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EL BARCO EBRIO, de Arthur Rimbaud

Tema en 'Poetas famosos, recomendaciones de poemarios' comenzado por emiled, 28 de Junio de 2007. Respuestas: 4 | Visitas: 39434

  1. emiled

    emiled Poeta adicto al portal

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    EL BARCO EBRIO, de Arthur Rimbaud (1854 - 1891)


    Año: 1871
    escrito por el cuando tenia 17 años.



    " Mientras descendía por Ríos impasibles,
    sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
    Los Pieles Rojas gritones los tomaron por blancos,
    clavándolos desnudos en postes de colores.

    No me importaba el cargamento,
    fuera trigo flamenco o algodón inglés.
    Cuando terminó el lío de los remolcadores,
    los Ríos me dejaron descender donde quisiera.

    En los furiosos chapoteos de las mareas,
    yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
    ¡corrí! y las Penínsulas desamarradas
    jamás han tolerado juicio más triunfal.

    La tempestad bendijo mis desvelos marítimos,
    más liviano que un corcho dancé sobre las olas
    llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
    ¡diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!

    Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
    el agua verde penetró mi casco de abeto
    y las manchas de vinos azules y de vómitos
    me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.

    Y desde entonces, me bañé en el poema
    de la mar, lleno de estrellas, y latescente,
    devorando los azules verdosos; donde, flotando
    pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;

    ¡donde, tiñendo de un golpe las azulidades, delirios
    y ritmos lentos bajo los destellos del día,
    más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,
    fermentaban las amargas rojeces del amor!

    Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas
    y de las resacas y de las corrientes:
    ¡yo sé de la tarde, del alba exaltada como un pueblo de palomas,
    y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!

    ¡Yo he visto el sol caído, manchado de místicos horrores.
    iluminando los largos flecos violetas,
    parecidas a los actores de dramas muy antiguos
    las olas meciendo a lo lejos sus temblores de moaré!

    ¡Yo soñé la noche verde de las nieves deslumbrantes,
    besos que suben de los ojos de los mares con lentitud,
    la circulación de las savias inauditas,
    y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!

    ¡Yo seguí, durante meses, imitando a los ganados
    enloquecidos, las olas en el asalto de los arrecifes,
    sin pensar que los pies luminosos de las Marías
    pudiesen frenar el morro de los Océanos asmáticos!

    ¡Yo embestí, sabed, las increíbles Floridas
    mezclando las flores de los ojos de las panteras con la piel
    de los hombres! ¡Los arcos iris tendidos como riendas
    bajo el horizonte de los mares, en los glaucos rebaños!

    ¡Yo he visto fermentar los enormes pantanos, trampas
    en las que se pudre en los juncos todo un Leviatán;
    los derrumbes de las aguas en medio de la calma,
    y las lejanías abismales caer en cataratas!

    ¡Glaciares, soles de plata, olas perladas, cielos de brasas!
    naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros
    donde serpientes gigantes devoradas por alimañas
    caen, de los árboles torcidos, con negros perfumes!

    Yo hubiera querido enseñar a los niños esos dorados
    de la ola azul, los peces de oro, los peces cantores.
    Las espumas de las flores han bendecido mis vagabundeos
    y vientos inefables me dieron sus alas por un momento.

    A veces, mártir cansada de polos y de zonas,
    la mar cuyo sollozo hizo mi balanceo más dulce
    elevó hacia mí sus flores de sombra de ventosas amarillas
    y yo permanecía, al igual que una mujer, de rodillas...

    Casi isla, quitando de mis bordas las querellas
    y los excrementos de los pájaros cantores de ojos rubios.
    ¡Y yo bogué, mientras atravesando mis frágiles cordajes
    los ahogados descendían a dormir, reculando!

    O yo, barco perdido bajo los cabellos de las algas,
    arrojado por el huracán contra el éter sin pájaros,
    yo, a quien los Monitores y los veleros del Hansa
    no hubieran salvado la carcasa borracha de agua;

    Libre, humeante, montado de brumas violetas,
    yo, que agujereaba el cielo rojeante como una pared
    que lleva, confitura exquisita para los buenos poetas,
    líquenes de sol y flemas de azur;

    Yo que corría, manchado de lúnulas eléctricas,
    tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
    cuando los julios hacían caer a golpes de bastón
    los cielos ultramarinos de las ardientes tolvas;

    ¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
    el celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
    eterno hilandero de las inmovilidades azules,
    yo extraño la Europa de los viejos parapetos!

    ¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas
    donde los cielos delirantes están abiertos al viajero:
    ¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilas,
    millón de pájaros de oro, oh Vigor futuro?

    ¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras,
    toda luna es atroz y todo sol amargo:
    El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.
    ¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!

    Si yo deseo un agua de Europa, es el charco
    negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
    un niño en cuclillas colmado de tristezas, suelta
    un barco frágil como una mariposa de mayo.

    Yo no puedo más, bañado por vuestras languideces, oh olas,
    arrancar su estela a los portadores de algodones,
    ni atravesar el orgullo de las banderas y estandartes,
    ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones. "


    Una magnifica obra :::sonreir1:::


    :::sorpresa1::: ​
     
    #1
  2. Marlene Conesa

    Marlene Conesa Poeta recién llegado

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    En la web oficial del Club Amigos de Arthur Rimbaud aparece una versión de El barco ebrio que me parece interesante por lo que la transcribo:

    El barco ebrio

    Mientras descendía los ríos impasibles,
    sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
    los pieles rojas chillones los tomaron por blancos,
    clavándolos desnudos en postes de colores.

    Me era indiferente el cargamento,
    fuera trigo flamenco o algodón inglés.
    Cuando terminó el alboroto de los remolcadores,
    los ríos me dejaron ir adonde quisiera.

    En los chapoteos furiosos de las mareas,
    yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
    ¡corrí! Y las Penínsulas desamarradas
    jamás han padecido juicio más triunfal.

    La tempestad ha bendecido mis desvelos marítimos.
    Más ligero que un corcho bailé sobre las olas
    a las que llaman eternas arrolladoras de víctimas,
    ¡diez noches, sin extrañar el ojo tonto de los faros!

    Más dulce que para los niños la pulpa de manzanas ácidas,
    el agua verde penetró en mi casco de abeto
    y las manchas de vinos azules y de vómitos
    me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.

    Y desde entonces, me he bañado en el Poema
    del mar, lleno de estrellas, y casi lácteo,
    devorando los azules verdosos; donde, flotando
    pálido y arrebatado, un ahogado pensativo desciende;

    ¡Dónde, pintando de golpe los azules, delirios
    y ritmos lentos bajo los fulgores del día,
    más fuertes que el alcohol, más vastos que nuestras liras,
    fermentan las amargas rojeces del amor!

    Yo sé de los cielos que estallan en relámpagos, y de las trombas
    y de las resacas y de las corrientes:
    ¡yo sé de la tarde, del Alba exaltada como un pueblo de palomas,
    y he visto algunas veces eso que el hombre ha creído ver!

    ¡Yo he visto el sol caído, manchado de horrores místicos.
    Iluminando los largos coágulos violetas,
    parecidos a los actores de dramas muy antiguos
    las olas meciendo a lo lejos sus temblores telares!

    ¡Yo soñé la verde noche de las nieves deslumbrantes,
    besos que llegan a los ojos de los mares con lentitud,
    la circulación de las linfas inauditas,
    y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!

    ¡Yo seguí, muchos meses, parodiando a las vacas
    enloquecidas, al oleaje en el asalto de los arrecifes,
    sin pensar que los pies luminosos de las Marías
    pudiesen detener el morro de los océanos asmáticos!

    ¡Yo arremetí, sabed, las increíbles floridas
    revolviendo las flores de los ojos de las panteras con pieles
    de hombres! ¡Los arcos iris tensos como sogas
    bajo el horizonte de los mares, en glaucos rebaños!

    ¡Yo he visto fermentar los manglares enormes, trampas
    en las que se pudre entre los juncos todo un Leviatán;
    los derrumbes de las aguas en calma,
    y las lejanías abismales cayendo en cataratas!

    ¡Glaciares, soles plateados, olas de nácar, cielos de brasas!
    Naufragios escabrosos en el fondo de golfos oscuros
    donde serpientes gigantes devoradas por insectos
    caen, de los árboles, con negros perfumes!

    Yo hubiera querido enseñar a los niños aquellos dorados
    de la ola azul, los peces de oro, los peces cantarines.
    -Las espumas de flores han impelido mis fugas
    y vientos inefables me prestaron sus alas por un instante.

    A veces, mártir cansado de polos y de zonas,
    la mar cuyo gemido hizo mi balanceo más suave,
    elevó hacia mí sus flores de sombra de amarillas ventosas
    y yo permanecía, igual que una mujer, de rodillas...

    Casi isla, arranchando de mis bordas las querellas
    y las heces de los pájaros cantores de rubios ojos.
    ¡Y yo bogué, mientras cruzando mis nudos frágiles
    los ahogados bajaban a dormir, retrocediendo!

    Y yo, barco perdido bajo los pelos de las algas,
    arrojado por el huracán hacia el éter sin pájaros,
    yo, a quien los monitores y los veleros del Hansa
    no hubieran salvado la carcasa ebria de agua;

    libre, humeante, montado en brumas violetas,
    yo, que perforaba el cielo enrojecido como una pared
    que lleva, confitura sabrosa para los grandes poetas,
    líquenes de sol y esputos de azur;

    yo que corría, manchado de lunas eléctricas,
    lámina enloquecida, escoltada por negros hipocampos,
    cuando los julios hacían caer a bastonazos
    los cielos ultramarinos de las ardientes urnas;

    ¡yo que temblaba, oyendo gemir a cincuenta leguas
    el celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
    hilandero eterno de las azules inmovilidades,
    yo extraño la Europa de los antiguos parapetos!

    Yo he visto los archipiélagos siderales! Y las islas
    donde cielos delirantes están abiertos al viajero:
    -¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilias,
    millón de pájaros de oro, vigor futuro?

    Pero, es cierto, yo lloré mucho! Las albas son desoladoras,
    toda luna es atroz y todo sol amargo:
    el acre amor me ha hinchado de embriagadoras estupideces.
    ¡Oh que estalle mi quilla! ¡Oh que yo desaparezca en el mar!

    Si yo deseo un agua de Europa, es la del charco
    negro y frío donde en el crepúsculo embalsamado
    un niño en cuclillas lleno de tristezas, suelta
    un barco frágil como una mariposa de mayo.

    Yo ya no puedo, bañado por vuestras languideces, oh olas,
    seguir la estela de los cargueros de algodones,
    ni atravesar el orgullo de las banderas y grimpolones,
    ni nadar bajo los horribles ojos de los pontones.

    (traducción libre de Umberto Toso)
     
    #2
  3. emiled

    emiled Poeta adicto al portal

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    Gracias, muy buena las dos versiones, la que postié yo no se quien es el traductor.
     
    #3
  4. Marlene Conesa

    Marlene Conesa Poeta recién llegado

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    Sería interesante que publiques más poemas de Arthur Rimbaud, en especial los contenidos en Una temporada en el infierno.
     
    #4
  5. emiled

    emiled Poeta adicto al portal

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    Seguiré publicando de Rimbaud, tiene tantas obras maestras que no se cual postear.

    saludos.
     
    #5

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