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EL CALLEJÓN DEL DIABLO

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Raven, 14 de Abril de 2006. Respuestas: 1 | Visitas: 3054

  1. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    7 de Abril de 2005
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    [center:887ecc6f55]Por miles se cuentan las leyendas y mitos de una ciudad apostada al sur de la antigua Pallantia y al oeste de la a otrora Saguntum. Dicen de este lugar que era morada de duendes, hadas y demonios. Hallábase en el centro de la cuidad una modesta capilla mozárabe. Una de otras tantas, que habría pasado desapercibida de no ser por la singularidad de su Cristo, al cual se le atribuían cualidades milagrosas. Era el Cristo de no más de medio metro, tallado en madera de roble, cuidadosamente tumbado sobre un lecho de rosas, rodeado por las velas rojas que iban depositando los fieles a su alrededor.
    Sucedió que en esta ciudad había una calleja escondida, un callejón estrecho y obscuro. Desde lejos podía percibirse el hedor procedente de ésta, producido por la pútrida humedad y el calor angustioso que envolvía el lugar. A este callizo bautizaron los vecinos como el “Callejón del Diablo”. Tal era su fetidez e insalubridad que tan sólo una persona fue capaz de habitar en él. Un judío, un judío que tenía fama de mezquino y retorcido. Observaba el judío como día tras día las gentes peregrinaban al Cristo para pedirle favor y gracia, y ésta era una situación que le hacía arder de cólera. Según pasaba el tiempo crecía en él una terrible ansia de deshacerse de la imagen, y en consecuencia de todo aquel que le mostraba devoción. De forma que una noche, el judío urdió un astuto plan.
    Era una noche de tormenta, todo el mundo se hallaba resguardado en sus respectivas casas, y sólo las brujas y los sortílegos se atrevían a desafiar la ira del trueno. Por Callejón del Diablo se deslizaba una sombra maquinadora. Una sombra que continuó andando hasta llegar a los pórticos de la capilla del Cristo. Era el judío, quien se escurrió hábilmente hasta el interior del oratorio, vacío y en la más absoluta penumbra. En el centro de la sala, se hallaba el Cristo alumbrado débilmente por las cansadas velas, y hasta él se acercó silenciosamente el judío. Entonces sacó de su capa un pequeño frasco de veneno, y roció abundantemente los pies de la imagen. Debe saber el lector, que los beatos tenían la costumbre de besar los pies del Cristo a fin de ver cumplidas sus plegarias. De esta manera – pensó el judío – según fueran procediendo de esta manera irían cayendo los fieles uno por uno. Soltando tras de sí una risa malévola, volvió al Callejón del Diablo y durmió con la satisfacción del fin conseguido.
    Al día siguiente, con el canto del gallo, entró una beata a hacer oración. Después de exponer sus súplicas al Cristo, inclinó la espalda e hizo ademán de besar sus pies. No había tocado aún sus labios el veneno, cuando sucedió algo increíble. En un brusco movimiento la imagen se movió. La beata volvió a intentar besar los pies. Y el Cristo se volvió a mover. Por tres, cuatro y hasta cinco veces la mujer insistió en esta misma acción, y el prodigio se repetía una y otra vez. La beata entonces rasgó sus vestiduras y llorando amargamente corrió a dónde el cura, pidiendo redención. Por algún motivo el Cristo no quería que esta mujer besara sus pies, y cuán terrible habría de haber sido su pecado para que esto sucediera sí. El cura trató de calmarla, y propuso que esperaran a la llegada de otros fieles, con el fin de ver qué ocurría. Y en efecto, pasados unos minutos entró un hombre a rezar. Una vez terminada su plegaria fue a besar los pies del Cristo. Y el Cristo… el Cristo de movió. Atónitos el cura y la beata observaron como este hecho se repetía una y otra vez, a la entrada de un fiel tras otro. Fue entonces cuando el cura observó un brillo extraño en la imagen y se acercó a mirar. Cuál fue su sorpresa cuando advirtió una sustancia viscosa extendida sobre los pies del Cristo, y de inmediato acertó a ver que era veneno. Con un pañuelo de seda, limpió los pies de la imagen y en seguida todo volvió a la normalidad.
    El rumor se corrió por toda la comarca, y la fama del Cristo se hizo aún más grande y portentosa. La rabia del judío no conocía límites. Presa de la más incontenible furia trazó un nuevo plan que esta vez habría de resultar infalible. Esperó a otra noche tormentosa, ésta aún peor que la anterior. El cielo lloraba incesantemente sobre la tierra, y los truenos bramaban ferozmente. La sombra nuevamente salió del Callejón del Diablo en dirección a la capilla. El judío se deslizó de nuevo hasta la imagen del Cristo, pero esta vez no traía veneno. Esta vez venía armado de un puñal. Con extrema violencia hundió la hoja en el pecho de la imagen y seguidamente… ¡oh! El más terrible de los horrores invadió todo su cuerpo. El Cristo, la imagen a la cual había asestado una colérica puñalada estaba sangrando. ¡Sangrando! El rostro del judío se tornó pálido como el mármol, y sin pensarlo dos veces escondió en su capa el cuerpo del delito. Corriendo en la tormenta el judío llevó al Cristo a su casa con ánimo de destruirlo para siempre. Bajó el Callejón del Diablo hasta llegar a su morada, y ahí arrojó la imagen al fuego y no descansó hasta que vio al Cristo consumido por las llamas. Entonces se hizo el silencio, y el judío durmió.
    A primera hora de la mañana del día siguiente, una muchedumbre golpeaba la puerta del judío. Este salió confiado, porque sabía que entre la lluvia y el fuego no había forma posible de que su crimen fuera descubierto, ni el crimen ni el móvil. Sin embargo al salir a la calle pudo ver cómo todo el Callejón del Diablo se hallaba empapado de sangre, formando un rastro que había dirigido a los pueblerinos desde la capilla hasta su casa. Lanzas y cuchillos en mano, los ciudadanos exigieron registrar el lugar entero en busca del Cristo. Sudando abundantemente, el judío no opuso resistencia, porque aún podía recordar claramente cómo la noche anterior se había tomado serias molestias por que las llamas no dejaran ni rastro de la imagen. Sabía, por supuesto, que de encontrarse la imagen en su casa sufriría la más espantosa de las muertes. Pero dentro de lo que cabe, estaba tranquilo. Horrendo fue el grito que profirió cuando entraron los provincianos al lugar dónde estaba la hoguera. Ahí, en medio del fuego… intacto, impoluto… con un puñal clavado en el pecho… la imagen. ¡La diabólica imagen del Cristo!


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  2. luz

    luz Exp..

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    11 de Octubre de 2005
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    GRACIAS POR COMPARTIR ESTE BELLO ESCRITO EN ESTA TARDE HERMOSA...RADIANTE DE SOL...UN BESO GRANDOTE TE QUIERE TU AMIGA LUZ
    TE DEJO MI CORAZON...
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    #2

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