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EL CAFÉ

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por MP, 1 de Octubre de 2005. Respuestas: 2 | Visitas: 804

  1. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

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    EL CAFÉ

    En aquella mesa sentada, la que hacía el vértice acristalado del local. Una mesa de madera vieja, con el encanto de quemaduras de tabaco y algún nombre rayado en las esquinas. En el ambiente humo (también de su propio cigarrillo) y un cierto olor a rancio. Eran las ocho de la tarde, había anochecido y las luces que colgaban del techo, como lágrimas vetustas, alumbraban tímidamente la mesa. También las farolas de la calle estaban ya encendidas. Aquel día, como todos los que habían trascurrido en los cuarenta y cinco días que llevaba en la ciudad, no había sucedido nada particular. Eso sí, tenía la agradable sensación de que ya le reservaban esa mesa para ella.

    Le había visto salir temprano de su casa, de hecho le veía cada día, tenía su portal justo enfrente, al otro lado de la calle. Siempre iba sólo. A veces volvía, a eso de las cinco de la tarde, con esos tapers de comida china. Se lo imaginaba subiendo las escaleras, sacando la llave de la puerta, abriéndola, daría a la luz (ella veía iluminarse la estancia desde el café), después dejaría la comida en la cocina y, acto seguido, se quitaría la chaqueta y los zapatos y se pondría cómodo. De seguro que inmediatamente después encendería el pc, miraría su correo, la página de poesía, abriría el billar, miraría la lista de jugadores...después volvería a la cocina. Se lo imagina colocándose la comida que había comprado de una forma minuciosa, tranquila, su cerveza en la bandeja, con su vaso, un plato donde se servía el arroz y el pollo, la servilleta...¿que tomaría de postre?..., se llevaría la bandeja a la mesa del ordenador y, con la mirada fija en la pantalla, comería pausadamente, sin prisa. Leería su correo y algunas poesías. Después el periódico. Hasta ahora nunca se había acercado al café.

    Había pensado en subir ella a su casa o en llamarle. Pero luego lo había descartado. No tenía prisa, tenía toda la vida para esperar el día en que le viera entrar al café, ¿y si no entraba nunca? tampoco importaba, le bastaba con estar allí, a menos de diez metros de su casa.

    Esa tarde, como todas las demás, después de verle regresar a casa, se puso a escribir. En ese mes y medio llevaba ya escrito más de doscientos poemas y dos relatos. Se pasaba el día así, escribiendo o mirando por la ventana, sin hablar con nadie, salvo para pedir un café de vez en cuando y algo de comer al mediodía. Después, a las doce de la noche, volvería a la pensión que habia tres manzanas más allá y, sin cenar, leería un rato, miraría el techo al menos una hora y después caería dormida.

    A la mañana siguiente, sobre las 7, de nuevo comenzaría esa extraña rutina que había elegido. Temprano, muy temprano... para verle salir de su casa. Lo más curioso es que no hacía nada por forzar el encuentro, en el fondo, ni siquiera esperaba que él entrara nunca en el café. Le bastaba así, tan cerca y tan lejos, como antes, cuando no podía verle... Se sentía tranquila ubicándole en un lugar concreto, un lugar al que, en un momento dado, podría acercarse. Esto le proporcionaba serenidad y esa serenidad era mucho más de lo que había conseguido en cuatro años. No es que la hiciera feliz pero, al menos, con ella había conseguido quitarse esa sensación de inquietud y angustia que durante tanto tiempo había atenazado hasta su aliento.

    Eran las 8 de la tarde, casi noche, levantó un instante la vista del papel para encenderse un cigarrillo, de golpe el corazón se le puso en la garganta. Había cruzado la puerta, la puerta del café y se dirigía a la mesa que tenia justo al lado de ella. Se sentó a medio metro. Podía sentir su aroma y, por primera vez, después de varios años, volvía a escuchar su voz, pero ahora en directo, sin la sensación estática y metálica que deja el teléfono. Le escuchó pedir una cerveza en un tono serio, suave. Llevaba un libro, pudo ver su título "El amor en los tiempos del cólera", que extraño que leyera de nuevo ese libro. De repente se giró y dirigiéndose a ella, le escuchó decir:

    -¿Lo ha leído?,
    No podía contestar, se quedó muda, temblando, mirándole, aquellos ojos oscuros, muy oscuros... él repitió:

    -¿Perdone, este libro, lo ha leído?,
    Cayó en la cuenta que lo había dicho en castellano y tuvo miedo de que la hubiera reconocido. Añadió:

    -¿Habla español no?;

    - Sí, contestó; y al escucharse así misma le pareció todo tan ireal...

    - ¿Como lo sabe?,

    - Me lo comentó Paul, el otro día en el mercado;

    - ¿Quién es Paul?;

    - Ah claro, no le conoce, usted nunca habla según me ha dicho, Paul es el dueño de este café. Hace unos días me lo encontré y me comentó que habia una española que venía todos los días a su café y me dijo que me acercara alguna tarde y así practicaba mi idioma.

    Se quedó callada, sin saber qué decirle, seguía temblando. De cerca le veía muy jóven.

    - ¿Le importa si me siento con usted?,

    - Pues no sé... bueno siéntese si quiere.

    Antes de que acabara la frase él ya estaba a su lado, codo con codo, y miraba el poema que tenía a la mitad, en un cuaderno sobre la mesa, movió ligeramente la mano para intentar quitarlo de su alcance pero fue demasiado tarde, él lo levantó con su mano y se puso a leerlo.

    - ¿Es suyo? no lo ha acabado. Su forma de escribir me recuerda a una amiga.

    Quizás, fue sólo eso para él, una amiga, a la que ni siquiera reconocía... Totalmente histérica, le quitó el cuaderno de las manos,

    - son tonterías, cosas personales..., las mujeres nos parecemos cuando escribimos tonterias.

    Él se puso a reír ante semejante comentario y ella no pudo por más que aparentar que se reía también de su propia estupidez.

    - Lo siento, no estoy acostumbrada a que lean mis cosas.

    - No se preocupe, soy yo quien debe disculparme, no debí cogerlo sin su permiso, aunque espero que muy pronto me deje leer todo lo que escribe. Me encanta la poesía, yo también escribo, mañana le bajaré cosas mías. Ha sido una suerte encontrar tan cerca de mi casa a alguien que hable como yo y encima tenga mi misma afición.

    Se sintió triste con ese acercamiento tan amable, tan educado, tan distante, sólo era una desconocida para él, un hombre que quería entablar cierta confianza, desde cero, comenzar una relación, quizás de mera amistad, con una persona que hablaba su idioma. Eso era todo. Sólo eso. Y mientras que él estaba ahí, tan próximo, tan relajado y tranquilo, ella se sentía llorando por dentro, haciendo un esfuerzo sobrehumano para contener las lágrimas que se agolpaban bajo sus párpados.

    - Está pálida, ¿no se siente bien?,

    Con la voz entrecortada contestó:

    - No mucho... debo irme, estoy como mareada... llevo mucho tiempo... no sé...- se levantó de la mesa.

    - Déjeme acompañarla.

    - No, no gracias, mañana estaré mejor...

    Y dándole la espalda, salió a la calle sabiendo que nunca más volvería a ese café y nunca más volvería a verle.



    JULIA




    [​IMG]

    Pintura de Juan Gris: "The Man at the Café"
     
    #1
  2. durgell

    durgell Poeta recién llegado

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    Enhorabuena,

    Por lo que veo eres una alumna aventajada de la Escuela Millás.

    ¿O eres tú realmente el auténtico Juan José Millás?

    La próxima vez que chateemos, exigiré verte por cámara, para salir de dudas.

    La culminación de la intriga con el desenlace insospechado...

    Muchas gracias por compartirlo.

     
    #2
  3. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

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    Jaajaj gracias, me afeitaré cuando ponga la camara jajajaj
     
    #3

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