido se acrecentaba por momentos. Se me pasó por la cabbeza la idea de tirarme al agua para irme nadando y bucear lo que pudiere, pero el miedo a morir ahogado a la deriva, hizo que me quedara junto al cuerpo en una situación extraña. Los latidos de mi corazón funcionaban para los dos, es decir, mi sangre corría con tal fuerza, que hubiera servido también para él. El ruido del gran motor llegó a su culminación, aminoró su paso, lo sentía al lado, supongo que estarían mirando la barquilla, pero no se detuvieron, y el maléfico ruido se fué alejando. Con tensión en el cuello asomé la cabeza para ver, y pude observar una lancha larga con varios motores y sin ninguna luz, que surfeaba a gran velocidad por las aguas tranquilas. No tardó en alejarse, ni tampoco en llegar las olas provocadas a mi embarcación. Había pasado a unos treinta metros, no tenía ni idea de si me había visto, puesto que no le interesaba detenerse. Me volví a poner en marcha, esto había servido para descansar los brazos, y remé fuerte, más fuerte que antes, no quedaba mucho para deshacerme de la carga.

    Continué paleteando unas dos horas más, no veía la costa desde hacía rato, estaba rodeado por una sombra en apariencia inofensiva, apacible, que dormía oscilando por inercia como en un cuenco gigantesco. Con un poco de ansias por terminar, dejé de remar, pero la barca siguió reptando. Comencé a amarrar las cuerdas en las piedras que había cogido del arroyo. Más tarde, hice lo mismo con el cuerpo, enlazando cuerpo con piedras a traves de varias cuerdas, para ser exacto, eran seis piedras, algunas grandes y otras no tanto. El ambiente era sordo, semiciego; eché las piedras al agua una por una que iban tirando del cuerpo con su respectivo peso, pero me quedé agarrando al cadáver. Todavía no sabía quien era, a quien había asesinado, no recordaba nada, ni como ni por qué. Introducí lentamente el cuerpo de pies a cabeza en el mar, la idea que se me había ocurrido me daba escalofríos, dudé si romper la bolsa para verle la cara, pero no estaba seguro, eso haría que no lo olvidara, que fuera más difícil, pero... ¿acaso lo iba a olvidar?. El cuerpo pesaba mucho más que antes, tenía los brazos entumecidos, y las piedras empujaban hacia lo profundo. Hinqué los dedos en las bolsas y conseguí quitar dos o tres capas, la segunda vez hice una puequeña rotura, en la cual, la luz de la luna creciente, me dejaba ver la nuca. Continué haciendo el boquete más grande, y, despacio, fuí dandole la vuelta para poder verle la cara...

    Al verle la cara, no me lo creía, dí un salto hacia atrás aterrorizado, temblando; él tenía los ojos abiertos, mirandome, del susto lo había soltado, se estaba sumergiendo con la cara destapada mirando hacia arriba. Pero..., lo peor de todo, ¡ es que era yo !, ¡ con mi misma cara !. Era imposible, ¡ imposible !. Con ansiedad me tiré al agua para recogerlo, para rescatarme, aunque estaba ya lejos, en cuanto entré en contacto con el agua gélida, para gran sorpresa, me incorporé con un gesto brusco de la cama todo entero empapado de sudor, sofocado, enloquecido, solo en la horrible penumbra, perturbado, respirando rápido y con una sensación espantosa de un peligro inminente. Todo había sido un sueño, pero, ¡ qué sueño !, tan real, tan... . - ¿Qué quiere decirme un sueño como este?, ¿qué sentido tiene asesinarme y esconder mi propio cuerpo corriendo aventuras tormentosas?. - Pensaba un poco asustado. Me levanté de la cama desvelado, di un par de vueltas por mi casa a oscuras, y me senté en el mismo sillón del salón, en cuyo sueño había esperado a que la noche se adentrara más en su soledad; en este caso, era para reflexionar tranquilamente sobre la pesadilla. Al rato de estar pensando, cogí una libreta y escribí una serie de especulaciones, a las que había llegado fruto de la reflexión.

    - Es cierto que cada uno tiene su propia explicación, su propio punto de prisma o de vista para los sueños. Pero también es cierto, que muchas veces coincidimos en experiencias oníricas. Cuando huyes de algo, cuando te caes de algún lugar, o estás volando y se lo quieres contar a alguien. Mi inconsciente, en su lenguaje tragicómico de un carnaval irónico, quería decirme, supongo yo, que, cuando huyo por tener miedo, me siento avergonzado, o que algo no va con normalidad, escondo mi cuerpo y alma, asesinandome a mí mismo; siendo víctima inocente y culpable consciente a la par. Juzguen por ustedes mismos.
    Es extraño, pero a decir verdad, todos tenemos algo por lo que sufrir tarde o temprano, mas por consiguiente, el tiempo ya nos es dado como sufrimiento, queriendolo atrapar con el pensamiento, al igual que la juventud, pero se nos escapa como el agua entre las manos. Es inevitable, por lo tanto, es absurdo huir, escapar de tí mismo, acumular expreciencias dulces o amargas en el saco del pasado. Mirate a lo ojos, no estas muerto, el observador, es lo observado.
     
    #1
  2. ROSA

    ROSA Invitado

    #2

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