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El autor tiene toda la razón (1) Mis manitas fieles

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por bojilova1, 7 de Julio de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 595

  1. bojilova1

    bojilova1 Poeta recién llegado

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    Mujer
    El autor siempre tiene razón
    (1)
    Mis manitas fieles

    “Mi querida Ivana,
    Te propongo que quitemos la palabra” manitas” de este verso, Tu protagonista es un hombre, no creo que el diminutivo le convenga…”
    Ivana se levantó del escritorio, sacó una botella de agua mineral del frigorífico y bebió ávidamente. “ La ultima botella.- pensó, atormentada por el calor.-Mañana me tengo que hacer la compra.”
    Regresó a la mesa, en frente de su portátil y leyó una vez más el breve correo de su editora María, con quien, una en Madrid y otra en Sofía, estaban montando el poemario de la emigrante búlgara Ivana Blagoeva. Su propio poemario.
    Inspeccionó el inicio del verso, que fue relacionado con la nota:

    Mis manitas buenas,
    grietadas, sangrientas,
    lameremos de nuevo
    nuestras llagas abiertas.

    -¡De ninguna manera!-dijo ella a voz alta, haciendo un gesto negativo con su cabeza, aunque la editora no pudiera verla. Luego miró el teclado, hizo clic en “responder al correo” y se puso a tapar inhábilmente con dos dedos:

    “Querida María,
    Quiero escribirte unas palabras sobre Nayden, el hombre al que he dedicado mi verso, para explicarte porqué he elegido el diminutivo, más precisamente, porqué él me ha elegido a mi. Ya lo sé que tú y yo no necesitamos muchas palabras para entendernos, así que voy a ser breve.
    Te he hablado muchas veces (y seguiré haciéndolo) sobre Valentina y Tony, la pareja que me ofreció refugio en el año 2000 y me salvó en todos los sentidos.
    Fue un tiempo difícil, confuso. Nosotros, los búlgaros, no fuimos europeos todavía (me pregunto que fuimos entonces, pero eso es otro tema). Para pasar las fronteras de los países europeos nuestros pobres pasaportes se escondían debajo de visados, pagados con sangre y sudor. Varias veces la semana los autobuses de Sofía dejaban en el Terminal de Méndez Álvaro, en el centro del enorme, desconocido Madrid una treintena de “turistas” que, muertos de cansancio y ansiedad, buscaban con una mirada furtiva a sus acogedores. Siempre,¡Dios mío, siempre! había algunos engañados que anochecían en la tierra extranjera solos, con sus mochilas y un papelito con un numero de teléfono “mudo” en la mano. Alrededor de la estación de autobuses se había formado un “campo de cartón” y años después en la cafetería se podían encontrar a varios nuestros compatriotas que soñaban con un vaso de café y una conversación en su lengua materna.
    Tony había llegado solo unos años antes, había pasado por el infierno de la supervivencia, luego había acogido a su mujer y sus dos hijos. Cuando me vine yo todos los cuatro pasaban en silencio por el purgatorio de la integración. Esos héroes humildes han salvado a decenas de búlgaros. Yo, la ex profesora de inglés de su hijo mayor, fue uno de esos salvados.
    Habían pasado ya dos o tres años después de mi “excursión” en España. Tenia una habitación en un piso de alquiler aparte, pero el domingo iba a menudo a casa de ellos. Con Tony, que es un pescador y cazador apasionado, nos veíamos a la puerta, él saliendo y yo entrando. Con Valentina pasábamos horas y horas conversando en su salón.
    En este mismo salón, un domingo por la mañana conocí a Nayden. Él estaba acurrucado en un rincón del sofá y sus grandes ojos azules tenían la mirada de un niño culpable.
    Tendí mi mano para saludarle y él tendió la suya. El contraste era evidente: la mía era pequeña, pero apretada, callosa y la suya –con los dedos de pianista-largos, finos, nerviosos y inseguros.
    -Yo le conozco- farfulló el hombre e hizo un gesto con su mano como si quería ahuyentar una mosca o un recuerdo.-De las reuniones de padres…
    En este momento entró Tony con los dos muchachos, todos armados de varas de pesca. El grupo de hombres llenó el ascensor y la sala de estar pareció desierta.
    Miré a Valentina.
    -Es Nayden.’contestó ella a la pregunta en mis ojos.-Seguro que le conoces, él es el mejor técnico de ascensores en nuestra ciudad. Su mujer era una colega tuya y su hijo mayor era compañero de clase de tu hijo. Bueno, Nayden se vino aquí hace tres meses. Un primo suyo le había prometido alojamiento y trabajo seguro, pero lo engañó. Mi hermano, que es el mejor amigo de Nayden, me llamó la semana pasada y me pidió que le ayudáramos como pudiéramos a este hombre. Tony le buscó por todo Madrid y al final le encontró ayer por la noche debajo de un pino cerca de Méndez Álvaro…Hoy se le ha llevado a pescar para decirle que su mujer ha pedido el divorcio y vive con un hombre de negocios. Lo habían organizado todo en secreto y solo esperaban que él quitara el país. Nayden es huérfano, sus padres murieron cuando él era niño, ni siquiera se acuerda de ellos…Ya ves, puedes escribir una novela entera sobre su vida, el pobre…
    Pasaron varios meses antes que yo pudiera ver a Nayden de nuevo. Preguntaba a Valentina sobre él y le mandaba mis saludos, acompañados de las eternas excusas de una mujer ocupada. Las conversaciones con Valentina me revelaban que le costaba mucho a él adaptarse a la nueva vida, que con cada cosa que empezaba en el lugar de ayudar y aprender el pobre estorbaba y agobiaba. Hay gente así, genial en un dominio determinado, pero, una vez sacada de ahí, igual que un árbol desraizado cae transversalmente al corriente de la vida. Será por eso que le parta mal rayo tras mal rayo…
    Un día de verano Valentina me llamó por teléfono:
    -Ivana, te quiero pedir un favor muy grande. El hijo pequeño de Nayden ha venido de Bulgaria sin prevenirle y los dueños del piso echaron a los dos a la calle.
    -¿…?
    -Se ve que querían hacerlo antes y solo esperaban a una buena excusa.-dujo Valentina con una voz tan tranquila, que a mi me dio escalofríos. –Nayden no tiene trabajo de momento, no les paga el alquiler con regularidad y ahora con una boca más para alimentar…
    -¿…?
    -Solo te pido que duerman dos noches en vuestro piso, si es posible. Yo ahora tengo aquí a mi hermano de Bulgaria y a su familia, no tengo ninguna manera de alojar a dos personas más, pero cuando se vayan dentro de dos días, ya me ocupo de Nayden…¡Gracias, Ivana!
    Nayden y su hijo Chavdar vinieron tarde por la noche con dos mochilas. Le vi mucho más delgado. Lo azul de sus ojos había hundido debajo del ceño fruncido y las arrugas verticales en las mejillas parecían surcadas por un arado. El niño, cuya manita yo había sostenido en la mía para enseñarle escribir el alfabeto latino, se levanto a saludarme y un joven de 17 años, mucho más alto que yo me dio un abrazo fuerte:
    _¡Buenas noches, Maestra!
    Les enseñé el cuarto de baño y me escondí a salvo en la cocina. El encuentro con el compañero de clase de mi hijo me había sacudido. Llevaba tres años sin ver a mi pequeño. No tenía papeles y no podía salir del país. Tampoco quería invitarle a él, porque su padre, con quien estábamos separados le hubiera causado mucho problemas y el pobre niño había sufrido bastante…Dios sabe que hombre de hijo iba a ver un día al regresar a … ¿A dónde?
    Apreté los dientes y me puse a preparar la cena. Poco después Nayden llamó tímidamente a la puerta y entró en la cocina con unos paquetes en sus manos. Me fijé en sus dedos sin querer. Finos, delicados, se había vueltos algo transparentes y apretaban los paquetes contra su pecho como si fueran un bebe.
    -Tenemos aquí un poco de comida-murmuro él como si querría pedir perdón por algo.
    -Bueno, yo tengo ya la cena hecha.-Mándame aquí a Chavdar que me ayude a poner la mesa y tú te puedes sentar y descansar.
    Después de la cena dejé a mis invitados en la compañía de mi compañero de piso y su mujer, los dos muy habladores y divertidos y volví a la cocina para lavar los platos. Mi mirada se pegó al paquete de harina que el hombre había dejado encima del mostrador. “Prohibida su venta”, decía su etiqueta azul…
    ¡Querida María!
    Antes de emigrar a España yo creía que lo más difícil para mi sería poner la bata de empleada de hogar. ¡Nada de eso! Bueno, no estoy orgullosa con el uniforme, pero tampoco me da vergüenza ponerlo.¡Gracias al buen Dios!, tengo un trabajo digno que me permite tener una vida honesta, mi hijo puede estudiar, la vida sigue. Lo que ¡Sí!, me da vergüenza, son esos paquetes con la etiqueta azul “prohibida su venta”, distribuidos por las organizaciones humanitarias y algunas parroquias. Estaba mirando el paquete blanco de harina, la vergüenza me quemaba y yo quería que la caliente tierra acogedora española se abriera y me tragara. Que nos tragara a todos- a mí y a este hombre con sus manos finas y talentosas de maestro. Con esas manos, nacidas en uno de los graneros de Europa pacifica, obligadas ahora a llevar esos paquetes para que hubiera pan en la mesa para el hijo…
    Mi correo salió un poco largo, perdona, pero te tengo que contarlo todo sobre nuestro ultimo encuentro para que tú me entiendas.
    Pasados unos meses, en una noche de invierno, el timbre sonó. Era Chavdar, el hijo de Nayden. Estaba solo.
    -¡Por favor, Maestra! Necesito dinero y no tengo a nadie a quién pedirle.
    Le miré con atención. Agazapado en una chaqueta apretada, envuelto en un chal grueso, su manos corrían por su ropa como si no supieran donde meterse. Algo no iba bien. Los primeros años de emigración el dinero nos faltaba y nos ayudábamos constantemente, a menudo nos olvidábamos a quién y cuanto hemos prestado. Pero, ¿porqué ha venido el chico? ¿Porqué no su padre?
    -¿Tú padre sabe que te has venido aquí?-le pregunté directamente.
    -No, Maestra. Él…él no me quiere. A mi nadie me quiere…
    Hay momentos en los que, digas los que digas, te equivocarás. Si tratas de entender quién tiene razón y quién tiene la culpa, estarás perdido. Por eso dejé todas las reflexiones sobre el tema de la vida para luego y le pidió el teléfono de su madre en Bulgaria.
    -¡No, Ivana!-lloró su madre en el teléfono.-¡No quiero a este chico en mi vida! Tú no sabes lo que he sufrido con su padre, con este hombre, que durante veinte años de matrimonio no me ha acariciado ni una vez. Y Chavdar…él ha robado todo lo que se ha podido robar de la casa, la ha dejado con las vigas desnudas…Y tu poemario, lo tengo siempre encima de mi mesita, cariño…
    Sentí que estaba perdiendo control, puse fin a la conversación y miré al chico.
    -No te pregunto nada.-le dije.-Ya eres mayor. Sólo dime si tienes a donde ir esta noche.
    -Tengo algunos amigos, Maestra…
    Apreté los dientes para parar el grito que me salía por dentro.
    -Tu maestra se fue con tu infancia, chico. Ahora soy Ivana. Toma este dinero y escríbeme,¡por favor!, la dirección donde vas y tu numero de teléfono móvil también.
    El tendió su mano y…apresó el billete igual que un ave rapaz. Seguí el movimiento de la mano. Los mismos dedos del padre y sin embargo tan diferentes. El niño que yo conocía se había ido, igual que su maestra. Cada uno seguía su propio camino.
    -¿Me promete Ud no decir a nadie que he venido?
    -No, al contrario, voy a llamar a Valentina ahora mismo.
    -Será una perdida de tiempo...
    Nunca más le vi. Llamé a Valentina, ella avisó al padre y él se vino a recoger la hoja con la dirección donde su hijo iba a pasar la noche, a menos que no nos había engañado a todos.
    Copié la dirección con letras mayúsculas en una hoja de papel y la tendí a Nayden, que me esperaba tímidamente en la puerta de entrada.
    -Tómatelo con calma-le dije. –Es nuestro Destino, debe de ser escrito en alguna parte.
    -¡A la mierda mi escrito!-resonó su voz debajo del techo de la escalera del portal.-¡Si supiera donde está este maldito escrito, con éstas mismas manitas lo borraría!
    Las dos manos masculinas, finas y sensibles, volaron por encima de la cabeza como si querrían marcar lo V de “victoria”, pero cayeron como rotas y luego, resignadas, encontraron refugio en los bolsillos.
    El ascensor escondió el hombre y no le vi nunca más. Me quedó el verso que “lloré” aquella noche y te envié a ti:

    Mis manitas

    Mis manitas buenas,
    grietadas, sangrientas,
    lameremos de nuevo
    nuestras llagas abiertas.

    Vagaré, mis fieles
    por las calles perdido,
    preguntando al cielo:
    “Qué pasó con mi vida?”

    Soy un puente, uniendo
    dos riberas remotas
    en Madrid, permitiendo
    que me pisen con botas

    todos, que eran míos,
    que sin fin adoraba…
    ¿Me lo ha hecho Dios,
    o escrito estaba?

    Si pudiera, iría
    al lugar del escrito.
    ¡Todo lo borraría
    con mi sangre, manitas!

    Ivana apartó sus ojos cansados de la pantalla y frotó su frente. Miró por la ventana pequeña y vio que caía la noche sobre Madrid. Hacía un poco más fresquito y se respiraba mejor.
    Se levantó en sus pies entumecidos, fue a la cocina, se sirvió una taza de café y volvió a la mesa. Examinó el texto que acaba de escribir, pensé un rato y luego, sin hesitar hizo clic en eliminar.
    “¡Querida María!-escribió ella a su editora en Sofía-Quiero guardar el diminutivo “manitas” en mi verso. Créeme, tengo buenas razones para insistir.”

    “EL AUTOR SIEMPRE TIENE RAZÓN, querida”-decía la respuesta inmediata.

    -Si.-sonrió tristemente Ivana. El Autor tiene toda la razón. Lo malo es que no sabemos a dónde ir para preguntarLe porqué nos hace todo eso y…cuales son nuestros derechos.
    Tomo un sorbo de café y abrió en la pantalla el texto de la novela que estaba escribiendo. Su título era Los ojos de España son multicolores.

    (fin)
    p.s Queridos amigos, mi idioma natal no es español. Pido disculpa por los errores gramaticales en el texto:::blush::: y os agradecería todas correcciones y recomendaciones.:::hug::: Petia
     
    #1
    Última modificación: 13 de Julio de 2012

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