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El barco de Cleopatra.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Eloy Ayer, 16 de Febrero de 2023. Respuestas: 0 | Visitas: 266

  1. Eloy Ayer

    Eloy Ayer Poeta asiduo al portal

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    Hombre
    En Tebas hay muchas palmeras, sus calles son amplias y llenas de jardines. En Tebas hay muchos hombres libres, pero quienes son esclavos quedan marcados para siempre. Por la mañana el comercio y el dinero son los reyes de la ciudad, los hombres son tan avariciosos que discuten largo rato el precio de las mercancías. En Tebas, hay tantas mujeres como palmeras, todas muy bellas, con esa mirada lejana que les da la visión del desierto.
    Es una ciudad próspera, casi la más grande del imperio de los faraones y el puerto siempre está lleno de barcos. Algunos de esos barcos llegan de los exóticos países del sur donde la gente es del color del carbón y las costumbres salvajes y primitivas. Esos barcos siempre fueron de la misma forma, de iguales colores, unos colores verdes, rojos y negros que imitan la naturaleza de la ribera, y no son tan grandes como los del norte, estos tienen siempre un aspecto más dejado, llevan colgando las redes de pescar en la borda y los marineros saben lo que es el mar y cuentan historias de lejanos países, de sus costas quebradas y abruptas.
    El puerto huele a algas del río y a pescado, siempre fue así desde que naciera Tebas, a veces, por la noche, se llena de gentes indeseables y pendencieras.
    No hay estaciones en torno al río ni acaso en todo el imperio, el es quién manda sobre la luna y el resto de las estrellas, el hace los días las noches y las cosechas.
    Las mercancías vienen de la ciudad, del mercado, allí puedes conseguir trigo y cebada, comprar odres de vino, herramientas y vasijas de barro o de bronce. En Tebas hay de todo y muchos artesanos. Los sabios dicen que después de vagar por los mundos y por la muerte, siempre volvemos a Tebas. Es la ciudad de Amón y del desierto.
    Desde las calles del puerto llega una recua de esclavos, algunos traen bultos en la cabeza y otros son porteadores que se ayudan con la carga. Lo dejan todo en el suelo cerca de la ensenada.
    Un hombre está vigilando, su ropa es del color del oro y del azafrán y cuando aparecen los esclavos empieza a gritarles para que le hagan caso. Detrás de ese hombre hay un barco magnífico: es el barco de Cleopatra.
    El barco tiene la proa en dirección al norte, a favor de la corriente y está muy pintado; tiene unas bandas de colores añiles y rojos, como si quisieran contarle algo a la corriente. En la cubierta, cerca de la borda, hay unos marineros que se parecen a la gente que está descargando, estos mismos hombres, después, han colocado un puente hasta el malecón. El hombre vestido de seda y oro, que es el dueño del barco, está dando voces para que los esclavos dejen las mercancías bien colocadas en las bodegas.
    El destino de las mercancías es el templo de Amón. En efecto, algunos kilómetros más arriba, al bajar el curso del río hay un templo y muy cerca, un pueblo donde viven los sacerdotes y los siervos del templo.
    Poco antes del mediodía la embarcación deja el muelle y navega al centro del río. Sobre cubierta, en la proa, está el dueño junto a otros hombres también ataviados de ricos vestidos. El barco tiene dos filas de remos y los remeros están ahí, después de bajar unos escalones en la cubierta, cerca de las bodegas. Siempre fue la suya una estirpe despreciable, son más bajos que los esclavos que ahora descansan sobre los sacos de mercancías y están amarrados por cadenas de hierro, todos a un tiempo mueven los remos y el ruido extraño de las cadenas imita el sonido de las olas en la ribera.
    Se alejan del puerto y de los otros barcos.
    La ciudad queda a lo lejos confundida con los cañaverales y la niebla de la mañana, la ciudad de Tebas, de bronce y de lana de ovejas, perdida en el horizonte del desierto.
    Llegan a un lugar donde encuentran unas casas en las márgenes del río. Hay un grupo de muchachos cerca de la corriente que agitan los brazos y dan voces: “¡mirad, es el barco de Cleopatra!”, “¡el barco de Cleopatra otra vez!”. Tienen una ropa de lino por debajo de las rodillas con cinturones de cuero y hebillas en la cintura, “¡el barco de Cleopatra, otra vez!”, gritan en la orilla mientras los esclavos dan palmas y les hacen mimos desdelos depósitos de mercancías.
    Ese mismo día el barco llega a un pequeño fondeadero. Se acerca manso a la orilla, no hay nadie, el silencio es patente en toda la tierra y en el río. Cerca de allí se ve un gran edificio, es el templo de Amón. Desde el fondeadero sale un camino que, dando vueltas en un paisaje de cañas y sicomoros llega a una gran avenida. A los lados de la avenida hay unas peanas de piedra con figuras de corderos encima que guardan la entrada.
    Cuando los marineros terminan de colocar el puente llegan unos esclavos por el camino, sus pies descalzos levantan una polvareda que queda flotando a ras del suelo. Con ellos viene un sacerdote del templo vestido de una túnica blanca y un curioso bonete a la cabeza.
    El hombre del barco está hablando con el sacerdote a un lado del malecón, hablan de dinero, del próximo viaje y lo hacen en susurros, aunque eso nunca llegó a interesar a los esclavos. Las mercancías han quedado apiladas en el suelo sobre el borde de piedra del malecón.
    El sol de la tarde hace brillar la superficie del agua, se dirige a su ocaso dorado.
    Amón es el dios de la tierra, de las palomas, del barro y del mortero, es el río Nilo y la paz de los campos de cebada. En su honor queman incienso en las ascuas de carbón de los altares y su espíritu es el “Ba” que diferencia a los hombres de los perros. Es un dios poderoso, es el dios del faraón y su cabeza, pero también mucha gente llena los templos el día de celebración.
    Los esclavos llegan al final de la avenida y toman el sendero a la derecha del templo, son hebreos, se les nota por la piel de aceituna y el pelo ensortijado, ellos siempre estuvieron cerca del templo, su familia vive desde tiempos muy antiguos en el pueblo con los egipcios.
    Dejan a un lado la puerta, pasan junto a las torres del templo y llegan a las casas de los sacerdotes. Más allá sigue un lugar con palmeras y unos huertos. Hay cerca de una decena de sacerdotes y algunos soldados, pero el templo no es suyo, es de los reyes de Tebas. Son personas de un alma simple, pero muy espirituales, ellos cantan el nombre de Amón en los recónditos santuarios cuando hacen las oraciones del alba y el ocaso. Algunos son personas importantes, parientes o amigos del faraón y otros vienen del pueblo, hacen así, la penitencia o liberación de sus pecados.
    Los esclavos vuelven al puerto pues tienen que hacer varios viajes para llevar las mercancías. El sacerdote permanece junto a los dueños del barco, el pectoral de cuentas de vidrio emite destellos multicolores hacia el agua.
    Mientras tanto el barco deja la dársena y, un poco más arriba, en el centro del río, vira y a golpe de remo vuelve al mismo lugar, pero con la proa en dirección al sur, en contra de la corriente.
    El hombre vestido de oro y azafrán se despide del sacerdote. Le ha dicho que volverán en el transcurso de dos lunas. Después cruza el puente hasta el barco magnífico y los marineros retiran la pasarela.
    El barco de Cleopatra sale del pequeño puerto, remonta la corriente del Nilo con las velas desplegadas para aprovechar la brisa suave del norte. Detrás del sonido de los remos en el agua y de las velas que recogen el viento de la tarde, se oye la canción de los remeros que habla de sus héroes, es una canción triste y de maldición, algo parecido al ruido de las cadenas y al tenue frío que llega de las sombras del vecino desierto.
     
    #1

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